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"Mi familia no sabe si seguirá viva mañana": Gaza cumple un año bajo las bombas de Israel

Una mujer llora sobre los cuerpos de sus familiares tras un ataque aéreo israelí en el campo de refugiados de Al Nusairat, en la Franja de Gaza.

"Han pasado demasiadas cosas, he perdido a demasiadas personas y he tocado fondo". Alaadín Alzaiti descuelga el teléfono en el tiempo libre que a veces tiene entre las clases de la universidad, donde estudia para ser ingeniero. Sacarse la carrera le está costando más de lo normal, reconoce, pero es que este último año ha sido, también, más duro de lo normal. Él tuvo "la gran suerte" de escapar y llegar a Madrid junto a sus padres y sus siete hermanos, pero una gran parte de su familia y de sus amigos continúan en Gaza, intentando "vivir su día a día entre los bombardeos" de Israel. "Es triste", lamenta, pero después de doce meses de invasión esa es ya la realidad de la Franja.

Las cifras que deja el asedio, que este lunes 7 de octubre cumple un año, son dramáticas. Según el Ministerio de Salud de Gaza, desde entonces y hasta el 7 de agosto han sido asesinadas al menos 41.431 personas, de las cuales la ONU calcula que 16.756 serían niños y niñas. La cifra, no obstante, podría multiplicarse, pues hay muchos escombros que aun no han sido retirados en busca de algunos desaparecidos. The Lancet cree de hecho que este número podría ascender hasta los más de 186.000 fallecidos.

Oxfam Intermón asegura además que ningún otro conflicto en los últimos veinte años había matado en tan sólo un año a tantos pequeños y mujeres. Tampoco antes se había destruido tantísima infraestructura civil, protegida por el Derecho Humanitario Internacional. Según la ONG, el ejército de Benjamin Netanyahu reduce a cenizas un punto de distribución de ayuda y suministros cada quince días. Un hospital o escuela, cada cuatro. Y una vivienda, cada cuatro horas. La de Alaadín también. "El otro día me mandaron una foto de lo que queda de mi casa. Ha sido totalmente destruida, igual que las de mi familia. Ya nadie tiene casa en Gaza", lamenta.

No titubea cuando lo cuenta. Y tampoco le resulta especialmente duro verbalizarlo. Ahora tiene 24 años, pero estuvo viviendo en Gaza hasta los 17, así que "tristemente" ha normalizado esas situaciones. Y también ver su casa destruida. "Ya la habían bombardeado antes y ya la habíamos tenido que volver a reconstruir", recuerda. Vivió allí las guerras de 2010, 2012 y 2014, hasta que sus padres consiguieron los ahorros suficientes para huir. "Estábamos saturados de vivir tanta guerra. Éramos conscientes de que si no moríamos un día, íbamos a morir al siguiente", rememora. Su abuelo, sus tíos y primos viven todavía así. Y se han acostumbrado. "No saben si seguirán vivos mañana, así que han aprendido a vivir día a día", explica.

Le ocurre lo mismo a Salah Shelbaya. Él llegó hace cuatro años a España, pero dejó atrás a toda su familia. Y después de un año, se siente impotente. "No puedo hacer nada mientras ellos siguen viviendo debajo de las bombas. Al principio les llamaba y les preguntaba cómo estaban, qué comían o si estaban enfermos. Ahora, con saber que están vivos me basta", se lamenta. "Al final, cuando las cosas se alargan tanto nos acabamos acostumbrando", dice.

No es resignación, sino décadas de "ocupación". Así lo entiendo al menos Jaldia Abu Bakrah, activista y cofundadora del movimiento de mujeres palestinas Al Karama. Para ella este año también ha sido "muy duro", porque su situación es la misma que la de sus compañeros. "Estoy viviendo un estrés constante, una preocupación permanente. Llevo todo este tiempo esperando que acabe esto, pero se ha alargado muchísimo", cuenta. "He sentido de todo durante todo este tiempo. A veces esperanza, a veces mucha rabia, a veces mucho enfado, a veces mucho miedo", coincide Saeda Ghodaieh, presidenta de la Asociación Hispano Palestina Jerusalén de Madrid.

Ninguno de los cuatro preveía que lo que ellos tachan sin ningún ambage de genocidio —aunque la comunidad internacional se resista a denominarlo como tal— llegase a durar tanto tiempo. "Nunca, jamás me habría imaginado esto. Es una barbaridad", denuncia Salah. "Los palestinos estamos acostumbrados a la ocupación, a que se violen todos nuestros derechos, pero no imaginábamos un genocidio. No nos imaginábamos esto, pensábamos que todo tenía un límite", afirma Seda.

