Ninguno de los líderes europeos se atreve a hablar demasiado alto todavía por miedo a romper la unanimidad entre Estados Unidos y Europa contra la invasión rusa de Ucrania. También por miedo a dar argumentos a Vladimir Putin, a cuya estrategia bélica le vienen muy bien las divisiones entre Europa y Estados Unidos. Pero cuanto más tiempo pasa, más se impacientan los países europeos con el gobierno americano.
Toda su exasperación se centra en tres palabras: la Inflation Reduction Act (IRA). Este programa de 369.000 millones de dólares, aprobado el 15 de agosto, está destinado a promover la transición ecológica ayudando al desarrollo de tecnologías y métodos de descarbonización. Pero los europeos lo ven sobre todo como una formidable máquina de atraer y succionar industrias y conocimientos europeos, y de incentivo para instalarse en Estados Unidos con subvenciones y ayudas de todo tipo.
"En plena guerra en Ucrania, la administración Biden está mostrando una agresividad sin precedentes contra Europa", denunció un funcionario europeo desde el anonimato. Olivier Blanchard, ex economista del Fondo Monetario Internacional, teme que estas subvenciones masivas puedan provocar "una guerra comercial" entre ambos lados del Atlántico.
Se espera que este sea el tema principal en las conversaciones entre Emmanuel Macron y Joe Biden cuando se reúnan en Washington el 1 de diciembre. Por su parte, el ministro de Economía checo, Jozef Síkela, que actualmente dirige las negociaciones económicas y comerciales europeas en el marco de la presidencia rotatoria, declaró el 25 de noviembre que "quería soluciones" en la próxima reunión bilateral del Consejo de Comercio y Tecnología, el 5 de diciembre. "Es importante que Estados Unidos escuche nuestras preocupaciones y que un grupo de trabajo trabaje en una solución aceptable para ambas partes", dijo.
Aunque sin ventilar públicamente sus diferencias, cada vez se alzan más voces, oficial y extraoficialmente, en las capitales europeas y en el seno de la Comisión contra la actitud de Estados Unidos. Mientras toda Europa está pagando muy caro la guerra en Ucrania, dicen, Washington está haciendo fortuna a costa de los europeos. "Si nos fijamos en los hechos, el país que más se beneficia de la guerra es Estados Unidos, porque vende más gas a precios muy altos y porque vende más armas", dijo un alto funcionario europeo a Politico en los últimos días.
Las capitales europeas ya lo han constatado. La sustitución del gas ruso por el gas de esquisto americano beneficia enormemente a Estados Unidos: por primera vez en décadas, Washington tiene un superávit comercial gracias a sus ventas a Europa de gas y petróleo a precios elevados.
Ya en septiembre, Macron denunció el "doble rasero" en el mercado del gas. Los precios del gas comprado en Estados Unidos por Europa, señaló, eran tres o cuatro veces superiores a los del mercado interior. El tema, dijo, afectaba a "la sinceridad del comercio transatlántico". Sin hacer críticas tan directas a Washington, varios líderes europeos, entre ellos el primer ministro belga, insistieron en "el desvarío de las economías europeas".
'Dumping' de EEUU
Pero el tono subió con la promulgación de la Inflation Reduction Act. Al principio, los responsables europeos no vieron el alcance este programa. La Comisión no podía imaginar que Estados Unidos diera la espalda a treinta años de neoliberalismo y relanzara una política de subvenciones masivas para reindustrializarse. Le costó aún más reconocer que, en pleno conflicto con Rusia, el gobierno de Biden seguía en cierto modo los pasos del de Donald Trump.
El viraje fue tan inesperado e imprevisible que la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, lanzó un tuit al día siguiente de la aprobación del programa americano congratulándose de que el plan "sienta las bases de una economía verde en Estados Unidos". Cada vez más criticada por su gestión de la crisis energética europea, Von der Leyen ha intentado desde entonces olvidar su desafortunado mensaje. Sus críticos lo ven como una muestra más de su alineamiento ciego con Estados Unidos.
