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La antipolítica es política

Miguel Lorente Acosta

Uno de los errores que con frecuencia se cometen en estos tiempos es situar fuera del marco democrático a quienes lanzan sus propuestas de manera crítica contra el modelo establecido o dominante, confundiendo las formas con las consecuencias y, por tanto, situando la solución fuera del campo de acción de las medidas que se pueden utilizar para lograr resolver el problema, además de facilitar el argumento buscado por esas posiciones entre cuyos objetivos está el cuestionamiento del modelo.

Cuando desde la democracia se insiste en que la ultraderecha es antidemocrática se habla de la consecuencia que esa ultraderecha puede desarrollar al ocupar posiciones de poder y, en consecuencia, tienen razón en su planteamiento final. Pero esa crítica a la consecuencia no es suficiente para hacer inadmisible su presencia democrática cuando han seguido los mecanismos establecidos para formar parte de las instituciones. 

El problema está en la calidad de una democracia más allá del juego de la política y de sus rituales electorales, y ver cómo esa democracia desarrolla sus sistemas de educación, información, comunicación, participación… para que determinados mensajes y partidos puedan alcanzar el apoyo que los lleva a las instituciones desde las que hacer su política, a la que luego llamamos antipolítica. Quien da sentido a la democracia es el pueblo, no las formas, y para que el pueblo dé sentido a la democracia ha de tener un pensamiento crítico que le evite caer en toda la manipulación que hoy se aprovecha de una sociedad en gran medida pasiva y distante ante la realidad.

El sistema no quiere cambios para no tener que modificar las referencias del poder. Por eso, cuando las posiciones cuestionadas están fuera de él se les pide que acudan a los cauces democráticos para que planteen sus propuestas por las vías establecidas. Es lo que se decía a los sectores cercanos a la banda terrorista ETA, pero ahora que están en las instituciones se dice que no deberían formar parte de ellas, lo cual no solo es una contradicción, sino que es un sinsentido que deteriora la propia democracia, en lugar de valorarla y destacar su victoria sobre los violentos. 

La democracia se construye cada día, no cada cuatro años

La ultraderecha estaba fuera, al menos explícitamente, y ha conseguido llegar al Parlamento y crecer. Y todo ello es consecuencia de una democracia que quienes la defienden no la aceptan en su resultado, y quienes se benefician del resultado, la ultraderecha, no la quieren como sistema y buscan acabar con ella al cuestionar al Estado y al buscar un régimen más autoritario, lógicamente con ellos gestionándolo.

No tiene sentido.

La antipolítica que desarrolla la ultraderecha es política, como estamos viendo con su participación en las instituciones de cada vez más países, y por conseguir que esa presencia aumente y sea más numerosa en votos, no solo en lugares.

Creer que política solo es lo que tradicionalmente se ha hecho, además de reflejar una mirada conservadora y androcéntrica, no solo es un error, sino que también refuerza el mensaje de quienes antes decían desde una dictadura que la democracia era el libertinaje y el caos, es decir, que la democracia era antipolítica.

La democracia tiene que ser consciente de que las circunstancias sociales requieren estar cerca de quienes buscan un modelo diferente, y eso se consigue controlando el proceso, no alertando sobre sus consecuencias ni asustando sobre el resultado. Si la información se utiliza contra la información, la libertad contra la libertad, la justicia contra la justicia, la sanidad contra la salud, la educación contra la educación... lo que se hace es utilizar la democracia contra la democracia, y es ahí donde tenemos que estar, no al final cuando ya nada tenga solución, mientras adoptamos una posición pasiva y vemos cómo ocurre todo, creyendo que hasta que no se produzca el resultado final lo estamos haciendo bien.

Porque el otro error es creer que quienes hacen estas propuestas en el fondo no saben muy bien lo que dicen, y que quienes los apoyan y votan lo hacen engañados por un populismo que no tiene sentido. Pero no es así, la ultraderecha sabe perfectamente lo que hace y dice, y quienes la apoyan quieren ese modelo ante la alternativa que le ofrecen las propuestas desde los partidos tradicionales, que han basado su relación con la sociedad en pedirle a la gente que delegue en ellos en lugar de hacerlo sobre el compromiso. Y no es antipolítica, es parte de la política cuando se permite que medios de comunicación manipulen la información y den vuelo a los bulos, cuando las redes sociales se convierten en campos de exterminio de la razón por medio del odio y los algoritmos, cuando se deja enfermar la sanidad para luego acudir a los cuidados paliativos de la privada, o cuando la educación y la universidad se abandonan y se tratan como si fueran academias para otorgar títulos.

La antipolítica no es lo que hace y propone la ultraderecha, sino lo que deja que lo pueda hacer en ausencia de un pensamiento crítico que lleve a que la sociedad se posicione ante ese tipo de propuestas.

La democracia se construye cada día, no cada cuatro años.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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