Nacido en 1935, enfermo, propenso a la discreción, Salmán es el 25º de los hijos conocidos del fundador del reino, Abdulaziz bin Saúd (fallecido en 1953). Es probable que sea el último rey de su generación. Antes de serlo, fue uno de los miembros más poderosos de la dinastía, dentro de la familia Al Saúd, en el aparato de Estado y en la vida cultural del reino. La herencia de Salmán es tan profunda que, de hecho, ha dejado marcado el rumbo del reinado de su hijo Mohammed bin Salmán (MBS).
Salmán funge incluso como garante para su hijo ante los círculos clericales y también ofició de protector cuando MBS dio a entender que las grandes causas panárabes (como la oposición a Israel) no serían una prioridad. Aunque parezca liberado de las tradiciones dinásticas, MBS adopta una estrategia notablemente moldeada en función de la su padre. Los paquetes de reformas lanzados por padre e hijo a partir de 2015 fueron menos una revolución que una aceleración dentro de una coyuntura particularmente peligrosa para la familia real en general y para la línea de Salmán en particular. La ola de la Primavera Árabe llegó en 2011 a un país fragilizado por el enfriamiento de las relaciones con la administración norteamericana de Barack Obama y luego, en 2014, por la caída del precio del crudo. Además, los cambios impuestos en 2015 por Salmán en el orden de sucesión no cayeron bien no solo entre los últimos hijos de Bin Saúd y hermanastros de Salmán, que podrían haber pretendido el trono, sino también en una parte de la familia real.
Desconfianza hacia los movimientos reformadores independientes
Desde 2017, con la marginación de los últimos competidores y opositores dentro de la familia real, MBS asumió de facto el virreinato. Ese rol fue oficializado en septiembre de 2022, cuando a MBS se le atribuyó la función de presidente del consejo de ministros (ra’is al-wuzara’), que desde el reinado de Faisal la desempeñaba el propio rey. Aunque las diferencias entre el discreto rey Salmán y su hijo mediático aparecen en escena durante episodios de tensión interior o diplomática, en realidad permiten hacer pasar más fácilmente una política sobre la cual ambos están de acuerdo.
Padre e hijo mantienen un nacionalismo sombrío y una desconfianza hacia cualquier movimiento reformador independiente, como han podido comprobar los clérigos wahabitas, sus pares chiíes y las fundadoras del movimiento feminista. Ávidos de reconocimiento internacional, ambos son, sin embargo, el resultado de una educación local que no pasó por el exterior, a diferencia de la mayoría de sus pares del Golfo: el primero fue a la Escuela de los Príncipes, dentro del complejo palaciego de Al Murabba (Riad); el segundo, a la Universidad Rey Saúd (también en Riad), donde estudió Derecho antes de trabajar en la gobernación de Riad y en el gabinete real. Para preparar su ascenso al rango de príncipe heredero, ambos tomaron las riendas del estratégico Ministerio de Defensa, reforzaron la jerarquía de la familia real y el aparato de Estado en torno a los miembros más leales de su rama con una autoridad con frecuencia brutal, y convirtieron a Riad en el laboratorio y vitrina de su reinado.
En el Estado patrimonial institucionalizado a partir de los reinados de Saúd y de Faisal, el equilibrio entre las ramas fundadas por los hijos del rey fundador descansaba en el reparto de la administración del reino en monopolios celosamente cuidados. Pocos eran los órganos de la administración que escapaban a este reparto de las riquezas. Faisal y sus hijos se encargaban del control del Ministerio de Asuntos Exteriores; Sultán y sus hijos, del de Defensa; y Nayef y sus hijos, del de Interior. Antes de hacer caer este sistema accediendo al reinado y recuperando el control del conjunto del aparato de Estado, el emir Salmán había recibido su parte: la provincia de Riad.