A principios de septiembre, numerosos directores de grandes empresas europeas dieron la voz de alarma ante dirigentes de sus países y la Comisión Europea. Todos han descubierto los efectos potencialmente devastadores del programa IRA. "Con el pretexto de ecologizar la industria, EE.UU. está haciendo dumping para atraer la industria y los conocimientos técnicos a territorio americano. Y no se trata sólo de sectores o tecnologías estratégicas como los semiconductores. Energía, solar, hidrógeno, automoción, acero, zinc, baterías, a todos los sectores se les ofrece enormes subvenciones si se instalan o se trasladan a Estados Unidos", analiza este responsable europeo.
La amenaza de una desindustrialización masiva
Por ejemplo, el gobierno americano quiere ofrecer ayudas fiscales de hasta 7.500 dólares para la compra de cualquier vehículo eléctrico fabricado en Estados Unidos. Se ha establecido un plan de 52.000 millones de dólares para que los fabricantes de semiconductores trasladen su producción y financien su investigación y desarrollo. A los productores de hidrógeno, considerado una de las energías del futuro, se les ofrecen subvenciones del 60-70% para construir nuevas plantas en Estados Unidos. Además, el gobierno les garantiza un precio de la energía inferior a 30 dólares por MWh durante quince años. Pero estas garantías de precios de la energía también se aplican a los productores de acero, zinc o fertilizantes.
¿Qué grupo europeo puede resistirse a tal reclamo, en un momento en que los costes de la energía se disparan en Europa, donde los precios son diez veces más altos que en Estados Unidos? Cerca del 60% de las instalaciones metalúrgicas de Europa ya han parado en los últimos meses debido a la subida de los precios del gas y la electricidad. También se ha detenido la mitad de la producción de fertilizantes, así como la producción de vidrio y papel. Como Europa no puede ofrecer ninguna previsión sobre los costes de la energía en el horizonte de tres a cinco años, muchos dicen que ya no les interesa expandirse en el continente europeo.
BASF fue una de las primeras en romper el tabú. A principios de otoño, este grupo químico alemán anunció que estaba considerando mantener parte de su producción en Europa. "Se plantea la cuestión de si los productos básicos, en particular, pueden seguir produciéndose de forma competitiva en Europa y en Alemania a largo plazo", confirmó en una entrevista al diario económico Handelsblatt el 17 de noviembre.
El irresistible atractivo de Estados Unidos
La lista es ya interminable. Los fabricantes de automóviles, con PSA a la cabeza, han anunciado que están estudiando la posibilidad de ubicar parte de la producción de sus vehículos eléctricos en Estados Unidos para beneficiarse de las subvenciones que no tienen en Europa. La compañía eléctrica española Iberdrola ha decidido vender parte de sus activos europeos para reducir su deuda, con el fin de financiar mejor un programa de desarrollo de 15.000 millones de dólares en Estados Unidos. El fabricante de componentes aeronáuticos Safran ha suspendido sus proyectos de inversión en Europa, a la espera de más aclaraciones. Arcelor-Mittal está cerrando altos hornos en Europa, por considerar que es mucho más rentable producir acero en Estados Unidos, aunque luego haya que importarlo en Europa.
Incluso los grandes proyectos europeos que supuestamente encarnan la transición ecológica industrial se ven afectados. Tesla, propiedad del multimillonario Elon Musk, anunció a finales de octubre que abandonaba su proyecto de gigafactoría en Berlín en favor de Austin (Texas). Northvolt, el fabricante sueco de baterías, que iba a construir una fábrica en colaboración con Volkswagen, ha suspendido su proyecto por considerar que Estados Unidos es ahora mucho más atractivo. Los fabricantes de vehículos eléctricos japoneses y surcoreanos, mucho más avanzados que los europeos en cuanto a componentes electrónicos, son ahora reacios a proseguir sus planes de expansión en Europa junto a los fabricantes de automóviles europeos.
Lo que vale para las baterías vale también para los semiconductores, las turbinas eólicas y los paneles solares. Todo el mundo sopesa la situación y se pregunta, en este contexto de total incertidumbre, si realmente merece la pena invertir en Europa.
