Alemania reedita la Gran Coalición: dos viejos conocidos se alían frente a una ultraderecha al acecho

Después de tres años en los que el debate público alemán ha girado en torno a los “nuevos tiempos”, han reaparecido los viejos métodos. Esa es la impresión que se desprende del acuerdo de coalición alcanzado entre los socialdemócratas del SPD y la derecha cristianodemócrata, es decir, la CDU y su aliada bávara la CSU. Ahora, ese acuerdo debe ser aprobado por los partidos, un procedimiento exótico desde la perspectiva francesa, pero muy habitual al otro lado del Rin.
Por parte de la CDU, la cuestión se decidirá en un congreso especial, en formato reducido, el 28 de abril. En la izquierda, desde el martes 15 de abril y hasta finales de mes, las bases del SPD votarán sobre el resultado de las negociaciones. En 2018, consultada sobre un escenario idéntico, la militancia aprobó la gran coalición por un 66 % de los participantes. Este año también, según analiza el semanario Der Spiegel, la propensión de los militantes a favorecer la “estabilidad” debería reforzar a la dirección del SPD.
Pero algunas voces internas se han alzado en defensa del voto en contra. Los Jusos (Jungsozialisten, la rama juvenil) han expresado su oposición al texto. Por sí solos no pueden hacer fracasar la votación, pero junto a ellos podría rebelarse todo el ala izquierda del partido.
Este fin de semana, las declaraciones de Friedrich Merz, llamado a formar Gobierno como canciller por la CDU, dieron pie a la oposición al sugerir que podrían no aplicarse medidas que son clave para el SPD. “Dudar abiertamente del acuerdo de coalición en puntos esenciales para nosotros, como el aumento del salario mínimo, [...] no ayuda en absoluto a construir la confianza que tanto necesitamos”, se quejó Tim Klüssendorf, portavoz de La Izquierda Parlamentaria, uno de los grupos del partido en el Bundestag.
¿El nuevo contrato de coalición será el adecuado para los retos a los que se enfrenta Alemania? ¿Y qué dice sobre el modo de gobierno de este país?
Una nueva “norma” de gobierno
Primera observación: de las siete legislaturas desde principios de la década de 2000, esta sería la cuarta en la que gobernarían juntos la CDU y el SPD, con este último en posición de socio “menor”. Con anterioridad, ese formato denominado “gran coalición” sólo se había experimentado en la antigua Alemania Occidental, entre 1966 y 1969.
“Solo bajo el mandato de Merkel se convirtió en un modo de gobierno habitual”, observa Martin Baloge, profesor e investigador de la Universidad Católica de Lille y autor de La Politique en Allemagne (edic. La Découverte, 2024). “En el siglo XX, este sistema de poder era improbable; en el siglo XXI, se ha convertido prácticamente en la norma”.
Hace veinte años, la CDU y el SPD representaban casi el 70 % de los votos. En 2025, su resultado acumulado solo alcanzó el 45 %
La causa es la fragmentación y la polarización del sistema partidista. La base electoral de los partidos históricos de gobierno ha envejecido y se ha reducido, y la distancia ideológica con sus competidores ha resultado de difícil adaptación, ya sea a la izquierda con Die Linke o a la derecha con la Alternativa para Alemania (AfD). Pero, a pesar de todo, dado que comparten grandes orientaciones (la adaptación al neoliberalismo, el compromiso con la integración europea...), se han visto impulsados a cooperar con mayor frecuencia que antes.
“La gran coalición se ha convertido en la rueda de repuesto del parlamentarismo alemán”, comenta Martin Baloge. El adjetivo “gran”, por cierto, es cada vez más exagerado. Hace veinte años, la CDU y el SPD representaban cerca del 70 % de los votos. En 2025, su resultado acumulado solo alcanzó el 45 %. Pero a lo largo de ese declive, ambos partidos han adquirido hábitos de trabajo en común. “Si las negociaciones han sido rápidas es porque se conocen muy bien”, analiza el politólogo. “Tienen arraigada la técnica del compromiso”.
