Desde Kherson a Berdiansk pasando por Mariupol, cientos de miles de personas sobreviven en medio del terror
Desde hace días, el estruendo sordo de los bombardeos anunciaba su llegada. El 12 de marzo, los carros rusos flanqueados por los ahora famosos “Z” entraron en Mariupol, ciudad mártir del sur de Ucrania.
Maksym Yali trata desesperadamente de localizar a su madre y a su hermana que se han quedado en esa ciudad asediada. Este politólogo, que reside en Kiev pero es de la ciudad portuaria al sur del país, no tiene noticias de su familia desde el 8 de marzo. “No sé sin siguen vivas”, dice Maksym. “Yo soy analista político, pero no me esperaba una guerra de esta magnitud. Pensaba evacuar a mi madre y mi hermana, pero no lo hice al inicio de la invasión y luego ya era demasiado tarde”.
Desde la última llamada, las terribles condiciones que le describieron sus amigos le han dejado aún más preocupado. “No tienen de nada, ni electricidad, ni comida ni acceso al baño. Hace frío. La gente se está muriendo en masa. Hay ratas y perros callejeros por todas partes que se comen los cuerpos y que pueden propagar enfermedades”, cuenta Maksym. “Ya no queda nieve que se pueda derretir para beber por lo que ni siquiera tienen agua”.
Estas últimas llamadas dejan poco lugar a la esperanza y duran ya varias semanas. Las telecomunicaciones han sido cortadas y las últimas noticias les llegan a través de la gente que han conseguido escapar de la ciudad. Todos describen la misma sensación, la de haber visto el infierno, el verdadero infierno.
El ejército ruso asedia la ciudad de Mariupol desde hace más de veinte días. Por primera vez, la semana pasada pudieron salir de la ciudad veinte mil habitantes por medio de convoyes humanitarios. Quedan todavía unas trescientas mil personas sobreviviendo en condiciones infrahumanas.
Kiev sigue diciendo que sus fuerzas no abandonarán la ciudad, que ya había sido ya ocupada por poco tiempo en 2014. Dos periodistas gráficos de la agencia americana Associated Press (AP), los últimos que documentaron el asedio, han sido evacuados de Mariupol por el ejército ucraniano el 15 de marzo. Sin comunicación ni cobertura mediática, el drama humanitario de la ciudad continúa ahora en la oscuridad.
Escasez
En otros lugares del sur de Ucrania la información también es parcial. La mayor parte de las personas contactadas por Mediapart mencionan problemas de comunicaciones, de acceso a Internet y de acceso a la información. A menudo, una de las primeras medidas de los rusos ha sido controlar las cadenas de televisión y emisoras de radio y retransmitir en las demás cadenas del país contando a la población local que “el ejército ruso está liberando a los rusófonos de Ucrania”.
En Berdiansk, ciudad al sur de Mariupol, el ejército ruso asaltó el edificio donde se encuentran varios medios locales, tomando violentamente como rehenes a unos cincuenta periodistas durante varias horas, según Reporteros Sin Fronteras. Los periodistas se negaron a difundir la propaganda del Krenlim.
Para los civiles, desde la llegada de los soldados rusos, la vida diaria está marcada por la escasez y las colas para adquirir productos de primera necesidad. Olha (ficticio) tomó el 23 de febrero un tren nocturno hasta Jersón, la capital regional, para darle la sorpresa a su madre el día de su cumpleaños. Al día siguiente, esta joven de 28 años entró en la casa de su infancia con unas flores y una triste noticia: la invasión rusa. Desde entonces, madre e hija pasan las noches en el sótano de la casa habilitado como refugio improvisado, rodeadas de conservas caseras. El 3 de marzo, la ciudad de 290.000 habitantes cayó en manos de los rusos, la primera de Ucrania.
Desde ese día, Olha se pasa todo el día de tienda en tienda buscando productos necesarios como huevos, harina, lavadura y hacerse con reservas por si acaso. “No sabemos qué va a pasar mañana, tememos que sea como en Járkov o como en Mariupol”, dice, preocupada. En varias ciudades de la región dicen que lo que más escasea son las medicinas. La mayor parte de las farmacias están desabastecidas. En Jersón han sido saqueados muchos comercios.
Para hacer frente a la escasez, los rusos organizaron el 4 de marzo una distribución humanitaria en la plaza mayor de la ciudad, la plaza de la Libertad, que fue filmado por un equipo de televisión de Crimea. Pero ocultaron que ese mismo día, no lejos de allí, cientos de personas se estaban manifestando contra la ocupación rusa. “La vida es dura pero nadie acepta esa ‘ayuda’, preferimos ayudarnos entre nosotros”, nos cuenta Olha, que describe la solidaridad de los vecinos compartiendo la comida con las personas mayores.
A pesar del miedo, Olha ha acudido a varias manifestaciones pro-ucranianas que tienen lugar varias veces por semana. En ocasiones anda varios kilómetros para participar, dejando el teléfono en casa para evitar que sea registrado. Una vez incorporada a la manifestación de cientos de personas, saca una pequeña bandera ucraniana ante los soldados rusos y sus vehículos flanqueados por la letra Z. “Hablan de desnazificación, pero ellos son los verdaderos fascistas, vienen a ocuparnos”, espeta. El lunes 21 de marzo, según vídeos tomados por testigos, los rusos dispararon contra la gente causando al menos un herido. “Tenemos la impresión de que es una jornada infernal que no va a cesar jamás”, comenta Olha, que se casó dos meses antes de la guerra y contaba con llevarse a su madre a Kiev.
Los rusos pretenden imponer sus propias instituciones en la ciudad, aunque el alcalde siga en su puesto. En el ayuntamiento sigue aún la bandera azul y amarilla. En varias ciudades ocupadas, los alcaldes siguen informando a los habitantes por redes sociales, haciendo un llamamiento a no “provocar” con armas a los ocupantes.
“Sólo esperamos la victoria”, dice Anastasia, profesora en Oleshky, una ciudad de 25.000 habitantes cerca de Jersón, al otro lado del Dniéper. “Mientras tanto, temo por el futuro de mis alumnos, es espantoso, no tengo otro nombre”. Esta joven, cuyo nombre ha sido cambiado por razones de seguridad, continua dando clases a distancia porque sus alumnos se han dispersado por todo el país o por el extranjero o bien se encuentran bajo ocupación rusa.
Miedo a una guerra total
Vivir bajo la ocupación rusa es sinónimo de escasez pero también de terror. En Jersón, Berdiansk y otras ciudades del sur de Ucrania, hay activistas y periodistas desparecidos. El alcalde de Melitopol, Ivan Fedorov, fue secuestrado a pleno día el 11 de marzo y liberado días más tarde.
“Los rusos entraron en casa de mi padre, registraron las casas y se incautaron de las armas que encontraron. Tienen una lista de las personas que hay que eliminar y, en particular, entraron en las casas de dos personas para matarlas. Eran gente pro-Maidán en 2014, o bien consideradas como nazis o yo qué sé”, dice Zhanna, de 21 años, cuyo padre vive en Bashtanka, una ciudad a 60 kms de Mykolaiv, donde ahora se encuentra.
“No podemos vernos desde hace tres semanas. Cuando puede, él nos llama pero cada vez hay peor conexión. No tienen agua ni electricidad desde hace dos semanas. La gente empieza a quedarse también sin comida. Esperan que los ucranianos les liberen de los rusos para que puedan salir a buscar comida”, nos cuenta Zhanna.
Esta estudiante de ciencias políticas quisiera irse, pero no sin su padre, retenido por el momento por los controles rusos. La joven se pasa días enteros en el refugio subterráneo de su edificio con su hermana y su madre. Zhanna cuida a los niños de sus vecinos, lee las noticias cuando hay Internet y revisa su CV “para después de la guerra”. El día anterior a nuestra entrevista sonaba la sirena cada media hora, todo un récord desde el inicio del conflicto.
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Zhanna esperaba obtener su diploma en ciencias políticas en junio, en Mykolaiv. Ya estaba deseando recibir ese preciado título en una bonita ceremonia con sus amigos. Ahora ya no quiere ni pensar. “No sé que va a pasar”. ¿Habrá terminado de aquí a junio esta guerra? ¿Dejarán la ceremonia para septiembre? ¿Qué pasará con mi país? ¿Existirá aún?
Traducción de Miguel López
Versión en francés: