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Un campeonato alternativo en Ankara cambia por completo los tópicos machistas del fútbol turco
Turquía no esperaba más que una chispa. Entre los discursos moralizantes del actual presidente Recep Tayyip Erdogan, en aquella época primer ministro, sobre el lugar de la mujer o los daños del alcohol y su arrebatos de autoritarismo ya entonces patentes, un aire pernicioso había cubierto el país. El estallido llegó a finales de mayo de 2013.
Iniciado por un modesto tizóntizón –una intervención policial violenta contra un puñado de ecologistas en el parque estambulita de Gezi–, el incendio, atizado por nuevas brutalidades, se extendió por todo el país dejando millones de descontentos en las calles. Durante veinte días, el parque reunió todo lo que Turquía contaba de opositores y rebeldes, todas las ideas y todos los experimentos democráticos, hasta que fueron aplastados por las unidades antidisturbios.
Seis años más tarde, en el momento de la conmemoración, el legado que Gezi deja a la posteridad puede parecer muy escaso. La violencia de la represión –cinco muertos directamente atribuidos a la policía, alrededor de 10.000 heridos y 5.000 detenciones– ha disuadido toda veleidad de nuevas manifestaciones.
Mientras que el país se ha alejado a gran velocidad de los principios que fundamentan una democracia, el movimiento contestatario no ha sabido transformarse en una fuerza con peso en el tablero político y el poder se apresta ahora a arreglar cuentas con Gezi a través de un proceso judicial contra dieciséis personalidades de la sociedad civil que empieza el 24 de junio.
Sin embargo, el espíritu libertario de la efeméride común continúa invadiendo Turquía. De forma discreta, contenida, se le ve agitarse de plaza en plaza y en lugares a veces impensables. En Ankara, por ejemplo, ha elegido su sitio en un campo de fútbol. Desde hace cinco años, el césped sintético de Dikmen, un barrio controlado por la oposición socialdemócrata en el corazón de la capital turca, acoge cada semana un campeonato alternativo que rechaza los tópicos de este deporte: exaltación de la virilidad y el orgullo nacional, el star-system y la violencia.
Las reglas de la liga son sencillas: los equipos de siete jugadores deben tener al menos dos mujeres o niños, los partidos se juegan sin árbitro (las diferencias se gestionan en base al compromiso) y los patrocinadores están prohibidos. Pero sobre todo, los insultos sexistas, homófobos o racistas se castigan con la expulsión.
En esta quinta temporada se enfrentan diez equipos cuyos pedigrís recuerdan el variopinto melting-pot de Gezi. Allí se mezclan los seguidores antifascistas de Karakizil (Negro y rojo) y los ciclistas izquierdosos de Ötekinler (Más allá de los odios), los bikers de Rüzgarla Dans (Baile con el viento) y la coral de Bam Teli, los anarquistas de Libertarias o el equipo LGTB del Deportivo Lezbon.
“Durante los sucesos de Gezi nos conocimos unos a otros. Los LGTB se reunieron con los socialistas, los hinchas de fútbol comenzaron a hablarse con los kurdos y así todo. Más tarde, hemos llevado a los campos de fútbol estos vínculos de solidaridad”, recuerda Selin, estudiante y fundadora del Deportivo Lezbon.
En 2013, los clubs de hinchas jugaron un papel de primera línea en las protestas antigubernamentales: los fans de las tres grandes formaciones estambulitas, Besiktas, Galatasaray y Fenerbahçe se unieron tras una misma pancarta para defender el parque Gezi. Son también ellos los que han llevado el proyecto de campeonatos alternativos, la Anti Liga en Estambul y la Liga Libre en Ankara.
“Por un lado, para nosotros era una forma de expresar nuestra oposición al Pasolig”, un sistema de registro obligatorio para poder entrar en un estadio impuesto en 2013, explica Hasan Demirel, estudiante de metalurgia y miembro de los Kara Kizil, los hinchas antifascistas del club de Gençlerbirligi, en Ankara. “Por otro lado, queríamos crear una plataforma para decir no al fascismo y al sexismo en los campos de fútbol. Estamos también contra el fútbol industrial, que no es más que asuntos de inversiones y codicia”.
En sus mejores momentos, la Liga Libre ha tenido hasta 20 equipos. Pero la ola represiva que siguió al intento de golpe de Estado del 15 de julio de 2016 también ha golpeado a este pequeño mundo del “fútbol diferente”. “Después del golpe, la expulsión de la función pública, por decretos urgentes, de los militantes de oposición ha tenido repercusiones en nuestra Liga”, recuerda Selin. “La oposición ha sido objeto de grandes presiones y la mayor parte de los grupos de hinchas han terminado renunciando al boicot en los estadios”.
Sin embargo, no dejan de llegar nuevos miembros, como Meryem, una joven con velo que ha descubierto la Liga Libre hace apenas dos semanas y que dice estar encantada con su filosofía. O como Özgür, un exmediocampista semiprofesional cuyos saques causaban estragos en el campo.
“Yo he jugado mucho durante mucho tiempo en las ligas regionales, primero en un equipo universitario, después en clubs del mar Negro. En todas partes, tanto en los grupos de hinchas como entre los entrenadores, reinaba la hegemonía masculina”, explica el joven, que está haciendo la carrera de ingeniero. “La sociedad turca es patriarcal, las mujeres van siempre un paso por detrás. Pero aquí todos somos iguales y nos respetamos. Es importante porque estoy convencido de que el fútbol puede ayudar a transformar a la gente”.
Para muchas jugadoras, la Liga ofrece una ocasión inesperada para practicar su deporte. Reclutada con 13 años por el equipo de la Universidad de Gazi, en Ankara, Sebnem estaba dispuesta a dedicar su vida al fútbol. “Pero el rector decidió que no quería ver chicas en pantalones cortos y entonces cerró todos los equipos femeninos, salvo el de voleibol porque está patrocinado por un banco”, relata la joven. “Éramos el segundo equipo turco que participaba en la Liga de Campeones femenina”.
Tras varias experiencias en otros dos clubes, la futbolista ha renunciado finalmente a vivir su pasión y se ha hecho funcionaria de universidad. “En Turquía el fútbol es el deporte rey, pero está considerado como un deporte de hombres. Es estúpido, hay futbolistas mujeres mejores que los tíos, pero eso es lo que hay”, dice la deportista, que piensa enviar vídeos a clubes europeos.
Combatir los prejuicios que restringen las libertades de las mujeres es la razón de ser del Deportivo Lezbon. “Nosotros mostramos nuestra identidad sexual para terminar con la invisibilidad de las mujeres en los campos de fútbol, y la de las lesbianas y bisexuales en la sociedad en general”, afirma con gallardía Yesim, ingeniera en BTP y miembro del equipo arcoíris desde hace dos años.
Con la Liga Libre, la formación LGTB ha conseguido ya cambiar las mentes a pequeña escala. “Grupos de hinchas de fútbol han venido con sus propias banderolas a participar en marchas contra la homofobia”, relata Selin. “El año pasado estaba entre nosotros un equipo de refugiados sirios. Antes de ellos yo nunca había tenido amigos sirios y estoy seguro de que ninguno de ellos había jugado jamás al fútbol con una mujer homosexual. Es por eso, por estas confluencias, por lo que existe nuestra liga”.
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Traducción de Miguel López.
Aquí puedes leer el texto original en francés: