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'Chalecos amarillos': apostar por la sociedad contra la política de lo infame
¡Mejor la formación de extrema derecha Agrupación Nacional que el movimiento social! Tras haber reprimido violentamente sus protestas, Emmanuel Macron tiene la intención de deshacerse de los chalecos amarillos mediante la promoción electoral de la extrema derecha.
Pierre Mendès France, cuyo relativo liberalismo económico fue acompañado por un fuerte liberalismo político, rechazando cualquier reducción de la voluntad popular al poder de uno solo, se preocupaba por el advenimiento duradero de esta "tiranía dulce" que evocaba con presciencia Alexis de Tocqueville, aquella en la que "los ciudadanos salen un momento de la dependencia para elegir a su amo, y retornan" tras elegirlo.
"La democracia –añadía Mendès-, es mucho más que la práctica de las elecciones y el gobierno de la mayoría: es un tipo de modales, de virtud, de escrúpulos, de sentido cívico, de respeto por el adversario; es un código moral".
Macron habla una lengua completamente diferente, cuyo estribillo descarta la movilización y la deliberación popular, reemplazadas por la única delegación de poder ofrecida, a través de la elección, por un líder y una élite de expertos, los únicos depositarios del saber.
Sus últimos propósitos, en forma de certificado de defunción de los chalecos amarillos, lo han ilustrado de nuevo. "La democracia no se juega el sábado por la tarde", dijo Macron el pasado 17 de mayo en Biarritz, afirmando que "no hay salida política" al movimiento social que sacude a Francia desde hace seis meses, salvo por lo que él traduce como una oferta electoral.
Ni liberal ni progresista, contrariamente a su discurso, la presidencia de Macron se encuentra, por su visión de la política y su ejercicio del poder, en las antípodas de la altura democrática de Pierre Mendès France. Del 17 de noviembre de 2018 al 17 de mayo de 2019, un semestre del movimiento de los chalecos amarillos lo ha demostrado ampliamente chalecos amarillos: afirmación de la sola legitimidad presidencial, demonización de la expresión de las minorías, rechazo de toda consulta democrática (disolución o referéndum), puesta en entredicho del derecho a manifestación, represión policial sin freno ni restricciones, confiscación del debate nacional por parte del Ejecutivo, acumulación de mentiras partisanas, propaganda grosera en las redes sociales, discursos marcados por la arrogancia social, indulgencia para los poderosos e indiferencia para los débiles, apoyo implacable a las escapadas de Benalla y de sus consortes, preservación de la mayoría parlamentaria, dominio reforzado del sector judicial, desprecio por las oposiciones políticas, desconfianza de la prensa libre e independiente...
El resultado de esta huida hacia adelante es que, en lugar de hacer retroceder a la extrema derecha contra la que fue elegido en 2017, el poder la está convirtiendo a corto plazo en el único adversario autorizado de su política. Lejos de buscar aliados en la dinámica democrática y social fruto de la propia sociedad, le da la espalda, se priva del único incentivo disponible para construir un equilibrio de fuerzas sólido y duradero contra el auge, en toda Europa, de las regresiones identitarias y autoritarias.
Peor aún, las legitima cediendo terreno a su hegemonía ideológica por sus propios reveses sobre la vitalidad de los ideales republicanos, ya sea la libertad (derechos fundamentales), la igualdad (injusticias sociales) o la fraternidad (la acogida de migrantes).
En tiempos de incertidumbre y duda, este claroscuro donde un viejo mundo no termina de morir y el nuevo tarda en nacer, las soluciones, las nuevas emancipaciones y las resistencias creadoras, solo pueden surgir de la movilización social. A la inversa, al descartarla en nombre del orden establecido, que es más bien un orden de propietarios y privilegiados, con seguridad, la democracia se retira, se debilita y se rinde.
Récidive 1938 (Recurrencia 1938), el reciente ensayo de Michaël Fœssel (narrado aquí y entrevistado aquí en Mediapart, socio editorial de infoLibre), lo recordó muy acertadamente, mostrando cómo dos años después del Frente Popular y dos años antes de la rendición de los petainistas, la III República ya se había rendido porque había elegido "defenderse tomando prestadas las armas de sus adversarios más feroces "
El poder de Emmanuel Macron solo debe su aparente estabilidad a la fortaleza institucional del presidencialismo, instaurado precisamente en 1958 para evitar la traducción política, vía el parlamentarismo, de los movimientos sociales. Pero esta torre de marfil le aísla en lugar de protegerle.
