El enfrentamiento en las afueras de Moscú no tuvo lugar. El sábado 24 de junio, tras el asombro de ver a un ejército de mercenarios precipitarse a través de los kilómetros que separan Rostov del Don de la capital rusa, el mundo esperaba el enfrentamiento final. Nunca llegó y, 48 horas después de este extraño epílogo, sigue habiendo más preguntas que respuestas sobre esta rebelión inconclusa y sus consecuencias.
La primera pregunta es importante: ¿Dónde está el líder del motín, Yevgeny Prigozhin? La última vez que se le vio e identificó con certeza, la noche del sábado 24 de junio, el jefe de Wagner salía de Rostov del Don, la ciudad del sur de Rusia tomada por sus hombres unas horas antes, en una camioneta blindada de color gris oscuro. "Los sacudimos a todos", se complacía en informar el hombre de negocios convertido en señor de la guerra, luciendo una bandera rusa en su gorra.
Habitualmente voluble, Yevgeny Prigozhin permaneció en silencio durante dos largos días. A última hora de la tarde del lunes 26 de junio, sus equipos difundieron finalmente un mensaje de audio de once minutos en el que el jefe de la compañía paramilitar justifica su motín. "El objetivo de la marcha era impedir la destrucción de la empresa militar privada Wagner y pedir cuentas a los responsables que, por su falta de profesionalidad, han cometido un gran número de errores. La sociedad lo exigía", insistió.
Tras el fin del motín, el sábado 24 de junio, el Kremlin anunció que Prigozhin había aceptado trasladarse a Bielorrusia, cuyo jefe de Estado, Alexander Lukashenko, es aliado de Moscú y amigo de Yevgeny Prigozhin desde hace mucho tiempo. ¿Ha llegado Prigozhin a Minsk? De momento no hay nada que lo confirme. Y si lo hace, ¿en qué condiciones vivirá? ¿Permitirá Vladimir Putin que el hombre al que hace dos días calificó de "traidor" viva sus días en paz en un país vecino? [Este martes Lukashenko ha confirmado que el jefe de Wagner ya estaría en Bielorrusia]
La cambiante retórica de las autoridades rusas no contribuye a disipar la incertidumbre que rodea el destino de Prigozhin. Poco después del final de la marcha de los mercenarios rebeldes hacia Moscú, el Kremlin había asegurado que se abandonarían los procedimientos judiciales contra el líder de Wagner. En la mañana del lunes 26 de junio, dos medios de comunicación próximos al gobierno (la agencia Ria Novosti y el diario Kommersant) anunciaron lo contrario, citando fuentes judiciales y de seguridad.
El lunes por la noche, Vladimir Putin habló brevemente ante las cámaras: unos minutos sin muchas novedades, mientras que su portavoz Dmitri Peskov, citado por la agencia Tass, había prometido antes una "serie de anuncios importantes". Si bien el presidente ruso habló de "criminales" y prometió perseguir a los "traidores", también recordó el fuerte vínculo que le unió en un principio al grupo Wagner y elogió el "patriotismo" de los soldados de Wagner que habían luchado por Rusia.
¿El líder de Wagner superado por los acontecimientos?
En su mensaje de audio difundido poco antes, Yevgeny Prigozhin había asegurado que él y sus hombres no tenían "ninguna intención de derrocar al régimen actual". Esta no es exactamente la imagen que se desprende cuando uno avanza hacia la capital, afirmando estar acompañado por "25.000" soldados, y destruye helicópteros del ejército ruso regular que intentan intervenir.
Pero la idea de que el jefe de Wagner pudo verse desbordado por su propia iniciativa parece tener cierta credibilidad entre los investigadores familiarizados con Rusia.
"La rebelión de Prigozhin no fue un intento de ganar poder o tomar el control del Kremlin. Su objetivo era atraer la atención de Putin y forzar un debate sobre las condiciones para preservar sus actividades: un papel definido, seguridad y financiación", analiza Tatiana Stanovaya, investigadora del Centro Rusia-Eurasia de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional.
El momento en que se ha producido este motín parece corroborar este análisis. El grupo Wagner se sentía amenazado desde el 10 de junio por una orden que obligaba a los mercenarios a firmar un contrato con el Ministerio de Defensa ruso. La medida iba a entrar en vigor el 1 de julio, y Yevgeny Prigozhin había dicho todo lo malo que pensaba al respecto. Tras perder un gran número de hombres en la batalla de Bajmut, el futuro de la empresa de seguridad privada parecía comprometido.
Con este telón de fondo, el grupo lanzó su motín el 24 de junio, afirmando tener como objetivo el mando militar ruso dirigido por Sergei Shoigú y Valeri Guerassimov. Pero el jefe de la empresa militar privada parece haber pasado de ser un "simple" amotinado a un golpista en potencia por la combinación de dos factores: la reacción de Vladimir Putin, poco dado a hacer concesiones (calificó inmediatamente la maniobra de "puñalada por la espalda"), y el éxito fulgurante de los mercenarios sobre el terreno -nada parecía poder detenerlos en su camino hacia Moscú-, que quizá le sorprendió a él mismo.
