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La paliza mortal de unos vigilantes de Carrefour a un hombre negro conmociona a Brasil

Una manifestante pide el boicot para Carrefour, en Río de Janeiro.

Jean-Mathieu Albertini (Mediapart)

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“¡Carrefour, asesino! ¡Carrefour, racista!”. La consigna la va repitiendo cada uno de los presentes, a medida que la multitud crece ante las puertas, cerradas a cal y canto, de un establecimiento Carrefour sito en un inmenso centro comercial de la zona norte de Río de Janeiro.

El pasado domingo 22 de noviembre, en torno a 400 personas, en su mayoría jóvenes negros, se manifestaban pacíficamente en el centro comercial decorado con tonos navideños. Los presentes habían acudido para protestar por la muerte de João Alberto, un hombre negro asesinado por dos vigilantes de seguridad blancos en un Carrefour de Porto Alegre (sur de Brasil).

Todo comenzó el 19 de noviembre, después de una discrepancia en la caja. Acto seguido João Alberto fue conducido al exterior del supermercado, pero el joven trató de golpear a un vigilante de seguridad. Acto seguido le molieron a palos: puños y rodillas de los guardias de seguridad golpearon el cráneo del joven de manera frenética y terminó en el suelo. Una vez allí, el ahora fallecido siguió recibiendo golpes, incluidos los de un tercer hombre.

Uno de los vigilantes le presionó con la rodilla la base del cuello, dejando recaer sobre el joven todo el peso. Cuatro minutos y 15 segundos después del comienzo del altercado, las piernas de João Alberto dejaron de moverse. Murió en el pavimento naranja ensangrentado de un aparcamiento de Carrefour. Los dos vigilantes de seguridad, uno de los cuales trabaja como policía temporal, han sido detenidos.

La muerte de João Alberto, que se produjo la víspera de la celebración del Día de la Conciencia Negra, que conmemora la memoria de Zumbi, esclavo insurgente del siglo XVII y héroe de los afrobrasileños, ha desencadenado manifestaciones en varias ciudades del país. En São Paulo, una de las tiendas de la cadena fue invadida y sufrió daños. Cuatro días después de la tragedia, la emoción sigue viva y la movilización continúa.

Algunas protestas han reunido a varias docenas de personas, como en Campo Grande, un suburbio occidental de Río de Janeiro. Sin embargo, el domingo por la mañana, tan pronto como el pequeño grupo se acercó, la tienda cerró sus puertas a toda prisa y policías bien armados se colocaron frente a la entrada. En opinión de Hiago Farias, que había acudido a manifestarse, “sigue siendo una victoria. Incluso siendo pocos, se han visto obligados a cerrar durante una o dos horas y eso les hace perder dinero. ¡Hay que tocarles el bolsillo!”.

El mea culpa público de Carrefour, que ha rescindido su contrato con la subcontrata encargada de la seguridad (Vector), no es suficiente para los manifestantes. “¡Las cosas deben cambiar!”, exclamaba Ingrid Nascimento frente al establecimiento de Campo Grande.

Porque no es la primera vez que la marca francesa se ve salpicada por un escándalo de este tipo. En 2001 en Río de Janeiro, los vigilantes de seguridad entregaron a narcotraficantes de la zona para que fuese castigada a una mujer que había intentado robar cremas de protección solar. Fue torturada y a punto esto de ser quemada casi viva.

En 2009, otros dos vigilantes de seguridad golpearon a un hombre negro acusándolo de robar un coche, a pesar de que era su propio vehículo. En 2018, otro hombre negro que había abierto una cerveza dentro del establecimiento recibió el mismo trato violento.

En los últimos años, otras marcas se han visto en el disparadero en Brasil por otros casos de tortura o asesinatos en los que se han visto implicados vigilantes de seguridad. A menudo son agentes de policías que trabajan horas extras en las empresas de seguridad, históricamente fundadas por colegas. “Se trata de un modelo de seguridad basado en la violencia”, explica João Culuca, al que entrevistamos ante el Carrefour de la Zona Norte. “La policía está entrenada de esta manera y también los vigilantes de seguridad”.

Para Ingrid, la lucha va más allá de eso. “Una persona negra muere cada 23 minutos en este país y la pandemia del covid-19 ha afectado a la mayoría de los negros... ¡Tenemos que demostrar que este país es estructuralmente racista! ¡Especialmente ahora que tenemos un presidente que ha comparado a los negros con el ganado durante su campaña!”. Según un reciente informe de la Cámara de Diputados, Jair Bolsonaro, desde el comienzo de su mandato, ha puesto fin o ha reducido significativamente al menos nueve políticas públicas destinadas a combatir el racismo.

El día después de la tragedia, sin aludir directamente a ella, Jair Bolsonaro escribió una serie de tuits afirmando ser “daltónico” en relación con el color de la gente. También consideró que el lugar de aquellos que “incitan al pueblo a la discordia, haciendo y promoviendo conflictos” está “en la basura”. Preguntado sobre el caso de João Alberto, el vicepresidente Hamilton Mourão dijo que “el racismo no existe en el Brasil”. “Es algo que a algunas personas les gustaría importar”, dijo.

Hiago Farias suspira al recordar las declaraciones de los dos dirigentes: “Están repitiendo una mentira histórica; el mito de una democracia racial armoniosa, inventada por los intelectuales brasileños e institucionalizada durante la dictadura para hacer que la gente se olvide del racismo en este país. Si se decreta que el racismo no existe, se hace imposible luchar en su contra...”.

Este mito, repetido machaconamente durante varias décadas, persiste y el discurso del presidente de extrema derecha acierta de pleno en un sector de la población, admite el joven. “Por eso tenemos que luchar para hacer llegar nuestro mensaje siempre que sea posible. Muchas vidas están en juego...”.

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Traducción: Mariola Moreno

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