Convertir a Riad en una vitrina
Mientras sus hermanos y hermanastros se sucedían en el trono, Salmán se fue ganando poco a poco el rol de virrey oficioso e inamovible desempeñando el cargo de gobernador de la capital de 1955 a 1960 y de manera continua desde 1963. A fines de la década de 1960, para responder al crecimiento acelerado de Riad y aplacar los primeros focos de descontento social y político que brotaban en los nuevos suburbios, inauguró los primeros planes de desarrollo de la ciudad, que reorganizaron el urbanismo. Paradójicamente para un príncipe que decía ser un aficionado a la historia, el desarrollo urbano se llevó adelante al costo de la destrucción de los barrios históricos, salvo la fortaleza Al Masmak, vestigio intocable de la conquista de Riad por Bin Saúd en 1902. Ese desarrollo urbano tuvo el mérito de enriquecer a los propietarios de terrenos y de bienes inmobiliarios asociados a los numerosos contratos de construcción y de obras públicas administrados por la gobernación. A Salmán le permitió no solo ser el interlocutor obligado de todos los jefes de Estado y dignatarios extranjeros de visita en el país, sino también el vigilante minucioso de la vida de la familia real, de los rumores y de las relaciones entre las instituciones de la capital.
El príncipe de Riad ejerció el rol de facilitador y árbitro en jefe de los conflictos familiares. Los rumores (más que los hechos comprobados) le atribuyen a Salmán un papel decisivo en el Consejo de Familia (Majlis Al-Usra) instituido bajo el rey Fahd (reinado de 1982 a 2005) y en el Consejo de la Lealtad, instituido por el rey Abdalá (reinado de 2005 a 2015) para solucionar los delicados asuntos relativos a la sucesión. La cercanía del emir con su hermano, el rey Fahd, le valió un apoyo financiero y político constante, por lo menos hasta el ataque cerebral sufrido por Fahd en 1995, que convirtió al príncipe Abdalá, hermanastro de Salmán, en el regente de facto del reino.
Un nuevo pacto con las élites
El impacto de la guerra del Golfo (1990-1991) llevó al emir Salmán a revisar por primera vez la dimensión política de la gestión de Riad y a convertirla en el laboratorio de un nuevo pacto con las élites económicas del reino. Al grave cuestionamiento de la legitimidad de la dinastía durante la guerra se sumó la recesión económica que atravesaban los países productores de hidrocarburos. En 1995-1996, una serie de atentados terminó de convencer al conjunto de la dinastía a apoyar y extender la nueva estrategia del emir. El propio regente y luego rey Abdalá terminó adhiriendo a las orientaciones impuestas desde la provincia de Riad por su hermanastro Salmán. Luego de un comienzo prometedor en el reino, la política de diálogo nacional, estrenada por el rey Abdalá para responder al riesgo del terrorismo interior y exterior, se vio afectada en la década de 2000 por un conservadurismo destinado a proteger la dinastía y quedó estancada.
Con ayuda de consultores y de urbanistas extranjeros, se elaboraron nuevos planes de desarrollo para la ciudad. Estaban supervisados por un conjunto de instituciones (la fundación del rey Abdelaziz, la Autoridad para el Desarrollo de Riad) que permitían eludir los diferentes ministerios afectados y que estaban bajo el control directo del príncipe-gobernador y sus asesores más cercanos. La utilización de esos organismos y comisiones hegemónicas, comparadas con las administraciones consideradas demasiado lentas o de una lealtad sospechosa, fue retomada en 2015, cuando MBS tomó la dirección del flamante Consejo de Asuntos Económicos y de Desarrollo y anunció el plan “Visión 2030”, y también en 2017, cuando ocupó el lugar de su tío Muhammad bin Naif al frente del Consejo de Asuntos Políticos y de Seguridad.
Reorientación de la historia
En Riad como en La Meca, las grandes obras públicas relanzadas durante la década de 1990 ofrecían contratos de todo tipo, bienvenidos en períodos de incertidumbre petrolera y hasta de recesión. Estrecharon los lazos de la dinastía con las élites económicas más leales a la rama dinástica en el poder, a expensas de otros grupos familiares caídos en desgracia. Permitieron inscribir en el espacio público el nuevo relato nacional, elaborado por los asesores del príncipe Salmán y por una cantidad impresionante de gabinetes de asesoramiento en desarrollo, turismo y arqueología. La parte wahabita de la historia de los emiratos saudíes fue perdiendo voz poco a poco, deslegitimando la sahwa islamiyya (el “despertar religioso” que sostuvo el florecimiento de los movimientos islamistas desde la década de 1960) y centrando el relato oficial solamente en la dinastía Saúd.
