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Francia: los últimos días del imperio socialista
Abstenciones, 23; votos a favor, 3; votos en contra, 5. Ése fue el sentido del voto de los diputados socialistas en la jornada en que se sometía a votación la confianza al Gobierno de Édouard Philippe. La distribución de los sufragios, repartidos entre las tres opciones posibles, pero concentrada en la más indeterminada y ambigua de todas, es todo un símbolo del tránsito del Partido Socialista francés hacia la nada estratégica.
Desde la desastrosa secuencia electoral de 2017, la organización parece sometida a una suerte de suplicio chino, que tiende a confirmar el diagnóstico de hundimiento de este gran partido de Gobierno. Tras verse abandonado por sectores enteros de su núcleo electoral más fiel, hasta el punto de no poder mantenerse en el Ejecutivo, ni figurar como la principal fuerza de alternancia, el PS primero vio cómo Manuells Valls y Benoît Hamon abandonaban sus filas.
La defección de los dos finalistas en las primarias de enero pasado no sólo es grave por su dimensión simbólica. Cada uno a su manera, Valls y Hamon defendían un proyecto de reconversión de un partido cuyo régimen de existencia (ideología, base social, alianzas, estructuración interna) se había agotado. Mientras el primero pretendía conjugar una orientación “republicano conservadora” y una estrategia de reformas neoliberales, dispuesto incluso a dejar de poner en aprietos a la unión de la izquierda, el segundo proponía una ruptura doctrinal con el productivismo atávico de la cultura socialdemócrata, entroncando con reivindicaciones democráticas y una sensibilidad antiautoritaria olvidadas con el paso del tiempo.
Falta de estrategia viable
De las elecciones presidenciales y legislativas, los dos responsables socialistas han aprendido que el PS había dejado de ser el vehículo adaptado a estos proyectos y que, en su defecto, era incapaz de formular una oferta política adaptada a los tiempos actuales. A Valls le ha dado esta lección el propio Macron, quien ha decidido superar ritos y pasos obligados de una campaña socialista para apoyarse mejor en responsables del centro derecha que comparten su visión del mundo. El ex primer ministro, encerrado en un PS en cuyo seno había descuidado conservar redes lo suficientemente importantes, puso sus ojos en otro partido con el fin de realizar su sueño de recomposición política.
En lo que respecta a Hamon, ha vivido el saboteo de su campaña por parte de un sector importante de la élite y del aparato del partido que teóricamente debía apoyarlo. Cualquier tentativa de tomar el control del PS implicaba enfrentarse a la misma hostilidad, aún cuando sus malos resultados no le otorgaron una legitimidad suficiente como para imponerse de forma natural. Y, lo que es peor, los aplausos que acompañaron al anuncio de su marcha del PS llevan a pensar que, incluso para ciudadanos anclados a la izquierda, esta “marca” pudo generar cierto rechazo, algo similar a lo ocurrido en Italia, donde la referencia al “socialismo” se ha convertido en tabú tras la desastrosa era Crazi. En este contexto, desbordar el partido por la base podría resultar peligroso.
En una tribuna publicada en Le Monde, los socialistas Guillaume Bachelay y Alain Bergounioux consideran que el macronismo y el melenchonismo condenan a Valls y a Hamon a la impotencia. La crítica cae en saco roto. Primero porque Valls lo entendió a la perfección, al unirse al bando del presidente a la espera de su turno. En segundo lugar porque Hamon, en una posición clara frente al Ejecutivo, podría constituir, con más credibilidad que el PS, un polo de atracción para las fuerzas de izquierda, que han quedado ajenas a la esfera de los insumisos. Para buena parte de ellas, el PS sólo era imprescindible por su estatus de principal alternativa de derechas, que ahora ha perdido. Por último, las críticas de Bachelay y Bergounioux a Valls y Hamon bien podrían aplicarse al propio PS.
La posición de los diputados socialistas en lo que al respecto a la confianza en el Gobierno se refiere, consistente en no elegir y no reunir ni siquiera al conjunto de los miembros del (pequeño) grupo preservado, es sintomática. ¿A qué base electoral puede corresponder una fuerza incapaz de apreciar en su globalidad la línea gubernamental, dejando entender que se pronunciará caso a caso? ¿Cuánto tiempo podrán mantener los compromisos internos del partido, alcanzados entre el partido y sus diputados, conforme los proyectos del Ejecutivo se sometan a votación? No olvidemos que la propuesta de la Ejecutiva de no someter a votación de confianza al Gobierno era bastante ambigua para permitir abstenciones, estando justificadas por el hecho de que el PS se situaba oficialmente en la oposición...
