Donald Trump navega en varios frentes diplomáticos que aprovecha para hacer negocios con sus empresas

Después del 11 de septiembre de 2001, George W. Bush inauguró el periodo de guerras interminables, libradas en nombre de la lucha contra el terrorismo. Desde su regreso a la Casa Blanca, Donald Trump se ha embarcado en negociaciones sin fin.
Esas negociaciones, de mayor o menor éxito, se han llevado a cabo casi siempre de forma bilateral, lo que favorece los conflictos de intereses y la corrupción, pero permiten en última instancia al presidente estadounidense presentarse como el “rey de los acuerdos” por excelencia.
Fiel a su estrategia de saturar el espacio político y mediático, el 47º presidente de los Estados Unidos ha abierto numerosos frentes en muy poco tiempo. Podrían agruparse en dos categorías: una se refiere a su voluntad de remodelar el comercio mundial y la otra a las tensiones actuales en el planeta, ya sean guerras —desde Ucrania hasta Gaza, pasando por India y Pakistán— o conflictos que hay que evitar, como el de Irán.
Como explicó a la revista The Atlantic, con un toque de megalomanía, tras sus cien días en el poder, “la primera vez, luchó por su supervivencia y por dirigir este país. Esta vez, lo hace por ayudar a su país y al mundo”.
En cuanto a la primera categoría, comenzó muy pronto, con el anuncio de la imposición de aranceles exorbitantes a todos los países del planeta, sin distinción entre “amigos y enemigos” de Washington. Una medida drástica que dio lugar a la apertura de negociaciones separadas con las naciones afectadas. Todas ellas siguen en marcha, ya sea con Canadá o con la Unión Europea.
Pero la más importante, a ojos de la administración Trump, es la de China, considerada en Washington como el gran rival del siglo XXI, el que busca sustituir a Estados Unidos como potencia hegemónica mundial —algo que Pekín niega— y el que más se ha beneficiado de la globalización en detrimento de Estados Unidos.
Un alto el fuego comercial con Pekín
El pasado fin de semana se reunieron en Ginebra delegaciones de ambos países para intentar encontrar un terreno de entendimiento. El lunes 12 de mayo, en un comunicado, la Casa Blanca se felicitó, tras las “exitosas negociaciones” en Suiza, por un “otro acuerdo histórico” tras el alcanzado con Gran Bretaña.
“Durante demasiado tiempo, las prácticas comerciales desleales y el enorme déficit comercial de Estados Unidos con China han alimentado la deslocalización de puestos de trabajo americanos y el declive de nuestro sector manufacturero”, afirma el texto, añadiendo que: “Al alcanzar un acuerdo, Estados Unidos y China reducirán cada uno los aranceles del 115 %, manteniendo un arancel adicional del 10 %. Se mantendrán otras medidas estadounidenses”.
Ambos países deben aplicar esas decisiones antes del miércoles. “Este acuerdo comercial es una victoria para Estados Unidos, que demuestra la experiencia sin igual del presidente Trump para alcanzar acuerdos que benefician al pueblo americano”, se jacta también el texto.
Pero, como ya se señaló cuando se anunció el acuerdo con Londres, esos entendimientos están lejos de poner fin a las crisis que ha desencadenado Donald Trump. Le proporcionan golpes publicitarios, le permiten ocupar la maquinaria mediática, en particular los canales 24 horas, pero no resuelven en absoluto los problemas de fondo.
De hecho, el acuerdo con China es temporal, con una duración prevista de noventa días, mientras continúan las negociaciones. Se trata, por tanto, más de un alto el fuego que de un tratado de paz. Ambos países han explicado que han establecido un mecanismo para continuar sus conversaciones sobre comercio y economía, en el que China estará representada por He Lifeng, viceprimer ministro, y Estados Unidos por Scott Bessent, secretario del Tesoro, y Jamieson Greer, representante de Comercio americano.
“Hemos logrado muchos resultados en dos días, y supongo que nos reuniremos de nuevo en las próximas semanas para llegar a un acuerdo más completo”, declaró Scott Bessent el lunes en una entrevista concedida a la CNBC. Por su parte, He Lifeng subrayó que ambos países se habían comprometido a un “diálogo y consulta en pie de igualdad”, con el objetivo de “profundizar la cooperación”. Una conclusión mucho más comedida, y seguramente más cercana a la realidad, que los efectos anunciados por Trump.
En cualquier caso, el lunes, Trump elogió las “muy buenas relaciones” entre ambos países y añadió que quizá hablaría con el líder chino Xi Jinping a finales de semana.
Ucrania, un asunto pendiente
En la segunda categoría de frentes abiertos, el tema de Ucrania muestra los límites del método Trump. No basta con proclamar que se quiere resolver un conflicto nada más llegar a la Casa Blanca para que esto se haga realidad.
Tras acercarse al presidente ruso, Trump ha mostrado algunos signos de irritación ante la mala fe de Vladimir Putin. Pero este jueves se dará en Turquía un nuevo paso en el intento de resolver la guerra en Ucrania.
Trump ha apoyado en sus redes sociales una oferta rusa de negociaciones en Estambul, mientras los líderes europeos se reunían el pasado fin de semana en Kiev para exigir un alto el fuego “completo e incondicional” de 30 días a partir del lunes, condición previa, según ellos, para el inicio de las conversaciones de paz directas entre rusos y ucranianos.
“Al menos podrán determinar si es posible llegar a un acuerdo y, si no es así, los líderes europeos y Estados Unidos sabrán a qué atenerse y podrán actuar en consecuencia”, declaró el presidente americano.
Su homólogo ruso ha ignorado el ultimátum europeo proponiendo negociaciones “directas” y “sin condiciones previas" entre Moscú y Kiev a partir del jueves en Estambul. Se trataría de las primeras conversaciones entre rusos y ucranianos desde las primeras semanas de la invasión rusa a principios de 2022, cuando una serie de reuniones bilaterales, celebradas también en parte en Turquía, no dieron resultado. Zelensky ha respondido invitando a Putin a reunirse con él “en persona” el jueves en Estambul. Por el momento no hay respuesta del Kremlin.
Arabia Saudí, un país imprescindible
Durante su primer mandato (2017-2021), Donald Trump rompió con una tradición establecida por sus predecesores más recientes, que realizaban su viaje inaugural a uno de los países vecinos (Canadá o México) o a Europa. El nuevo presidente americano ha adquirido la costumbre de viajar a Arabia Saudí. Es en este país, por tanto, donde ha comenzado el martes una gira por el Golfo, que también le llevará a Qatar y a los Emiratos Árabes Unidos.
Su interés por esta parte del mundo no se explica solo por razones geopolíticas o por su ambición de atraer el dinero de los Estados petroleros para invertir en su país. Sus intereses privados y los de su familia no son ajenos a la atención que le presta.
Antes de su gira, dos de sus hijos, Eric Trump y Donald Trump Jr, han estado muy activos en la región, ya sea para promover los proyectos inmobiliarios de la Trump Organization o la criptomoneda $TRUMP que la familia lanzó tres días antes de su toma de posesión.
Trump, Elon Musk y sus amigos multimillonarios se han entregado a un alucinante desenfreno de corrupción pública
En abril, un promotor inmobiliario presentó en Qatar un complejo de golf Trump en una ceremonia a la que asistieron Eric Trump y un ministro catarí. Un mes más tarde, el mismo Eric Trump se encontraba en Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos, en compañía de Zach Witkoff, uno de los fundadores de la empresa de criptomonedas de la familia Trump, World Liberty Financial (WLF), por cierto, hijo de Steve Witkoff, enviado especial del presidente americano para Oriente Medio.
Ambos se mostraron encantados de anunciar que un fondo respaldado por Abu Dabi iba a realizar una transacción comercial de 2.000 millones de dólares utilizando las monedas digitales de la empresa Trump. Para el New York Times, se trata de un ejemplo perfecto de “conflictos de intereses sin precedentes en la historia moderna de Estados Unidos”.
Elon Musk, por su parte, se ha beneficiado de fondos procedentes de Qatar y los Emiratos Árabes Unidos en el marco de la recaudación de 6.000 millones de dólares para su empresa xAI, especializada en inteligencia artificial.
Make Corruption Great Again
Para muchos, con Trump estamos asistiendo sobre todo a una nueva edad de oro de la corrupción en Estados Unidos.
Así lo expresó en marzo en el Senado el senador demócrata Chris Murphy, quien enumeró una veintena de casos de corrupción durante los primeros meses del segundo mandato. “Trump, Elon Musk y sus amigos multimillonarios se han entregado a un alucinante desenfreno de corrupción pública. Básicamente, no es diferente de lo que ocurre en Rusia”, afirmó.
El martes 6 de mayo, el senador presentó un proyecto de ley, la Modern Emoluments and Malfeasance Enforcement (MEME) Act (Ley de ejecución sobre emolumentos modernos e infracciones), destinado a prohibir a los funcionarios federales utilizar su cargo para sacar provecho de activos digitales como las meme coins, esas monedas virtuales, como la lanzada por el presidente.
“No hay forma de saber quién compra las monedas, lo que deja la puerta abierta a multimillonarios, oligarcas rusos y príncipes saudíes para comprar en secreto $TRUMP y enriquecer directamente al presidente con el fin de ganarse sus favores”, señala el comunicado de Chris Murphy.
A diferencia de su primer mandato, cuando se cuidó de vender todas sus acciones antes de entrar en la Casa Blanca y de entregar las llaves de su empresa inmobiliaria a sus dos hijos, esta vez Trump no lo ha hecho. Los contrapoderes son ahora mucho más débiles y, por lo tanto, parece aún más influenciable. El sistema también es deficiente: se basa, como señaló el Washington Post en noviembre, en la buena fe del interesado. Y con Trump, ya sabemos lo que eso significa.
Además, el año pasado, el Tribunal Supremo reforzó la protección del presidente, eximiéndolo de cualquier proceso judicial relacionado con las decisiones tomadas mientras esté en el cargo.
Y como guinda del pastel, la víspera de su partida para su gira por el Golfo, se supo que Qatar se disponía a ofrecer a Donald Trump el regalo más caro jamás ofrecido a un líder americano por un gobierno extranjero: un avión de lujo Boeing 747-8 de la familia real, que se pondrá a disposición del presidente Trump como nuevo Air Force One y luego se transferirá a la fundación de la biblioteca presidencial de Trump.
Robert Weissman, un responsable de la ONG Public Citizen, denunció este regalo de un “palacio en el cielo”. “Es como si los qataríes le hubieran dado 400 millones de dólares en efectivo a Trump y le hubieran dicho que los guardara bajo el colchón hasta 2029, fecha en la que podría gastarlos libremente”, afirmó.
Y añadió: “Pero puede ser aún peor, porque mientras tanto utilizará el avión, lo que supondrá un alto coste para el contribuyente americano porque tendrá además que modernizarlo”. “Incluso en el contexto de una presidencia caracterizada por el fraude, esta decisión es escandalosa. Demuestra claramente que la política exterior de Estados Unidos bajo Donald Trump está en venta”, concluyó.
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El lunes, Donald Trump elogió “un gran gesto por parte de Qatar”. Pero, sobre todo, un gran paso hacia un sistema aún más corrupto en la plutocracia estadounidense.
Traducción de Miguel López