Los ojos cerrados de occidente

Pero se han topado con la realidad. Y todos hacen el mismo diagnóstico: si la situación en Gaza persiste es porque todo occidente lo permite. Y no lo hace sólo por omisión, sino también por acción. El Centre Delàs de Estudios por la Paz acaba de publicar un informe en el que sostiene que el Gobierno de Netanyahu recibe, sólo de Estados Unidos, 3.600 millones de euros al año en ayuda militar, un montante al que hay que sumar los paquetes enviados por Joe Biden desde octubre de 2023. Hace apenas unos días, por ejemplo, Israel recibió uno de 8.700 millones.

Pero no hay que irse tan lejos. España ha sido el quinto país de la Unión Europea que más material ha exportado después del 7 de octubre. En el mes siguiente del comienzo de la invasión, por ejemplo, nuestro país envió munición a Netanyahu por un valor de 987.000 euros, según desveló elDiario.es.

Y hay evidencia de que este material termina en los crímenes cometidos en Gaza. Según el Centre Delàs, el BBVA, Banco Santander y Caixabank han financiado (con 1.300, 1.200 y 1.100 millones, respectivamente) a las empresas que han exportado bombas guiadas tipo GBU utilizadas por el ejército israelí en las masacres de Jabalia el 9 o 31 de octubre. Además, aviones F-15 y F-35 que han participado en bombardeos sobre Gaza, Líbano y Yemen han sido producidos y mantenidos con fondos procedentes de estas empresas. "Las relaciones de los países de occidente con Israel se mantienen intactas, no hemos visto que nada cambie. Yo entiendo que la política es política, pero no se puede hablar de derechos humanos y sólo actuar cuando Israel es el afectado", denuncia Salah, apenas unas horas después de que todo occidente condenara "enérgicamente" el ataque con misiles de Irán a Israel.

"Es decepcionante. Estamos viendo un genocidio, crímenes de guerra y de lesa humanidad y la comunidad internacional y la justicia no hacen nada. Israel tiene una completa impunidad", asegura Jaldia. La Corte Internacional de Justicia (CIJ) ha pedido en dos ocasiones a Netanyahu que frene su ofensiva y permita la entrada de ayuda humanitaria en la Franja, pero más allá de eso no ha habido acciones concretas ni tajantes. Esto lo hizo, además, después de que Sudáfrica interpusiera una demanda por un posible delito de genocidio a la que se adhirieron Nicaragua, Colombia, Libia, México y España, que también reconoció al Estado palestino el pasado mes de mayo, otra "acción simbólica" para los palestinos.

El polvorín de Oriente Próximo

Ni Alaadín, ni Salah, ni Jaldia ven un alto el fuego inminente. Se ha pedido por activa y por pasiva y la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) reiteró hace apenas un mes la necesidad de alcanzar el acuerdo. "Once meses. Es suficiente. Nadie puede seguir soportando esto", dijo el comisionado general de la organización, Philippe Lazzarini. "La humanidad debe prevalecer. Alto el fuego ya", añadió.

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Pero los palestinos no lo ven ni siquiera cerca. "Es penoso, pero Estados Unidos tiene unas elecciones a la vuelta de la esquina y ninguno de los candidatos quiere perder el apoyo sionista. Israel sabe que tiene impunidad, y por eso están envalentonados", asegura Saeda. Jaldia coincide, y asegura que las consecuencias de este conflicto "van a ser drásticas para todos", sobre todo porque "la resistencia palestina no se va a rendir". Y menos ahora, señala, que Israel ha extendido la guerra a Líbano e Irán. Por eso vuelven a estar de actualidad, lamentan.

En cualquier caso, todos coinciden en que una cosa es un alto el fuego y otra la solución del conflicto, que es más difícil de conseguir. "Lo único que puede conseguirlo es la descolonización de Palestina", señala Jaldia, que confía en que "llegará tarde o temprano". Por su parte seguirán haciendo todo lo que esté en su mano para conseguirlo. "Llevo todo este tiempo intentando canalizar la preocupación, la tristeza y la rabia a través del activismo. Intento concienciar en lugar de llorar en casa", explica.

Para Saeda es difícil, pero también se obliga a ello. "Hay veces que te planteas si realmente merece la pena, pero es que es lo mínimo que podemos hacer por quienes siguen allí", dice. "Mi familia no se va a sentir mejor por que se organicen manifestaciones, pero para mí es un apoyo", sentencia Salah.

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