Esta reorientación de la historia estuvo acompañada por la puesta en vereda de los clérigos, incluidos descendientes de Mohamed Ibn Abdalwahhab, y por la toma del control de las instituciones que aquellos manejaban (como la policía de las costumbres o los ministerios de Educación y de Justicia). El ascenso al trono de Salmán en 2015 y el virreinato de su hijo solo marcan una etapa adicional de esa marginación a veces violenta de los miembros más críticos del clero saudí. Una consecuencia de esa transformación de la historia es que en 2022 se instauró un “día de la fundación” que fija la creación del primer emirato de los Saúd en 1727, fecha de la llegada al poder de Mohamed Bin Saúd en el oasis de Diriyah, y no la fecha tradicional vigente hasta entonces de 1744-1745 (año del pacto entre Bin Saúd y el predicador Mohamed bin Abdelwahab).
El renombre de Salmán como “el príncipe de los letrados (amir al-udaba) y “de los historiadores” ya era conocida cuando ascendió al trono. El patronazgo con frecuencia directo de las instituciones culturales de Riad (Fundación rey Abdulaziz, Biblioteca Nacional Rey Fahd, Comisión para el Desarrollo de Riad y Comisión para el Desarrollo de Diriyah) no solo propició la multiplicación de afiches con su retrato y elogios en cada inauguración de museo, biblioteca o simposio: también le confirió a Salmán el rol oficioso de supervisor de la historia de los Saúd y por lo tanto, en términos más globales, del relato nacional modernizado del país. También legitimó la política de las grandes obras públicas que no dejaban de transformar la capital.
Así que en 1996 se anunció el plan Medstar (Metropolitan Development Strategy for Al-Riyadh), junto con los preparativos para el centenario de la celebración de la conquista saudí de Riad en 1902, que todavía era considerado el acontecimiento fundador del reino. Las monumentales obras públicas de restauración y de construcción de instituciones públicas fueron aceleradas para las celebraciones, que comenzaron en 1999. La fama de letrado de Salmán, siempre abundantemente difundida, funcionó como un contrapeso útil a la agresiva política exterior del reino desde 2015, sobre todo en Yemen. A las numerosas cátedras de investigación universitaria fundadas en el reino bajo la dirección del emir Salmán se sumó el King Salman Humanitarian Aid and Relief Centre, encargado de brindar asistencia saudí en Siria y principalmente en Yemen.
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El hijo heredó paradojas de su padre; el reino, políticas elaboradas en Riad. La política represiva hacia los clérigos resultaba conservadora. La promoción de una forma de secularización de la cultura y de los comportamientos seguía estando bajo el monopolio de una rama (MBS, sus hermanos y hermanastros de la dinastía) que fijaba sus líneas y su ritmo. La adopción declarada de principios neoliberales para promover el desarrollo económico del reino no impidió los brutales llamados al orden en nombre del interés superior del Estado. Salmán, hijo de Abdelaziz, no tuvo mucho tiempo ni margen para ser rey. Sin embargo, su herencia en Riad, en la familia real y en el reino resulta bastante potente para marcar de sobra el camino adoptado por su hijo Mohamed.
Philippe Gérard es historiador.
Texto en francés aquí.
Nacido en 1935, enfermo, propenso a la discreción, Salmán es el 25º de los hijos conocidos del fundador del reino, Abdulaziz bin Saúd (fallecido en 1953). Es probable que sea el último rey de su generación. Antes de serlo, fue uno de los miembros más poderosos de la dinastía, dentro de la familia Al Saúd, en el aparato de Estado y en la vida cultural del reino. La herencia de Salmán es tan profunda que, de hecho, ha dejado marcado el rumbo del reinado de su hijo Mohammed bin Salmán (MBS).