Kazajistán pide ayuda a Rusia para liquidar las revueltas populares contra décadas de cleptocracia

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Clara Marchaud (Mediapart)

Como un coloso con pies de barro, la estatua de Nursultán Nazarbáyev ha caído. La imagen procede de Taldykorgán, una pequeña ciudad del sur de este país centroasiático, donde se erigió la estatua en 2016. Nursultán Nazarbáyev, presidente de Kazajistán desde la caída de la URSS en 1991 hasta 2019, cuando dimitió para mantenerse en la sombra, se ha convertido en el símbolo de las frustraciones en esta república de 18 millones de habitantes. Durante décadas, el ex del apparatchik soviético de 81 años ha consolidado su poder, enriqueciéndose él y sus familiares en el proceso con la explotación de los ricos recursos gasísticos y los metales preciosos del país.

Pero el autoproclamado “Elbassy”, el “Padre de la Nación” en kazajo, y la casta dirigente que lo rodea no escucharon a la población desde su torre de marfil. El 1 de enero, el Gobierno aprobó un nuevo sistema electrónico para fijar el precio del gas licuado, con el objetivo de que pasase de ser un recurso subvencionado por el Estado a que se rigiese por el libre mercado. Pero en el oeste de Kazajistán, donde el Gobierno dice que el 70-90% de los vehículos utilizan este combustible, la decisión ha enfadado a los residentes.

Cerca del mar Caspio, las estepas petrolíferas y gasísticas de la región son la riqueza del país, cuyo PIB es el más alto de Asia Central. Pero los lugareños no salen beneficiados. Su nivel de vida es inferior al de la capital oficial, Nursultán, o al de la capital comercial e histórica, Almaty. Las carreteras y las instalaciones públicas siguen en mal estado, y los productos de primera necesidad suelen ser más caros que en los centros urbanos porque requieren de transporte de larga distancia. El precio del combustible ha sido, por tanto, la chispa que ha incendiado la región y luego el resto del país.

Cientos de manifestantes se echaron a la calle el 2 de enero en la ciudad de Janaozen, en la región de Mangystau, para exigir una bajada de precios. En esta ciudad las autoridades habían reprimido con sangre las huelgas de los trabajadores en 2011, causando conmoción en todo el país. Ahora, acusados de incompetencia, no saben cómo explicar la subida de precios, culpando en un primer momento a las estaciones de servicio y luego al aumento de la demanda o a una incidencia técnica.

Aunque el salario medio se estima en 250.000 tenge (algo más de 500 euros) en el mejor de los casos, Nursultán Nazarbáyev y sus familiares aparecen regularmente entre los políticos más ricos del mundo. “Los líderes locales han dicho que no influyen en los precios del gas”, señala visiblemente molesto Jolaman Seilov, un manifestante de Janaozen, al medio de comunicación local Azattyq, financiado por el Congreso norteamericano. “No necesitamos líderes que no puedan resolver problemas candentes”.

“¡Lárgate, viejo!”

También han estallado las protestas en otras ciudades del oeste de Kazajistán antes de extenderse por todo el país el 5 de enero, incluso en Almaty, la principal ciudad de Kazajistán, que perdió su estatus de capital en 1997 en favor de Astana, una ciudad en las estepas del norte rebautizada como Nursultán en 2019.

El miércoles se difundieron algunas imágenes del caos, mientras se quedaba sin internet todo el país, que se considera el más estable de Asia Central: el ayuntamiento de Almaty estaba en llamas, los edificios oficiales, incluida la residencia presidencial, fueron asaltados, el aeropuerto de Almaty fue invadido por manifestantes...

Las protestas, que comenzaron por los precios del combustible, se hacen cada vez más políticas. “Shal, ket” (“¡lárgate, viejo!) gritaban los manifestantes a Nursultan Nazarbayev, a los que a veces se han unido las fuerzas del orden en las ciudades pequeñas. Una escena antaño impensable. Aunque cedió el poder al presidente Kassym-Jomart Tokayev en marzo de 2019, el histórico líder siguió dirigiendo el país en la sombra, sobre todo como jefe del Consejo de Seguridad.

Su sucesor intentó inicialmente calmar las protestas destituyendo al gobierno y concediendo una reducción de los precios del gas. Pero ante las escenas de violencia y a pesar de la instauración del estado de emergencia en todo el país, el Ejecutivo kazajo se vio desbordado.

En un discurso en ruso emitido el miércoles por la tarde, el presidente Kassym-Jomart Tokayev, de 68 años, acusó a “conspiradores motivados por el lucro” y a “radicales muy bien organizados” haber “planeado” las manifestaciones. Aunque la mayoría de las protestas fueron pacíficas, empezaron a difundirse en las redes sociales imágenes de hombres violentos que saqueaban comercios en Almaty, aunque no estaba claro si formaban parte del movimiento opositor o no. Nursultan Nazarbayev, que aún no ha hablado, fue finalmente destituido.

Llamamiento a Rusia

Ante una situación de seguridad incontrolable, Kassym-Jomart Tokayev recurrió el miércoles por la noche a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), alianza militar liderada por Moscú, para superar lo que calificó de “amenaza terrorista”.

“Lo que resulta sorprendente es que el Gobierno ni siquiera haya intentado dialogar con los manifestantes para poner fin al conflicto. Ahora está adquiriendo una dimensión geopolítica”, analiza Hélène Thibault, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad Nazarbayev de Nursultán.

Los investigadores especializados en el país también coinciden en que la ausencia de un líder opositor, fruto de años de represión política, complica o incluso imposibilita la negociación de un compromiso. La existencia de una amplia minoría rusa (una quinta parte de la población), sobre todo en el norte del país, también hace temer la reacción de Moscú, aunque los manifestantes no hayan hecho ninguna reivindicación nacionalista.

“Los kazajos no tienen necesariamente una visión negativa de Rusia, pero esta decisión de recurrir a las tropas de la OTSC la población la ve como una violación de la soberanía del país, incluso entre aquellos que no apoyaron las manifestaciones en un primer momento”, añade Hélène Thibault.

En cuanto a las víctimas, según informaron el jueves las agencias de noticias rusas, citando al Ministerio del Interior kazajo, al menos 18 miembros de las fuerzas de seguridad habían perdido la vida y 748 resultaron heridos. Entre los manifestantes, se contabilizaban “decenas” de muertos y más de 1.000 heridos, según las autoridades, además de más de 2.000 detenciones.

Aunque las tropas de la alianza llegaron a Kazajstán el jueves –y los periodistas sobre el terreno informan de disparos en Almaty– es difícil conocer cuál es la situación en el país. Todos los medios de comunicación han sido bloqueados: Kazajistán vuelve a estar a oscuras.

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

 

Como un coloso con pies de barro, la estatua de Nursultán Nazarbáyev ha caído. La imagen procede de Taldykorgán, una pequeña ciudad del sur de este país centroasiático, donde se erigió la estatua en 2016. Nursultán Nazarbáyev, presidente de Kazajistán desde la caída de la URSS en 1991 hasta 2019, cuando dimitió para mantenerse en la sombra, se ha convertido en el símbolo de las frustraciones en esta república de 18 millones de habitantes. Durante décadas, el ex del apparatchik soviético de 81 años ha consolidado su poder, enriqueciéndose él y sus familiares en el proceso con la explotación de los ricos recursos gasísticos y los metales preciosos del país.

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