Inmigración
Los ciudadanos de Berlín se movilizan de forma masiva a favor de los refugiados
Tras deambular apenas un cuarto de hora por el centro de la capital alemana llega la primera sorpresa. En este domingo de invierno, todos los museos son gratuitos. Un acontecimiento especial: ese día, la ciudad de Berlín dice “Danke”. Gracias a todos los berlineses que se movilizan para acoger a los refugiados. Los periódicos no se quedan atrás. “Gracias”, dice en portada el Tagespiegel en su edición de fin de semana, en la que también se puede leer: “Sin vuestro compromiso, esto no habría salido bien”. Y prosigue con la publicación de un listado compuesto por una docena de personas. Cada una de ellas, a su nivel, ponen su granito de arena para contribuir a la integración de los recién llegados. A la capital alemana llegaron en 2015 unas 80.000 personas; el país acogió el año pasado a más de un millón en ese año. Francia, a su lado, no sale bien parada: apenas varias decenas de miles de refugiados se instalaron el año pasado en territorio francés (en 2015 se concedió asilo a casi 80.000 personas, pero algunos casos se pueden corresponder con solicitudes más antiguas).
No lejos de la importante avenida Unter den Liden, el Maxim-Gorki Theater ha colgado el cartel de no hay billetes. Esa noche, se representa la obra In unserem Namen (En nuestro nombre), todo un éxito desde el otoño. La pieza se basa en textos de Esquilo, de la austriaca Elfriede Jelinek y en recientes debates en el Bundestag sobre el derecho al asilo. El resultado es una bofetada en toda regla. El espectador, que permanece sentado en las gradas e incluso en el suelo, alrededor de la sala, no comprende nada durante los diez primeros diez minutos de representación: los actores se hablan en árabe, en turco, en serbo-croata. El espectador es increpado, le dicen que se cambie de sitio, se siente perdido entre la multitud. Hay quien dice que así es la primera experiencia que vive un refugiado al llegar al país, sin duda, tiene que parecerse a esto.
Pronto se empieza a hablar en inglés y en alemán. Se suceden las interacciones, a menudo irónicas, las vivencias: la mayoría de los integrantes de la compañía son de origen extranjero. “Es verdad, no puedo aprender alemán en cinco días, pero eso no te convierte en alguien más inteligente que yo/Nosotros también hemos visto las fotos de barcos atestados de refugiados europeos durante la Segunda Guerra Mundial”, dice uno. “Estamos vivos, estamos vivos, lo importante es que estamos vivos. No nos queda mucho más después de haber dejado atrás nuestro país”, repiten al unísono. Una voz en off había avisado, haciendo gala de un cinismo absoluto, al presentar el espectáculo: “Lo que van a ver puede conmocionarles. Pero, al término del espectáculo, tienen todo el derecho del mundo a seguir cerrando los ojos...”. Sin embargo, la obra no tiene realmente un final. Después del debate parlamentario sobre el derecho de asilo versionado, giros cómicos y una perorata que no dejará impasibles a los presentes, dada la imposibilidad de negar la importante aportación de la inmigración a la historia alemana, cada actor efectúa una exposición muy seria, ante un pequeño grupo de espectadores, sobre un asunto relacionado con los refugiados. La sala se vacía poco a poco, sin aplausos.
“Creo que eso es lo que me ha gustado más”, explicaba Daniel a la salida. “Se sale de esta obra insatisfecho porque todo queda en suspense. De hecho, el fin remite al principio, ¿podemos cerrar los ojos?, ¿podemos hacer como si no ocurriese nada? Y no obtenemos respuesta...”. Daniel y sus amigos Stefanie y Marin son estudiantes de la Universidad Humbolt, situada muy cerca de la sala. Para ellos, la cuestión de los refugiados no tiene nada de abstracta. Hace unos meses que siguen el ciclo, puesto en marcha recientemente en la facultad, por parte del colectivo de abogados Refugee law clinic (Clínica de derecho de los refugiados): clases magistrales en el primer semestre, prácticas con un abogado posteriormente y un seminario en el segundo semestre.
Estudiantes, artistas, médicos, jubilados, trabajadores en activo, inmigrantes llegados mucho tiempo atrás. La sociedad alemana parece movilizada a todos los niveles, preocupada por adaptarse, consciente de que el país está cambiando. En el Gorki Theater, donde al término de cada función se recaudan dinero para un colectivo de ayuda a los refugiados, el problema de la inmigración centra la programación desde hace ya dos años. Para Dimitrij Schaad, que participa en la representación de In unserem Namen, no se trata tanto de poner el foco en la ola de refugiados llegados en 2015, como de hablar de cuestiones de identidad universales. “Hay que acabar con esta imagen de refugiados: detrás de esta palabra hay innumerables historias diferentes. Todo el mundo no viene por los mismos motivos. En ese sentido es en el tratamos de sensibilizar al público”.
