Cambio climático
'Flygskam', el movimiento climático de origen sueco que propone dejar de volar
La M40, habitualmente transitada por un conglomerado interminable de coches, amanece casi desierta en un Madrid que despierta a las seis de la mañana. La imagen choca con la que ofrece el Aeropuerto de Madrid-Barajas que, a esa misma hora, ya goza de la vida propia de una ciudad que parece no dormir. Es la fiebre de volar, el auge del turismo y el negocio de la aviación, cuyo crecimiento parece imparable.
Según Flightradar24 —un servicio de seguimiento del tráfico aéreo en tiempo real— el transporte aéreo alcanzó este 24 de julio un nuevo récord: más de 225.000 vuelos en 24 horas. Un récord que seguirá batiéndose si se cumplen las predicciones de la industria de la aviación internacional, que prevén un crecimiento anual del 4,3% y que ya cuenta con un número anual de pasajeros de 3.600 millones. Podría llegar a pensarse que volar es algo habitual, pero nada más lejos de la realidad: la red global Stay Grounded —conformada por variedad de organizaciones y grupos activistas de diferentes países— afirma que el medio aéreo “solo mueve al 10% de la población”. Y es que, mientras que Europa y América del Norte representan la mitad del tráfico aéreo, el Sur global —América Latina y África— solo es de un 11% y es la parte del mundo que más sufre sus consecuencias.
Esta tendencia a volar se traduce, además, en un aumento en el número de emisiones de gases de efecto invernadero, así como de la construcción de infraestructuras. El avión es el medio que más contamina y contribuye en un 5% del total de las emisiones en España, aunque con los años será más. Por ejemplo, según ecopassenger —una página que calcula el consumo de las emisiones de los medios de transporte—, un viaje en avión desde Madrid hasta París emitiría 169,6 kilogramos de dióxido de carbono, mientras que un coche 131,2 y un tren, 29,8.
En mitad de este desproporcionado crecimiento del sector de la aviación, la invasión turística de las ciudades y los eslóganes que rezan “viajar es vivir” en los post de Instagram, la joven sueca Greta Thunberg inunda los medios por su decisión de no volar y buscar, a toda costa, otro medio de transporte —un velero propulsado por enegría solar— que le acercara hasta Nueva York. A raíz de la peripecia de Thunberg el movimiento también sueco flygskam —que propone dejar de coger vuelos— ha emergido en las informaciones con fuerza y su homólogo en las redes sociales #flyghntt se extiende como la pólvora por diferentes países.
Greta Thunberg al llegar a Estados Unidos después de dos semanas de viaje en el mar. Fuente: Europa Press.
¿Qué es flygskam?flygskam
“La palabra flygskam [que en castellano se traduciría como Vergüenza de volar] es un término inventado por los medios para describir el fenómeno en el que las personas vuelan menos aquí, en Suecia”, señala a infoLibre Maja Rosén, presidenta y cofundadora —junto con su amiga Lotta Hammar— de We Stay on the Ground, una organización sueca que trabaja por concienciar sobre el impacto de la aviación en el clima y reducir sus emisiones. “Para mí, esto no consiste en hacer sentir a las personas avergonzadas por volar. Nosotros queremos que la gente entienda lo seria que es la crisis climática y que elija no hacerlo”, afirma la activista.
Rosén apunta que el debate en Suecia empezó en 2018, momento en el que ella decidió, junto a su amiga, construir We Stay on the Ground. Desde entonces el número de personas que se han adherido al movimiento ha ido aumentando. Según el Barómetro del clima de 2019 de WWF, uno de cada cuatro suecos —un 23%— afirma haber optado por no viajar en avión para reducir su impacto climático en 2018, mientras que un 18% decidió utilizar el tren para sustituir al avión.
“La razón por la que muchas personas alrededor del mundo siguen volando, a pesar de la crisis climática, no es porque a ellos no les importe, sino porque tendemos a actuar como todo el mundo lo hace”, asegura la activista. Rosén plantea entonces una pregunta: “¿Qué harían las personas si todo el mundo decidiera dejar de volar hasta que se resolviera la crisis climática?”. La respuesta con la que se suele topar es que, en ese caso, probablemente no volarían.
Para que flygskam llegue al mayor número de personas posible, desde We Stay on the Ground se ha lanzado la campaña Flight Free 2020, en la cual los que firman se comprometen a tomar un año libre de vuelos, siempre y cuando se alcance el objetivo de las 100.000 firmas —aunque animan a seguir adelante si no se llega— y que empezaría a partir de las 12.00 horas del uno de enero de 2020.
Un nuevo propósito para empezar el año que, por ahora, solo ha conseguido “poco más de 5.000 firmas”. “Yo creo que muchas personas se unirán cuanto más cerca estemos de la víspera de año nuevo”, confía la activista, que está decidida a alcanzar el objetivo. Esta campaña se ha extendido, además, a otros países como Reino Unido, Canadá, Alemania, Estados Unidos, Francia y Perú. “Creo que estamos en el principio de un gran movimiento global”, asegura Rosén.
