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Los trabajadores de EEUU vuelven a mirar a los sindicatos ante los abusos empresariales durante la pandemia

Miembros de la Unión de Trabajadores Automotrices marchan con pancartas durante una protesta como parte de una huelga contra General Motor en Detroit.

Steven Greenhouse (Mediapart)

A mediados de marzo alguien me preguntó si el covid-19 iba a provocar una oleada de sindicalización. Mi primera reacción fue negativa. ¿Cómo podrían los trabajadores afiliarse a un sindicato ahora que hay una distancia física y que la gente no puede ni siquiera reunirse presencialmente? Además, yo pensaba que los trabajadores tendrían tanto miedo por la pandemia que no estarían pensando en sindicarse.

Esta reacción era poco clarividente. No me había dado cuenta de hasta qué punto muchos trabajadores estaban furiosos por la manera insensible y despiadada en la que sus empresas les han tratado durante esta crisis. Muchos patronos no han levantado un solo dedo para dotarles de mascarillas o desinfectante para las manos. Muchos de esos trabajadores furiosos han reconocido que el medio más seguro para conseguir de sus jefes la protección que necesitaban era a través de la acción colectiva.

Hemos observado este movimiento en Amazon, McDonnald's, Domino's, Instacart, Perdue Farms, Whole Foods y en pequeñas tiendas de alimentación como la MOM's Organic Market de Filadelfia. Muchos trabajadores han integrado las medidas anti-covid en su lucha manteniéndose a un metro de distancia durante las manifestaciones en su centro de trabajo o utilizando coches para bloquear al drive-in de su McDonnald's.

Muchos de esos trabajadores se afiliarían sin duda a un sindicato mañana mismo si pudieran, a pesar de que el antisindical National Labor Relations Board, NLRB (Consejo Nacional de Relaciones Laborales) de Trump haya suspendido temporalmente todas las elecciones sindicales a finales de marzo.

Pero se ignora no obstante si toda la cólera y el activismo producidos por la crisis del coronavirus van a traducirse en un aumento de afiliación. La razón principal para que no sea así viene de lejos: cuando hay elecciones sindicales en los Estados Unidos, las reglas del juego se inclinan mucho en favor de las empresas y contra los trabajadores que intentan organizarse.

La profesora Kate Bronfenbrenner, de la Universidad de Cornell, ha hecho un estudio en el que se descubre que las empresas utilizan a veces tácticas de intimidación para obstaculizar las campañas de sindicalización. En su análisis, que trata sobre las elecciones sindicales supervisadas por el NLRB entre 1999 y 2003, el 57% de las empresas amenazó con cerrar sus puertas si los trabajadores se afiliaban y el 47% declaró que se reducirían los salarios o los beneficios sociales.

La profesora Bronfenbrenner ha comprobado que el 34% de las empresas ha despedido ilegalmente a partidarios del sindicato, el 28% ha intentado infiltrarse ilegalmente en el comité de organización sindical y el 22% ha utilizado ilegalmente “sobornos y beneficios especiales” para que los trabajadores voten contra un sindicato. Otro estudio sobre las elecciones de 2016 y 2017 ha revelado que las empresas han despedido a casi uno de cada cinco trabajadores que habían participado en campañas de sindicalización. La inclinación conservadora del poder judicial federal hace la sindicalización todavía más difícil.

Los patronos no solo exigen a menudo que los trabajadores escuchen a consultores antisindicalistas y miren vídeos antisindicales, sino que tienen derecho también a prohibir a los sindicalistas entrar en la propiedad de la empresa gracias a una decisión del Tribunal Supremo de 1992, que exalta el derecho a la propiedad privada más allá de los derechos y de las preocupaciones de los trabajadores.

En virtud de esa decisión, los empresarios pueden incluso prohibir a los sindicalistas colocar octavillas en los parabrisas de los coches en los aparcamientos de los empleados.

