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¿Es Navalny realmente un nacionalista racista?

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François Bonnet (Mediapart)

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Al menos sobre el papel, Vladimir Putin ha acabado esta vez con su principal opositor. Alexei Navany, de 44 años, está en prisión, debilitado después de tres semanas de huelga de hambre, interrumpida hace unos días. El jueves dijo que había perdido 22 kilos desde su encarcelamiento. Permanecerá en prisión durante al menos dos años y medio, sin perjuicio de las muchas otras causas judiciales que se le imputan.

Su movimiento, el Fondo Anticorrupción (FBK), y el QC Navalny, una red de oficinas regionales presentes en alrededor de 40 ciudades, están en proceso de ser clasificados “organizaciones extremistas” y, por tanto, prohibidos. Amenazan con “desestabilizar la situación social y política del país, incluyendo llamadas a la violencia y a los desórdenes masivos”, según el fiscal de Moscú. Cualquiera que siga colaborando con estos movimientos o diga ser miembro de ellos puede ser procesado y podría enfrentarse a hasta seis años de prisión.

En un vídeo difundido en internet este 29 de abril, Leonid Volkov, uno de los estrechos colaboradores de Navalny, se adelantaba al anunciar la disolución de la red regional. “Continuar con las acciones de la red en su formato actual es imposible: se someterá inmediatamente al artículo sobre el extremismo y derivará en condenas penales para quienes trabajan en la sede, quienes cooperen con ellos, quienes les ayuden. Pero, ¿nos rendimos? Por supuesto que no”, explica. Volkov pide a las oficinas regionales que se transformen en movimientos o colectivos políticos regionales independientes.

Desde el 17 de enero, día en que Alexei Navalny regresó a Moscú y fue inmediatamente detenido al bajar del avión procedente de Berlín, el Krémlin ha desplegado una intensa propaganda. Vladimir Putin le acusó en diciembre de 2020 de ser “un agente de los servicios estadounidenses”, lo que justificaba que se le pusiera bajo vigilancia, y de reciclar en sus investigaciones “materiales adulterados por servicios extranjeros”.

Desde entonces, los principales medios de comunicación estatales, con las televisiones a la cabeza, no han dejado de hablar de Navalny, presentado como neonazi, fascista, ultranacionalista, racista antisemita y xenófobo, apelando al odio interétnico y fomentando una cuasi guerra civil. Vladimir Putin, que prometió en 1999 que “se buscaría a los terroristas chechenos hasta en los retretes”, ha permitido que florezca esta campaña, abundantemente difundida en las redes sociales.

La ofensiva fue lo suficientemente eficaz como para provocar una crisis incluso en Amnistía Internacional. En febrero, la venerable organización que trabaja en defensa de los derechos humanos decidió dejar de considerar a Navalny "preso de conciencia”, lo que provocó conflictos internos y expuso a Amnistía a muchas críticas.

Amnistía se explicó en un comunicado. “En el pasado, hizo declaraciones que podrían entenderse como un discurso de odio, susceptible de constituir una incitación a la discriminación, la violencia o la hostilidad. Tras un pormenorizado análisis, hemos llegado a la conclusión de que algunas de estas declaraciones cumplen los criterios de la incitación al odio, que no se ajusta a nuestra definición de preso de conciencia”, explica la organización.

La organización niega categóricamente haber sido influida “por una campaña de desprestigio dirigida por el Estado ruso”. Sin embargo, agentes del Krémlin sí que participaron en la campaña de envío de cientos de mensajes a la sede de Amnistía para denunciar el supuesto racismo e incitación al odio de Navalny.

¿Qué hay de cierto en todo ello? Para entender los comentarios efectivamente de odio, xenófobos y racistas de Alexei Navalny, de finales de los años 2000, es necesario seguir la trayectoria política de este abogado de formación. Y es necesario situarlo en el panorama tan particular de Rusia, donde las categorías políticas de Occidente resultan en su mayoría inoperantes.

En 2000, a los 24 años, el joven abogado Navalny se afilió al partido Yábloko, un pequeño partido liberal y democrático dirigido por Grigori Yavlinsky y cuyas posiciones son bastante similares a las de los democristianos alemanes. Este partido se vio entonces marginado y perdió la representación en el Parlamento. Su público se limita a unos pocos círculos sociales urbanos y acomodados, que abogan por una democracia al estilo europeo o estadounidense.

“Alexei Navalny no es un teórico, ni un intelectual. Es un verdadero político, pragmático, busca el apoyo del pueblo y cree en su destino”, recuerda Cécile Vaissié, especialista en Rusia y profesora de la Universidad de Rennes. Además, es un hombre hiperactivo, con prisa y ambicioso y su ruidoso activismo provoca fuertes tensiones en el seno del partido en Moscú, donde rápidamente asumió responsabilidades.

