Cambio climático
Las cumbres del clima: una historia de ilusión, desengaño y victorias parciales
La historia de las cumbres del clima es una historia de desengaño y decepciones: pero también de acuerdos multilaterales, ilusión y victorias, aunque fueran parciales. La que se celebrará en Madrid en diciembre será la número 25 desde que se formalizó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. La conferencia de sus partes es lo que se conoce habitualmente como COP. Pero para retrotraernos a su origen hay que remontarnos un poco más, hasta 1992: año de la segunda Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio ambiente y su Desarrollo, o más conocida como Cumbre de la Tierra. En junio de aquel año, en Río de Janeiro (Brasil), cuando muchos de los activistas climáticos de la actualidad aún no habían nacido, se sembró la semilla de la acción climática a nivel de Estado. Han pasado más de 27 años y ha habido avances, retrocesos, hitos históricos y bloqueos de todo tipo: la urgencia, eso sí, acucia mucho más en 2019.
La preocupación sobre los impactos del hombre en el medioambiente –en los ecosistemas, en la flora, en la fauna, en los ríos, las costas y las montañas– ya llevaba unas décadas rondando por la agenda política global, con mayor o menor intensidad. Si bien la conciencia conservacionista y ecologista tenía ya casi un siglo de vida, las primeras organizaciones ecologistas, en el sentido actual del término, nacieron en los 70 –Greenpeace nació en el 71– y en 1972 fue la primera Cumbre de la Tierra, en Estocolmo. "Hemos llegado a un momento de la historia en que debemos orientar nuestros actos en todo el mundo atendiendo con mayor cuidado a las consecuencias que puedan tener para el medio. Por ignorancia o indiferencia podemos causar daños inmensos e irreparables al medio terráqueo del que dependen nuestra vida y nuestro bienestar", se podía leer en aquella declaración.
De la segunda Cumbre de la Tierra, en Río, nació la Convención contra el Cambio Climático. Ya por entonces el consenso científico era bastante amplio con respecto al calentamiento global: era generalmente conocido y aceptado que las emisiones de gases de efecto invernadero calentaban la atmósfera, aunque no se tenían las certezas que se tienen ahora sobre los impactos que dicho aumento genera o la velocidad del fenómeno. A partir de 1992 se empezó a abordar el cambio climático como un elemento que merecía conferencias aparte, no como un subtema dentro de encuentros de carácter medioambiental. La declaración firmada por todas las partes llamaba a reconocer como objetivo la "estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que impida interferencias peligrosas en el sistema climático".
Se trata de una redacción que, evidentemente, no tiene en cuenta el peligro real del cambio climático: tampoco era plenamente conocido. La declaración también plasmaba otras intenciones que podrían escribirse en 2019 sin perder un ápice de vigencia: "El desarrollo sostenible no es alcanzable sin cambios fundamentales en el modo en que las sociedades industriales producen y consumen". Aquí seguimos, sin cambios fundamentales en el modo en el que las sociedades industriales producen y consumen. Ya por entonces había dudas acerca del alcance y la ambición de la cumbre: "Aunque los participantes han firmado masivamente los cinco textos de la cumbre, un clima de desilusión por los pocos resultados concretos y de escepticismo ante el futuro presidió ayer la ceremonia de clausura", se puede leer en la crónica de El País. "Ya no tenemos otros 20 años para desperdiciar", afirmó Maurice Strong, secretario general del encuentro.
1997: firma del Protocolo de Kioto
En la COP de Berlín, en 1995, los países participantes llegaron al acuerdo de que había que llegar a un acuerdo: pusieron por escrito la necesidad de reducir los gases de efecto invernadero. Llegaron, así, a la firma del Protocolo de Kioto en la cumbre de 1997: un pacto que la historia ha juzgado con luces y sombras. Exigía, por primera vez en la historia, que las emisiones de gases de efecto invernadero de los países industrializados deberían reducirse al menos un 5% por debajo de los niveles de 1990 en el período 2008-2012. Se ha definido como "el acuerdo equivocado en el momento oportuno": equivocado porque la ambición no era la suficiente, pero el momento oportuno porque en el 97 ya se conocían cuáles serían las peores consecuencias de un calentamiento global desbocado, y había margen para una acción que lo revirtiera.
Hay muchos paralelismos entre el Protocolo de Kioto y el Acuerdo de París, el acuerdo que vino a sustituirlo. Las discusiones y los bloqueos de los países más contaminantes atrasaron su ratificación: Estados Unidos, de hecho, se salió, igual que se ha salido del Pacto de 2015. Las discusiones fueron muy parecidas a las que se mantienen hoy en día en encuentros como este: la responsabilidad de los países ricos ante las emisiones de gases de efecto invernadero y ante la degradación ambiental de los más pobres, cuyas economías no son las principales culpables del fenómeno. Se establecieron salvaguardas a los Estados desarrollados que no cumplieran con el recorte: podían comprar emisiones de otros incumplidores para así compensar. Un mecanismo muy polémico al cual, por cierto, se adhirió España para hacer los deberes.