La prueba es que, políticamente, sus dos años de presidencia lo habrán convertido rápidamente en un viejo político, una pequeña cohorte de exsocialistas en desbandada y perdición, como Christophe Castaner (ministro del Interior), Richard Ferrand (presidente de la Asamblea) o Jean-Yves Le Drian (ministro de Asuntos Exteriores, evocado como posible primer ministro de recambio).
Encerrado en su soledad, este poder se ha convertido en un dique inmensamente frágil frente al ascenso de la extrema derecha, un dique que tenía orden de construir durante su mandato. Hasta tal punto que no queda más argumento que gritar al lobo nacionalista para legitimarse de nuevo, a pesar de que éste perdió frente al electorado el 7 de mayo de 2017. Sin olvidar que el poder actual fue elegido por defecto, ante la falta de alternativa, y con una misión clara: mantener a distancia este peligro.
Su falta, comprometiendo su responsabilidad histórica ante los peligros que amenazan, habrá sido desconfiar de su propia sociedad, al punto de despreciarla, reprimirla y despacharla. Acompañada por una ceguera deliberada frente a la naturaleza inédita e inventiva de un movimiento social sin precedentes y, sin duda, precursor (lea aquí la entrevista de Joseph Confavreux con el politólogo Samuel Hayat).
La persistencia de los chalecos amarillos, que no se puede reducir a las cifras de las manifestaciones convocadas cada sábado, ha confirmado las hipótesis iniciales formuladas en La Victoire des vaincus (La Victoria de los vencidos), nacidas de los reportajes en el terreno y reforzadas por la expresión de sus actores (ver los textos y documentos recopilados por Patrick Farbiaz en Éditions du croquant). En oposición a los prejuicios conservadores o vanguardistas que, tanto a la derecha como a la izquierda, estaban ansiosos por encerrar el movimiento en un marco ya establecido y en un futuro ya escrito, nosotros vislumbramos la dinámica interna de una movilización igualitaria, pasando de la injusticia fiscal a las reivindicaciones democráticas, sin olvidar las cuestiones sociales.
De hecho, la extrema derecha partisana abandonó rápidamente el movimiento, considerándolo recuperado por los izquierdistas radicales, aunque ni por un segundo la agenda identitaria, de exclusión xenófoba de los migrantes y de la caza del chivo expiatorio musulmán, han llegado a contaminar la expresión política colectiva de los chalecos amarillos, en particular en sus reuniones de asambleas en Commercy, y también en Saint-Nazaire. No es que no haya, como en cualquier levantamiento popular de los cuales ninguna organización es maestra, aparecen prejuicios anclados en algunos de sus actores, incluso votos acordados, en otro tiempo, a la extrema derecha.
Pero la politización interna del movimiento los marginó, relativizó o ahogó, imponiendo una agenda emancipadora, la de la igualdad de derechos, sin distinción de nacimiento, origen, condición, diploma y, por consiguiente, sin distinción alguna, ni sobre la apariencia o creencia, el sexo o género... A esto se suma el efecto de unión de solidaridades provocado por la represión policial, los chalecos amarillos descubrieron por primera vez que sufrían el destino común de los jóvenes de los barrios de la clase trabajadora y los activistas de la urgencia climática se descubrieron a sí mismos fichados como presuntos hooligans de fútbol (vea nuestro Mediapart Live sobre el derecho de protesta).
Sociólogos e historiadores ya se han comprometido a documentarlo (lea aquí el artículo de Lucie Delaporte y Mathilde Goanec): los chalecos amarillos son el primer movimiento social de nuestra crisis de civilizaciónchalecos amarillos donde se entremezclan el desafío ecológico, la exigencia social y la necesidad democrática.
Su estrategia de desobediencia civil ha elegido como emblema una señal de alarma que forma parte de la vida cotidiana -el uso de un chaleco de seguridad y protección- y como lugar de encuentro las rotondas, donde normalmente no podemos detenernos, convertidas de repente en lugares donde uno se posa para reunirse, discutir y compartir. De este modo, inmediatamente eligieron como centro de sus protestas los flujos de una economía mercantil de la velocidad y el consumo, del olvido y el desperdicio.
