La UE intenta recomponer sus relaciones con el mundo árabe tras el patinazo de Von der Leyen en Israel
Úrsula Von der Leyen viajó a Tel-Aviv días después del ataque terrorista de Hamás que dejó 1.400 muertos en el sur de Israel. La presidenta de la Comisión Europea, saltándose la posición común del bloque para el conflicto entre Israel y Palestina, se puso incondicionalmente del lado israelí, no visitó al presidente palestino (como sí hizo días después Antony Blinken, secretario de Estado estadounidense) y tardó semanas en decir que Israel debería respetar el Derecho Humanitario Internacional.
En esas semanas una cumbre europea extraordinaria fijó la posición común otra vez, para recordar que, a la condena del terrorismo y la petición a Israel de respetar la normativa internacional, la UE incluye su defensa de la solución de dos Estados. Mientras, el Alto Representante para la Política Exterior, Josep Borrell intentaba explicar eso mismo a las diplomacias de la región. Pero el daño estaba hecho. Ahora la UE teme que las relaciones con los países árabes en general y los de Oriente Medio en particular se deterioren. Son países en la periferia europea, pero son clave en muchos aspectos: control migratorio, origen o tránsito de recursos energéticos, lucha contra el terrorismo y hasta como compradores habituales de armas europeas.
Von der Leyen empezó a dar pasos concretos este martes al recibir en Bruselas al rey Abdullah II de Jordania, quien el lunes ya había sido recibido por el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y por el primer ministro belga Alexander De Croo, quien aprovechó para esbozar la primera y tibia condena europea a los bombardeos israelíes al decir que son “desproporcionados” y que “deben cesar”.
Pocos conflictos tienen la capacidad de provocar consecuencias en otras partes del mundo como el de Palestina. La diplomacia europea lo sabe, como sabe que el viaje de Von der Leyen y sus palabras junto al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu fueron un error diplomático de calado porque las críticas en el mundo árabe y musulmán se multiplican contra dirigentes y medios de comunicación “occidentales”, estadounidenses y europeos. Con una acusación repetida: que desde Europa (y desde Estados Unidos) se “deshumaniza” a los palestinos.
Apenas Borrell, en el Parlamento Europeo, exigió poder condenar con igual fuerza el asesinato de un niño judío y el de un niño palestino porque lo uno, argumentó, le da la fuerza moral para condenar lo otro.
El viaje y las palabras de Von der Leyen fueron seguidos por otros viajes de otros dirigentes europeos, todos para ponerse del lado de Israel. Si tras el ataque terrorista de Hamás era lógico, muchos olvidaron verse con el presidente palestino y algunos se movieron en Europa -los gobiernos austríaco, checo y alemán- para que no hubiera siquiera un recuerdo a Israel de la necesidad de evitar víctimas civiles. Las semanas pasadas y los miles de muertos civiles en Gaza van haciendo que las posturas giren y que ahora empiece a tenerse en cuenta que la posición europea debe ser más equilibrada y que debe cuidarse la relación con los vecinos de Israel.
El doble discurso europeo voló cuando Israel empezó a bombardear. Lo que Europa hizo bien al condenar y aprobar sanciones contra Moscú cuando Rusia atacó a Ucrania y se cebó con los civiles con bombardeos y con medidas como ataques contra centrales energéticas en invierno para dejar al país sin calefacción o agua caliente, se convirtió en silencio de Von der Leyen cuando Israel dejó sin suministros a Gaza. La presidenta de la Comisión Europea sólo empezó a mostrar preocupación cuando temió que Israel expulsara masivamente a los palestinos a Egipto y estos acabaran embarcándose hacia Europa.
Ningún conflicto remueve tantas conciencias desde Mauritania hasta Iraq. Ningún conflicto ha sido tan usado por los dictadores árabes durante décadas como el de Palestina. Ningún pueblo en el planeta lleva en parte viviendo desde hace más de siete décadas en campos de refugiados. Y pocos conflictos exteriores se ven por tantos europeos (principalmente los de origen árabe y/o musulmán, pero no sólo ellos) como una herida que nunca cierra.
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El diario marroquí Tel Quel publicó el 20 de octubre un especial sobre el conflicto en el que llegaba a decir que “el divorcio (entre el mundo arabo-musulmán y Europa y Estados Unidos) se consumó” y en el que hablaba de “fractura abierta entre Occidente y el sur global”, haciendo referencia a cómo buena parte del sur del planeta no se puso del lado de Israel. Por eso en los países árabes el enfado, la rabia, no es sólo con Israel sino con “Occidente”. En la fachada de la Embajada francesa en Túnez alguien escribió: “Francia, país de derechos de ciertos hombres”.
Si con las alfombras rojas al rey jordano las instituciones europeas empezaron a dar protagonismo y voz a los dirigentes árabes para intentar que las relaciones no empeoren, Estados Unidos vive un problema similar. Antony Blinken volvió el domingo a Ramallah, capital administrativa palestina, a reunirse de nuevo con el presidente Mahmud Abbas. Blinken pidió “que una Autoridad Palestina eficaz (no lo es en Gaza, donde Hamás controla todos los resortes) y regenerada” controle la Franja de Gaza o lo que quede de ella cuando Israel termine los bombardeos. Si Israel no la ocupa de nuevo. Joe Biden habló la semana pasada de la creación “de un Estado palestino” junto a Israel, pero Abbas le dijo a Blinken que por ahora lo único que ve es cómo Israel está metido en una “guerra de aniquilación” contra su pueblo. Pero Abbas, de 87, es un personaje crepuscular en esta crisis.
La víspera, en Jordania, Blinken pidió a sus homólogos de Oriente Medio que apoyaran a la Autoridad Palestina. Pero Blinken fue incapaz de pedir, como hicieron sus homólogos de países como Egipto, Emiratos, Qatar, Jordania o Arabia Saudí, un “alto el fuego”. Blinken no fue más allá de pedir, como hizo la cumbre europea de hace dos semanas, “pausas humanitarias”.