El joven, mitad kazajo, mitad alemán, llegó a Alemania a los ocho años. “En otra época y en otro contexto”. Pero encontraba otros problemas que otros conocen también hoy: “Estaba harto de la imagen del superviviente. Quería formar parte de esta sociedad, ganarme la vida. Vivir, simplemente”. Evidentemente, eso lleva tiempo. “La gente acude de forma realmente voluntaria para ayudar a los recién llegados. Pero también percibo cierta impaciencia. La gente empieza a preguntarse: '¿Cuándo vamos a encontrar una solución a esta “crisis”?' “¿Cuándo se va a integrar toda esta gente?” ¡No es tan sencillo! ¡Uno no se integra en seis meses! Puede llevar una, incluso dos décadas...”.
Palabras
Según el Tagesspiegel, 78 teatros alemanes y también 71 fundaciones muestran su compromiso con los refugiados, y el 10,9% de los alemanes apoyan de forma o de otra a los recién llegados, según un sondeo realizado por el Instituto de Ciencias Sociales de la Iglesia Evangélica. El diario contabiliza también unas 150 iniciativas ciudadanas en la ciudad, como la que se funciona en torno al centro de demandas de asilo, el Lageso –paso obligado para los refugiados y símbolo de la incapacidad de las autoridades berlinesas para gestionar la afluencia de migrantes–. Cada día, este colectivo que suma unos 15.000 miembros en Facebook, proporciona comida, agua y ropa a los miles de demandantes de asilo que esperan a ser registrados en este centro administrativo de Moabit, en el oeste de la ciudad. Una vez presentada la petición, los demandantes de asilo son destinados a un centro de acogida de urgencia, en teoría durante un tiempo máximo de tres meses, a falta de poder ofrecerles un lugar algo más cómodo y más íntimo.
Las asociaciones que han aparecido estos últimos meses, para dar respuestas a las necesidades creadas por esta afluencia, son incontables. Hay algunas que, como Arrivo, están dirigidas a empresarios que quieren contratar a inmigrantes; Über den Tellerrand propone cursos de cocinas del mundo a refugiados; Kiron University ofrece a los recién llegados la posibilidad de estudiar un curso universitario aunque no vayan a obtener un título... Aquí y allí, en barrios diferentes, profesionales voluntarios proporcionan asistencia médica o jurídica. Los colectivos de ayuda a los extranjeros, que existían ya antes de la llegada masiva de 2015, funcionan al máximo rendimiento, sobre todo en Kreuzberg, el antiguo barrio alternativo de Berlín Oeste donde todavía reside una importante comunidad turca. En internet, estas asociaciones cuentan con una página donde se puede hacer donaciones. De hecho, en Alemania, la sociedad civil siempre ha sido muy organizada. Por razones históricas, fundaciones y asociaciones han ocupado muy a menudo el lugar de un Estado, que no querían demasiado fuerte. También por razones históricas numerosos alemanes vieron como muchos miembros de su familia debieron emigrar. Al término de la Segunda Guerra Mundial, tras la derrota nazi, llegaron a Alemania 12 millones de desplazados como consecuencia de los cambios fronterizos en el centro de Europa. Muchos lo tienen claro, la movilización ciudadana actual tiene una relación directa con aquellos hechos.
En Berlín, no es raro que, al otro lado de la calle, haya una cafetería que exhibe un pequeño cartel: “Refugees welcome”, como en el caso del Varadinek, una pastelería cafetería discreta de Kreuzberg. Los refugiados aquí no pagan y hay un bote al lado de la caja destinado a las donaciones. En el establecimiento, dos amigas pasan la tarde juntas. Anje y Marie aseguran que no están especialmente “movilizadas” en favor de los refugiados. Desde el verano tampoco han querido permanecer con los brazos cruzados. Anje ayudó a descubrir Berlín, en agosto, a un grupo de refugiados. Su amiga organizó en diciembre un concierto en una de la sala principales de Kreuzberg, el Lido, que colaboró desinteresadamente con la iniciativa. Los artistas, algunos muy conocidos, tocaron gratis y los ingresos fueron destinados íntegramente a una asociación que trabaja para ayudar a los refugiados. “Recaudamos 3.000 euros”. Esta joven de 22 años tampoco cree que sea algo de lo que vanagloriarse. Organizar un concierto de apoyo era lo mínimo que podían hacer, estima Marie.