Reducir la velocidad, tomarse el tiempo necesario, fraternizar sin exclusión, salir de su soledad, partir de la experiencia de todos, invertir en los caminos, tratar de bloquear la economía asaltando la circulación de mercancías, etc.: no hay duda de que estas formas de acción, que unifican más allá de las empresas, del trabajo y los asalariados, inauguran una nueva era de movimientos sociales, más inclusivos y más reunificadores, abiertos a actores que en el pasado fueron excluidos, aislados o ignorados, anclándose firmemente en su vida más cotidiana.
El primer resultado del compromiso ya no es una promesa abstracta de un mejor porvenir, sino la realidad concreta de una experiencia insoportable.
La expresión política de la crisis de representación
Actuar aquí y ahora, sin garantía de éxito ni promesa de resultados. Simplemente porque ya no es posible continuar como antes. Literalmente porque se ha vuelto insoportable. Nada es más lógico que la convergencia natural y rápida de la ecología política, en torno a un imaginario alternativo a la resignación frente a las desigualdades y dilapidaciones, a la destrucción de lo común y lo vivo.
"Fin del mundo, fin de mes, es para nosotros el mismo combate": desde el 8 de diciembre de 2018, este eslogan se impuso, acompañado de un homenaje de los activistas ecologistas más pacifistas a la demostración por los chalecos amarillos de que, sin confrontación, nada cambiará y, como resultado, nada detendrá la carrera hacia el abismo de un mundo injusto e inconsistente, irresponsable al fin de cuentas.
Evocando esta convergencia entre los chalecos amarillos y los chalecos verdes, pues "el capitalismo repintado en verde ya no ilusiona a muchos ecologistas", el militante ecologista y antiglobalización Patrick Farbiaz no duda en afirmar que "los chalecos amarillos son el primer movimiento social-ecologista chalecos amarillos de la historia en Europa". "Han permitido reposicionar la cuestión ecológica como una cuestión social por derecho propio, cuestionando la movilidad forzada y la falta de transporte público, ausentes en gran parte del territorio. Todos los gobiernos desde Sarkozy han usado el pretexto de la crisis ecológica, muy real, para aumentar los impuestos golpeando a los más pobres, sin dirigirse nunca a los responsables de la contaminación".
Al darse cuenta de las convergencias militantes activas, que contrastan con las divisiones partisanas que han convertido a la izquierda en un actor pasivo, la dinámica política de los chalecos amarillos plantea la cuestión de la crisis de representación. Esta es la razón por la que los llamamientos a recurrir al juego electoral son ineficaces, ya que su demanda está más allá de las urnas, portando una petición de refundación política donde, precisamente, la democracia no se reduciría al derecho a voto. O donde aquel o aquella que delegue su poder no lo perdería inmediatamente. Donde la delegación ya no sería una confiscación. Donde la vitalidad democrática se expresaría fuera de la elección de los representantes.
Los chalecos amarillos son el movimiento social del absentismo electoral. La expresión política afirmada de un rechazo al juego político tradicional. Un rechazo que no ha cesado de aumentar en los últimos años, al punto de convertirse en un hecho esencial en las elecciones presidenciales de 2017, eclipsado por el desconcierto del movimiento En Marche! y la formación La Francia Insumisa.
Con una participación más débil que en 2012, el nivel de abstención registrado se situó por debajo de la media de las nueves elecciones presidenciales precedentes, según los cálculos de la investigadora Anne Muxel (leer aquí su entrevista con Pauline Fraulle sobre la abstención en las elecciones europeas): 22,2% de inscritos contra el 19,7% de media en la primera vuelta y 25,4% de inscritos contra el 18,4% de media en la segunda.
"Así, la abstención es una característica fundamental" de la elección que llevó a Emmanuel Macron al poder, escribe Anne Muxel en los comentarios de la investigación electoral de Cévipof, añadiendo que a esta abstención se suma el aumento de los votos en blanco, síntoma de "un malestar democrático", "una demanda de democratización del funcionamiento de la representación política", la afirmación de que para "establecer una verdadera democracia en Francia sería necesario un cambio radical".
A esta constatación de una "crisis de la representación política convertida en un problema endémico y casi estructural" -palabras de Anne Muxel-, se une la advertencia de David Van Reybrouck en su alegato para la rifa (Contre les élections –Contra las elecciones-, Babel, 2014): "O bien la política abre las puertas de par en par, o bien estas no tardarán en ser derrumbadas por ciudadanos enojados que reducirán a migajas los muebles de la democracia, descolgarán el lustro del poder y lo ganarán en la calle".
