
Las elecciones federales alemanas del 23 de febrero de 2025 se celebran en un contexto económico muy difícil. A finales de enero, Destatis, la oficina federal de estadística, confirmó que el PIB del país se había contraído un 0,2 % en 2024. Esta caída continúa el retroceso del 0,3 % registrado en 2023.
Dos años de contracción del PIB es un fenómeno muy raro: con la excepción de 2002 y 2003, cuando el PIB se redujo un 0,2 % y luego un 0,5 %, nunca había ocurrido en la historia económica de la República Federal de la posguerra.
A esto se suma un elemento aún más preocupante: desde 2018, la economía alemana está prácticamente estancada. Entre el último trimestre de 2018 y el último de 2024, es decir, en seis años, el PIB trimestral ha aumentado un 0,7 %. En otras palabras, Alemania no ha crecido en más de media década y el país ha vuelto a ser, como hace un cuarto de siglo, “el enfermo de Europa”.
Para los responsables políticos alemanes es un gran impacto, después de veinte años de crecimiento sostenido, impulsado por las exportaciones y los salarios industriales. Porque es el motor tradicional de la economía alemana el que se ha derrumbado. En 2024, el valor añadido del sector manufacturero cayó un 3 %, mientras que en 2022 y 2023 todavía había experimentado un ligero crecimiento (+0,6 % y +0,9 %, respectivamente). Este descenso se enmarca en un deterioro de la cuota de mercado internacional de Alemania. Las exportaciones disminuyeron un 0,8 % en 2024, tras un descenso del 0,3 % en 2023.
Crisis industrial
La producción industrial cayó un 4,5 % en 2024. En diciembre, su nivel estaba un 10 % por debajo de la media de 2021, con un nivel mensual equivalente al de mayo de 2020, al final de la crisis sanitaria. Los bienes de inversión, que constituían el punto fuerte de la industria alemana, especialmente con las máquinas herramienta, mostraron una producción que disminuyó un 5,2 % en un año en diciembre de ese año, y un 7,6 % en comparación con diciembre de 2019. Pero los bienes duraderos, que incluyen la poderosa industria automotriz, también han registrado una caída de la producción del 2,9 % en un año y del 4,4 % en cinco años.
Bien es cierto que los pedidos a la industria se recuperaron en diciembre de 2024, pero además de que estos datos son muy volátiles, hay que destacar que, a pesar de este aumento mensual del 6,8 %, el nivel de pedidos sigue siendo un 5,8 % inferior al de diciembre de 2023.
En consecuencia, la inversión productiva también está experimentando un importante descenso. En 2024, la inversión en maquinaria y equipos, es decir, el esfuerzo para reforzar la capacidad productiva, disminuyó un 5,5 %, tras un descenso del 0,8 % en 2023. Esto significa que el propio crecimiento futuro se ve obstaculizado cuando, en los dos últimos años, la productividad media del trabajo en Alemania, medida como la evolución del PIB por hora de trabajo, ha disminuido un 0,6 % en 2023 y un 0,1 % en 2024.
La crisis industrial es, por tanto, profunda y general. No puede tratarse de una crisis puramente coyuntural, ya que está completamente desconectada de la evolución de la demanda mundial. La realidad es que los productos alemanes están perdiendo terreno en los mercados mundiales porque su relación calidad-precio, es decir, la relación entre su precio y su posicionamiento tecnológico, se ha deteriorado considerablemente.
Los industriales alemanes han invertido poco y mal, mientras que sus competidores, en primer lugar los chinos, han invertido masivamente. El resultado es que los fabricantes alemanes se han vuelto cada vez menos capaces de ofrecer productos que justifiquen sus elevados precios con una calidad y un rendimiento superiores. El encarecimiento del precio de la energía por el conflicto en Ucrania no ha ayudado mucho. Las empresas alemanas han perdido terreno en mercados de fuerte crecimiento como los de los vehículos eléctricos, los paneles solares o las turbinas eólicas. Pero en 2024, la crisis ha afectado a nuevos sectores como el químico.