En la web de Grand Continent, un equipo de investigación ha estimado que en el documento final están representadas a partes iguales las prioridades programáticas de la CDU y el SPD. Esto refleja el hecho de que ninguno de los dos partidos, con uno de los peores resultados de su historia, está en condiciones de dominar la agenda. Con menos del 20 % de los votos, el SPD puede considerarse afortunado por acceder a siete carteras ministeriales, entre ellas la de Finanzas (la más importante después de la Cancillería).
Más que el equilibrio entre socios, lo que llama la atención al leer el documento es su carácter clásico y la vaguedad de muchos de los compromisos. Algo notable si se compara con la magnitud de los retos a los que se enfrenta Alemania. En pocos años se han desintegrado los fundamentos de su prosperidad y seguridad: el “comercio blando” no ha impedido las transgresiones bélicas del régimen ruso, ni que la industria se vea en dificultades por la competencia china, mientras la administración Trump está rompiendo con las democracias liberales del continente.
En el plano económico, una evidente falta de ambición
Muchos observadores están hablando ya de un “cambio de época” en relación con las dos grandes medidas acordadas por la CDU, la CSU y el SPD antes del inicio de la nueva legislatura: la modificación del freno constitucional al endeudamiento en nombre de la defensa del país; y la creación de un fondo de inversión e infraestructura fuera del presupuesto, por un importe de 500.000 millones de euros. Pero el término “cambio de época” parece exagerado.
En primer lugar, porque este “freno al endeudamiento” votado en 2011 se había convertido, desde la crisis sanitaria, en un tótem inaccesible. El canciller saliente, Olaf Scholz, había suspendido su aplicación cada año por ser poco realista. El acuerdo de coalición no dice nada sobre las modalidades de adaptación de un sistema que seguirá siendo constitucional. Sin duda, los próximos meses enfrentarán a los tres partidos para definir los contornos de los nuevos límites.
Se está perfilando una política presupuestaria: ventajas y subvenciones para el capital, a costa de sacrificios para el mundo laboral y el Estado social
Una cosa parece segura: no habrá alegrías presupuestarias. El acuerdo de coalición es muy claro al respecto: “El presupuesto federal seguirá sometido a una fuerte presión de consolidación”. Además de la sustitución del Bürgergeld, una renta básica ciudadana, por un sistema que ejerce presión sobre sus beneficiarios, la gran coalición dedica varias páginas a la “reducción de la burocracia”. Se ha fijado el objetivo de eliminar un 8 % de puestos en la administración para reducir el gasto en un 10 %.
Pero sin duda eso no será suficiente, ya que, al mismo tiempo, la coalición ha multiplicado los regalos fiscales a su clientela. La medida más simbólica es el aumento de la deducción fiscal para los contribuyentes que utilizan su coche para ir a trabajar. Esa medida es una promesa tradicional de la CSU bávara, que la convierte en condición para su adhesión a cada coalición. Costará 1.000 millones de euros al año.
Pero la coalición también ha acordado un punto central del programa de la CDU: la reducción de los impuestos a las empresas con una bonificación a las inversiones hasta 2027, seguida de una reducción anual de un punto porcentual del impuesto de sociedades durante cinco años. Dado que la coalición también ha prometido una reducción del impuesto sobre la renta para las rentas bajas y medias, el coste podría ser considerable. Pero esta reducción del IRPF fue puesta en duda por Friedrich Merz en su entrevista televisiva del domingo 13 de abril.
No se ha reflexionado sobre el lugar que ocupa el capitalismo alemán en la economía mundial
En resumen, se perfila una política presupuestaria bastante clásica del “centrismo europeo” de nuestro tiempo: ventajas y subvenciones para el capital, a costa de sacrificios para el mundo laboral y el Estado social. Desde este punto de vista, el cuestionamiento implícito por parte de Friedrich Merz del aumento del salario mínimo interprofesional a 15 euros por hora (frente a los 12,82 actuales) confirma dónde pretende encontrar ajustes esta coalición.
Queda la cuestión del fondo de inversión de 500.000 millones de euros, que representa el 11 % del PIB anual del país. Según una antigua tradición alemana, este fondo excepcional será “extrapresupuestario” y, por lo tanto, no se contabilizará en el presupuesto federal. Contará con sus propios ingresos para reembolsar la deuda contraída para alimentarlo.