Alexei Navalny comprende progresivamente que la población rusa relaciona este liberalismo de corte occidental con la catástrofe de los años 90. También descubre que una parte de esta oposición urbana y sofisticada en ocasiones solo siente desprecio por un pueblo ruso considerado apático y sumiso al zar. Una palabra resume a este pueblo-plebe: vatniki; se trata de una especie de ciudadano medio carente de espíritu crítico, que confía en el guía y en la madre patria...

Pero Navalny quiere ganarse al pueblo. En 2006, empezó a hablar de nacionalismo en su blog. En 2007, creó el Movimiento de Liberación Nacional de Rusia, cuyo acrónimo en ruso es Narod (el pueblo), lo que le valió la expulsión de Yábloko por “actividades nacionalistas”. Y Navalny se definió entonces como un “nacionaldemócrata”.

Llegó el momento de debatir cuál debe ser la nueva “idea rusa”. El Krémlin sostiene que la democracia occidental es un callejón sin salida para Rusia. Putin fomenta la construcción de una nueva narrativa nacional, una síntesis barroca de la religión ortodoxa, la época zarista, Stalin y el sovietismo, el eurasismo y su teórico Alexander Dugin. El nexo es un patriotismo desenfrenado y la continua celebración de la “Gran Guerra Patriótica”, la victoria de la Segunda Guerra Mundial.

Pero hay muchos otros movimientos nacionalistas y ultras que aglutinan a una parte de la oposición y a una juventud pobre y contestataria: neonazis, skinheads, una extrema derecha eslava y racista y nostálgicos de Stalin. Y una fuerza domina esta nebulosa: la del escritor Édouard Limonov y su partido, los Bolcheviques Nacionales (los Natsbol).

“Reconciliar nacionalismo, democracia y liberalismo”

Marlène Laruelle, historiadora especializada en ideologías nacionalistas en el mundo ruso, detalla esta efervescencia en un destacable estudio publicado en 2014 en la revista Post-Soviet Affairs (puede leerse aquí). En esta marmita nacionalista donde cohabitan lo peor y lo nauseabundo, el proyecto de Navalny va a ser “conciliar nacionalismo, democracia y liberalismo”, señala Marlene Laruelle.

Esto da lugar a barbaridades, cuando Navalny califica a los caucásicos de “cucarachas”, utiliza el clásico insulto ruso de “culos negros” y reclama la “deportación” de todos los trabajadores ilegales procedentes de los antiguos países soviéticos de Asia Central. En un vídeo de 2007 (bajo estas líneas), Navalny aparece caracterizado como dentista mientras se comparan las imágenes de los inmigrantes con las caries. “Recomiendo una desinfección completa”, dice. “Todo lo que se interponga en nuestro camino debe ser eliminado cuidadosa pero decisivamente mediante la deportación”, continúa.

Hasta 2013, Alexei Navalny también participará en la Marcha Rusa cada 4 de noviembre. Este desfile anual reúne a los movimientos nacionalistas más extremos. Pero no sólo. También atrae a personas hartas, sin referencias políticas, arruinadas y venidas a menos tras los años 90. Y a una juventud perdida que busca ideales.

Así se justifica Navalny en su blog, señalando que en sus marchas hay “gente normal, de buena fe, no sólo extremistas y que hay que hablar con ellos”. En 2011, participó en el comité organizador de esta marcha y surgen otros lemas: Por los derechos y las libertades de Rusia; Por unas elecciones justas y libres. La estrategia de Navalny es clara: hacer un trabajo político en estos movimientos que, a finales de la década de 2000, aglutinaban a gran parte de la oposición.

Desde 2007 hasta 2013, Navalny no dejó de detallar su proyecto en su blog. Natalia Moen-Larsen, investigadora noruega, ha realizado un exhaustivo estudio al respecto (disponible aquí) que complementa el trabajo de Marlene Laruelle. “En su blog, Navalny construye el nacionalismo en oposición a otras ‘ideologías marginales’, según sus palabras, como el nacionalismo extremista, el fascismo y el nazismo, a los que vincula con la violencia, la xenofobia y los pogromos”, señala la investigadora.

Navalny quiere ser el portavoz de un “nacionalismo normal”. Relaciona la inmigración ilegal con la corrupción de las élites, ya que los trabajadores indocumentados de Asia Central constituyen un ejército de esclavos para las grandes empresas. Lanzó la campaña ‘Dejemos de alimentar al Cáucaso’ para denunciar la corrupción y los regímenes dictatoriales creados o apoyados por el Krémlin. Y ataca a todos los que quieren esconder estos temas bajo la alfombra.

Ya en 2006 se explicaba en estos términos: “Los ultrarradicales se han convertido en las principales caras y fuerzas motrices del movimiento nacional en Rusia. Lo hemos aceptado. ¿Qué podemos hacer? Para mí, esta cuestión está clara. Debemos luchar contra ellos y quitarles a los fascistas el derecho a proclamar las ideas nacionales. Debemos negarles su posición de liderazgo en el movimiento ruso”.

Pero esta síntesis de nacionalismo, democracia y liberalismo fracasaría. A partir de 2013, tras su campaña electoral para la alcaldía de Moscú (las únicas elecciones a las que le permitieron presentarse), Navalny abandonará estos asuntos, dedicándose exclusivamente a denunciar la corrupción del régimen de Putin.

Un hombre ha sido testigo principal de esta evolución, Zakhar Prilepine. Prilepine es uno de los escritores más brillantes de Rusia, pero también un autoproclamado nacional-bolchevique. Soldado en las dos guerras de Chechenia, “hijo espiritual” de Edouard Limonov y autodefinido como nacionalista de extrema izquierda, fue a luchar al Donbass ucraniano junto a las tropas separatistas prorrusas y desde entonces se ha acercado al Krémlin.

En una entrevista concedida a Mediapart (socio editorial de infoLibre), Prilepine explicó que Navalny “podría haber sido un gran personaje, pero se convirtió claramente en un defensor de la burguesía y las grandes empresas”. En otra entrevista concedida en febrero al sitio web independiente ruso Meduza (que al régimen acaba de clasificar como “agente extranjero”), Prilepine detalló su relación imposible con el abogado en un efímero movimiento que habían creado, el Movimiento Popular.

“Hay que hablar de este movimiento”, explica el escritor. “Teníamos la ilusión de que era posible unir las alas izquierda y derecha. Navalny acababa de ser expulsado de Yábloko, lo que me resultaba muy simpático, siempre he sido antiliberal. Llegó en el momento justo: marchas rusas, cabezas rapadas. Los bolcheviques nacionales y los Limonovistas eran cada vez más izquierdistas. Yo tenía la idea ilusoria de que era posible combinar nuestros movimientos. Llevé a Navalny a conocer a Limonov. Limonov lo odiaba. En 2014, nuestros caminos se separaron radicalmente”.

“Supo rodearse de gente competente, eficiente y autónoma”

En diciembre de 2020, el economista Sergei Guryev entrevista a Navalny sobre su programa (vídeo con subtítulos en inglés, bajo estas líneas). Los dos hombres se conocían desde hacía mucho tiempo. El hombre que dirigió la prestigiosa escuela de economía de Moscú ayudó a elaborar su programa para la campaña electoral de Moscú en 2013. Amenazado por el gobierno, tuvo que exiliarse, fue economista jefe del BERD (Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo) y ahora es profesor en Ciencias Políticas, en París.

Guryev pregunta a Navalny sobre este “nacionalismo étnico” (minuto 48’50’’ del vídeo). “Yo, que soy osetio, ¿cómo puedo sentirme ciudadano de primera clase en mi país? Cuando te no gusta la palabra Rossiyanin (ciudadano del Estado ruso), prefieres la palabra russkyi (perteneciente a la etnia rusa). ¿Debo, como osetio, temer que alguien como usted se convierta en el líder político de Rusia?”, le pregunta Sergei Guryev.

Navalny responde señalando “la necesidad de luchar contra toda discriminación”. “No veo ningún problema en que una gran parte de la población no quiera identificarse como Rossiyanin y prefiera su identidad como Russkyi. Los daguestaníes, los rusos étnicos y los demás grupos forman parte de la diversidad de la sociedad. Que cada uno se sienta públicamente orgulloso de su pertenencia. Para cualquier líder del sistema político, es importante proteger las lenguas y las escuelas nacionales. En nuestro país, siempre habrá una cuestión nacional porque nuestro país es grande y diverso”, añade.

La profesora Cécile Vaissié, que sigue de cerca la trayectoria de Navalny y ha asistido a varios de sus mítines, asegura: “¿Antisemitismo? No, nunca, nada. Sobre los caucásicos y los inmigrantes, ha habido declaraciones inaceptables. Pero en los últimos años, nunca le he oído decir ninguna barbaridad”.

