En la Piazza della Libertà, iluminada por los halos amarillos de las farolas, a medida que avanza la noche se van acomodando pequeños grupos de hombres junto a los bancos verdes. Casi todos son afganos o pakistaníes, abrigados como pueden, obligados a vivir en la calle, por unos días los más afortunados, unos meses los demás. Justo enfrente está la estación de tren, con su promesa de continuar su ruta en un vagón caliente en lugar de andando.
Allí se juntan los que han subido al tren en Liubliana o Zagreb, las capitales eslovena y croata, con dirección a Trieste, con los que siguen viaje hacia el norte de Europa, con Milán o Venecia como próximas paradas.
Aquella tarde, unos quince afganos acababan de llegar de la frontera eslovena, a menos de diez kilómetros del centro de Trieste. Habían llegado a pie. Uno de ellos, visiblemente feliz por haber llegado, pide a su amigo que le haga una foto, pulgar en alto, en el aire helado de temperaturas apenas positivas. Mañana o pasado mañana, dice, seguirá su camino. Mientras tanto, los demás le señalan los Silos, un conjunto de grandes depósitos de la época austro-húngara que están detrás de la estación y se han convertido en el refugio insalubre y precario de unos cuatrocientos emigrantes.
Aziz Akhman es uno de ellos. Este paquistaní de 32 años huyó de los coches bomba, la inseguridad y el chantaje que asolan su región de origen, en la frontera con Afganistán. Cuando quemaron su comercio, se marchó. “He tardado cuatro meses en llegar a Italia", explica. “He presentado una petición de asilo.” Cada noche, sólo el fino tejido de una tienda de campaña le separa de la gélida noche que envuelve Silos. Las horas de sueño son escasas, mermadas por el frío invernal.
Cuando estos hombres llegan aquí, sus pies suelen estar en tal estado que parecen recién salidos de las trincheras.
"La vida aquí es un desastre", comenta Hanif, un afgano de 25 años que también pasa las noches en Silos. Sueña con llegar a Montbéliard (Doubs), en Francia. "Allí viven todos mis amigos y parte de mi familia. Pasé allí seis meses antes de que me devolvieran a Croacia", cuenta el joven, que había dado sus huellas dactilares en ese país y, por tanto, fue deportado allí en virtud de los acuerdos de Dublín. Hace veinte días que fue devuelto a Croacia y decidió reemprender el camino para regresar a Francia. Trieste es sólo una escala.
"Aquí se juntan las personas en tránsito y las que se quedan", explica Gian Andrea Franchi, un jubilado que creó la asociación Linea d'Ombra con su mujer Lorena Fornasir en el invierno de 2019. “Nos dimos cuenta de que mucha gente vivía en los alrededores de la estación y que muchos dormían en las ruinas del antiguo puerto austriaco", recuerda señalando en dirección a Silos. “No recibían ninguna ayuda y vivían en condiciones muy difíciles". Desde entonces, la asociación distribuye ropa, mantas y tiendas, ofrece comidas y presta atención médica.
En uno de los bancos, Lorena Fornasir ha extendido una manta térmica de emergencia, cuyos reflejos dorados brillan en la penumbra. "Cuando llegan estos hombres, sus pies suelen estar en tal estado que parece que acaban de volver de las trincheras", explica esta psicoterapeuta jubilada, que cada noche venda, cuida y escucha a los que lo necesitan.
"Todos los que duermen en los silos han enfermado por las condiciones en las que viven, es un horror: han cogido bronquitis, neumonía, problemas intestinales, y muchos tienen abscesos enormes por picaduras de insectos y mordeduras de rata que se infectan", continúa Lorena Fornasir, que saca del coche unos pollos asados para los últimos llegados de la frontera eslovena, hambrientos y entumecidos por el frío. En las tardes de verano, cuando el tiempo facilita cruzar el bosque, hasta quinientas personas se reúnen a veces en este lugar que la pareja de jubilados ha rebautizado "La Plaza del Mundo".
Crisis de acogida
En las oficinas de ICS, el Consorcio Italiano de Solidaridad, Gianfranco Schiavone tiene esas cifras perfectamente en la cabeza, unos datos que no le tranquilizan. En la pantalla de su ordenador recorre sus emails mostrando una larga lista de nombres. "Tenemos unos 420 solicitantes de asilo esperando un lugar donde quedarse", dice el presidente del ICS, buen conocedor de la migración en la región. "Desde hace año y medio, estas personas están abandonadas en la calle, y no es por su número, que es especialmente elevado... Al contrario, las llegadas son modestas", explica, señalando las cifras publicadas en el informe "Vidas abandonadas".
De media, llegan a Trieste unos cuarenta y cinco inmigrantes al día. La cifra es bastante estable y podría descender en las próximas semanas. La nieve ha ralentizado a menudo las salidas más atrás, por los tramos más salvajes y boscosos de la ruta de los Balcanes.
Según estimaciones del ICS, entre el 65% y el 75% de los migrantes que llegan a Trieste siguen viaje. La cuarta parte restante solicita asilo. Según las normas vigentes en Italia, los solicitantes de asilo son alojados en centros de primera acogida mientras las comisiones territoriales examinan sus solicitudes. El ICS gestiona dos de estos centros, situados a unos cientos de metros de la frontera eslovena. Los inmigrantes suelen permanecer en estos centros unos días para luego ser redistribuidos a otras regiones en centros de acogida de más larga duración.
A falta de una redistribución rápida, los centros de acogida temporal están llenos y los recién llegados están en la calle, dependiendo únicamente del sistema de alojamientos de emergencia, que ya está desbordado por los sin techo de la ciudad. En la propia Trieste, están ocupadas todas las casi 1.200 plazas de alojamiento de larga duración disponibles para solicitantes de asilo.
"No son las cuatrocientas personas que llegan en un solo día las que causan problemas al sistema de acogida, sino los pequeños grupos dejados deliberadamente en la calle, cuya acumulación, día tras día, ha acabado en este resultado", lamenta Gianfranco Schiavone. Y hace el siguiente análisis: "Esas condiciones de vida empujan a estas personas hacia la salida. El primer objetivo es reducir al máximo el número de demandantes de asilo que el Estado tiene que acoger. El segundo objetivo, más político, es crear una situación de tensión en la opinión pública, dar la imagen de cientos de migrantes en las calles y mantener la idea de que realmente hay demasiados migrantes y que Italia ha sido abandonada por Europa".
Contactamos al respecto con la prefectura, pero no quiso responder a nuestras preguntas, remitiéndonos al ministerio del Interior. La alcaldía, por su parte, se remitió a las posiciones ya expresadas en la prensa local. La postura del alcalde es clara: no hará nada.
Suspendido el acuerdo Albania-Italia
Recientemente se ha desplegado una gran presencia policial en la región. El 18 de octubre, tras el atentado contra hinchas suecos en Bruselas, el gobierno de Giorgia Meloni decidió cerrar su frontera con Eslovenia. Se suspendió temporalmente el Tratado de Schengen para evitar posibles "infiltraciones de terroristas" por la ruta de los Balcanes.
"Es necesario por el empeoramiento de la situación en Oriente Medio, el aumento de los flujos migratorios por la ruta de los Balcanes y sobre todo por razones de seguridad nacional", explicó la jefa del Gobierno. En la región de Friuli-Venecia Julia han sido desplegados 350 agentes a lo largo de los 230 kilómetros de frontera entre Italia y Eslovenia. Los controles fronterizos, inicialmente previstos para diez días, ya se han prorrogado dos veces y actualmente están en vigor hasta el 18 de enero de 2024.
Con esta vuelta de tuerca en su frontera oriental, Italia trata de cumplir una promesa que es incapaz de mantener en su frente mediterráneo: sellar el país. Tras el fracaso de su estrategia migratoria en septiembre en Lampedusa, Giorgia Meloni ha jugado sus cartas en los Balcanes. A mediados de noviembre, la jefa del Gobierno realizó una visita oficial a Zagreb para tratar, entre otras cosas, de cuestiones migratorias. Pero su último movimiento ha sido el anuncio de un acuerdo con Albania para trasladar allí dos centros de acogida de solicitantes de asilo.
La idea es acoger allí hasta 3.000 personas inmediatamente después de que hayan sido rescatadas en el mar por barcos italianos. Sobre el terreno, la policía albanesa sólo se ocupará de la seguridad en el exterior del centro. El resto de la gestión queda enteramente en manos italianas. La puesta en marcha de esos dos centros se anunció en primavera. El caso parecía cerrado pero a mediados de diciembre el Tribunal Constitucional albanés decidió finalmente suspender la ratificación del acuerdo. Se han presentado dos recursos ante el Parlamento para que el acuerdo no viole los convenios internacionales de los que Albania es signataria. Está previsto que los debates se reanuden a mediados de enero.
Ver másEl plan inútil de la Comisión Europea para la crisis migratoria en Italia
Traducción de Miguel López
En la Piazza della Libertà, iluminada por los halos amarillos de las farolas, a medida que avanza la noche se van acomodando pequeños grupos de hombres junto a los bancos verdes. Casi todos son afganos o pakistaníes, abrigados como pueden, obligados a vivir en la calle, por unos días los más afortunados, unos meses los demás. Justo enfrente está la estación de tren, con su promesa de continuar su ruta en un vagón caliente en lugar de andando.