Segunda ola: elecciones locales
En su trayectoria de obsolescencia programada, el PS tendrá que vérselas además, antes del final del mandato de Macron, con elecciones locales. Hasta ahora, los partidos en la oposición sacaban ventaja de estos comicios. No parece que ahora vaya a ser el caso. Puede suceder que un determinado número de candidatos electos cambien simplemente de etiqueta, en Lyon, por ejemplo. El PS –empequeñecido a nivel nacional y vulnerable a una nueva fuerza conquistadora llegada del centro, confrontado a tensiones crecientes con sus socios de izquierda molestos por sus no elecciones– perderá probablemente un número importante de municipios, lo que se sumará al retroceso histórico ya registrado durante los años de Gobierno de Hollande.
Después del primer tsunami de las presidenciales y de las legislativas, la segunda ola de las elecciones intermediarias alimentará un círculo vicioso de destrucción del poder de atracción del PS. Eso será cierto para las otras fuerzas políticas con las que el partido puede cooperar, pero más fundamentalmente aún para los militantes susceptibles de aportar recursos, dirimir las diferencias internas y preparar la reconquista electoral. Los trabajos del politólogo Philippe Juhem, difundidos hace una década en la Revue françaises de science polítique, se revelan precioso para comprender el alcance.
“En un modelo que haría convicciones individuales el motor de la adhesión a un partido, la distribución de los efectivos militantes del PS debería estar estrechamente correlacionado con la de sus electores”, decía el investigador. Al contrario, observaba por su parte fuertes disparidades entre secciones pertenecientes a localidades próximas por su comportamiento electoral, su situación geográfica y sus características sociodemográficas. La llave explicativa residía de hecho en el “control de la institución municipal”.
En resumen, Juhem mostraba que contar con una alcaldía aumentaba la capacidad de adherirse al partido. Sin embargo, era crítico con la idea de que un crecimiento de la militancia militante preparaba el terreno a éxitos electorales. En el caso del PS tal y como había evolucionado, la relación se había invertido. Esto significa que nuevas pérdidas importantes de alcaldías, sobrevenidas después de las de 2014, pondrían en grave peligro la capacidad de recuperación “desde abajo”. Haría falta que el PS sea capaz de lograr nuevas adhesiones, tan atractivas como las amenidades (reales o esperadas) de una “militancia mayoritaria”. Las motivaciones de una “militancia de oposición” podría encontrarse en los vínculos de solidaridad de una contra-sociedad y en la pasión política suscitada por una visión del mundo movilizadora.
Es obvio que el PS todavía está lejos de conseguirlo y que encontrará competidores por el camino. Sin contar con que su capacidad para gestionar los conflictos internos podría verse afectada por un descenso adicional de los municipios en que gobierno. Además de poner en evidencia la “producción notable del militarismo”, Juhem subrayó en efecto la “domesticación” llevada a cabo por los electos. Dicho de otro modo, no sólo contar con una alcaldía permitía aumentar significativamente el número de militancia, sino que también proporcionaba recursos para disciplinar la votación en las secciones.
En un contexto en que la dirección podía pesar sobre las carreras (menos habitual ahora que las perspectivas de llegar el Gobierno se han alejado radicalmente), “comprometerse en defensa las corrientes outsiders representaba un riesgo en lugar de una apuesta”. Una vez finalizada la presión del local y del nacional, las luchas entrepartidos podrían dar un giro a la vez más incierto y más vivo. Sin incitación fuerte a la unión a falta de alternancia al alcance de la mano y sin contar tampoco con una fuerte ideología para canalizar los conflictos internos, un proceso puede ponerse en marcha una degeneración faccional.
Y, como ya hemos señalado, ningún gran partido de Gobierno que se ha hundido electoralmente ha sabido recuperar el estatus perdido. No es una teoría que siempre se cumpla y los que apuesten por el PS tratarán de desmentirlo. Pero es probable que les lleve un tiempo... __________
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Traducción: Mariola Moreno
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