Acogida, solidaridad, compromiso... Para muchos berlineses, las palabras a veces son demasiado grandes como para describir una realidad que ahora forma parte de su día a día. Florian, asistente parlamentario, hace tres meses que comparte piso con Safi, llegado de Afganistán hace cinco meses. “No puedo decir que sea especialmente solidario; un día decidí hacer algo de verdad ayudando a repartir agua en Lageso. No, simplemente comparto piso con Safi. ¡Es un compañero de piso como cualquier otro y como todos los compañeros de piso, hablamos de cosas banales entre nosotros!”.
En Alemania, el sistema de los WG (compartir piso, Wohngemeinschaft) es toda una institución. Muchos alemanes, estudiantes o trabajadores en activo, comparten alojamiento cuando no viven en una familia. Este verano surgió una plataforma, Flüchtlinge Wilkommen, que se basa en esta práctica para poner en contacto a refugiados y alemanes que buscan compañero de piso. El recién llegado debe pagar su parte del alquiler, pero los refugiados tienen derecho a ciertas ayudas; la plataforma también recauda fondos para financiar al máximo número de compañeros de piso posible.
Fue de este modo como se conocieron Florian y Safi. Hace dos meses que Safi trabaja como intérprete y asistente social en el centro de acogida de emergencia instalado en el centro internacional de congresos de Berlín, lo que le permite pagar el piso. Este químico de formación, que trabajó para intérprete para el Ejército norteamericano, que ya tuvo una primera experiencia emigratoria de tres años en Suecia, de donde fue enviado a Kabul, dice desde que llegó sólo ha encontrado a gente “amable”. “Quizás he tenido suerte, pero creo que aquí soy bien recibido yesto hace de mí una persona diferente. Me dan confianza, a mí, que vengo de ¡un campo de refugiados! Esta sociedad se ocupa de mí, no duermo bajo un puente”.
Relaciones
Florian es más crítico. El fracaso, muy visible, del Lageso, en su opinión explica la importante movilización de los berlineses. “En Alemania no estamos acostumbrados a ver que una Administración no funciona. Estas colas interminables nos hace ser conscientes del problema”. Las autoridades habrían podido evitar este fiasco, piensa; ahora es el momento de pensar en lo que vendrá a continuación... “No hay un plan. ¡Los poderes públicos actúan a toro pasado! Pero en estos momentos Angela Merkel está ocupada en pagar a los turcos para que hagan el trabajo sucio... Igual que la sociedad alemana, tiene dos caras: la cara amable, la de la acogida. Y la cara estricta, la de la firmeza: el de la AfD [Alternative für Deutschland, alternativa para Alemania, partido xenófobo y antieuropeo]. De hecho, los ataques perpetrados contra los centros para refugiados se han multiplicado estas últimas semanas y a raíz de las agresiones de Colonia y el debate se ha radicalizado al otro lado del Rin. Angela Merkel, por su parte, está en declive. Se encuentra aislada en el seno de su propio partido, ha perdido apoyo entre los electores.
Entre ambos compañeros de piso, las conversaciones a veces pueden llegar a sorprender. Siempre son enriquecedoras. A punto estuvimos de ver anulada nuestra cita porque Safi se había comprometido a estar en dos sitios distintos a la misma hora y no quería renunciar a ninguno de sus compromisos. Florian finalmente le convenció para quedar con esta periodista. “En nuestro país, decir no es negativo”, le explica Safi a Florian. “Preferimos decir que sí, aunque el sí no se vaya a cumplir, y no es grave si al final es así. Mientras que para ustedes, el sí es firme. Una vez que se ha dicho sí, ¡no se puede dar marcha atrás!”.
Hablar con un refugiado es enriquecedor. Así lo perciben también numerosos berlineses; no se trata tanto de dar dinero o bienes materiales a los migrantes como de mostrarse atentos y cordiales con los refugiados. “La crisis migratoria es un fenómeno que nos supera y sobre el que no tenemos ninguna decisión tomada”, explica Aryun, berlinés de origen indio que imparte gratis, tres veces por semana, clases de alemán en los domicilios de los refugiados. “Quería hacer algo sin entrar en la radicalidad de los discursos políticos; me dije que era necesario que esta gente viese el rostro de alguien que les aprecia”.