Y es que desde principios de la década de 2010, Alexei Navalny entiende que su fama no proviene de sus diatribas nacionalistas, que poco a poco va olvidando, sino de su blog Rospil (El saqueo de Rusia), uno de los más leídos de Rusia. Unos años antes, el abogado compró acciones de grandes empresas por 10.000 dólares. Acude a las juntas generales, exige documentos y estados financieros e incluso fue nombrado, durante un breve periodo, director de Aeroflot con la ayuda de un empresario.

El jurista Navalny, ayudado por informadores en el corazón del sistema, revelará algunos de los mayores escándalos de malversación, evasión de impuestos y corrupción. El aeropuerto de Sheremetyevo, Aeroflot, los bancos, un gasoducto siberiano: miles de millones de dólares de dinero se escapan a Malta, Suiza, Israel, la City de Londres, las Islas Caimán y todos los principales paraísos fiscales del planeta.

Se sospecha de él que es una marioneta en manos de oligarcas, deseosos de ajustar cuentas a través del blog Rospil. Navalny sigue evolucionando poniendo la corrupción frente a la miseria social y atacando a las grandes figuras del poder. En 2011, creó el FBK, Fondo Anticorrupción, que comenzó a publicar devastadoras investigaciones sobre las élites.

Durante las grandes protestas de 2011 y 2012, descubrió la repentina popularidad del Frente de Izquierda, un partido de izquierda radical arraigado en las luchas sociales. Su líder, Sergei Udaltsov, se convirtió en esta ocasión en una de las figuras de la oposición y fue encarcelado de 2014 a 2017. Navalny, que decidió peinar las regiones rusas, habla cada vez más de los bajos salarios, de la miseria ordinaria, de los servicios públicos abandonados. Es el “partido de los estafadores y los ladrones”, Rusia Unida, el partido presidencial, el que está arruinando el país y bloqueando el futuro de la juventud.

Karine Clément, socióloga del CNRS, estuvo muy implicada en los años 2000 en las luchas sindicales y ciudadanas en Rusia. En una entrada del blog de Mediapart, explica que tiene innumerables discrepancias con Navalny, con quien se ha reunido en varias ocasiones. “Pero durante sus viajes a finales de la década de 2010, planteó con regularidad la cuestión de la desigualdad social, los salarios lamentablemente bajos, el estado decadente de las infraestructuras y los servicios públicos, el único que lo hizo en la oposición liberal”, escribe.

Nada de esto es todavía un programa. Desde 2015, a medida que su notoriedad comienza a crecer, Navalny insiste en tres puntos: la lucha contra la corrupción, el estado de derecho y la democracia a través de elecciones libres. El resto vendrá después. Y así fue, creando cada vez más oficinas regionales a partir de colectivos formados en torno a luchas locales (vivienda, medio ambiente, pensiones) y batallas para poder presentarse a las elecciones municipales o regionales.

Con el FBK y el QG Navalny, se ha unido al líder una nueva generación, que no tiene absolutamente nada que ver con los círculos nacionalistas de los años 2000. Estos activistas son, por lo general, jóvenes (entre 20 y 30 años), formados y ágiles en las redes sociales, empeñados en responsabilizar a las élites locales encerradas en Rusia Unida, deseosos sobre todo de un país abierto y democrático.

“Primero, Navalny va sobre el terreno, luego, supo rodearse de gente competente y eficiente. Una prueba de ello es el economista Sergei Gouriev. Se le describe como un hombre solo, un Bonaparte que lo decide todo, pero no es cierto. Por el contrario, creó equipos muy autónomos, es un movimiento descentralizado. Y muy pocos lo han dejado en los últimos años”, dice Cecile Vaissie.

Una vez sus organizaciones disueltas, sus redes regionales desmanteladas y él mismo encarcelado, ¿qué quedará de todo ello? Tal vez nada, tal vez mucho, si hemos de creer la evidente febrilidad del régimen ruso. Este último está poniendo en marcha una represión sistemática, que no sólo se dirige a los activistas de Navalny, sino a todas las voces disonantes y que protestan, tan diversas son las razones para protestar.

El pasado 29 de abril, Ivan Jdanov, uno de los estrechos colaboradores de Navalny, explicaba en un vídeo: “Esta persecución que las autoridades están llevando a cabo actualmente se debe a que mucha gente ha abierto los ojos. Se despertaron de una sobredosis de patriotismo y se volvieron locos: ‘¿Qué está pasando?’. Y efectivamente: no hay trabajo, no hay sueldo, la pobreza y la devastación están por todas partes”. En este sentido, el abogado anticorrupción no sólo habrá revelado el agotamiento del sistema de Putin. Puede ser la señal del despertar de la sociedad rusa.

Así es el plan de Putin para aniquilar el movimiento de Navalny

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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