El fin de una tiranía sangrienta: por qué Al Assad se quedó solo y cómo puede Siria reconstruirse

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Hay una imagen que resume perfectamente lo que ha pasado en las últimas dos semanas en Siria. Un soldado rebelde, ataviado con ropa de camuflaje, rompe en mil pedazos, con otros dos compañeros, uno de los cientos de retratos del dictador sirio, Bashar al Assad que adornan las calles de Alepo. En la larga avenida donde están no se ve a nadie, no hay coches ni tampoco una sola persona que les impida una acción que hasta hace pocos días hubiera sido impensable. Es así como ha caído un régimen que ha durado 54 años en el poder: en poco menos de dos semanas, sin casi oposición y completamente por sorpresa.

Cuando las fuerzas rebeldes de la Organización para la Liberación del Levante (HTS) comenzaron el pasado 27 de noviembre una ofensiva en el norte del país, nadie pensaba pudieran llegar a tomar Damasco y deponer a Al Assad, poniendo fin así a una sangrienta guerra de más de 13 años. Ese es el tiempo que ha pasado desde que la ola democratizadora de las Primaveras Árabes llegó a Siria y miles de ciudadanos se echaron a las calles para pedir a la dictadura una mayor cuota de participación y libertades. Sin embargo, a diferencia de otros países como Túnez o Egipto, en Siria el dictador no cayó, sino que, a causa de una represión brutal y al apoyo extranjero, no sólo logró aguantar la guerra en su territorio, sino también mantener todo su poder. 

Hasta ahora. En estas dos últimas semanas, los rebeldes del HTS han demostrado que lo que quedaba del régimen de Al Assad era tan solo una cáscara vacía. Con un avance imparable, y tomando una por una las ciudades que hace una década se convirtieron en el centro de matanzas y duros combates como Alepo o Homs, los rebeldes fueron avanzando sin apenas rival, con deserciones masivas en el Ejército sirio y sin prácticamente nadie que se les opusiera. Si durante los primeros compases de la guerra civil a los rebeldes les costaban miles de muertos y días enteros de lucha tomar unos pocos kilómetros, ahora esos mismos lugares caían sin apenas luchar y con una facilidad pasmosa.

Una situación que se puede explicar en buena parte, según Álvaro de Argüelles, analista de El Orden Mundial y doctorando en Estudios Árabes e Islámicos por la Universidad Autónoma de Madrid, por la descomposición de los aliados internacionales del régimen, los cuales eran, al fin y al cabo, los únicos que sostenían a Al Assad en el poder. “Era el momento propicio para una ofensiva, con todos los países cercanos al dictador muy debilitados, en especial si hablamos del “eje de la resistencia”, la red de aliados de Irán en la región y al que también pertenece Siria, cuyo deterioro es palpable”, describe el experto.

Uno de los más importantes apoyos del dictador dentro de este grupo era la milicia chíi libanesa Hezbolá, que apenas ha podido enviar unas pocas unidades de élite a Homs para tratar de contener la ofensiva rebelde. La guerra en la que está sumida la organización desde hace dos meses con Israel y las en torno a 3.000 bajas que les han provocado los combates, sumadas al asesinato de su carismático líder, Hasán Nasralá, han hecho que Hezbolá esté en una de las situaciones más críticas de toda su historia y, por tanto, que no haya podido prestar una ayuda a Al-Assad que en el pasado fue fundamental. Caso similar sucede con Irán, un país que hace una década era otro de los grandes aliados de Siria y que ahora, tras el 7 de octubre, ha perdido buena parte de su hegemonía en la región. 

Pero si hay una ausencia clave para entender el descalabro de la dictadura esa es la de Rusia. De ser el gran protector de Al Assad y una de las razones fundamentales por las que el régimen pudo salir vivo de la sangrienta guerra civil, ha pasado a apenas tener peso en la región, con las consecuencias nefastas que eso ha tenido en para el régimen. “Es cierto que Rusia nunca tuvo tropas sobre el terreno, pero sí fue muy importante el grupo Wagner en batallas como las de Palmira en favor de Al Assad. Ahora, la organización paramilitar ya no está y, aunque Rusia sí que ha realizado bombardeos para ayudar al Gobierno a mantener la posición, se ha visto que estos por sí solos no podían suplir el principal lastre del régimen sirio: la falta de combatientes sobre el terreno”, asegura Argüelles. Eso sí, como último servicio a la causa, Rusia ha dado asilo político a Al Assad, que consiguió escapar de Damasco en avión y cuyo paradero era desconocido durante buena parte del domingo.

Sobre la coyuntura internacional, Haizam Amirah Fernández, analista especializado en el mundo árabe contemporáneo, resume lo ocurrido como un gran cambio de prioridades de los tres aliados claves de la dictadura siria, el cual ha propiciado el abandono de Al Assad. “El régimen parecía fuerte, pero ha colapsado en cuanto ha perdido los apoyos internacionales. Hezbolá se está reconstruyendo, Irán ha sido golpeada en todas sus esferas de influencia en Oriente Medio y está más preocupada por otros lugares y Rusia tiene como máxima prioridad Ucrania”, describe el experto en relación a esa combinación perfecta que ha permitido la caída del régimen.

Una tiranía sin concesiones

Pero más allá de la coyuntura internacional, la caída de Al Assad tiene una derivada interna sumamente importante que viene desde mucho antes de estas dos semanas de ofensiva. “El régimen sirio ha sido incapaz de adaptarse y de realizar concesiones durante los 54 años que ha estado en el poder Bashar al Assad y su padre Hafez al Assad”, señala Amirah Fernández. En concreto, recuerda cómo, en 2011, cuando estallaron las protestas pidiendo reformas y cambios en el gobierno, el régimen, lejos de escucharlas, desencadenó una represión brutal que llevó a esas revueltas a militarizarse y radicalizarse. Un cóctel que se completó con la injerencia de potencias extranjeras, las cuales han llevado a Siria a ser el escenario de disputas geopolíticas globales durante más de una década.

Para Amirah Fernández, esa inflexibilidad del régimen y ese rechazo para hacer concesiones a la población es lo que le ha impedido a al Assad entender los cambios que estaban sucediendo en su propio país y que, en última instancia, han propiciado su caída. “Le ha faltado esa destreza para sobrevivir haciendo política y no solo aplicando la mano dura. Eso es lo que, sumado al contexto internacional, ha llevado a la caída del régimen cual castillo de naipes en un tiempo muy corto”, afirma. 

De Argüelles va un poco más allá que Amirah Fernández y señala que, a diferencia de la percepción que se podía tener durante los años posteriores a 2016, al Assad nunca logró ganar completamente la guerra civil. “Nunca llegó a tener el apoyo popular de su propia ciudadanía. Sí, logró invertir el rumbo del conflicto, pero lo hizo simplemente porque tenía el apoyo exterior y mediante bombardeos indiscriminados. Básicamente lo que iba conquistando eran ciudades vacías, abandonadas por una población continuamente desplazada y de la que nunca llegó a recuperar el control por completo”, asegura el analista de El Orden Mundial. 

Finalmente, se ha descubierto estas dos semanas que sus apoyos internos se circunscribían tan solo a su círculo más cercano y que más allá de ellos, nadie más en el país estaba a su favor, ni siquiera unos soldados que no han defendido a su gobierno durante la ofensiva relámpago. “Por su liderazgo hiper personalista no ha querido en ningún momento ampliar su base de apoyos ni tampoco iniciar una transición más controlada. Todo ello ha hecho que el régimen se replegara cada vez más y más en sí mismo hasta ahora”, concluye De Argüelles.

¿Y ahora, qué?

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Con la entrada de los rebeldes de Damasco, sin duda comienza una nueva era en Siria y en toda la región. Gestionar el día después será todo un reto para los grupos que han llevado a cabo la ofensiva, pero el lograr una estabilidad más o menos duradera será clave para no llegar a contextos de desgobierno como, por ejemplo, ha sucedido en Libia. “Hay mucha incertidumbre y muchas dudas porque tenemos una situación frágil y cambiante. Siria aún es un país en guerra civil y que ha sufrido una sangrienta represión, con varias capas de guerras superpuestas. Eso produce en las personas un sentimiento devastador”, describe Amirah Fernández.

Que de esa incertidumbre pueda salir un sistema viable o no dependerá en buena medida del HTS, el grupo hegemónico en la ofensiva y que ahora mismo se ha hecho con el control  de Damasco. Esta organización, procedente de Al-Qaeda y considerada como terrorista islamista por varios países, ha ido cambiando progresivamente su discurso, especialmente desde el inicio de la ofensiva, a uno, aparentemente, más tolerante. “Puede ser que solo sea propaganda y un lavado de cara por todo lo que han hecho anteriormente, pero ciertamente han llevado a cabo cambios. Uno de los más significativos fue permitir la celebración de misas, algo que otros grupos islamistas como el ISIS no hubieran hecho nunca”, considera De Argüelles, que recuerda como el HTS ha desarrollado mucho, además de un ala militar, un ala política con el que se han preparado para hacerse el control del país también desde las instituciones.

De hecho, igualmente señala cómo, al paso del HTS, muchos pueblos llenos de minorías étnicas se han rendido ante ellos, e incluso muchos partidarios antiguos de Al Assad durante los primeros años de la guerra civil también lo han hecho. “En sus discursos han insistido mucho en preservar las instituciones en Siria, el orden y los servicios sociales. Su líder ha repetido que esto no se trata de una venganza y ha hecho referencia a respetar la diversidad en Siria”, comenta Amirah Fernández . En esto último, cree, estará la clave para que el nuevo gobierno tenga éxito o no: “No debe haber un grupo que imponga su pensamiento por encima de los demás con la fuerza. Si el HTS no monopoliza el poder y cumple las reglas y sus promesas, Siria tendrá una oportunidad. Evidentemente, nada garantiza que esto suceda, pero tienen el contraejemplo claro con el régimen de los Al Assad de lo que pasa cuando un grupo intenta imponerse a los demás por la fuerza bruta. Tras tanto sufrimiento acumulado, la oportunidad que les llega a los sirios para hacer las cosas de una forma diferente es perfecta para reconstruir el país".

Hay una imagen que resume perfectamente lo que ha pasado en las últimas dos semanas en Siria. Un soldado rebelde, ataviado con ropa de camuflaje, rompe en mil pedazos, con otros dos compañeros, uno de los cientos de retratos del dictador sirio, Bashar al Assad que adornan las calles de Alepo. En la larga avenida donde están no se ve a nadie, no hay coches ni tampoco una sola persona que les impida una acción que hasta hace pocos días hubiera sido impensable. Es así como ha caído un régimen que ha durado 54 años en el poder: en poco menos de dos semanas, sin casi oposición y completamente por sorpresa.

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