Los refugiados entienden a la perfección el mensaje en el centro de Friedrichshain, barrio del antiguo Berlín Este plagado actualmente de locales de moda. Alrededor de dos profesores amateurs, Aryun y Uli (una alemana de cincuenta años), hay refugiados procedentes de Eritrea, pero también hay vietnamitas, un paquistaní y un nigeriano. ¿El método? La lectura de pequeños textos, explicación del vocabulario, de la conjugación... Algunos ya tienen un nivel más que correcto. El “mejor alumno” de Ayrun es un sirio; llego hace siete meses, tras un largo periplo que le hizo pasa por el Norte de Siria–Turquía–Lesbos–Los Balkanes–Hungría-Austria-Alemania. Tiene 26 años, quiere permanecer en el anonimato, pero explica que desea rematar “lo antes posible” sus estudios de ingeniero mecánico en Berlín. Le quedan dos años para diplomarse, sigue varios cursos de alemán simultáneamente para poder regresar pronto a la universidad.
Como Aryun, son muchos los extranjeros movilizados en pro de la integración de los refugiados llegados estos últimos meses a Alemania. Berlín es un auténtico crisol de culturas, una ciudad que se ha enriquecido por el contacto con numerosas nacionalidades desde la caída del Muro y la reunificación, en 1990. Aunque ya contaba con una importante comunidad turca, la capital alemana en los 90 conoció la llegada de una importante inmigración judía rusa; después, hubo una ola de refugiados de la guerra de los Balcanes; a partir de 2004, tras la ampliación de Europa llegaron numerosos polacos... Y eso sin contar con las migraciones interiores Este–Oeste ligadas a la reunificación. En total, se estima que la mitad de la población de Berlín ha cambiado en 25 años.
Razan Nassreddine forma parte de estos neo-berlineses comprometidos. Esta mujer siria que pasó por las mejores universidades europeas antes de instalarse en Berlín, hace cuatro años, es la ideóloga del proyecto Multaka (encrucijada, en árabe), que organiza desde diciembre visitas guiadas en árabe y gratuitas a cuatro de los principales museos de la capital. El objetivo es que los recién llegados descubran la historia alemana y los tesoros arqueológicos que oculta Berlín. Algunas de estas visitas las realizan refugiados. “Nuestro público son los demandantes de asilo que acaban de llegar, están desocupados, esperan conseguir los papeles y tienen ante sí mucho tiempo que no saben cómo llenar. Queremos mostrarles que tienen su lugar en Alemania. Para los iraquíes y los sirios, a menudo supone una gran sorpresa: no se esperan que haya tanto patrimonio aquí, como no cuentan con reencontrarse con Mesopotamia y tesoros de la arquitectura siria”.
Acaria y Ala, dos sirios llegados hace unos meses en Berlín se muestran extasiados ante la “habitación de Alepo”, procedente de un palacio cristiano de principios del siglo XVII, una joya de la arquitectura interior de madera preciosamente conservada en el Museo de Arte Islámico. Ante la avalancha de preguntas, Razan no disimula su satisfacción al contestar. “Me encanta ver a los sirios descubrir este sitio, no es lo mismo ver a turistas chinos...”, confía al término de la visita. A continuación, se encuentra la “Puerta de Damasco”, que procede de una casa judía, de los siglos XV-XVI. El grupo reacciona: los motivos y los colores, ¡son típicos de Damasco!, aseguran. Al término de la visita, se van encantados. A Alá, arqueólogo de formación y exempleado del Museo de Alepo, le encantaría participar en el programa como guía... Le facilita sus datos con Razan. Quizás encuentre su sitio: las visitas, en principio organizadas los miércoles, ahora también se celebran los sábados, dada que la afluencia de público ha superado todas las expectativas.
“A nuestro lado”
Gimnasio de una escuela de Prenzlauerberg (centro-norte), a última hora de la mañana. Guillaume Bruère, artista francés residente en Berlín desde hace una docena de años, acude con su gran carpeta de dibujos a un local que, desde principios de diciembre, se ha convertido en un centro de acogida de emergencia. Aquí viven de forma provisional y sin intimidad alguna unas 200 personas, la mayoría de origen iraní, sirio, afgano. El pintor, apenas ha entrado en la habitación que hace las veces de refectorio, cuando un joven iraní, Mustafá, acude a su encuentro, sonriente. Al igual que sus congéneres, a quienes Guillaume ha pintado días antes, Mustafá quiere un retrato. No hay problema, el pintor se sienta, ha venido a eso: a pintar una a una a estas personas anónimas llegadas por decenas de miles a territorio alemán. Mustafá posa con los ojos risueños y el rostro sereno. Con su trazo vivo, sus tonos pastel y trazos de acuarela, Guillaume plasma un rostro expresivo y colorido. Las palabras sobran, no tienen una lengua en común. Poco importa, lo esencial es otra cosa. Mustafá está exultante. Su hijo, Sepehr, se burla de él, después le llegará el turno y se mostrará intimidado. Después de él, es el momento de Tahereh, una mujer afgana que esperaba discretamente su momento. Durante este tiempo, en la mesa de al lado, una estudiante alemana aprende árabe con una profesora siria.