El gasto se concentrará en infraestructuras, cuyo estado es preocupante, en gran parte debido a los años de austeridad aplicados por la CDU con el apoyo del SPD. Al igual que con el freno al endeudamiento, a estos partidos les gusta presentarse como la solución a sus propios errores. De hecho, son precisamente los errores del pasado, los mismos que Friedrich Merz defendía todavía durante la campaña electoral, los que se han vuelto insostenibles.
En realidad, nos encontramos de nuevo en la corriente neoliberal dominante. El apoyo del Estado federal se centra en salvaguardar el modelo existente. En el acuerdo de coalición se repiten los mismos estribillos que llevan décadas recitando las élites europeas: una “ofensiva en materia de innovación” con sus corolarios de moda como la inteligencia artificial, respaldada por la bajada de impuestos, la reducción de las normas y las ayudas públicas.
No se reflexiona en absoluto sobre el lugar que ocupa el capitalismo alemán en la economía mundial. El acuerdo de coalición se limita a mostrar objetivos de statu quo como “seguir siendo un gran país industrial”. Pero, ¿cómo encajar en un esquema en el que Estados Unidos se va a atrincherar y China va a ganar poder en los mercados alemanes, incluidos los de más fuerte crecimiento?
Por supuesto, el gasto en infraestructuras y armamento puede sostener el crecimiento durante un tiempo, pero este efecto no debe ocultar un triple desafío: ningún plan de reactivación es eficaz desde el punto de vista económico sin una visión a largo plazo, de la que carece la coalición; no hay plan de reactivación eficaz sin un apoyo duradero a la demanda interna, lo que no será el caso; y no hay plan de reactivación eficaz sin un apoyo directo al mundo laboral, algo que no preocupa a esta coalición.
El ejemplo del fracaso del plan Biden, centrado en el apoyo al capital, podría haberla puesto en alerta. Sobre todo porque la situación alemana es mucho más delicada que la americana, con una economía estancada desde hace seis años y un problema de especialización que se ha hecho evidente.
Defensa y seguridad: cambios por confirmar
En materia geoestratégica, las declaraciones o decisiones más espectaculares ya se hicieron antes del acuerdo de coalición. Merz, conocido por su atlantismo, reaccionó negativamente a los intentos de la Administración Trump de acercarse a Moscú a expensas de Ucrania y sus apoyos europeos.
Incluso antes de las elecciones, defendió el interés de “hablar con los británicos y los franceses para saber si su protección nuclear podría extenderse [a Alemania]”. Sobre todo, negoció con el SPD una modificación de la Constitución para permitir un mayor endeudamiento, a condición de que sea destinado al rearme del país. Recientemente, ha defendido el suministro de misiles de largo alcance tipo Taurus a Ucrania, una línea roja para el anterior gobierno de Olaf Scholz, y queda por ver si el SPD está ahora dispuesto a ceder.
El acuerdo subraya claramente la voluntad de acercarse a Londres en materia de cooperación, seguridad y defensa
¿Estamos ante un verdadero punto de inflexión, cuando Scholz había tenido dificultades para traducir en hechos lo que había anunciado con palabras tras la invasión total de Ucrania? En el acuerdo, las cuestiones de defensa y seguridad ocupan un lugar relativamente reducido, en el quinto apartado del capítulo. Y las primeras líneas, dedicadas a las grandes orientaciones de la política exterior, pretenden ser muy generales, pudiendo caer en contradicciones.
Por un lado, se afirma que “por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, Alemania y Europa deben estar en condiciones de garantizar por sí mismas su seguridad de forma mucho más completa”. Por otro, el texto evoca “la importancia fundamental de la alianza transatlántica y de la estrecha cooperación con los Estados Unidos”. Se reafirma al mismo tiempo la permanencia de la política exterior alemana y se reconoce la “amenaza” rusa, la “rivalidad” china y la desinversión del aliado estadounidense.
