Netanyahu: ha llegado la hora de rendir cuentas

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René Backmann (Mediapart)

La "destrucción total de Hamás y de sus capacidades militares": este es, según Benjamin Netanyahu, el objetivo de la operación “Espadas de Hierro”, nombre dado por el ejército israelí a la nueva guerra en Gaza. Las incursiones terrestres y los ataques aéreos preparatorios se suceden noche tras noche, sobre todo en el norte del enclave, donde se han destruido casi 150 objetivos militares subterráneos, según el Estado Mayor. A costa de más de 8.000 muertos según Hamás, 2.000 desaparecidos entre las ruinas y cerca de 20.000 palestinos heridos en veintitrés días, la mayoría civiles.

¿Es realista el objetivo del primer ministro israelí? ¿Es compatible con la otra misión prioritaria del ejército israelí: liberar a los rehenes en manos de los movimientos islamistas palestinos armados? ¿Quién asumiría el poder en el enclave costero palestino si Hamás, que controla el territorio desde 2006, fuera realmente destruido?

¿Está preparado el ejército para ocupar la Franja de Gaza y gobernar a los supervivientes de sus 2,2 millones de habitantes totalmente desorganizados y desprovistos de todo, entre los escombros? ¿Durante cuánto tiempo podría el ejército israelí, desplegado en este territorio superpoblado y hostil, hacer frente a una situación de seguridad que probablemente sería peor que el atolladero del sur del Líbano del que se retiró, no sin dificultades, en 2000?

¿Puede alcanzarse el objetivo de la operación “Espadas de Hierro” en la Franja de Gaza sin seguir perpetrando una inaceptable violación de las leyes de la guerra y agravando aún más una desastrosa situación humanitaria? Un comportamiento moralmente insoportable que podría poner en peligro las relaciones de Israel con Estados Unidos, Europa, los países árabes amigos y las comunidades judías de todo el mundo. Además, inevitablemente despertaría entre los palestinos de Israel y de Cisjordania sentimientos de odio y deseos de venganza incompatibles con la ya muy ilusoria reanudación de un diálogo con la OLP o la Autoridad Palestina.

¿Puede lanzarse realmente la invasión terrestre masiva de la Franja de Gaza prometida por Netanyahu en su fantasía de erradicar a Hamás a pesar de las reticencias de la administración Biden? Porque Washington, que suministra a Israel gran parte de sus armas, quiere evitar que el conflicto se extienda a toda la región. Le gustaría además obtener la liberación de otros rehenes por parte de Hamás, así como la apertura de "corredores humanitarios" por parte de Israel hacia el sur del enclave, con el fin de limitar la oposición internacional a la continuación de las hostilidades.

Fracaso estratégico

Estas y otras preguntas, también sin respuesta por el momento, revelan la absoluta vaguedad que caracteriza la estrategia militar de Israel, a pesar de las indecentes bravuconerías de Netanyahu. También ayudan a explicar por qué, más de tres semanas después del ataque de Hamás a las localidades vecinas, Netanyahu sigue dudando en dar luz verde a una invasión terrestre del territorio. Una encuesta del diario Maariv muestra que el 29% de los israelíes encuestados está a favor de lanzar rápidamente una operación terrestre a gran escala, mientras que el 49% pensaba que sería mejor esperar. Sobre todo para proteger la vida de los rehenes.

Y todo ello mientras el jefe del Estado Mayor y los comandantes de las unidades designadas para la incursión –vehículos blindados, artillería, infantería, ingenieros, fuerzas especiales, logística avanzada, helicópteros de asalto, drones de inteligencia en tiempo real, aviones de apoyo y bombardeo– han declarado que están listos para la acción. Así lo han venido demostrando durante la última semana con incursiones de tanques Merkava en apoyo de unidades de combate en el norte del enclave, con una acumulación gradual desde el viernes 27 de octubre. Y con mortíferos ataques aéreos en los que participaron un centenar de aviones en otras partes del territorio y el despliegue de 360.000 reservistas alrededor de Gaza y cerca de la frontera libanesa.

Militares y políticos coinciden en un punto: la violencia ciega y la crueldad fanática del ataque del 7 de octubre exigían una respuesta implacable. Responder al deseo de castigo, incluso de venganza, de una gran parte de la población israelí. Y, quizás sobre todo, para restaurar la capacidad disuasoria del ejército israelí, que se había visto sorprendido en su propio territorio, no por el ejército de otro Estado, sino por unos centenares de terroristas llegados en moto, a pie o en ultraligero.