Uno tras otro, los gobiernos se alarman: Europa está amenazada por una desindustrialización masiva y se arriesga a comprometer toda su transición ecológica y su futuro económico y social. Porque detrás de los grandes grupos, son todos los ecosistemas industriales los que están en peligro. No sólo la cadena de subcontratistas y de servicios, sino también todas las cadenas de investigación y de valor añadido que trabajan en simbiosis con los grandes grupos y que están llamadas a formar la nueva matriz de la reindustrialización, tras un gran período de perturbación vinculado a la globalización y a la deslocalización.
En orden disperso
Pero ante esta amenaza ya identificada, los europeos avanzan como siempre en orden disperso. Como suele ocurrir, los altos funcionarios de la Comisión Europea están elaborando una respuesta jurídica y formal. La Presidenta de la Comisión ha amenazado con llevar el conflicto entre Europa y Estados Unidos ante la Organización Mundial del Comercio, alegando que la IRA elude las normas comerciales internacionales.
Esta respuesta es considerada por sus críticos como totalmente inadecuada. La OMC es una estructura muerta tras el fracaso de la Ronda de Doha en 2008. Su incapacidad para ir más allá de su visión dogmática y responder a los retos del cambio climático en particular ha demostrado su inutilidad. Sus opiniones ya no interesan a nadie. "Y aunque se ocupara de la cuestión, emitiría un dictamen dentro de cinco años. Para entonces, los daños habrán sido irreversibles", afirma un experto en la materia.
Algunos, como Valdis Dombrovskis, Comisario Europeo de Comercio, considerado uno de los más atlantistas de la Comisión, apuestan fuerte por la reunión bilateral del Consejo de Comercio y Tecnología prevista para el 5 de diciembre. Los que conocen a fondo el funcionamiento de la administración americana, temen que esta reunión solo sirva para bonitos discursos y vagas promesas para adormecer a los europeos. En el mejor de los casos, según algunos observadores, los americanos ofrecerán a los europeos los mismos esquemas de compensación que ofrecieron a México y Canadá en materia de ayudas a los vehículos eléctricos. Un sistema muy insuficiente para contrarrestar la amenaza de la desindustrialización en Europa y para compensar el enorme choque económico causado por la guerra en Ucrania.
"Punto de inflexión histórico”
La primera ministra francesa, Elisabeth Borne, en una reunión en Berlín el 25 de noviembre con el Canciller alemán Olaf Scholz, se mostró partidaria de utilizar todas las herramientas europeas para promover la inversión en la transformación energética. Los comisarios europeos de Economía, Paolo Gentiloni, y el de Mercado Interior, Thierry Breton, defienden la idea de un mecanismo europeo que pueda ofrecer las mismas condiciones y garantía de deuda a todos los Estados miembros, para ayudar a cada uno a proteger su industria. También es una forma de luchar contra el plan de 200.000 millones de euros lanzado por el gobierno alemán para ayudar a empresas y hogares a hacer frente a la subida de los precios de la energía.
"La carrera por las subvenciones es muy cara e ineficaz", ha respondido ya el comisario Dombrovskis. "Nadie quiere entrar en la carrera de las subvenciones, pero lo que ha hecho EE.UU. no se ajusta a los principios del libre comercio y la competencia leal", respondió el viceprimer ministro irlandés y ministro de Empresas, Leo Varadkar.
El debate entre las diferentes sensibilidades europeas continúa, y la administración Biden puede verse tentada a aprovecharse de la situación. Pero la magnitud de la guerra en Ucrania y la conmoción económica causada en el Viejo Continente se prestan poco a maniobras o titubeos.
"Nos encontramos en un punto de inflexión histórico", declaró un alto funcionario europeo a Politico, señalando que el doble golpe de las subvenciones industriales estadounidenses y la subida de los precios de la energía puede hacer que la opinión pública se vuelva contra el esfuerzo bélico y la alianza transatlántica. "Estados Unidos debe darse cuenta de que la opinión pública está cambiando en muchos países europeos.”
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Traducción de Miguel López