El jefe de Wagner "no estaba [...] preparado para el hecho de que Wagner estuviera a punto de llegar a Moscú, donde la única opción que le quedaba –"tomar el Kremlin"– conduciría inevitablemente a su erradicación y a la de sus combatientes", afirma Tatiana Stanovaya, a la que se unen otros investigadores.
Al menos 13 soldados rusos muertos, seis helicópteros y un avión destruidos
En términos militares, el ejecutivo ruso pasará probablemente los próximos días repitiendo la fallida batalla. Pero la rapidez y la sorpresa parecen haber jugado a favor de los amotinados, mientras que el ejército regular se esforzaba por hacer frente al reducido número de unidades inmediatamente disponibles (la mayoría de los soldados rusos estaban comprometidos en Ucrania), a lo engorroso de su cadena de mando y a una posible connivencia interna que puede haber minado su capacidad de previsión y de hacer frente a la rebelión.
Las pérdidas materiales rusas se estiman en seis helicópteros y un avión de mando aerotransportado Il-22 destruidos, así como dos vehículos capturados, según el sitio web Oryx, basado en la información disponible de fuentes abiertas. Al menos trece soldados rusos murieron en la operación.
Esta derrota táctica contribuye a otra de las lecciones aprendidas de aquel día loco del 24 de junio: Vladimir Putin salió debilitado.
Las teorías de que el presidente ruso fue el patrocinador oculto de la rebelión, lo que le habría permitido deshacerse tanto del ministro de Defensa Sergei Shoigú como del tempestuoso Yevgeny Prigozhin, han estado floreciendo durante los dos últimos días. Pero parecen ignorar varios hechos evidentes. En primer lugar, Vladimir Putin ha demostrado en varias ocasiones en el pasado que no necesita pretextos para deshacerse de figuras públicas que considera embarazosas.
Efectos devastadores para la imagen de Putin
En segundo lugar, estas teorías de la conspiración se apresuran a pasar por alto los efectos muy inmediatos –y devastadores– de este golpe fallido en la imagen del jefe de Estado ruso (véase nuestro reportaje desde Moscú). Vladimir Putin parecía un hombre que se contradecía a sí mismo, prometiendo el peor destino al "traidor" Prigozhin, sólo para concederle un tranquilo indulto al día siguiente. No hubo muchas voces de apoyo para él durante estas pocas horas de caos: los miembros del gobierno, así como los gobernadores de las principales regiones, permanecieron muy callados. Ahora es "consciente de que en ese momento crucial, cuando su posición estaba más amenazada, muchos esperaban el desarrollo de los acontecimientos", señala el profesor emérito del King's College Lawrence Freedman.
Por otra parte, los más fervientes partidarios del Gobierno ruso expresaron el domingo su incomprensión por el hecho de que el Jefe del Estado hubiera permitido que el jefe de Wagner saliera libre de esta aventura. "Es un golpe a la autoridad del país y a la autoridad del Presidente. Teníamos la impresión de que todo era inquebrantable, y ha resultado no ser así", declaró el cineasta Karen Shajnazarov, cercano sin embargo al Kremlin (citado aquí por Financial Times).
La acogida más bien benévola dispensada a las tropas de Wagner en las ciudades brevemente ocupadas –sobre todo en Rostov del Don, donde los habitantes se acercaron a repartir comida a los mercenarios antes de aplaudirles al marcharse–, unida al hecho de que los servicios de inteligencia estadounidenses (si hemos de dar crédito a varios artículos de prensa) estaban informados del inminente motín, hacen que el episodio resulte aún más amargo para Vladimir Putin.
El incierto destino del grupo de mercenarios
Queda una gran incógnita: ¿qué será del propio grupo Wagner a medio plazo? El lunes 26 de junio, Sergueï Lavrov indicó que la organización podría proseguir sus actividades en el continente africano –está presente, en particular, en Malí, la República Centroafricana y Sudán.
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Las cosas son más inciertas cuando se trata del territorio ruso. Poco después del fallido motín, portavoces del Kremlin indicaron que los mercenarios que no hubieran participado en la "marcha" hacia Moscú podrían unirse al ejército regular si así lo deseaban. Pero, ¿cuántos querrán hacerlo? ¿Cómo serán recibidos? ¿Y qué será de los miles de paramilitares que participaron en la operación? "¿Seguirán a Prigozhin a Bielorrusia? ¿Hasta qué punto les decepcionó la retirada de Prigozhin? Si se mantienen unidos y conservan sus armas, aún pueden causar problemas; ¿quién se ofrecerá voluntario para desarmarlos?", se pregunta Lawrence Freedman, del King's College.
Sobre todo, ¿pueden las autoridades rusas prescindir de estos combatientes experimentados con el telón de fondo de la guerra en curso en Ucrania? Algunos destacados políticos rusos se lo preguntan públicamente. "Desarmarlos y desmantelarlos sería el mejor regalo para la OTAN y los ucranianos", afirma Andrei Kartapolov, jefe de la comisión de defensa del parlamento ruso y ex viceministro de defensa (citado por The Wall Street Journal).
Mientras tanto, los ucranianos intentan tentar a la suerte. Cuarenta y ocho horas después de la insurrección fallida que sacudió Rusia, las fuerzas armadas de Kiev anunciaron que habían retomado la ciudad de Rivnopil, en la región de Donetsk, hasta ahora en manos de soldados rusos.