Se introducen algunas disposiciones nuevas. Gesine Weber, investigadora del German Marshall Fund of the United States, considera importantes “la creación de un ‘Consejo de Seguridad Nacional’, que tendrá por objetivo mejorar la coordinación entre los distintos ministerios; o la introducción del modelo sueco de servicio militar [basado en el voluntariado y la selección, ndr]”. También destaca que “el apoyo a la perspectiva de la adhesión de Ucrania a la OTAN” contrasta con la vacilación del gobierno saliente.
Gesine Weber señala también que el acuerdo de gobierno exige marcos y métodos ad hoc para facilitar las iniciativas comunes en materia de defensa de Europa. “Después de Ucrania y Estados Unidos”, observa, “el Reino Unido es el primer país mencionado en la sección de política exterior, y el acuerdo subraya claramente la voluntad de acercarse a Londres en materia de cooperación, seguridad y defensa”. En el ámbito de la UE, la CDU y el SPD desean “hacer posibles más decisiones por mayoría cualificada en el Consejo de la Unión Europea” en cuestiones diplomáticas y militares.
Por último, la gran coalición muestra su orientación más conservadora al incluir la cuestión migratoria en el capítulo sobre seguridad interior. Aunque afirma que Alemania debe seguir siendo “un país acogedor para los inmigrantes”, es para poder aplicar mejor una serie de restricciones.
Esas restricciones se refieren a la suspensión de “programas federales de acogida voluntaria (por ejemplo, sobre Afganistán)”; la suspensión del derecho a la reagrupación familiar para determinadas categorías de solicitantes; o el examen de las solicitudes de asilo, rechazando a las personas que las hayan presentado fuera de las fronteras. El nuevo Gobierno desea, de paso, ampliar la lista de “países seguros” a los que deportar a esas personas y poder modificar dicha lista por decreto.
No obstante, habrá que observar en qué medida estas intenciones restrictivas serán o no compatibles con el derecho nacional y europeo.
El espectro de la extrema derecha
Tras una campaña electoral especialmente polarizada, el programa del nuevo gobierno se presenta conciliador y sin rupturas significativas con las políticas públicas ya aplicadas. No hay nada a la altura de la desarticulación de la economía política del país. Los cambios en materia de seguridad y defensa son reales, pero aún prudentes. Y el endurecimiento en materia migratoria, medio negado, no puede más que alentar a la AfD a subir el listón y afirmarse como principal oposición.
De hecho, una gran coalición en 2025 no conlleva exactamente los mismos riesgos que antes, cuando la AfD rondaba el 10% de los votos. Ahora, ese porcentaje se ha duplicado y las encuestas de opinión más recientes sitúan al partido de extrema derecha a la par con la CDU.
Hay que recordar que el avance de la AfD se ha producido, en parte, gracias a la decepción que Angela Merkel suscitó entre los sectores más conservadores de su electorado. Merz podría obtener el mismo resultado, a pesar de haberse presentado durante años como “el anti-Merkel”. Sus concesiones en materia de cuentas públicas, fiscalidad o incluso inmigración sólo pueden ser mal recibidas por quienes esperaban “por fin” un mayor conservadurismo.
La mezcla es explosiva: la derecha adopta una táctica de acomodación con los retos de la extrema derecha, cuyos efectos a medio plazo son generalmente desastrosos, pero probablemente ni siquiera será capaz de cumplir lo prometido.
Alemania parece abocada a las coaliciones para formar gobierno
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Por parte del SPD, el reto sería reconquistar un electorado activo perteneciente a los sectores populares y a las clases medias fragilizadas. Pero tras una derrota histórica, sigue siendo el ala derecha dominante la que lleva las riendas. A diferencia de la CDU durante los últimos cuatro años, explica Martin Baloge, «el SPD castigado se ha mantenido en el poder, en un contexto internacional incierto. Los outsiders no han tenido tiempo de afilar sus espadas.”
En el acuerdo de coalición, ambos partidos reconocen que la situación es grave: “Los partidos democráticos del centro político tienen una responsabilidad especial en la defensa y el fortalecimiento del orden liberal-democrático”. Pero la capacidad de este centro político para dotarse de los medios necesarios para asumir esta responsabilidad parece limitada. La gran coalición se ha limitado principalmente a reunir un conjunto de medidas mínimamente aceptables para ambos socios, en lugar de estar a la altura de las circunstancias.
Traducción de Miguel López