Casi cincuenta años después de la vertiginosa y brutal sorpresa del Yom Kippur que, en 1973, reveló la somnolencia del ejército israelí, embriagado por su victoria y sus conquistas de 1967, el atentado de Hamás reveló el fracaso estratégico total de las autoridades. Y en particular del primer ministro, culpable de pensar que apoyar al movimiento islamista bastaba para dividir a los palestinos, continuar la colonización y liberarse de la obligación de negociar con la OLP, que no quería a ningún precio.

O no ha tomado ninguna decisión, o ha tomado las equivocadas. Ahora hay unanimidad total sobre este punto

Por eso muchos israelíes, incluso dentro de la coalición gubernamental,  miembros del Likud y hasta ministros, se hacen también otra pregunta, más política que las anteriores: ¿Benjamin Netanyahu, al que la opinión pública considera responsable de los errores catastróficos que dejaron a Israel vulnerable al ataque de Hamás, puede seguir gobernando en circunstancias tan dramáticas? ¿Puede ser el comandante en jefe que necesita hoy Israel? ¿Puede realmente el país esperar a que termine el conflicto para convocar , una vez más, una comisión de investigación, establecer las responsabilidades del primer ministro y pedirle cuentas?

"Todas las decisiones que ha tomado en los dos últimos años han sido desastrosas, incluida la de reformar el sistema judicial", dice a Haaretz un ministro anónimo del Likud. "O no ha tomado ninguna decisión, o ha tomado las decisiones equivocadas. Hoy hay unanimidad total sobre este punto", prosigue el airado ministro. “Después de la guerra tendrá su merecido. Mientras hablamos, el Likud ya se dispone a ponerle la cabeza en bandeja a Netanyahu para salvarse como partido. Si el Primer Ministro no es capaz de sacar las conclusiones necesarias, otros las sacarán por él.

Dentro del Likud, una minoría quiere creer que el primer ministro abandonará voluntariamente el poder tras el final de la guerra. Entonces, ¿no prometió él mismo rendir cuentas? Pero la mayoría, que conoce bien la retorcida forma de pensar y actuar de Netanyahu, no se traga esta hipótesis, considerada una cortina de humo creada por sus partidarios. "Dirá que tiene que estudiar la debacle para entender lo que ha pasado, y el tiempo pasará. Personalmente, no tengo ninguna intención de caer en esta trampa", dice este contestatario.

Unos cuantos miembros del gobierno, considerados durante años partidarios incondicionales de "Bibi", pero que en las últimas semanas han dejado de defenderle públicamente, aunque sin abandonarle oficialmente, se plantean dimitir. En cuanto al ministro de Seguridad, Itamar Ben-Gvir, supremacista judío especializado en provocaciones racistas y en el apoyo a los colonos más violentos, parece también tentado de distanciarse del gobierno, pero por razones diferentes, cuando no completamente opuestas.

Al parecer le enfurece ver a algunos de sus colegas ministros cuestionar abiertamente la estrategia de bloqueo de Gaza y posterior negociación con Hamás, que ha permitido a Netanyahu debilitar a la OLP, dividir a los palestinos e, invocando la persistente ausencia de un "interlocutor único", aniquilar cualquier posibilidad de proseguir o reanudar las negociaciones israelo-palestinas. Negociaciones a las que Ben-Gvir, al igual que su socio racista de extrema derecha Bezalel Smotrich, es aún más alérgico que Netanyahu.

Un bloqueo explotado por Hamás

Los enemigos del primer ministro, nuevos y antiguos, achacan al bloqueo del enclave y sus consecuencias el inicio de la espiral que condujo al 7 de octubre . De hecho, no fue Netanyahu, sino su predecesor al frente del Gobierno, Ehud Olmert, quien decidió en 2007 imponer un auténtico estado de sitio a la Franja de Gaza, que había sido evacuada dos años antes por los colonos. Pero a este estado de sitio, que constituía un elemento clave de su estrategia de "gestión" del conflicto palestino-israelí y permitía eclipsar la búsqueda de una solución diplomática, Netanyahu añadió rápidamente un discreto acuerdo con Qatar.

En virtud de este acuerdo, el emirato del Golfo proporcionó a Hamás los fondos que le permitieron afirmar su poder y reforzar su control político sobre una población confinada a un nivel de supervivencia por el bloqueo, sin que su bienestar preocupara mucho a los dirigentes islamistas. Paradójicamente, esto ha alimentado la ira de la población de Gaza contra Israel, responsable del bloqueo que genera miseria, explotada política y religiosamente por un Hamás todopoderoso.

En 2017, la ONG israelí Gisha, que estudia la libertad de movimientos de los palestinos, constató que para dos tercios de la población israelí, la estrategia del Gobierno en Gaza ponía en peligro la seguridad de Israel. Netanyahu, que alternaba los ataques aéreos con la concesión de permisos de trabajo en Israel a decenas de miles de residentes del enclave para apaciguar los esporádicos estallidos de ira de los gazatíes, al parecer no lo había tenido en cuenta.