Movimiento en España
La campaña Flight Free 2020 todavía no ha aterrizado en España ni tampoco ningún movimiento que se asemeje a flygskam, pero la red global Stay Grounded —de la que también forma parte la organización de Rosén— sí.
Stay Grounded, como señala en su sitio web, “fue creada con el objetivo de conectar diversos movimientos sociales, indígenas y ambientales en contra de la expansión de nuevos aeropuertos y del crecimiento masivo de la aviación”. Su lanzamiento se produjo en 2018, con el apoyo de aproximadamente unas 200 organizaciones de diferentes lugares del mundo, entre las que se encuentran las españolas Amigos de la Tierra y Ecologistas en Acción.
Nuria Blázquez, coordinadora de transporte de Ecologistas en Acción, señala que, aunque cree que en España es más difícil que este movimiento social se expanda como en Suecia, se “está moviendo muy rápido”. “Hace un año no tenía nada de repercusión y ahora nos estáis llamando todos los días. Antes no se hablaba y ahora sí”, apunta, en alusión al reciente interés de los medios en este fenómeno social.
Una de las acciones que ha llevado a cabo esta red internacional ha tenido lugar este julio en Barcelona. Allí Stay Grounded, junto con organizaciones de la sociedad civil y el Instituto de Ciencias y Tecnología Ecológicas (ICTA) de Barcelona, organizó la conferencia El decrecimiento de la aviación en la capital catalana, donde reunió a diferentes movimientos sociales, ONG y científicos para discutir medidas y estrategias concretas para reducir el tráfico aéreo.
El día 14 de julio, coincidiendo con la conferencia, docenas de activistas se vistieron de rojo para protestar contra la expansión del aeropuerto de El Prat prevista para 2026, y que pretende llegar a los 70 millones de pasajeros al año, así como conectarse con el aeropuerto de Girona-Costa Brava. “Ya ahora, es imposible vivir con el ruido continuo e intenso del avión, especialmente durante el verano. El número de problemas de salud está aumentando: problemas de infertilidad, altos niveles de estrés debido al ruido y los niños en la escuela ni siquiera pueden concentrarse”, comenta un vecino afectado por el aeropuerto en una declaración recogida por Stay Grounded.
Por ahora, según Blázquez, el rumbo del movimiento “es muy imprevisible porque es una cosa muy nueva, pero de momento siguen subiendo el número de vuelos”. “Se necesita que sea algo más que un movimiento ciudadano”, concluye.
Avión de Ryanair.
El sector de la aviación juega con ventaja
Para comprender las soluciones que pueden llevar a una verdadera reducción del número de emisiones, primero habría que conocer las ventajas de las que el sector de la aviación goza y que permiten que los billetes sean tan baratos que los hacen accesibles a muchas más personas.
Hace años volar estaba considerado todo un lujo, pero ahora es posible gastarse 20 euros en un avión de ida y vuelta, por ejemplo, a Dublín. Según el informe El espejismo de volar verde, elaborado por Stay Grounded, esta caída de los precios viene dada porque “los Estados subvencionan masivamente el sector”. “El queroseno de aviación es el único combustible, aparte del petróleo pesado marítimo, que no está sujeto a impuestos”, afirma el documento.
Asimismo, muchos Gobiernos se abstienen de imponer el IVA sobre el transporte aéreo. En España los traslados de personas en el interior del país tributan en su totalidad, pero cuando el viaje por aire o mar se extiende fuera de sus fronteras, el transporte está exento de IVA en la parte que discurre en su exterior —a pesar de que los viajes internacionales son los que más contaminan—. Es decir, si un avión se traslada desde Madrid hasta Nueva York, solo se le aplicará el IVA a la parte del viaje que se realice en España.
De hecho, esta no es la única ventaja de la que goza la aviación internacional: las emisiones de este sector están excluidas del Protocolo de Kioto y tampoco se mencionan explícitamente en el Acuerdo de París de la ONU sobre el cambio climático, con lo cual cuando se alude a las emisiones totales de un país, y se fija un límite que no debe sobrepasarse, no se tienen en cuenta estas emisiones.
“Esta situación especial con frecuencia se explica aludiendo a la importancia histórica de la industria de la aviación para la seguridad nacional”, afirma el informe. “Las ventas de equipos militares representan el 20% de la facturación del fabricante de aviones Airbus y un 50% de la facturación de Boeing [dos grandes corporaciones cuyos aviones son responsables de hasta el 92% de las emisiones del tráfico aéreo]”, señala el informe.
CORSIA: un lavado de cara verde
En octubre de 2016 la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) adoptó, como medida para reducir las emisiones del sector, un paquete de medidas denominado CORSIA, un plan de compensación y reducción de carbono para la aviación internacional, que está previsto que comience en 2021 con una fase piloto voluntaria y que se convertiría en obligatorio a partir de 2027. La idea es la de compensar las emisiones de la aviación a través de su ahorro en otros lugares y actividades.
Estos proyectos de compensación, que ya han puesto en práctica algunas aerolíneas al margen del título de CORSIA, implican medidas como: la reducción de emisiones o la utilización del calor residual en instalaciones industriales, la construcción de centrales hidroeléctricas, los proyectos de conservación forestal —que reciben el nombre de REDD+— o la venta de estufas de cocina respetuosas con el clima.
Pero organizaciones ecologistas, entre ellas Stay Grounded, critican duramente estos proyectos de compensación al considerarlos inefectivos. Para ellos se trata de un lavado de cara verde, cuyos artífices suelen subcontratar a los países del Sur Global —los que menos han contribuido a la crisis climática— para poner en marcha iniciativas que permitan mantener una actividad de lujo, como es la de viajar en avión, a los países del Norte Global —los que más han contribuido a la crisis climática—.
El documento El espejismo de volar verde señala que la experiencia con estos proyectos de compensación raramente produce reducciones de emisiones adicionales. “En el mejor de los casos”, apunta, se equilibran “mediante la prevención adicional de emisiones en otros lugares”. Al final, se trata del ahorro de otros.
Iniciativas como la construcción de hidroeléctricas o, sobre todo, los proyectos de REDD+, que pretenden compensar las emisiones adicionales de la aviación a través de la protección o plantación de bosques, son medidas que generan especial controversia. A menudo, estos proyectos obligan a los habitantes del lugar a dejar de usar sus bosques y tierras tal y como ellos lo hacían e, incluso, han llegado a expulsar a familias de su propio hogar y ni siquiera aseguran que se vaya a producir ese supuesto ahorro de emisiones, ya que están expuestos a incendios o a un cambio de gobierno del país que termine por talar los árboles.
“Consideramos esto como una vergonzosa iniciativa diseñada para garantizar el derecho de los países de Europa y América del Norte a continuar con el mismo ritmo de consumo y contaminación”, afirma Pedro Landa, coordinador de la Coalición Nacional de Redes y Organizaciones Ambientales (CONROA) en Honduras, en una declaración recogida por Stay Grounded.
Además, según el documento, cuando CORSIA habla de las emisiones de los aviones tan solo tiene en cuenta las de CO2, dejando al margen las proyecciones de otras sustancias también contaminantes: el ozono, la nubosidad inducida o las estelas de vapor. Estas estelas de vapor tienen, según Nuria Blázquez, un efecto similar al de las nubes: retienen la energía en la tierra. Esa energía que se queda sería el denominado Índice de Fuerzas Radiactivas (RFI), un factor que multiplica, al menos por el doble, el valor del CO2 emitido y que CORSIA deja al margen.
Diagrama de los impactos climáticos de la aviación. Fuente: Stay Grounded.
Soluciones
Para Maja Rosén, que también ve con ojos incrédulos las propuestas de CORSIA, “no hay soluciones simples y no existen formas sostenibles de volar”. “Deberíamos dejar de construir aeropuertos e introducir impuestos más altos a los vuelos, tasas que deberían ser más altas cuanto más vueles”, añade.
Cuando Stay Grounded emergió en 2018, lanzó un documento titulado 13 medidas para lograr un sistema de transporte justo y reducir el tráfico aéreo, que incluye iniciativas ciudadanas como la sustitución de vuelos de recorridos cortos por el uso del tren, la promoción de las economías locales en detrimento del consumo de productos de origen lejano, la renuncia a utilizar el avión en desplazamientos de fines de semana, la realización de reuniones de trabajo por vídeo conferencias, etc.
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Y entre las que también se incluyen otras que exigen de la acción de los Estados: aplicar impuestos al queroseno, supresión de los privilegios del sector aéreo, moratoria de la construcción y expansión de aeropuertos, tener en cuenta las emisiones de la aviación internacional… Y, coincidiendo con Rosén: aplicar gravámenes a los usuarios frecuentes del transporte aéreo.
“Deberían promocionarse los viajes en tren y acabar con las subvenciones a los aviones”, señala la coordinadora de transportes de Ecologistas en Acción, Nuria Blázquez. “Solo con que pusieran un tren nocturno de Madrid a París ya harían bastante, pero esa iniciativa tienen que tenerla los gobiernos”, explica.
Rosén dejó de volar en 2008, hace ya 11 años. En 2007 la activista se encontraba en Lofoten, en el norte de Noruega, cuando decidió que tenía que renunciar a viajar por el aire. “No podía disfrutar de la naturaleza que allí había mientras sabía que mi viaje había contribuido a destruir el planeta”, señala. Para ella la parte difícil fue tomar la decisión, pero una vez lo hizo, asegura que no le fue duro. “Muy pronto te sientes bien y te das cuenta de que es posible vivir una buena vida sin volar”, concluye.