“Esta idea de hacer retratos de los refugiados no fue premeditada”, explica Guillaume Bruère. “Me surgió cuando me encontré con algunos entre ellos en la plaza del barrio a la que acudía con mi hija. Fue como una revelación, un poco como en la caverna de Platón, hasta ahora, todo se encontraba a mucha distancia para mí, el hecho de escuchar hablar en los medios de comunicación nos convierte en pasivos, espectadores; estamos en la representación. Y después, de repente, todo se convierte en real, sucede a nuestro lado y no podemos quedarnos sin hacer nada”. El artista asegura que sería preciso retratar a todos los refugiados que llegan a Europa (“un solo retrato no tiene sentido”), aunque es misión imposible evidentemente. De momento, acude varias veces por semana a este gimnasio berlinés. “Que alguien les mire de forma particular, a la cara, les sienta bien, creo”.
El centro de acogida abrió a principios de diciembre “en tres horas”, precisa Constance Frey, la responsable de comunicación de la asociación Bolskssolidarität, que gestiona 4 de los 160 hogares de alojamiento de la capital, entre ellos éste. “Desde el momento en que nos presentamos como candidatos para gestionar un centro, tuvimos que abrir”. La solidaridad en el barrio fue inmediata. “La primera tarde ya contábamos con un voluntario por refugiado. ¡Era incluso demasiado! Tuvimos que explicar que no necesitábamos a tanta gente...”.
En su página de Facebook, el colectivo de apoyo a los refugiados del gimnasio de Prenzlauerberg suma más de 2.000 miembros. Cada día, se intercambian mensajes para organizar de la mejor forma posible las tareas solidarias. Siempre encuentran una respuesta. Desde que abrió sus puertas, el gimnasio ha recaudado además 16.000 euros en donaciones. Es gratificante... e insuficiente al mismo tiempo. “Trabajamos con demasiada urgencia”, explica Constance Frey. “La sociedad alemana ha demostrado que es capaz de mostrar mucha generosidad. Pero ahora hay que trabajar para más adelante. ¿Cómo va a encontrar esta gente un lugar en el mercado del trabajo? De momento, es complicado y las leyes cambian continuamente Como asociación, intentamos, por ejemplo, contratar a inmigrantes para un proyecto dirigido a cuidar a personas mayores. No conseguimos los permisos pertinentes porque eran de los Balcanes y tenían que ser deportados...”.
Regresamos al Maxim-Gorki Theater, dos días después de la representación. Jean Hillje, el codirector, nos recibe en el jardín, en un banco, bajo un sol de invierno en un día precioso. Desde este verano, hay una palabra que aparece una y otra vez a la hora de calificar esta reacción, sin precedentes, de la sociedad alemana: la Willkommenskutur, la cultura de la acogida. En una Europa cautelosa y dominada por los egoísmos nacionales, ¿Alemania se ha mostrado ejemplar? “Nos convertimos en eso para lo que hemos estado destinados siempre. Estamos en un país en el centro de Europa. El centro debe estar abierto para recibir a los que atraviesan”.
Pero la fórmula, para Jens Hillje, tiene límites. “No me gusta esta palabra, la Willkommenskutur, porque sólo implica la acogida en un primer momento, no habla de todo el proceso que debe seguir a continuación. Ante el fenómeno migratorio, no se trata simplemente de ser amable, hay que garantizar las consecuencias que acarrea... Esto hace pensar en otra palabra problemática en la historia alemana, la que alude a los Gastarbeiter [término empleado para la inmigración, en su mayoría turca, durante los años 50 a 70 y que significa literalmente trabajadores invitados]. El Gobierno los consideraba así, era más sencillo que hablar de inmigración y ellos mismos se consideraban de así; pero si hablamos de “invitados” implica que no existe integración...”. Los que son ahora “bienvenidos” al otro lado del Rin, ¿serán mañana migrantes integrados?
Aunque hay ciertos itinerarios que ponen de manifiesto muestran que el proceso ya está en marcha, ese es el gran desafío al que ahora debe hacer frente la sociedad alemana.
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Traducción: Mariola Moreno
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