Durante la pandemia, muchos empresarios han estado más agresivos que nunca en su lucha contra los sindicatos. Amazon ha hecho todo lo posible para advertir de que no tolerará la sindicalización. La empresa despidió a Christian Smalls, punta de lanza de una huelga de trabajadores de su centro de Staten Island, que protestaban porque Amazon había hecho muy poco para protegerles del virus. Amazon ha despedido también a Bashir Mohamed, el principal activista obrero de un centro en Minnesota, así como a dos técnicos de Seattle que estaban abiertamente a favor del clima reivindicativo y habían criticado las condiciones de seguridad en los almacenes.

Whole Foods, una filial de Amazon, ha creado un mapa térmico que utiliza veinticinco parámetros, entre ellos los niveles de diversidad y el número de denuncias sobre la seguridad para saber cuáles son los almacenes más expuestos al riesgo de actividad sindical.

El director de Trader Joe's envió el 31 de marzo una carta antisindical a todos los trabajadores y uno de sus empleados en Louisville ha declarado que ha sido despedido por haber expresado en Facebook su preocupación en materia de seguridad sobre el Covid-19.

Todo esto ha pasado después de que Google haya despedido a cuatro dirigentes sindicales que promocionaban la acción colectiva y después de que el ojito derecho de la tecnología, Kickstarter, haya despedido a varios miembros de su comité de organización sindical. Kickstarter ha declarado que no habían sido despedidos por su apoyo a un sindicato.

Pero las perspectivas de sindicalización no son tan sombrías. Después de la mayor oleada de huelgas desde los años 80, las de #RedForEd de 2018-2019 y los importantes paros en General Motors, Marriott y Stop&Shop, se produce ahora una explosión de huelgas y de paros laborales por la crisis del coronavirus.

La aceptación de los sindicatos por la opinión pública ha llegado casi a su nivel más alto en cincuenta años. Ha habido también una ola de sindicalización entre los profesores adjuntos, estudiantes recién diplomados, periodistas de prensa escrita y digital, empleados de museo, enfermeros, trabajadores de almacenes de cannabis y empleados de organizaciones sin ánimo de lucro. Otro suceso bienvenido en el mundo laboral es que los candidatos demócratas a presidente han presentado este año los planes más ambiciosos desde hace décadas para reconstruir los sindicatos, poniendo fin a un largo periodo durante el cual el partido ha considerado que todo estaba en orden en el mundo del trabajo.

Los candidatos demócratas han pasado uno a uno y se han dado cuenta (o han actuado como si acabaran de darse cuenta) de que si quieren poner fin al estancamiento salarial, si debe reducirse la desigualdad salarial, si quiere reconquistar Michigan, Pensilvania o Wisconsin, es vital entonces reforzar el movimiento sindical. Es difícil saber si el candidato Joe Biden piensa realmente lo que ha dicho sobre la lucha encarnizada para reconstruir los sindicatos. Una cosa es segura, los trabajadores saldrían beneficiados de una mayoría demócrata en el NLRB que vendría con el control de la Casa Blanca.

En un vídeo de un paro laboral en un almacén de Amazon en Chicago, una trabajadora valiente declara: “No hay trabajadores vagos en Amazon. Nosotros queremos trabajar. Queremos trabajar en instalaciones limpias. Queremos trabajar en un lugar seguro, donde nuestros hijos y nuestras familias estén en seguridad. ¿Cómo podemos ser trabajadores esenciales si nuestras vidas no son esenciales?”. Esta trabajadora ha tocado un punto esencial: en una sociedad donde las empresas se esfuerzan sin descanso por maximizar los beneficios y la productividad, la acción colectiva es de lejos el medio más eficaz para los trabajadores de forzar a los empresarios a responder a sus necesidades más urgentes.

La mayor parte de los dirigentes empresariales apenas se preocupan por saber si sus empleados tienen voz en los asuntos laborales. Corresponde a los trabajadores del país hacerse oír por sus patronos, alto y claro. No hay momento más urgente para hacerlo que en medio de una espantosa pandemia en la que muchos trabajadores han muerto porque sus empresas no han tomado las precauciones de seguridad adecuadas.

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Traducción de Miguel López.

Texto original en francés:

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