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Por qué Lula sigue siendo imprescindible para la izquierda en Brasil

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Jean-Mathieu Albertini (Mediapart)

Natal, Brasil —

Bajo la suave luz de la tarde, unos cuantos miles de personas se reúnen el 16 de junio a los pies del estadio de fútbol de Natal, ciudad del noreste de Brasil. El rojo, color del Partido de los Trabajadores (PT), domina y hace juego con los tonos rosados del atardecer reflejados en la fachada del edificio. Todos han venido a ver a Luiz Inácio Lula da Silva, o simplemente Lula, un antiguo apodo que incorporó oficialmente a su nombre en 1982. 

El sonido de una banda de maracatú hace más llevadera la espera a los que están en la larga cola. La gente está sorbiendo y picoteando, y por todas partes, desde las banderas hasta los pareos, pasando por las neveras de los vendedores ambulantes, aparece la cara de Lula. "Es el mejor presidente que hemos tenido. Para gente como yo, que vive en chabolas, él es la esperanza... Si Dios quiere, conseguirá sacarnos de nuestra difícil situación. Después de todo, ya lo hizo una vez", dice Aracina, que vino con sus dos hijos. 

No importa si hay que esperar unas horas de pie. Los ojos brillan, la expectación crece a medida que se suceden los discursos de sus aliados. El público se anima con cada mención del nombre de Lula. 

Su trayectoria política se funde con la del PT, que Lula ayudó a crear en 1980 en São Paulo, y que domina de principio a fin. En esta campaña, se dice que es más centralista y que delega menos. Internamente, su palabra es ley, y fuera del partido tiene una influencia decisiva en el campo progresista. "Ocupa un espacio central indiscutible. Nadie le llega a la altura de los tobillos en su campo, gracias en parte al vínculo de confianza que ha establecido con el electorado más pobre. Este es uno de sus grandes éxitos y un activo que no puede transmitir", explica André Singer, portavoz del primer gobierno de Lula, profesor de ciencias políticas y autor del libro El sentido del lulismo

Además de las políticas sociales de sus dos mandatos (2002-2006 y 2006-2010), esta relación privilegiada se explica por su historia, según este investigador. Lula, un analfabeto que llegó a ser presidente, la anomalía política de un país tan desigual, ha hecho de su formación un activo esencial. "Esa es su marca, no hay nada igual en la historia de Brasil. Ningún político importante ha conocido la miseria, la mayoría proviene de las élites. Por eso puede cultivar una historia común y sabe cómo comunicarse con el electorado popular.” 

Lula nació en Caetés, en el interior del Estado de Pernambuco, al este de Brasil, el 27 de octubre de 1945. A la salida de esta pequeña localidad, al final de un mal camino de tierra, hay una réplica de la casucha donde nació. Se puede ver rápidamente, apenas unos metros cuadrados de suelo arenoso, tres habitaciones pequeñas que se comunican, dos puertas y una ventana. El desgaste del tiempo ha hecho mella en el original, donde se hacinaban los ocho hermanos y hermanas. 

No es que sea de la familia, mi orgullo. Es que él viene de donde yo vengo.

En homenaje a su victoria en las elecciones presidenciales de 2002, se construyó esa réplica y, como una metáfora de su carrera política, cayó en la ruina, para resurgir recientemente, construida de forma idéntica, pero con materiales nuevos y menos tradicionales. Uno de sus primos, Eraldo Ferreira, se hizo cargo del proyecto, con la esperanza de convertirlo en un lugar de memoria. 

Eraldo, un personaje local, un poco rudo al principio, se va animando a medida que avanza la conversación. Todavía no había nacido cuando Lula se fue de allí, sólo lo conocía desde finales de los años 60, cuando, siguiendo la misma trayectoria que su primo y cientos de miles de personas en esa época, dejó su región pobre para trabajar en el sur del país. Él también se fue al Estado de São Paulo, también trabajó en la industria del metal y se unió al PT tan pronto se fundó. 

Pero Eraldo acabó regresando, pues nunca consiguió adaptarse a las grandes ciudades. "No es porque sea de la familia, que es un orgullo. Es que viene de donde yo vengo, que se fue para no morir de hambre y vuelve como una gran figura nacional e internacional". 

En la cercana localidad de Garanhuns, los orígenes de Lula son motivo de una pequeña rencilla vecinal, "porque mucha gente está muy orgullosa de que haya nacido aquí", sonríe la concejala Fany Bernal. Como Caetés antes formaba parte de Garanhuns, los habitantes del municipio consideran que técnicamente nació aquí. "Garanhuns no es un pueblo petista, es un pueblo lulista", dice la concejala, explicando que es sólo la segunda política del PT que es elegida en cuarenta años en esta ciudad. Aquí, la gente vota a Lula en las elecciones presidenciales, pero el partido tiene problemas para situarse en las elecciones locales. 

Más allá de su lugar de nacimiento, toda la historia de Lula alimenta su narrativa política y le permite forjar vínculos con una parte de la población. Un padre ausente que le hace rendir homenaje a su madre en cada oportunidad, una pasión voraz por el fútbol que le costó su primera novia, pero también el hombre que perdió un dedo en un accidente de trabajo, el católico en un país donde la religión tiene su importancia en la política. 

También es el joven brasileño devastado por la muerte de su esposa y su primer hijo durante el parto. En su biografía de Lula, Fernando Morais dice que el fútbol y el sindicalismo le ayudaron a superar ese doble duelo. Nada político en su juventud, hasta el punto de no enterarse del golpe de 1964, Lula se sumergió en la acción sindical para intentar olvidar su tragedia personal. Esta experiencia sindical le fue empujando hacia la política, sobre todo después de las grandes huelgas (1978-1980) en plena dictadura militar, donde pudo poner en valor su experiencia de movilización y negociación. 

Sin embargo, por primera vez, el expresidente ya no es el único candidato que se desmarca de la élite política dominante. Aunque Bolsonaro no ha experimentado la misma miseria, también proviene de un entorno pobre y de una región abandonada. A través de su forma de hablar y de una estrategia de comunicación muy bien elaborada, ha conseguido cultivar la imagen de un hombre sencillo y auténtico entre una parte de la población. "Este es un fenómeno nuevo. Hasta ahora, Lula estaba solo en este nicho y sabía tocarlo a la perfección", dice André Singer. 

En Natal, tras una larga espera, Lula apareció finalmente para dar su mitin. El público se volvió loco. Brazos levantados y gargantas abiertas. En el escenario, apenas recuperado de una nueva infección de Covid, Lula no está en su mejor momento. El tiempo también ha hecho mella en este carismático tribuno. El pelo es menos espeso, la voz más grave, pero es que este hombre se ha salvado por poco. Encarcelado en abril de 2018, se bajó de la carrera presidencial de ese año. Pensó que permanecería poco tiempo entre rejas, pero pasó allí quinientos ochenta días, hasta recuperar su elegibilidad en marzo de 2021, tras la anulación de las condenas en su contra.

Alianzas inciertas

Así todo, tras unos minutos de calentamiento, consiguió electrizar a su público, repitiendo que se sentía más en forma que nunca. Cargó contra al actual presidente, pero, como ha hecho desde su salida de la cárcel, dijo que no guardaba rencor y que quería ser conciliador. Este es uno de los rasgos específicos del "lulismo", un concepto definido por André Singer como la promesa de un Estado lo suficientemente fuerte como para reducir las desigualdades pero sin desafiar el orden establecido. 

"Lula se benefició de un contexto económico favorable con el boom de las materias primas de principios de la década de 2000. Supo aprovechar esta oportunidad para reactivar la economía desde abajo, multiplicando los programas sociales para reducir la pobreza extrema.” En contrapartida, practicó una política sin grandes sobresaltos que no asustó a las élites, facilitando así las alianzas necesarias para la práctica política brasileña. 

Esta política de conciliación, que se encuentra en el PT, cuyas largas negociaciones internas forman parte de su folclore, y el talento de Lula como negociador le han permitido hacer alianzas inciertas a lo largo de su carrera. Es una necesidad en un sistema marcado por la proliferación de partidos, muchos de los cuales forman un agregado de parlamentarios sin ideología que se alían con unos u otros según sus intereses. 

"Es casi institucional, imposible ignorar esta fuerza en el Congreso. Por ello, la cultura del acuerdo es más fuerte en Brasil que en otros lugares", explica André Singer. Consciente de dominar la izquierda, Lula intenta conquistar el centro, pero también el sector industrial y financiero, multiplicando las comidas y las reuniones. Para esta elección, ha elegido como vicepresidente a un adversario histórico, Geraldo Alckmin, que intenta abrirse puertas en la agroindustria. Sin embargo, este movimiento estratégico no es del gusto de todos. 

Durante la reunión de Natal, cuando se le mencionó, Alckmin fue fuertemente abucheado y silbado. Para cortar la tensión del acoso, Lula se posicionó al lado de su compañero de candidatura cuando éste tomó la palabra y, bajo su patrocinio, el discurso acabó por conseguir algunos aplausos. Para facilitar este tipo de alianzas, el PT ha eliminado especialmente de su programa provisional cualquier mención al "golpe de Estado", expresión que designa dentro del partido el proceso de impeachment de Dilma Rousseff en 2016, que fue apoyado por Geraldo Alckmin. 

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Más allá de su vicepresidente, Lula lidera una amplia coalición de nueve partidos, la mayor jamás reunida en torno a su nombre. Esto garantiza más tiempo de propaganda televisiva durante la campaña oficial, una baza menos esencial que en el pasado por la competencia de las redes sociales, pero que sigue siendo importante. 

A nivel local, estas alianzas permiten la elección de senadores, diputados y gobernadores, cuyas elecciones tendrán lugar el 2 de octubre de 2022. Todos esos candidatos intervienen en el escenario de Natal, aprovechando la presencia de Lula para movilizarse o darse a conocer. En un país donde la lealtad partidista es muy limitada, el expresidente sigue siendo indispensable para el PT.

Traducción de Miguel López

Bajo la suave luz de la tarde, unos cuantos miles de personas se reúnen el 16 de junio a los pies del estadio de fútbol de Natal, ciudad del noreste de Brasil. El rojo, color del Partido de los Trabajadores (PT), domina y hace juego con los tonos rosados del atardecer reflejados en la fachada del edificio. Todos han venido a ver a Luiz Inácio Lula da Silva, o simplemente Lula, un antiguo apodo que incorporó oficialmente a su nombre en 1982. 

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