El núcleo del modelo económico alemán se encuentra por tanto en una profunda crisis estructural. Por otro lado, los demás sectores de la economía luchan por compensar el impacto. La construcción, que antes de la crisis sanitaria había sostenido el crecimiento, muestra una caída de su valor añadido del 3,8 % en 2024, el quinto año consecutivo de descenso significativo. La subida de los tipos de interés del Banco Central Europeo (BCE) sumió al sector en una crisis aún más profunda que la de la industria: en 2024, el nivel de inversión en construcción es un 13,2 % inferior al de 2020.
Consumo a bajo régimen
Queda el consumo, el único sector que crece en 2024. Pero el consumo de los hogares solo aumenta un 0,3 % en volumen. Los salarios reales se han recuperado: en el tercer trimestre, aumentaron un 2,9 %, pero esa dinámica solo compensa parcialmente la caída del nivel de vida durante el período de fuerte inflación de 2022 y 2023. Los salarios reales siguen siendo un 2 % inferiores a los del tercer trimestre de 2021, e incluso por debajo de los del tercer trimestre de 2018.
Esto ha tenido consecuencias negativas en el consumo y el estado de ánimo de los hogares. En primer lugar, el consumo sigue siendo bajo y se concentra en lo “esencial” o, más bien, en las “necesidades”. Los gastos sanitarios son los que más aumentan (+2,8 % en 2024), mientras que los gastos en hostelería y restauración disminuyen un 4,4 %. En otras palabras: los que impulsan el consumo son los gastos obligatorios. Por lo demás, los hogares alemanes prefieren ajustar sus gastos a la baja y aumentar sus ahorros.
El único apoyo real al crecimiento, y lo que ha evitado una contracción aún mayor del PIB, son los gastos del Estado. El consumo público aumentó un 2,6 %, lo que contribuyó a apoyar entre otros el ámbito social, cada vez más indispensable en una Alemania envejecida y con casi el 21 % de la población amenazada por la pobreza. De este modo, el gasto público ha podido apoyar al sector de la salud y los servicios personales que, a su vez, apoya al sector global de servicios, que aumentó su valor añadido en un 0,8 % en 2024.
Este rendimiento relativo del sector servicios permite que el empleo se mantenga bastante bien, a pesar de la magnitud de la crisis. Según las últimas cifras de la Agencia Federal de Empleo (BA), la tasa de desempleo nacional solo ha aumentado 0,3 puntos, hasta el 6,2 % de la población activa. Aunque, según la Oficina Internacional del Trabajo (OIT), que incluye a todos los activos que trabajan al menos una hora a la semana, sigue siendo una de las más bajas de Europa, con un 3,4 %, aunque ha subido 0,3 puntos.
Pero esta estabilidad oculta cambios en el empleo en Alemania. Según la BA, en un año, la industria manufacturera destruyó 101.000 empleos y la construcción 30.000, mientras que el sector de la salud y la atención creó 125.000 empleos.
Este cambio conduce a la creación de empleos peor remunerados porque, desde el punto de vista del capital, son menos productivos. De hecho, es en estos sectores donde se encuentran la mayoría de los empleos precarios y a tiempo parcial. Esto también explica la elevada tasa de ahorro de los hogares alemanes, a los que solo preocupa una reaparición de la inflación, sino que también deben ahorrar para protegerse contra una transferencia de empleos a un sector donde los salarios son más bajos.
En resumen, la situación alemana es muy preocupante. A diferencia de la crisis de principios de la década de 2000, la República Federal carece de alternativas de crecimiento. En aquel entonces, dos fenómenos conjuntos habían permitido la reanudación del crecimiento. La introducción del euro, junto con la moderación salarial, había dado una ventaja competitiva a la industria alemana frente a sus competidores europeos. Al mismo tiempo, la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC) y su fuerte crecimiento habían abierto mercados a los industriales alemanes.
Ninguno de estos dos fenómenos se dan ahora. Los motores de crecimiento son débiles y China ahora es más competidora que cliente. Las amenazas proteccionistas procedentes de Estados Unidos, la falta de una fuente de energía barata y el retraso del sector industrial parecen factores para una crisis prolongada y estructural.
Alemania tendrá muchas dificultades para cambiar a un régimen centrado en el consumo de los hogares y los servicios, ya que está especializada en servicios de bajo nivel y su productividad es ahora demasiado baja para soportar un aumento sostenible de los salarios. En resumen, el capitalismo alemán está en un callejón sin salida.
Respuesta política de pésima calidad
Lo que llama la atención, en vista de esta situación, es la debilidad de las propuestas de los partidos políticos. La campaña electoral ha sido sobre todo una campaña de denegación. Todas los partidos con posibilidad de entrar en el Bundestag consideran la crisis económica como coyuntural y pasajera. Todo el mundo parece estar seguro de que volverá el crecimiento de los años 2000 y 2010. Esta negación a aceptar el carácter estructural de la crisis se explica por la costumbre de ver a Alemania como un modelo en Europa y por la experiencia de la recuperación tras la crisis de 2002-2003.
La derecha, ya sea la CDU-CSU o la liberal FDP, considera que esta crisis es producto de las normas establecidas por Los Verdes y los socialdemócratas. Contra la “recesión verde”, proponen pues una “reducción de la burocracia” y nuevas bajadas de impuestos, retomando el discurso patronal. Pero es poco creíble que, de repente, entre 2018 y 2024, la burocracia alemana haya provocado un hundimiento de la producción industrial de tal magnitud.
Por otro lado, el SPD y Los Verdes defienden una política de apoyo público directo a las industrias, es decir, a quienes que han tomado las decisiones equivocadas que han llevado a la situación actual. No se propone ninguna planificación seria, sino que se sustituye por una transferencia de ayudas y subvenciones al sector privado.
La extrema derecha de la AfD, por su parte, defiende posiciones confusas, que van desde la protección de los servicios públicos y las transferencias sociales (solo para los nacionales, por supuesto) hasta posiciones libertarias al estilo Elon Musk o el ordoliberalismo arcaico basado en la salida del euro. No se contempla seriamente ningún cambio radical del modelo.
A la izquierda, los “conservadores” del BSW de Sahra Wagenknecht también proponen un plan de apoyo al Mittelstand, las grandes PYME alemanas, mientras que Die Linke propone un plan de redistribución sin pensar realmente en cuestionar las condiciones de producción.
En general, la política alemana está pues en la negación ante la crisis. Están dispuestos a repetir las artimañas del pasado. La CDU-CSU propone así una “Agenda 2030”, para reivindicar la “Agenda 2020” de Gerhard Schröder de hace un cuarto de siglo. Todo ello, obviamente, con la firme voluntad, bastante generalizada, de reducir el déficit y bajar los impuestos.
El debate sobre el “freno a la deuda” constitucional ni siquiera ha aparecido de verdad durante la campaña. Los Verdes y el SPD quieren revisarlo para aumentar las inversiones públicas. El candidato de la CDU había abierto el camino a esta posición al principio de la campaña, pero luego las filas conservadoras se han negado a cuestionar esa disposición. En cualquier caso, no es seguro que sea suficiente una flexibilización para salir del atolladero, ya que no existe realmente ningún proyecto de modelo económico alternativo.
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Ante tal oferta, no es de extrañar que la población alemana esté desilusionada con la política o se vuelque hacia la extrema derecha. La situación de los votantes no es, en este sentido, muy diferente a la de los votantes americanos de 2024. Aunque al otro lado del charco el crecimiento formal es fuerte y en Alemania inexistente, el mundo laboral está sufriendo, en su nivel de vida, las consecuencias de la crisis global del capitalismo.
Traducción de Miguel López