Se parece bastante a un buen liftinglifting. La izquierda norteamericana, que arrastra en las últimas décadas un problema de imagen, está de vuelta, eso sí, con aires renovados gracias a la eficaz campaña de Bernie Sanders. Para los que no lo han seguido, el senador demócrata del pequeño Estado de Vermont (el lector puede pensar en productos bio y en artesanía bohemio-burguesa) sorprendió a propios y a extraños desde el inicio de las primarias del Partido Demócrata de hace exactamente un año. Sanders llena los anfiteatros de jóvenes y de menos jóvenes exaltados, inspirados por quien se dice “socialista”, que tiene 73 años y que ha prometido que las universidades públicas serán gratuitas, así como la creación de un sistema público sanitario.
Probablemente, la primera sorprendida ante semejante éxito sea Hillary Clinton, para quien la campaña de las primarias debía ser un paseo, pero se ha convertido en un lamentable ejercicio de seducción. También en lo que respecta a mujeres y feministas con quienes creyó que podía contar. Pero no. Las jóvenes generaciones ven el momento actual con otros ojos (en marzo, más de 1,5 millones de electores con derecho a voto, con edades comprendidas entre 18 y 30 años, habían votado a Sanders, más que por Clinton y Trump juntos). “Un político que defiende políticas de redistribución nos parece más feminista que una mujer candidata en las filas demócratas, aunque su presencia indique un avance real”, resume Sarah Leonard, ensayista y periodista en el semanario progresista The Nation. Leonard forma parte de las voces de izquierdas –candidatos electos, miembros de think thanks, escritores– hemos entrevistados para medir el alcance y el impacto de la campaña de Bernie Sanders en la izquierda norteamericana, con independencia de cuál sea el resultado que finalmente obtenga.
El senador lo ha dicho ya e insiste: seguirá en campaña hasta la celebración de la convención del partido, prevista para finales de julio, cuando se designará al candidato a las presidenciales. Y eso a pesar de que Hillary Clinton le supera –suma 2.183 delegados y superdelegados, frente a los 1.406 que tenía Sanders hasta el pasado martes 3 (hacen falta 2.383 para ser nominado)– y de que cada vez es más difícil acortar distancias puesto que las elecciones primarias demócratas son proporcionales. No obstante, Sanders confía en las 13 elecciones primarias que todavía quedan por delante, después de imponerse este martes en Indiana.
Las llamadas a la confluencia o al abandono de la campaña, con el objetivo de que el partido pueda prepararse para la batalla electoral de noviembre, parece dejarle indiferente. El pasado fin de semana, se mostraba más determinado que nunca y llegó incluso a decir que la convención podría ser reñida, es decir, empezar sin que ninguno de los candidatos cuente con una mayoría absoluta de delegados. Más tarde, Sanders croncretaba sus palabras. Y es que considera antidemocrático el sistema de los superdelegados, que permite a los responsables del partido apoyar a los candidato de su elección. Calcula que de los 520 cargos electos que han apoyado a Clinton, algunos debería cambiar el sentido del voto, respetar el sufragio popular del Estado y alinearse con él. Las posibilidades de que se atiendas sus peticiones, ante de julio, son escasas, pero este discurso permite a Sanders criticar las reglas en vigor en el seno el partido e instar a su reforma.
Sin embargo, aunque esta perseverancia fuerza su respeto, los progresistas dicen estar menos preocupados por las probabilidades de victoria de Sanders que por el impacto de la campaña sobre la izquierda. El senador podrá jactarse de haberlo redinamizado. “Los límites de lo que podía decirse en política, en Estados Unidos, han cambiado sin lugar a dudas. Ahora uno puede decir que es socialista y ser tomado en serio, lo que supone un cambio importante”, señala Jedediah Purdy, profesor de Derecho y autor de una serie de obras sobre la identidad política americana populares en los medios intelectuales progresistas. “Ahora es más fácil imaginarse y decir que se es de izquierdas. Por contra, la referencia al excepcionalismo norteamericano, que ocupó tanto espacio en la identidad política americana en el siglo XX, está en franco retroceso”.
Sarah Leonard, del semanario progresista The Nation, abunda en su sentido. Aunque recuerda que el electorado de Sanders no representa más que una pequeña porción del electorado norteamericano total, observa un interés creciente por el “socialismo”, sobre todo entre los más jóvenes. La autora de la obra coral titulada El futuro que se quiere: ideas radicales para un siglo nuevo, precisa: “Cuando intervenimos en los campus, los estudiantes se embarcan en grandes debates sobre el socialismo. Es bastante increíble y a veces curioso, un poco naïf. Vivimos tiempos de crítica al capitalismo y de búsqueda de otras cosa, de apertura de espíritu y de aprendizaje”.
En este punto, la etiqueta “socialista” parece un saco en el que cabe todo, a veces confuso, pero remite a la idea de que, en Estados Unidos, por fin es posible hablar de problemas sociales en lugar de fracasos individuales, de abogar por la solidaridad en lugar de por la competitividad o de rechazar la inseguridad económica. “Lo que, en buena lógica, lleva a interesarse por candidatos partidarios de las políticas de redistribución”, opina Sarah Leonard.
Fuerzas vivas
Este proceso se inició antes de la aparición del fenómeno Bernie Sanders, cuya campaña comenzó en el momento oportuno y permitió revelar a nivel nacional los avances locales de la izquierda, que a veces había quedado en un segundo plano. “Occupy Wall Street fue la primera de una serie de oleadas que marcaban la progresión de la izquierda en los últimos cinco años, de la lucha por el aumento del salario mínimo al movimiento Black Lives Matter. La elección de la senadora Elizabeth Warren en 2012 marcó un punto de inflexión. Por fin teníamos a alguien que articulaba perfectamente nuestros problemas económicos y sociales y las soluciones a aportar”, resume Neil Sroka. Es portavoz de Democracy for America, una organización fundada por Howard Dean tras su campaña infructuosa en las primarias demócratas de 2004, que financia las campañas de candidatos progresistas y promueve sus ideas. La organización, que apoya a Bernie Sanders, ha obtenido 1,5 millones de dólares. “¡Más que en ninguna otra campaña en sus 12 años de existencia! Sin contar con los voluntarios movilizados y formados durante la campaña: son las fuerzas vivas que garantizan el futuro de la izquierda americana”, dice con entusiasmo.
La organización tiene razones para darse por satisfecha este año; aunque Bernie Sanders atrae toda la atención, el ciclo electoral está marcado por la entrada en campaña de otros candidatos progresistas que tienen la intención de promover a políticos socialdemócratas. Es el caso de Zephyr Teachout, candidata a las primarias demócratas aspirante a ocupar un escaño por el Estado de Nueva York. Profesora de Derecho, especialista en corrupción política, insiste en la necesidad de revisar el sistema de financiación de las campañas o de invertir en energías renovables. En Florida, Tim Canova hace campaña en contra del Tratado de Libre Comercio. Depende financieramente, como Sanders (para quien ya ha trabajado en el Senado), de los pequeños donantes. En Nevada, Lucy Flores insiste en el aumento del salario mínimo a 15 dólares a la hora y en la defensa de los derechos de la comunidad LGTB. Su campaña despegó cuando recibió el apoyo oficial de Sanders.
Estas candidaturas son interesantes por diferentes motivos. Uno de ellos es que ilustran a la perfección una batalla bastante menos mediática pero tan central como las presidenciales: las elecciones al Congreso, donde están en juego 469 escaños. Para los demócratas, los comicios son decisivos ya que podrían recuperar la mayoría en el Senado (les faltan 5 escaños y 30 en la Cámara). Lo que daría a un presidente demócrata mayor autonomía para reformar el país y permitiría a los demócratas ser una fuerza de oposición más que de oposición. En esta situación, un grupo sólido de representantes que encarnan la izquierda podría tener voz en este capítulo.
Así las cosas, numerosos progresistas, de Democracy for America a un comité de acción política recién creado, apuestan sobre este escenario. Brand New Congress, lanzado la semana pasada por militantes proSanders, tiene como objetivo financiar candidaturas de izquierdas en el Congreso y ya tiene la mirada puesta en las elecciones parlamentarias de 2018. ¡El tiempo necesario para encontrar candidatos idóneos!
Pero todavía queda margen. “Hay algunas personalidades muy interesantes que hacen campaña en estos momentos, pero uno o dos representantes no bastarán para institucionalizar la izquierda en Estados Unidos”, dice Jedediah Purdy. Si es así de implacable, es que el problema no es nuevo. El sistema bipartidista norteamericano favorece a las grandes coaliciones. Bajo el paraguas del Partido Demócrata, calificado de “gran tienda” y en el que tienen cabida diversos grupos, está dominada por el ala centrista y ha decepcionado, por no decir olvidado, a su ala izquierda. En cuanto a los que han elegido militar fuera del partido, por ejemplo, sumándose al Partido de los Verdes, preocupados desde su creación de la justicia social, se alejan de los centros de poder.
Los debates que central actualmente a la izquierda norteamericana se centran en la estrategia que se debe adoptar para que el movimiento actual deje huella en el Partido Demócrata. Dicho de otro modo, que las fuerzas se reequilibren en detrimento del ala centrista y en beneficio del ala progresista. Algunos piensan que es imposible, otros consideran que es la única opción válida.
En este contexto, Bernie Sanders ha optado por seguir adelante con su campaña por una razón simple: si no es nominado quiere llegar a la convención del partido con el máximo número de delegados, para poder tener toda la legitimidad a la hora de imponer sus puntos de vista. En tal caso, algunas de sus principales propuestas, como la puesta en marcha de un sistema de sanidad público o la prohibición del fracking, puede figurar en el programa del Partido Demócrata. Un documento sobre todo simbólico porque no es vinculante... Bernie Sanders podría querer negociar una revisión de las reglas que enmarcan las elecciones primarias a cambio de su apoyo al nominado. Eso sí, a día de hoy, nada indica que vaya a ser escuchado, ni se vaya a respetar su palabra.
Entonces, será el momento de que la izquierda americana retome la senda de los movimientos ciudadanos. “A falta de un gran partido de izquierdas, estos movimientos constituyen el mejor modo de conseguir progresos sociales en estados Unidos”, apunta Sarah Leonard, que señala una miríada de iniciativas locales recientes y prometedoras en defensa de la justicia social, contra el racismo, en beneficio de la protección de los derechos de los trabajadores. Luchas que benefician ya a la energía y a la experiencia adquirida por los miles de militantes voluntarios que participan en las campañas de los candidatos de izquierda que han irrumpido en 2016.
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Traducción: Mariola Moreno
Leer el texto en francés:
Se parece bastante a un buen liftinglifting. La izquierda norteamericana, que arrastra en las últimas décadas un problema de imagen, está de vuelta, eso sí, con aires renovados gracias a la eficaz campaña de Bernie Sanders. Para los que no lo han seguido, el senador demócrata del pequeño Estado de Vermont (el lector puede pensar en productos bio y en artesanía bohemio-burguesa) sorprendió a propios y a extraños desde el inicio de las primarias del Partido Demócrata de hace exactamente un año. Sanders llena los anfiteatros de jóvenes y de menos jóvenes exaltados, inspirados por quien se dice “socialista”, que tiene 73 años y que ha prometido que las universidades públicas serán gratuitas, así como la creación de un sistema público sanitario.