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El régimen de Putin, un fascismo construido bajo el silencio de las tumbas y los calabozos

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François Bonnet (Mediapart)

El lento asesinato de Alekséi Navalny, que comenzó con un intento frustrado de envenenamiento en 2020, seguido de tres años de pesadilla en prisión, llegó a su fin el viernes 16 de octubre de 2024. A sus 47 años, el opositor a Vladimir Putin deja mujer y dos hijos, colaboradores y amigos casi todos huidos al extranjero (los demás están en la cárcel) y miles de militantes y simpatizantes. 

Desde hacía varias semanas, Navalny estaba recluido en una colonia penitenciaria reforzada cerca de la pequeña ciudad de Kharp, al norte del Círculo Polar Ártico, no lejos de uno de los gulags más siniestros de Stalin, el campo de Vorkuta, donde decenas de miles de zeks (nombre popular dado a los presos de los gulags soviéticos, ndt) murieron de frío, desnutrición y accidentes en las minas de carbón. Hace algunos unos años, alrededor de los caballetes de las minas aún podían verse enormes campos de cruces o postes de madera, cementerios plantados en la nieve y el hielo. 

Durante los últimos tres años, desde su inmediata detención a su regreso de Berlín, donde había sido salvado del envenenamiento con Novitchok por un equipo especializado del FSB (ex KGB), Alekséi Navalny había ido pasando de prisión en prisión tras múltiples juicios y condenas. Pero fueron sobre todo sus repetidas estancias en régimen de aislamiento –veintisiete en total– en horribles celdas de aislamiento, y la reiterada privación de atención médica lo que arruinó su salud. Sus últimas fotos, tomadas dos días antes de su muerte, muestran sin duda a un hombre aún combativo e irónico. Pero en tres años había envejecido treinta. 

Navalny estuvo hablando de política hasta el final, dejando que sus abogados (varios de los cuales están ahora en la cárcel) y sus amigos en el extranjero dieran la voz de alarma sobre su estado de salud. Prefería denunciar la guerra rusa para invadir Ucrania y a Putin, al que llamaba "Vlad el envenenador", "el abuelete en su búnker" o "el corrupto y ladrón". 

En un documental dirigido por Daniel Roher y estrenado en 2022, basado en entrevistas con Navalny de antes de su detención, éste justificaba su regreso a Rusia –"No hay otras opciones"–, mencionaba la posibilidad de morir en prisión y decía que quería dejar a los rusos un único mensaje: "No os rindáis. Lo único que hace falta para que gane el mal es que la buena gente no haga nada. Así que actuad". 

Quizás Navalny pensó que, paradójicamente, la cárcel le protegería. Al fin y al cabo, Mijaíl Jodorkovski, otro famoso opositor a Putin, había cumplido diez años de cárcel pero no había sido asesinado como tantos otros, Borís Nemtsov en 2015, Anna Politkovskaya en 2006, por nombrar sólo a dos conocidos. En 2009, el abogado Sergei Magnitsky murió en la cárcel, pero porque había sido antes mortalmente apaleado por agentes de policía en una comisaría. 

Alekséi Navalny es la primera figura importante de la oposición que muere en detención. Esto se debe al odio particular que Putin sentía por él, al menos por dos razones. La primera fueron las demoledoras investigaciones llevadas a cabo por el Fondo Anticorrupción creado por Navalny, dirigidas primero contra Dmitri Medvédev y luego contra Vladimir Putin, así como contra altos funcionarios y políticos. Esos vídeos fueron vistos por decenas de millones de rusos que descubrieron el saqueo generalizado del país a manos de un sistema criminal y mafioso. 

La segunda razón fue la espectacular investigación llevada a cabo por Navalny, el periodista Christo Grozev y la web Bellingcat sobre los detalles del envenenamiento del político opositor montado por los servicios rusos. El sistema mafioso tenía sus equipos de asesinos, que eran reclutados en el seno del aparato de seguridad y no en los oscuros márgenes de la criminalidad chechena dirigida por el sátrapa Ramzan Kadyrov (como fue el caso, por ejemplo, de los asesinos de Anna Politkovskaya). 

La cárcel no hizo nada para proteger a Navalny y su muerte significa que se ha subido un escalón más en la instauración del terror. La señal es terrible para las demás figuras de la oposición encarceladas. Por citar sólo a dos, cercanos a Nemtsov y luego a Navalny, Ilia Iachine, de 40 años, condenado en diciembre de 2022 a ocho años y medio de prisión, y Vladimir Kara-Mourza, de 42 años, que tras sobrevivir a dos intentos de envenenamiento fue condenado a veinticinco años de prisión en abril de 2023. A finales del mes pasado, fue puesto en régimen de aislamiento durante al menos cuatro meses... 

Esos dos hombres también se negaban a abandonar Rusia y habían denunciado el inicio de la guerra contra Ucrania, como muchos otros miles. Según un recuento realizado por el grupo de derechos humanos Memorial, ahora prohibido, desde el estallido de la guerra en febrero de 2022 han sido procesadas veinte mil personas por "difusión de noticias falsas", "traición" e "injurias a las fuerzas armadas". 

No todos han sido encarcelados, pero la novedad de los últimos meses es que la fiscalía retoma los casos y los recurre, al considerar que las multas ya no son suficientes. Así es como el politólogo y sociólogo marxista Boris Kagarlitsky, en su día cercano a un partido de izquierdas ya desaparecido, fue condenado esta semana a cinco años de cárcel en un segundo juicio por "llamamientos públicos al terrorismo". 

El segundo juicio contra Oleg Orlov, uno de los principales líderes de Memorial, debía comenzar el jueves, tras un recurso de la fiscalía, que vuelve a pedir no una multa sino una pena de cinco años de cárcel. La muerte de Navalny parece ser el motivo de su aplazamiento unas semanas. 

Oleg Orlov, heredero de la disidencia soviética, siempre ha evitado la confrontación directa con las autoridades rusas. Investigador conocido por sus trabajos sobre los crímenes de guerra cometidos por el ejército ruso en Chechenia (1999-2003) y luego en Georgia (2008), siempre se ha atenido a la ley y a la Constitución, hasta el punto de aparecer ante algunos opositores como un moderado. Reacio a las polémicas y deseoso de preservar el trabajo histórico realizado por Memorial, ahora se le persigue por sus nuevos análisis sobre la evolución del régimen de Putin desde la invasión rusa de Ucrania

"Fascismo" es una palabra debe usarse con cuidado, pero es lo que caracteriza hoy al sistema de Putin. El crimen se reviste de una ideología ultranacionalista basada en la violencia, el odio étnico, el culto al líder, el militarismo acelerado de la sociedad rusa y los valores ultraconservadores. 

En el texto por el que se procesa a Oleg Orlov, publicado en noviembre de 2022 en Mediapart, el disidente explica detalladamente: "El fascismo no es sólo la Italia de Mussolini o la Alemania nazi (hoy en Rusia es común oponer el fascismo bueno al nazismo malo), sino también la Austria anterior al Anschluss, la España de Franco, el Portugal de Salazar. Y en todas partes, los regímenes fascistas tenían sus diferencias y particularidades. Ahora, Rusia, con Putin desde hace años, se incluirá en esta lista.  

Putin no es el único que ha organizado la conversión del crimen en un nuevo fascismo. Se ha rodeado de innumerables productores de ideas, desde el escritor Zakhar Prilepine, hijo espiritual de Eduard Limonov y bolchevique nacional convertido en fascista rojo, como demuestra su canal de Telegram, hasta el eurasista Alexander Dugin y el oligarca ultraortodoxo Konstantin Malofeyev. Todos ellos defienden el "mundo ruso", la "idea rusa", el "destino especial del poder ruso" y el "imperio". Todos aborrecen la democracia, el principio de los valores universales y los derechos humanos

Uno de esos ideólogos, asesor clave de Putin hasta 2020, es Vladimir Sourkov. Directamente involucrado en el estallido de la guerra en 2014 contra Ucrania, en el Donbass y Crimea, Sourkov lo vio como el comienzo de una cruzada fascista. Fue "el final del viaje épico de Rusia hacia Occidente", escribió, "el cese de los muchos intentos vanos de formar parte de la civilización occidental, de entrar en la ‘buena familia’ de los pueblos europeos. En 2014 comienza una nueva era de duración indeterminada. Es la era 14+, la que nos hará vivir en soledad geopolítica durante cien (¿doscientos, trescientos?) años". 

Desde entonces todos los discursos de Putin han consolidado este nuevo marco ideológico: lucha contra las minorías, prohibición de la homosexualidad, aniquilación de las libertades fundamentales, puesta a disposición de los medios de comunicación al servicio de la propaganda estatal, militarización general y paso a una economía de guerra, reclutamiento de jóvenes, negacionismo histórico... 

Este nuevo fascismo está ante nuestras puertas. No sólo afecta a una sociedad rusa lejana y aplastada, o a una Ucrania poco conocida y devastada por años de guerra. Plantea cuestiones existenciales para toda Europa, la misma Europa que hace casi un siglo, en los años treinta, no supo detener el ascenso del nazismo de Hitler. 

Deberían ser seriamente tenidas en cuenta, en lugar de hacer oídos sordos, las nuevas advertencias de los dirigentes de los Estados bálticos sobre los riesgos de un conflicto con la OTAN "durante la próxima década", según un reciente informe de los servicios secretos estonios, advertencias también realizadas por responsables daneses, noruegos, alemanes y polacos. El compromiso del régimen ruso con una guerra perpetua contra todos es condición para su supervivencia. No tener esto en cuenta, no escuchar a Oleg Orlov sobre el fascismo ruso, equivale a programar el caos y la destrucción. 

El equipo de Navalny acusa a Rusia de ocultar su cadáver para encubrir a los asesinos

La familia de Alekséi Navalny calificó el sábado a las autoridades rusas de "asesinos" que pretenden "borrar sus huellas" al negarse a entregar su cadáver, mientras el Kremlin guarda silencio pese a las acusaciones de Occidente y las concentraciones de homenaje al líder opositor. 

A pesar de la severa represión y las advertencias, cientos de rusos participaron el sábado en pequeñas concentraciones en varias ciudades para rendir homenaje a este célebre crítico del Kremlin, fallecido el día anterior a los 47 años en una prisión del Ártico ruso. Desde el viernes, la policía ha efectuado 231 detenciones en estos actos, según la ONG especializada OVD-Info

Las autoridades están en alerta, a un mes de las elecciones presidenciales en las que Vladimir Putin debería ser reelegido sin oposición. El equipo de Navalny afirma que las autoridades se niegan a devolver sus restos a su madre, argumentando que no se había establecido la causa de la muerte. "Es evidente que los asesinos quieren borrar sus huellas. Por eso no entregan el cuerpo de Alekséi y ni siquiera se lo enseñan a su madre", escribió en Telegram. 

A un abogado del opositor, que fue a ver a los investigadores, le dijeron que "se había realizado un nuevo examen histológico" y que los resultados "deberían conocerse la próxima semana", ha escrito la portavoz del fallecido, Kira Iarmich. "Es obvio que están mintiendo y haciendo todo lo posible para no tener que entregar el cuerpo", añadió.

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Traducción de Miguel López

El lento asesinato de Alekséi Navalny, que comenzó con un intento frustrado de envenenamiento en 2020, seguido de tres años de pesadilla en prisión, llegó a su fin el viernes 16 de octubre de 2024. A sus 47 años, el opositor a Vladimir Putin deja mujer y dos hijos, colaboradores y amigos casi todos huidos al extranjero (los demás están en la cárcel) y miles de militantes y simpatizantes. 

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