Las santas, madres y reinas de la Navidad Cristina García Casado
'Caso Errejón': dos derivadas y una pregunta
Aunque son muchas las cuestiones que se plantean ante el caso Errejón, dos son las derivas que han tomado las informaciones y sobre las que se han centrado los debates. Una de ellas es sobre cómo un hombre de izquierdas y abanderado del feminismo ha llevado a cabo conductas de violencia contra las mujeres, y la otra, cómo es posible que la organización a la que pertenecía Íñigo Errejón haya guardado silencio y adoptado una actitud pasiva ante las noticias sobre su comportamiento. Veamos las dos para llegar al final a la pregunta.
1. Un hombre de izquierdas y abanderado del feminismo como autor de violencia contra las mujeres
No entender que esta situación puede ocurrir es desconocer el machismo y lo que significa “ser hombre” bajo los dictados de su masculinidad. Recordemos que el machismo es cultura, no conducta.
Y lo que hace la cultura androcéntrica, o sea, el machismo, es definir la identidad de las personas, en este caso referida a los hombres, a partir de lo que se entiende que significa ser hombre, y en la manera de configurar sus deseos y recurrir a las referencias que la propia cultura sitúa a su alcance para que pueda configurar su decisión con el objeto de satisfacerlos. La voluntad de las mujeres queda en un lugar secundario, porque la propia cultura le da la potestad a él para interpretar lo que se considera que es el verdadero significado de lo que está pasando en ese momento. Y lo que hizo Errejón cuando estaba con Elisa Mouliáa es lo mismo que ahora vemos en las redes cuando la atacan y la responsabilizan a ella de lo ocurrido por no haberse ido o por haber continuado con él tras la primera agresión. Es decir, interpretar la situación a su favor para justificarse en la continuidad de su comportamiento.
El machismo es esa normalidad capaz de hacer que la persona se comporte de una forma muy distinta a la que manifiesta y desarrolla en otras circunstancias. Es lo que hacen todos los maltratadores con su comportamiento dentro y fuera de casa, pero también lo hemos visto en personas que representan lo contrario a lo que supone la violencia de género, como este verano cuando un excomisario de la Policía Nacional asesinó a dos mujeres, a su pareja y a su expareja, o cuando alguien de la Iglesia o en un colegio, que se supone que debe buscar lo mejor y educar a esos niños, aprovecha su situación para cometer agresiones sexuales sobre los menores. Y podríamos seguir con muchos más ejemplos que muestran cómo el machismo atraviesa todos esos espacios para crear las circunstancias interesadas en las que cada uno de los hombres que lo deciden ejercen la violencia.
2. El silencio de su organización política alrededor de las conductas de Errejón
Todo es silencio alrededor de la violencia de género, lo cual no significa que deba serlo ni que yo lo justifique, pero si no se entienden las características diferenciales de esta violencia, al final se les dará la razón a quienes desde la derecha y la ultraderecha la niegan y presentan como una violencia más. La construcción cultural de la violencia contra las mujeres juega con estereotipos que restan importancia al relato de las mujeres minimizando su significado y consecuencias, y sitúan la responsabilidad de los hechos en las decisiones de las propias mujeres. Es lo que ocurre cuando se dice que si la mujer no denuncia, “no será tan grave”, facilitando la duda sobre los hechos conocidos. Todo ello permite que se adopte una posición comprensiva ante el hombre cercano (familiar, amigo o compañero) que lleva a la pasividad. Ha podido ocurrir en el caso Errejón, lo cual no justifica, pero sí muestra, el peso de la cultura, y ocurre cada día entre los entornos de miles de mujeres maltratadas y en el de los maltratadores, que guardan silencio por el peso de la cultura sin que eso deba ser entendido como complicidad con el agresor, sino como una trampa de la cultura androcéntrica.
¿Qué tipo de criterios y referencias perciben las víctimas que definen la realidad, cuando ante un caso conocido las críticas se vuelven contra el feminismo y las mujeres, incluida Loreto Arenillas, en lugar de contra quien agrede y el machismo social, político y cultural?
Lo que llama la atención es que las mismas posiciones que ahora exigen responsabilidad a Sumar, por no haber actuado, no dicen nada cuando esa misma actitud se observa tras las denuncias directas ante las instituciones en casos de violencia de género, y no se actúa de manera adecuada. Recordemos que el 20% de las mujeres asesinadas por violencia de género había denunciado previamente, no de manera anónima ni en las redes sociales, sino ante las instituciones, y no sirvió para evitar su homicidio. Y recordemos los casos de madres como Itziar Prats, que denunció que su exmarido la amenazaba con matar a sus hijas, “vete despidiendo de ellas”, le decía. Ella lo denunció, pero al final sus hijas Martina y Nerea fueron asesinadas por su padre. Lo mismo que ocurrió en Murcia con Laura Hernández, que denunció que su exmarido iba a matar a su hijo Cristian, y al final lo hizo durante una de las visitas que permitía el régimen establecido.
En ninguno de esos casos se ha hablado de las responsabilidades de quienes conocieron de manera directa y formal los hechos, cuando el resultado ha sido el homicidio de todas esas personas.
La instrumentalización del caso Errejón llega a tal extremo que se intenta presentar la conclusión de que si Sumar hubiera actuado no habría habido más violencia por Errejón, lo cual es otra trampa y muestra un gran desconocimiento de la violencia de género. Íñigo Errejón no ha ejercido la violencia denunciada por ser diputado, sino por ser hombre. Y si en 2021 o 2023 lo hubieran cesado no significa que no hubiera continuado con sus conductas, ya no desde el pedestal de diputado, pero sí desde la cima de su masculinidad.
Llegamos así a la pregunta que surge de esta situación mostrada por las dos derivas: ¿por qué no denuncian las víctimas de estas violencias? Y la respuesta, al margen de insistir en lo explicado, nos lleva a otras dos preguntas: ¿qué confianza pueden tener en un sistema que cuestiona sistemáticamente a las víctimas, como vemos ahora con Elisa Mouliáa?, ¿Qué tipo de criterios y referencias perciben las víctimas que definen la realidad, cuando ante un caso conocido las críticas se vuelven contra el feminismo y las mujeres, incluida Loreto Arenillas, en lugar de contra quien agrede y el machismo social, político y cultural?
Lo que demuestra el caso Errejón, a pesar de todo lo que se intenta distorsionar, es que hace falta más feminismo, no menos.
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