Por qué Mélenchon se resiste a apoyar de forma inequívoca la vacunación contra el covid-19

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Pauline Graulle (Mediapart)

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Lo último que vimos fue la imagen de Jean-Luc Mélenchon, en un plató del canal France 5, un día de enero de 2021: “Bajo ningún concepto pasaré por el aro de Pfizer”, espetó, ante unos periodistas atónitos. Seis meses después, el tono sobre la vacunación cambió. Los miles de millones de dosis inoculadas en todo el mundo y, sobre todo, el intenso lobby interno de su entorno político han dado paso, al parecer, al “no estoy tranquilo” y otras declaraciones sospechosas sobre el ARN mensajero –“un proceso completamente nuevo cuyas consecuencias se desconocen– del líder insumiso francés.

Tras un invierno equívoco y, posteriormente, una primavera para “corregir el rumbo”, según palabras de alguien de su entorno, visiblemente aliviado de la evolución, acabó por darle vueltas a los miedos. En julio, el candidato en campaña, acusado de dar pábulo a los “antivacunas”, quiso poner los puntos sobre las íes públicamente: “Para que quede claro, para los que me escuchan, todo el grupo de parlamentarios de Francia Insumisa está vacunado o en proceso de vacunación. También yo”, subrayó, con semblante serio, sentado en la mesa de su cuartel general de campaña.

Y después recordó la línea que defiende la formación, que aspira a imponerse en las presidenciales de 2022, contra el pasaporte covid, contra la vacunación obligatoria y seguimiento de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en materia de política de vacunación. Es decir, “convencer en lugar de obligar”.

En lo que respecta a la obligación, desde el 12 de julio y tras los anuncios de Emmanuel Macron sobre el pasaporte sanitario, desde Francia Insumisa se han redoblado los esfuerzos para denunciar un dispositivo que, consideran, atentaría contra las libertades individuales e instauraría “la sociedad del control generalizado”. Hasta el punto de que en la izquierda, la formación sigue siendo una de las pocas que ha manifestado su apoyo a la movilización de los “antipasaporte sanitario”.

En lo que se refiere a convencer, por el contrario, no se puede decir que el aspirante al Elíseo haya hecho todo lo que estaba a su alcance. En un país en el que el 15,5% de los franceses mayores de 12 años (casi 9 millones de personas) se encuentran fuera (voluntariamente o no) de los circuitos de vacunación, no le corresponde a Jean-Luc Mélenchon dar consigna ninguna.

Una posición asumida por Manuel Bompard, su director de campaña: “Decimos que sí, que la vacuna reduce los riesgos. Pero nos mantenemos en la línea de la libertad individual; no nos corresponde a nosotros decirle a la gente lo que debe hacer, sobre todo porque no podemos decir si tendrá o no efectos secundarios”, explica el estratega de Francia Insumisa (LFI), un movimiento que, sin embargo, se ha mostrado especialmente prolijo en “propuestas muy concretas” para responder a la crisis sanitaria desde el inicio de la pandemia.

El contraste con sus homólogos extranjeros es sorprendente. En particular, si lo comparamos con las cabezas visibles de la izquierda estadounidense, Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, que llevan seis meses trabajando duro para animar a las clases trabajadoras a inyectarse este suero “seguro, eficaz y gratuito” a través de mensajes en redes sociales y vídeos educativos, también en español. En primavera, la congresista neoyorquina consiguió incluso que se instalara un centro de vacunación en los barrios más pobres de Queens.

No hay nada parecido a este lado del Atlántico. Este verano, mientras la variante Delta hacía estragos en los departamentos de ultramar (donde Jean-Luc Mélenchon obtuvo excelentes resultados electorales), el líder de los insumisos escribía decenas de líneas en su blog elogiando el movimiento antipasaporte sanitario sin recordar en ningún momento que la vacuna era, al menos por el momento, la única opción para reducir la mortalidad y el contagio del virus.

Y mientras el dirigente comunista Fabien Roussel, a finales de agosto, coincidiendo con el inicio del curso académico en Aix-en-Provence (sureste de Francia), “llamaba masivamente a los franceses a vacunarse" (“¡La única manera de evitar del pasaporte sanitario es la vacunación generalizada! Debemos vacunarnos todos. El Partido Comunista Francés siempre ha confiado en la ciencia, la medicina y el progreso: ¡tengamos un papel completamente activo en la vacunación generalizada!), Jean-Luc Mélenchon no decía ni una palabra al respecto durante su discurso de clausura de las “Amfis”, las universidades de verano del movimiento. Excepto para condenar los “falsos debates” entre “los provacunas y los antivacunas”.

Un tema políticamente explosivo

Una línea muy moderada en cuanto a la vacunación, que hace rechinar los dientes internamente. Entre los diputados partidarios de la vacunación obligatoria, la carta enviada al primer ministro el 5 de julio, preguntándose sobre la vacunación obligatoria de los sanitarios (“¿Por qué ellos [...] y no los docentes y los parlamentarios?”) no fue bien recibida. Tampoco entre algunos militantes: “Choca mucho dentro del Partido de Izquierdas [partido miembro de Francia Insumisa], no tanto en las filas de LFI, que los dirigentes del partido no llamen a vacunarse”, dice una fuente que conoce el funcionamiento del partido.

Nadie recuerda tampoco una Francia Insumisa tan partidaria de la vacunación. Preguntados al respecto durante la campaña de 2017 por asociaciones especializadas, los responsables del programa explicaron entonces, en la pura tradición de la izquierda republicana: “Es cierto que algunas vacunas se administran a través de adyuvantes químicos que pueden contener sustancias potencialmente cancerígenas como el aluminio. Pero sólo una campaña de vacunación obligatoria puede proteger contra una enfermedad infecciosa, además de la prevención”.

Pero entre esta nueva era de incertidumbre abierta por el covid y la creciente desconfianza en las instituciones (tanto públicas como privadas, principalmente en los “Big Pharma”), los tiempos han cambiado. Caroline Fiat, auxiliar y diputada en el Parlamento francés, subraya el riesgo de un enfoque proactivo contraproducente: “A los políticos no les corresponde hacer salud pública, porque cuando los políticos se involucran, se crea desconfianza”, señala esta mujer que cree que corresponde a la sanidad francesa Santé publique France (SPF) hacer el trabajo. Además, prosigue, “en cuanto abordamos el tema de las vacunas, ya sea Jean-Luc Mélenchon o yo misma, se nos echan encima todos los antivacunas; es de una violencia inaudita”.

¿Por qué la pusilanimidad a la hora de abordar este tema políticamente explosivo a siete meses de unas elecciones presidenciales? Para los opositores de la izquierda, no hay duda: “Mélenchon tiene una estrategia de ruptura, por lo que se ciñe al discurso de los que desconfían de las instituciones”, acusan al PS, que está a favor de la vacunación obligatoria.

En un movimiento clave en el arte del sincretismo programático (sobre la relación con Europa o la Quinta República, por ejemplo), la hipótesis de que habría que nadar y guardar la ropa no es incongruente. Sobre todo porque los insumisos han movilizado a las clases populares, el alfa y omega de su estrategia para ganar en 2022. Y un informe de la Fundación Jean Jaurès apuntaba, en otoño de 2020, el hecho de que el electorado de 2017 de Jean-Luc Mélenchon contaba con un número nada desdeñable de personas reticentes a la vacunación.

“Los insumisos son tan variopintos como el propio movimiento. Algunos están a favor de la vacunación, otros tienen dudas sobre las vacunas propuestas”, reconocía el diputado de Bouches-du-Rhône en la entrada de su blog del 13 de agosto, subrayando que “lo principal es el objetivo común que nos une en esta acción: la derogación del pasaporte sanitario”. En otras palabras, es mejor centrarse en lo que une a las personas, no en lo que las divide.

Este verano, durante la Amfis, las líneas de fractura salieron a la luz tras la intervención de Barbara Stiegler. Invitada en dos mesas redondas, la filósofa causó dolor de oídos a más de uno de los allí presentes. Afirmó que la vacunación sólo tendría un efecto “leve” en la ralentización de la enfermedad, que las vacunas eran “altamente contaminantes” en el sentido de que podían hacer creer que las medidas de prevención ya no eran necesarias, o que era “escandaloso” que “los pocos, como Laurent Muchielli [sociólogo de quien recientemente Mediapart, socio editorial de infoLibre, despublicó un post por difundir noticias falsas], que se atreven a cuestionar la inocuidad de las vacunas, sean condenados al ostracismo”.

Estos discursos (no retransmitidos por el momento en el sitio web del movimiento) generaron muchos aplausos. Pero también hubo algunos comentarios indignados; algunos espectadores expresaron su preocupación “por haber oído que la vacuna no era eficaz” o señalaron que no por ser insuficiente el código de la circulación para prevenir los accidentes de tráfico debíamos prescindir de él. “El problema es que cuando la invitamos, no defendía esas tesis”, confió una integrante de Francia Isumisa que confirma que la sesión generó problemas en la formación.

Por supuesto, Karim Khelfaoui, médico de Marsella y coautor del Cuaderno de la salud de L'Avenir en commun, el programa presidencial, trató de poner las cosas en su sitio cuando el revuelo por las declaraciones de la filósofa se apoderó de la sala: “La vacunación es el arma más eficaz, no hay ningún peligro importante con estas vacunas, hay una reducción del contagio, claramente”, reiteró. Pero nada de “vacúnanse” o “protéjanse los unos a los otros”.

El diputado François Ruffin, contactado un día antes por Mediapart, que también había invitado a su mesa a Barbara Stiegler, se limitó a señalar, con cierta desilusión: “Todo lo que hace Macron es blindar sus filas y dividir las nuestras”. Una forma de decir que, en cuestiones sanitarias, la batalla ya estaba en parte perdida.

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Traducción: Mariola Moreno

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