"Es el juicio a la masculinidad”: el ‘caso Pelicot’ seguido en directo por mujeres de todas las edades

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Cécile Hautefeuille (Mediapart)

En la sala de retransmisiones están prohibidos los comentarios, las discusiones y cualquier forma de reacción. Pero a veces, la emoción desborda ante los hechos descritos o la actitud de los acusados. Suspiros de horror o de consternación se escapan del público, compuesto principalmente por mujeres de todas las edades.

El jueves 3 de octubre, cerca de sesenta mujeres se sientan frente a la pantalla gigante que retransme la 22ª jornada del juicio en el que 51 hombres están siendo juzgados por la violación con agravantes de Gisèle Pelicot, mientras era drogada por su ex marido. La cámara enfoca al tribunal, al fiscal y a los abogados de la acusación y la defensa.

Solo se enfoca a los acusados que todavía permanecen en libertad cuando suben a declarar al estrado. Los que ya han sido detenidos —18 hombres de los 51 imputados— responden a las preguntas desde el banquillo, situado detrás de las cámaras. Dominique Pelicot se sienta en un banquillo aparte, igualmente invisible para la cámara.

Sonia, de 60 años, ya ha asistido a casi una decena de audiencias para prestar "su apoyo" a Gisèle Pelicot. "Vengo a ver lo que los hombres son capaces de hacer", comenta con el rostro inexpresivo. En la cola para entrar en la sala de transmisiones tras un receso de la sesión, confiesa su asco, sus "ganas de vomitar" durante ciertos interrogatorios. "No hacen más que hablar de sí mismos todo el tiempo", dicen Anne y Martine, que esperan al lado. "Nada, ni una palabra sobre o para Gisèle Pelicot. ¡Se victimizan constantemente!"

Uno de los acusados, E. Redouane, de 55 años, dejó atónito al público justo antes de la pausa presentándose como una víctima de Dominique Pelicot. "¡Sí, soy una víctima, y tengo miedo! Me aterroriza, me encuentro en peligro inminente", declara ante el tribunal, describiendo la noche en que acudió a Mazan. Un escalofrío recorre a los presentes en la sala de transmisiones. Tan solo unos minutos antes, ya se habían quedado congelados ante la insoportable descripción de los vídeos de aquella noche.

Durante su interrogatorio, Redouane no responde directamente a las preguntas. Se limite a divagar, poniendo en duda el registro cronológico de los vídeos. Incluso llega a cuestionar por qué no se ha abierto ninguna investigación contra la propia víctima, atreviéndose a dirigirle estas palabras: "Señora Pelicot, ¿acaso su palabra es sagrada?" "Mientras no se demuestre lo contrario, ella es la víctima", le contesta el fiscal. Redouane replica exigiendo "igualdad de trato".

Un acusado asegura que también le drogaron

Aunque admite que había un "montaje extraño" en la habitación a la que acudió para pasar una noche libertina, jura que no sabía que la víctima había sido sometida químicamente. "Me lo imaginaba todo, incluso que estaba muerta, pero no que estaba drogada", insiste el acusado desde el estrado.

Su profesión como enfermero y su formación como anestesista-reanimador le llevan la contraria. "Nadie habría sido capaz de percibir que no se encontraba en un estado normal. Habrían hecho falta análisis clínicos específicos para eso”, se obstina Redouane. Un largo y pesado silencio se apodera de la sala de retransmisión.

Émilie y Jordane salen de la sala afectadas. Nunca habían asistido a un juicio. Si han acudido es para "mirar a la crueldad de frente". Émilie vivió más de veinte años en Mazan, donde residía el matrimonio Pelicot. Todavía trabaja allí. "Es estremecedor pensar que se trata de hombres con los que me puedo haber cruzado. Da qué pensar", explica Jordane. "El número de hombres también es impactante. ¿Cómo es posible que haya durado tanto tiempo? ¿Cómo es posible que nadie dijera nada?"

Poco antes, dos de los acusados fueron interrogados sobre este mismo punto. Y se esforzaron por justificarse. El primero, T. Jean, techador de 52 años, empieza argumentando que quería olvidar lo que califica como "un encuentro desagradable" y "pasar página". Sugiere haber sido drogado por Dominique Pelicot y defende no recordar absolutamente nada de lo ocurrido.

"Precisamente, si creía que le habían drogado, ¿no se preocupó? ¿Por qué no acudió de inmediato a la policía?", le insiste el tribunal. "En ese momento, estaba en una relación y me sentía un poco culpable respecto a mi mujer, por lo que preferí no hablar de ello". Según relata, su error residió en haber ido a Mazan, desde Lyon, donde todavía reside, para lo que creía que era una relación libertina.

La descripción de cerca de una decena de los vídeos de las violaciones, conservados por Dominique Pelicot, es escalofriante. Las palabras pronunciadas por los violadores, obscenas. El presidente del tribunal plantea varias preguntas:

- En el primer vídeo, ¿recuerda la escena y los comentarios?

- No, no me acuerdo.

- En el segundo, ¿recuerda los gestos?

- No.

La misma pregunta, hasta el sexto, séptimo vídeo. "No, no, no". Entonces, de repente:

- Ese día, ¿mostró la Sra. Pelicot su acuerdo con algún tipo de gestos o palabras? 

- No, contesta el acusado.

- Ah, ahora se acuerda, grita una voz femenina del público.

Un "gracias" murmurado entre el público

El otro acusado, M. Simone, antiguo cazador alpino de 43 años, se pierde entre las contradicciones. Si no denunció a Dominique Pelicot fue porque no sabía lo que éste hacía. "Me enteré después, por la prensa", sostiene. Sin embargo, acaba de admitir lo contrario: "Cuando [Gisèle Pelicot] empezó a moverse, él me pidió que parara y me explicó que le había dado medicamentos".

- Entonces, sí lo sabía, le interpela el fiscal.

- No.

- ¿Quiere que relea sus propias palabras? 

- Me expresé mal.

El único momento en el que Simone, vecino del matrimonio Pelicot, muestra algo de arrepentimiento tiene que ver con unas declaraciones realizadas en una vista anterior. "Dije que un hombre tiene derecho a hacer lo que quiera con su mujer. Me gustaría pedir disculpas. No quise decir eso, pero los medios de comunicación lo tergiversaron... Quise decir que todos tenemos juegos sexuales con nuestras esposas, pero me expresé mal. No, no tenemos derecho a hacer lo que queramos. Nadie tiene derecho a golpear a su mujer o a dejarla a merced de otros".

En el estrado, explica con detenimiento sus problemas, en particular con el alcohol. "Fue en un momento de mi vida en el que no estaba bien. Dominique Pelicot me parecía un sujeto tranquilizador, casi paternal. Caí en su trampa. [...] Creí que Madame Pelicot fingía estar dormida. Me manipuló para hacer realidad sus fantasías".

En la sala de retransmisión, dos mujeres resoplan e intercambian miradas molestas. "Hay tantas cosas mal en todo lo que ha dicho", le dirige el fiscal a Simone. “Gracias...”, murmura una mujer, sentada frente a la pantalla gigante.

¡Estamos aquí para decir que se acabó el patriarcado!

Desde la sala de retransmisiones, las asistentes no pueden verlo todo. No ven a Gisèle Pelicot, inmóvil, con la cabeza apoyada en la pared y los ojos clavados en los acusados que declaran desde el estrado. Tampoco a Dominique Pelicot, hundido en su asiento, con una pierna cruzada sobre la otra y la cabeza apoyada sobre el dedo índice. Durante la vista, deja escapar algunos sollozos. "Desde hace cuatro años, sopeso los estragos que he provocado en el seno de mi familia. En todo hombre hay un demonio. El mío se sirvió de mi infancia...", añade, asegurando que fue violado a los 9 años.

"Nunca consideré a mi mujer una mercancía", prosigue. "Siempre he estado muy orgulloso de quién era, me deslumbraba su personalidad". Un susurro generalizado recorre la sala de retransmisión acompañando a esta declaración. Se arquean las cejas, se agitan las cabezas de izquierda a derecha.

"Habla de ella como si fuera una joya", suspira Anne, miembro de la asociación Femmes solidaires, que reconoce en ello “un mecanismo de dominación”. "Estamos aquí para decir que se acabó el patriarcado", sentencia Sonia, que propone una revisión de la ley sobre el consentimiento. "Incluso con su pareja, cuando una mujer dice no, ¡es no!"

En la vista de esta mañana, ninguno de los acusados ha admitido abiertamente los cargos imputados. "No soy un violador", declara Simone. “Me tachan de serlo utilizando la palabra 'consentimiento'", sigue. El abogado de la víctima le interroga:

- ¿Quién penetraba a la Sra. Pelicot en el momento de la violación?

- No entiendo la pregunta.

El abogado la reformula:

- ¿Quién introdujo su pene en la vagina de la Sra. Pelicot?

- Su marido y... yo.

- ¿Así que admite que la violó?

Silencio. En la sala abierta al público, las presentes se inclinan hacia la pantalla.

- Lógicamente sí, porque no hubo consentimiento.

Ante la sala de retransmisiones, Martine ofrece sus impresiones sobre todos estos hombres, de perfiles variados: "Es el juicio a la masculinidad". Todas las mujeres a su alrededor asienten.

El viernes 4 de octubre, el tribunal debatirá si levanta o no la prohibición que pesa sobre la divulgación de los vídeos de la violación de Gisèle Pelicot. Ella misma quiere que todo se muestre y se enseñe al público. Los abogados de la defensa argumentan lo contrario. "Acceder a una petición emocional durante un proceso judicial abierto no es propio de la justicia", defiende uno de ellos frente a los medios de comunicación.

Traducción de Inés García Rábade

En la sala de retransmisiones están prohibidos los comentarios, las discusiones y cualquier forma de reacción. Pero a veces, la emoción desborda ante los hechos descritos o la actitud de los acusados. Suspiros de horror o de consternación se escapan del público, compuesto principalmente por mujeres de todas las edades.

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