El primer ministro, que lleva ocho años en el poder, tenía sin duda otras cosas en la cabeza que evaluar su política en Gaza: ampliar los asentamientos en Cisjordania y escapar de los juicios por corrupción que le amenazaban. Sin embargo, fue esa misma ira contra Israel, radicalizada por dieciséis años de encarcelamiento al aire libre, la que impulsó a los terroristas el 7 de octubre.

Y también en este punto Netanyahu y su gobierno han fracasado. Denunciado desde hace casi un año por enormes movilizaciones de la sociedad civil que critican sus planes antidemocráticos de reforma, el gobierno de coalición de extrema derecha reunido en torno a "Bibi" no ha tenido en cuenta, por ejemplo, los cuatro informes enviados al gobierno por el servicio de inteligencia del Estado Mayor en los últimos seis meses.

Informes relegados al olvido

Esos informes, documentados y alarmantes, advertían a las autoridades políticas del claro debilitamiento de la capacidad disuasoria del ejército, causado por la baja de muchos reservistas y oficiales que se habían unido al movimiento de la sociedad civil contra el "golpe" preparado por el primer ministro y sus aliados. Uno de esos informes señalaba incluso que "el eje radical Irán-Hezbolá-Hamás había identificado varios momentos propicios para golpear a Israel", sin mencionar sin embargo que el peligro provendría de Hamás y Gaza.

Otro documento, dedicado al despliegue de unidades en el territorio, criticaba la excesiva concentración de tropas en Cisjordania, destinadas a garantizar la seguridad de los colonos, cuyas acciones no eran todas legales. Esto obligó a reducir la protección de otras zonas más expuestas, como el norte y los alrededores de Gaza.

“Netanyahu", dice un oficial que estaba al corriente de estos informes, "consideró que estos documentos revelaban un deseo por parte de los militares de inmiscuirse en política, lo que no es su cometido, y se negó a tenerlos en cuenta".

Más recientemente, el gobierno no parece tampoco haber prestado la atención que merecían a los informes, a pesar de que fueron enviados a través de la cadena de mando, desde una unidad con base cerca de Sderot, 2 kilómetros al norte de Gaza. Equipos de militares encargados de vigilar los movimientos y las comunicaciones dentro del enclave habían observado, varias semanas antes del atentado del 7 de octubre, movimientos inusuales y, sobre todo, flujos anormales de comunicaciones, que parecían indicar la utilización de otras redes menos detectables, tal vez con el fin de ocultar la preparación o la realización de una operación que los islamistas querían mantener en secreto.

¿Habrían tenido lugar las masacres y la toma de rehenes del 7 de octubre si las observaciones de los militares en Sderot hubieran sido tenidas en cuenta por un primer ministro más preocupado por su destino personal que por la seguridad de su país? Tal vez una comisión de investigación lo revele algún día. Después de pretender hacer creer que nunca había sido informado de los planes terroristas de Hamás y de responsabilizar de los ataques a los jefes del ejército y de los servicios de inteligencia militar y nacional que, sin esperarlo, habían admitido su responsabilidad en el fracaso, Netanyahu retiró sus acusaciones el domingo 30 de octubre a petición del ex general Benny Gantz, miembro de su "gabinete de guerra".

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Incluso añadió en rueda de prensa: "Después de la guerra, todos, incluido yo, tendremos que responder a preguntas difíciles". Poco antes, tras tres interminables semanas de pensárselo, había recibido a las familias de los rehenes. Pero fue incapaz de tranquilizarlos.

No sólo no ha podido evitar la tragedia histórica del 7 de octubre, sino que, sobre todo, ha contribuido a provocarla. Todo el mundo en Israel se ha dado cuenta ahora de que tras sus patéticos intentos de poses churchillianas se esconde un político mediocre y vanidoso que no se detendrá ante nada para preservar sus intereses personales. El rey Bibi ha muerto.

Traducción de Miguel López

La "destrucción total de Hamás y de sus capacidades militares": este es, según Benjamin Netanyahu, el objetivo de la operación “Espadas de Hierro”, nombre dado por el ejército israelí a la nueva guerra en Gaza. Las incursiones terrestres y los ataques aéreos preparatorios se suceden noche tras noche, sobre todo en el norte del enclave, donde se han destruido casi 150 objetivos militares subterráneos, según el Estado Mayor. A costa de más de 8.000 muertos según Hamás, 2.000 desaparecidos entre las ruinas y cerca de 20.000 palestinos heridos en veintitrés días, la mayoría civiles.

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