Empujado por la cólera contra el principal de los representantes, el presidente de la República, el movimiento de los chalecos amarillos es la ejecución incompleta de esta profecía. Lo que alimenta esta revuelta es, además, una lucidez ampliamente compartida, especialmente bajo el efecto de la democratización digital de la información y el conocimiento, en relación con la sumisión del poder presidencial a una pequeña minoría de intereses sociales, en detrimento de la masa de la sociedad. Descrito no solo como el presidente de los ricos sino, en verdad, de los ultra ricos, Emmanuel Macron ha llegado a encarnar una presidencia dedicada al cabildeo de una pequeña fracción de la población.
En la obra L’Archipel français (El archipiélago francés), Jérôme Fourquet ha documentado largamente esta preocupante "secesión de las élites" francesas, a la vez social, cultural, geográfica e ideológica. Acumulando datos sobre el hábitat de las grandes ciudades, la educación privada, el ocio y las prácticas culturales, describe a una clase dominante que ya no conoce a la sociedad a la que pretende imponer su voluntad: "Habiendo perdido gradualmente el contacto con el resto de la sociedad, y especialmente con las categorías populares que frecuentan poco, las clases privilegiadas tienen cada vez más dificultades para comprender la realidad del país. Las diferentes fracciones de las clases superiores no solo comparten las mismas orientaciones sobre los temas esenciales, sino que, en consecuencia, se alejan mecánicamente de las expectativas y del sistema de valores de las clases medias y las categorías populares".
Al describir la progresión del exilio fiscal, "última etapa de la secesión de las élites", Jérôme Fourquet muestra cómo los expatriados franceses en ciudades extranjeras ofrecieron un plebiscito a Emmanuel Macron. La morgue social, la detestación odiosa de los chalecos amarillos, abanderada por el poder, no proviene de ninguna parte: al igual que los emigrantes del Antiguo Régimen, comenta el autor de L’Archipel français, "muchos miembros de las categorías más favorecidas ahora tienen más afinidades con los 'privilegiados' de los países vecinos que con sus conciudadanos más modestos".
En respuesta a esta secesión de las élites dominantes, la disidencia de los chalecos amarillos ha surgido lógicamente frente a una presidencia cuyos actos y palabras han puesto en evidencia esta dominación de clase. Expresión de una politización del abstencionismo electoral y revuelta contra la secesión social de las élites dirigentes, el movimiento de los chalecos amarillos ha actualizado, por fin, la radicalidad del pasado republicano, sumergiéndose en las fuentes de los ideales de una república democrática y social.
Dibujos e inscripciones en los chalecos, que son equivalentes a los carteles xerografiados de Mayo del 68, los diversos eslóganes nacidos en las rotondas, cuyos vídeos son compartidos masivamente, la inventiva de la movilización dan vida a un imaginario de igualdad y fraternidad. En las rotondas, la familiaridad es de rigor en una franca horizontalidad que evoca esta forma de apropiarse del bello nombre de ciudadano, que solo duró el tiempo de la Revolución Francesa.
Según este criterio, el rechazo radical de la representación que caracteriza al movimiento, hasta el punto de derrocar a sus autoproclamados voceros en el momento en que se imponen, negándose a aceptar cualquier estructuración formal de su expresión, es mucho más un regreso a las fuentes más básicas que una negación de la política.
"Plus de président, plus de représentants" ("No más presidente, no más representantes"): en 1851, podíamos encontrar esta proclamación radical en el título de un folleto firmado por Alexandre-Auguste Ledru-Rollin (1807-1874), este republicano obstinado cuyo nombre bautiza muchas de nuestras avenidas.
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Adversario de una República convertida en conservadora, habiendo sido en 1848 el ministro del Interior que impuso el sufragio universal (masculino, por desgracia), ya buscaba, a tientas, la respuesta práctica al desafío democrático lanzado por Jean-Jacques Rousseau en el Contrato social. Un desafío siempre actual, como este presente del pasado, en el que los chalecos amarillos son una de sus expresiones: "No siendo la soberanía más que el ejercicio de la voluntad general, jamás puede enajenarse, y el soberano, que no es más que un ser colectivo, no puede ser representado más que por sí mismo". ___________Versión y edición española: Irene Casado Sánchez
Aquí puedes leer el texto original en francés: