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Así es el plan de Putin para aniquilar el movimiento de Navalny
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Violetta Groudina, sentada en lo que queda de la sede local de la red Navalny en Múrmansk, en el Extremo Norte ruso, sólo puede constatar los daños: una puerta de entrada forzada, equipos saqueados, impactos en la ventana, pintadas y esvásticas en las paredes..., todo ello intercalado con varias visitas de la Policía. “Este último mes ha sido bastante ajetreado”, comenta prosaicamente, con una ironía que los rusos saben mostrar en tiempos de crisis.
Sólo en abril, esta joven de 31 años fue escoltada al juzgado sin motivo, recibió la visita de un agente de Policía, en su edificio, para notificarle “un aviso de extremismo” y, en su buzón, encontró dibujos de dianas y folletos acusándola de querer “seducir a niños” por su orientación sexual. Groudina es activista de los derechos LGBT en Múrmansk.
“En este momento, siento sobre todo rabia porque me tratan como una ciudadana de segunda clase, una persona inferior”, dice. Violetta está acostumbrada a este tipo de incidentes relacionados con sus actividades políticas. Durante cuatro años, fue la responsable del movimiento político opositor ruso en Múrmansk, la mayor ciudad del mundo al norte del Círculo Polar Ártico y autoproclamada “capital del Ártico”. Una malla regional lanzada por Navalny en 2017 y que rápidamente se extendió a una multitud de “cuarteles generales” por todo el país, que tiene 11 zonas horarias.
Pero desde el encarcelamiento del opositor a principios de año y las posteriores manifestaciones de apoyo (23 y 30 de enero), la presión se ha convertido en rutina. En la última concentración de apoyo, el 21 de abril, a Groudina se la llevaron rápidamente. Acto seguido, tuvo que pagar una sanción de 1.000 euros por participar en la marcha. A mediados de abril, a su adjunto, Aleksandr Sulinov, lo arrestaron tres agentes de policía al bajar de un avión tras una llamada anónima que afirmaba que el joven llevaba 30 gramos de droga. En la comisaría, quedó demostrado que no era cierto.
Ante el incesante endurecimiento de la represión y, sobre todo, dado el aumento de los riesgos jurídicos que conlleva la futura clasificación de las organizaciones de Alexei Navalny como “extremistas” (en primera lectura se aprobaba el martes 18 de mayo una ley en este sentido y la segunda lectura fue el pasado 25 de mayo), su mano derecha anunció a finales de abril la disolución inmediata de las oficinas regionales. El objetivo es evitar el riesgo de que los equipos, activistas, voluntarios y simpatizantes sean procesados por extremismo, lo que podría suponer una condena a prisión firme.
“Es doloroso y triste porque he pasado cuatro años, los cuatro mejores de mi vida”, confiesa la activista, que mira las etiquetas de la oficina. “He podido conocer a gente estupenda de toda Rusia”. Se confirma así el fin del movimiento de Navalny, al menos en su concepción actual. Su Fondo Anticorrupción (FBK), el equipo de investigadores que firmó las sonadas investigaciones en vídeo contra figuras del régimen o sobre el famoso “palacio” atribuido a Putin hace unos meses, correrá una suerte similar.
A escala local, las autoridades siguen socavando un movimiento que contaba con decenas de oficinas (una en cada ciudad importante o casi), miles de simpatizantes en todo el país y unos 250 empleados en las aproximadamente 30 oficinas del movimiento. Las presiones sufridas en Múrmansk, en los confines de Rusia, no son ni mucho menos aisladas.
2.000 kilómetros más al sur, en la ciudad mediana de Bryansk, los siloviki (responsables de las fuerzas del orden y de los servicios) incluso hacen pagar a los jóvenes, con aspecto de tal, por sus compromisos pasados. Alexander Markine, de 22 años, es un ejemplo de ello. Aunque ya no es formalmente un miembro activo del movimiento Navalny, ya que la oficina local que dirigía cerró hace más de un año por falta de miembros. No importa.
“El 23 de enero, obviamente, fui a la primera gran manifestación de apoyo, justo después de que Navalny fuera enviado a prisión. A mí también me detuvo inmediatamente la Policía. Ya me tenían en el punto de mira. Me llevaron de un lado a otro a diferentes comisarías y oficinas, me sometieron a varios interrogatorios sin descanso, sin dormir, durante 30 horas”.
La violencia verbal que sufrió fueron escalofriantes: “Varios responsables de las fuerzas del orden locales se sucedieron y Sergei Karkokhin, el jefe del servicio regional de lucha contra el extremismo, me dijo que él personalmente me iba a ‘orinar en la boca’ y a ‘follar’, si no dejaba el activismo. Me quedé atónito al ver a un oficial de alto rango, que se supone que lucha contra el extremismo, decir esas cosas a un joven de 22 años”.
También le dijeron que en Bryansk, Moscú o San Petersburgo, que ya no estaría seguro en ningún lugar de Rusia. Durante la entrevista que mantenemos, el joven mirará varias veces a su alrededor, temiendo la interrupción de cualquier silovik local. Un hombre que parecía un agente de paisano rondó a nuestro alrededor durante unos quince minutos, lanzando miradas insistentes.
Posteriormente, Alexander Markine trató de denunciar el trato recibido en cartas dirigidas a las distintas autoridades locales, sin éxito. “En cambio, el 20 de abril se abrió una investigación penal contra mí [son frecuentes en Rusia entre los opositores] y contra otros manifestantes por ‘cortar la carretera’ durante la manifestación de enero. En teoría, me enfrento a un año de prisión”. Frente a la arbitrariedad, el exactivista espera ahora el siguiente paso y va a lanzar su propio medio de comunicación ciudadano.
Las penas cortas de prisión o las detenciones administrativas se están convirtiendo en la norma. En Kurgán, en los Urales, otro jefe del cuartel general, Alexei Schwartz, cumple una condena de 42 días de detención administrativa. “Se le acusa haber organizado personalmente la manifestación del 21 de abril, aunque se trataba de un mensaje de Telegram sin firma del equipo de Navalny en Kurgán”, afirma su colega Nikita Ilin, de 22 años. “Una vez más, estamos ante la fabricación de pruebas”. También le niegan un abogado independiente, según Novaya Gazeta.
La oficina de Kurgán ha recibido su propia cuota de intimidación, al ser tiroteada con balas neumáticas o enviando a alguien que fue a romper los radiadores. “Creemos que el FSB local tenía una copia de las llaves. Y nos seguían por GPS, escuchaban las conversaciones... En enero, nos pararon en un taxi, así que sabían dónde estábamos”.
Las detenciones o las visitas de la policía a los domicilios de los responsables del movimiento, o simplemente contra manifestantes individuales, son demasiado numerosas como para enumerarlas todas. “En realidad, tengo la impresión de estar otra vez en 1937, durante las grandes purgas”, afirma Olga Gresko, a través de Telegram. Su marido, Alexei, antiguo activista en Ekaterimburgo, también está pasando 30 días en detención administrativa. Como suele ocurrir, se encuentra detenido por “manifestación no autorizada”. Y hay algo peor: en un caso que conmocionó a muchos, un antiguo activista proNavalny acaba de ser condenado a dos años y medio de prisión por haber... compartido, en 2014 en VK, un vídeoclip del grupo Rammstein.
“Lo que es insoportable es que pongan tantos medios para perseguir a la oposición y no para proteger de las amenazas reales”. Una alusión, compartida por muchos, a la terrible masacre del 11 de mayo en una escuela de Kazán.
Los observadores coinciden en que el reciente endurecimiento es espectacular. Los medios de comunicación independientes, y ahora los abogados, están en el punto de mira, y en la Duma rusa se están aprobando nuevas leyes restrictivas, como el famoso estatuto de “agente extranjero” en diciembre.
“Para mí, el punto de inflexión se produjo cuando Navalny atacó a los servicios, al FSB en particular, con su vídeo en el que llamaba a los ‘responsables de su envenenamiento’”, afirma Tatyana Stanovaya, politóloga y fundadora del think tank R. Politik. “Porque, para Putin, el bloque conservador y los servicios, fue la prueba de que la inteligencia extranjera le estaba proporcionando información. Sólo lo ven, a él y a su movimiento, como un traidor, una amenaza para la seguridad interna”.
En su opinión, esta guerra contra Navalny, así como contra los medios de comunicación independientes, a los que se considera agentes de la influencia extranjera, debe situarse en un contexto actual de tensión y paranoia hacia Occidente.
“Putin también quiere demostrar que Navalny no es nada, que no tiene peso en Rusia y que, por lo tanto, puede ser aplastado sin ningún problema”, continúa. “El Kremlin cree que está respaldado en esta represión total por lo que percibieron como protestas bastante pequeñas en enero y febrero”. Las reformas constitucionales del año pasado, que confirmaron la identidad cada vez más conservadora del reinado de Putin, también habrían reforzado a los partidarios de la línea dura del régimen.
A pesar de este duro clima, todos los activistas entrevistados afirman que quieren continuar. “Creemos firmemente en un futuro mejor, libre. Si nos rendimos, nadie en este país tendrá esperanza”, dice Violetta Groudina. “Es el régimen el que nos tiene miedo, no al revés. Sí, puede que vaya a la cárcel, pero lo acepto porque mi libertad viene del interior. A pesar de los riesgos, hemos conseguido sacar la política de las cocinas, como se suele decir, y sacar a la gente a la calle”.
“Nuestra fuerza siempre ha sido estar del lado de la verdad y la información”, coincide Nikita Iline, cuyo equipo provocó la ira de las autoridades al exponer los bajos fondos de la minería de uranio en los Urales.
En septiembre, se celebrarán importantes elecciones parlamentarias, que el Kremlin quiere bloquear. La activista de Múrmansk, que sólo ha conocido a Vladimir Putin como presidente en su vida adulta, pretende presentarse como candidata independiente.
Según Ruslan Shaveddinov, uno de los responsables nacionales, ésa era parte de la misión inicial de la red: “Siempre hemos visto estas oficinas como escuelas de política, laboratorios. Si algunos de estos jóvenes se dedican a la política y continúan la lucha, eso ya es una gran victoria”.
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Traducción: Mariola Moreno
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