2009, COP de Copenhague: la gran decepción
El protocolo de Kioto era vigente hasta 2012. Por lo tanto, 2009 era el año perfecto para idear otro mecanismo, a ser posible más ambicioso y exhaustivo, que obligara a los países a reducir sus emisiones y así combatir el cambio climático. La sociedad civil acudió a la capital de Dinamarca con muchas esperanzas e ilusiones depositadas. No se consiguió. El enorme desengaño, opina la directora de Conversaciones de Ecodes, Cristina Monge, fue "el revulsivo" que de alguna manera necesitaban organizaciones y activistas para darse cuenta de que los países, por sí solos, no se iban a poner de acuerdo. "Copenhague fue el gran fracaso", opina. De igual manera lo ve el diputado de Unidas Podemos, Juantxo López de Uralde, que por aquel entonces era director de Greenpeace España. "Fue la cumbre más ilusionante. Creíamos todos que iba a cerrarse con un acuerdo ambicioso. Y, como no se alcanzó, al mismo tiempo fue la más decepcionante. De hecho, me detuvieron, no sé si te acuerdas", rememora.
Juantxo López de Uralde, por entonces director de Greenpeace, es recibido por amigos y familiares tras haber sido detenido en la cumbre del clima de Copenhague.
Se alcanzó un acuerdo que ni siquiera fue un texto "oficial" aprobado por la Convención porque no fue votado por todas las partes: no establecía ni fechas concretas, ni objetivos vinculantes. La cumbre de Varsovia (Polonia) de 2013 fue otro puntal en la tumba de las ilusiones climáticas: las organizaciones ecologistas abandonaron el encuentro por la presencia de empresas de combustibles fósiles, que acudieron a blanquear su negocio, en un país donde el carbón es el líder en la generación de electricidad. Una dinámica similar a lo ocurrido en Katowice, también en Polonia, en 2018. Pero entonces llegó París.
2015: llega el Acuerdo de París
"Siempre nos quedará París", decía Rick Blaine en la emblemática Casablanca. Pasados cuatro años, el efecto se ha diluido una vez han vuelto las dinámicas habituales, pero por aquel entonces el Acuerdo de París, alcanzado en la COP21, significó la vuelta de la ilusión climática. Establecía un límite de 2 grados de calentamiento global a mitad de siglo, preferiblemente 1,5. Fue muy celebrado por la comunidad internacional, pero a juicio de López de Uralde, llegaba tarde. "París fue una reedición retrasada de la cumbre de Copenhague. El acuerdo que se alcanzó fue menos ambicioso que el planteado en Dinamarca", afirma el diputado electo.
Dirigentes mundiales celebran el Acuerdo de París.
En Copenhague se planteaban objetivos vinculantes para cada país: en París, lo vinculante es a nivel global, lo que difumina la responsabilidad, opina. Cada Estado debe presentar contribuciones determinadas a nivel global (NDC’s, siglas en inglés), y por lo tanto, cada Estado decide cuánto va a participar del recorte necesario para llegar, como mínimo, a solo 2 grados de calentamiento. En ese sentido, Monge opina que las consecuencias de dicha laxitud se han visto en la reciente cumbre de acción climática de Nueva York: "Una vez que todos los países han mandado sus compromisos, Naciones Unidas los ha sumado y ha dicho: no tenemos ni un 30% de lo necesario para cumplir el Acuerdo de París. Desde entonces, algunos estados han aumentado su compromiso y otros no", explica.
El periodo de aplicación del Acuerdo de París es 2020, una vez expire el periodo de vigencia del Protocolo de Kioto: en principio finalizaba en 2012, pero en la cumbre del clima del mismo año, en Doha, se aprobó una enmienda para alargarlo ante el fracaso en las negociaciones. A partir de París, lo que ha venido ha sido una "triada técnica", según lo define Monge (2016, 2017 y 2018), mediante la cual se han definido las reglas y los mecanismos para aplicar de manera efectiva dicho pacto. En la cumbre de 2018 en Katowice, la última, se aprobó definitivamente el llamado rulebook: pero dicha triada ha estado también marcada por los escasos avances a la hora de, mediante la diplomacia, animar a los países a mejorar sus recortes de emisiones planteados. El resultado: a día de hoy, los esfuerzos no están siendo, ni de lejos, los suficientes como para quedarnos en 2 grados de subida del termómetro.
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Al igual que Bush hijo sacó a Estados Unidos de Protocolo de Kioto, Donald Trump sacó al país del Acuerdo de París. Pero estos años, opina Monge, han estado también marcados por la respuesta de determinados sectores de la sociedad estadounidense: "En la cumbre de Bonn de 2017, estados federados, universidades, científicos fueron a dar el máximo. Y le dicen a Trump: 'bueno, si tú quieres no hagas nada, pero nosotros vamos a actuar'". En dicho evento, instalaron un stand cuyo lema rezaba: "Nosotros seguimos aquí”".
¿Cómo hemos cambiado? Para López de Uralde, la principal diferencia estriba en que en la actualidad, la emergencia climática es un hecho "y ya se están notando los principales efectos" del fenómeno. Además, ahora la sociedad cuenta con una juventud movilizada, al menos en parte, que se está haciendo oír. Para la directora de Conversaciones de Ecodes, el principal cambio que se percibe ahora desde aquellas cumbres es que “el mundo financiero se ha dado cuenta de que tiene riesgo en las inversiones de combustibles fósiles y llevan tiempo sacando la pasta de ahí e invirtiéndola en energías renovables". No por amor al arte, sino porque saben que el futuro no puede pasar por seguir contaminando. Ya no les da dinero.
La próxima cumbre es la presidida por Chile y celebrada en Madrid, el próximo mes. Pronto sabremos cómo queda en los libros de historia, si como un éxito o como un fracaso. Probablemente, como la mayoría de las cumbres del clima, se quede en tierra de nadie: con avances parciales, pero con bloqueos, renuncias y falta de ambición. El tiempo, eso sí, corre en su contra.