Informe Afghan Witness

Así han borrado los talibanes a las mujeres de la vida pública tres años después de la toma de Kabul

Estudiantes afganas del seminario islámico Dar al-Hafaz Miftah Madrasah asisten a su ceremonia de graduación en Kabul, Afganistán, el 08 de agosto de 2024.

La esperada celebración de los Juegos Olímpicos, envueltos en el pretendido glamour parisino, ha acaparado las últimas semanas el interés mediático internacional. Atletismo, natación, gimnasia, baloncesto… Una sucesión infinita de disciplinas y pruebas deportivas relevaban a los acontecimientos políticos, económicos y sociales en las portadas de los grandes medios. No obstante, y sin pretenderlo, ha sido este certamen deportivo el que ha vuelto a poner en el foco de atención una lucha hace tiempo olvidada por la comunidad internacional: la resistencia de las mujeres afganas.

Viernes 9 de agosto. Fase preclasificatoria y estreno de una nueva disciplina olímpica, el breakdance. La refugiada afgana Manizha Talash y la holandesa India Sardjoe se enfrentan en la pista de baile. Pero no son sus pasos o su interpretación musical lo que trascenderá en los medios, sino un gesto simbólico de la b-girl afgana. En un momento de su actuación, la deportista despliega una capa con el lema Free Afghan Women, en referencia a la pérdida progresiva de derechos y libertades a la que se enfrentan las mujeres en Afganistán desde hace décadas, pero que se ha incrementado drásticamente en los últimos tres años de gobierno talibán.

La concursante fue rápidamente descalificada en los días posteriores por un acto de “propaganda política”, contraria al reglamento olímpico. Pero la denuncia ya estaba hecha ante la mirada de millones de telespectadores. Y tan solo unos días antes del tercer aniversario de la retirada estadounidense y el retorno de los talibanes al poder en Afganistán, ese fatídico 15 de agosto de 2021.

Un poco de historia

Corre el año 1978. El Partido Democrático del Pueblo toma el poder mediante un golpe de Estado, conocido como la Revolución de Saur, e instaura en Afganistán un régimen socialista y, como es lógico, prosoviético. Un año más tarde y hasta 1989, la URSS ocupa el país afgano para sostener al cuestionado gobierno. En paralelo, Estados Unidos comienza a financiar a la resistencia islámica muyahidín como parte de su lucha generalizada contra el comunismo. Tras la caída de la URSS en 1991, Afganistán se sume en una larga guerra civil, de la que salen victoriosos los talibanes, uno de los grupos del integrismo islámico opositor al derrotado gobierno comunista.

11 de septiembre de 2001. El atentado de las Torres Gemelas marca un antes y un después en la estrategia estadounidense contra el terrorismo islámico, convertido ahora en la nueva amenaza internacional. Alegando vagas acusaciones, el entonces presidente Bush, secundado por la OTAN, se lanza a ocupar el país islámico, en el que Estados Unidos mantendrá su presencia hasta su retirada definitiva, en favor de los talibanes, en el verano de 2021. De vuelta al fundamentalismo islámico.

El borrado de las mujeres afganas

A lo largo de todos estos vaivenes históricos, la fragilidad de la situación de las mujeres ha sido una constante, que se ha exacerbado en los tres años de mandato talibán. El último informe del proyecto Afghan Witness, al que ha tenido acceso infoLibre, denuncia la vulneración de derechos humanos básicos, los escandalosos niveles de violencia de género y el progresivo borrado de las mujeres afganas de todos los ámbitos de la vida pública. “Nuestra investigación demuestra cómo los talibanes han eliminado sistemáticamente a las mujeres de la sociedad afgana, excluyendo a la mitad de la población de la red educativa, el mercado laboral, el sistema sanitario, las instituciones de gobierno, los medios de comunicación, el debate público e incluso las formas más básicas de vida social”, describe David Osborn, director del centro de investigación.

A partir de un análisis de fuentes abiertas, el informe recoge 700 casos de violencia de género denunciados a través de redes sociales y de varios medios digitales entre enero de 2022 y junio de este año. Las formas de agresión van desde detenciones y registros arbitrarios hasta violencia doméstica, matrimonios forzados, violaciones, tortura, esclavitud sexual, desapariciones y feminicidios. Los casos estudiados, la mayoría (422) responsabilidad de los propios militares talibanes, han dejado un total de 840 víctimas entre mujeres y niñas, 332 de ellas directamente asesinadas.

Entre las denuncias, por detrás de los asesinatos, repuntan los incidentes de violencia sexual (115), seguidos por diferentes formas de tortura y violencia no sexual (73) y por los arrestos (113), la mayoría como castigo por protestar contra el régimen o no someterse a las normas en aplicación sobre las mujeres.

“Los datos que hemos recogido son solo la punta del iceberg”, sostiene Osborn. El volumen de las denuncias demuestra que no se trata de casos aislados, sino de una realidad estructural más amplia, resultado de las políticas del régimen talibán, de acuerdo con su interpretación de la sharía islámica. “La violencia de género es un hecho cotidiano en todo Afganistán. Nuestros datos reflejan la impunidad de estas agresiones, a pesar de haber por lo menos 28 víctimas de violencia de género confirmadas al mes”, continúa Osborn.

Las tareas de documentación se ven también considerablemente impedidas tanto por la censura impuesta a los medios de comunicación, como por la brutal represión de las voces disidentes. “Muchas mujeres afganas han intentado hablar contra el régimen. Las activistas por los derechos de las mujeres que salieron valientemente a las calles cuando los talibanes tomaron el poder han sido arrestadas, asesinadas, encarceladas o han tenido que huir del país”, denuncia Osborn. Así, mientras el 88% de las protestas se llevaban a cabo en las calles en 2021, a día de hoy casi el 94% se realizan vía online, con la identidad y la ubicación en oculto para evitar posibles represalias del régimen.

Allá donde haya opresión, habrá resistencia

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La violencia contra las mujeres tiene muchas formas, algunas más evidentes que otras. Más allá de las agresiones físicas, las restricciones de sus derechos y libertades condicionan gravemente sus posibilidades vitales, así como las de sus familias.

Sin educación, no hay futuro. El veto educativo en escuelas y universidades ha afectado ya, según los datos de ONU Mujeres, a al menos un millón de niñas y jóvenes, que ven desaparecer sus posibilidades de desarrollo formativo y laboral a largo plazo. Sin acceso a la educación, se imposibilita su subsiguiente inserción laboral, lo que, además, coloca una presión social y económica insoportable sobre las mujeres, palpable en el aumento de las tentativas de suicidio, disparadas en los últimos meses. Tampoco se salva su derecho a la atención sanitaria, que solo pueden proporcionar otras mujeres, a las que paradójicamente se les niega una adecuada formación. La pescadilla que se muerde la cola. De nuevo, ONU Mujeres avisa de un previsible repunte de los casos de mortalidad materna, así como de la peligrosa bajada de la esperanza de vida general de las mujeres.

La resistencia de las mujeres afganas merece que no las releguemos al olvido como una más de esas noticias que terminan desapareciendo de las portadas. El olvido es otra forma de borrado, cómplice de la opresión sancionada por los talibanes. Combatamos su silenciamiento haciendo oír su voz.

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