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Portugal en llamas: crónica de una tragedia anunciada

Pedrógão Grande

Lo más sorprendente de la terrible tragedia de Pedrógão Grande es que no haya sucedido antes, puesto que hace más de tres décadas que decenas de miles, cientos de miles de hectáreas del territorio portugués son pasto de las llamas cada verano por razones bien conocidas. Las responsabilidades políticas son múltiples pero se da la circunstancia de que el actual jefe del Gobierno socialista, Antonio Costa,  impulsó, en 2007, en su condición de ministro del Interior, un plan de protección forestal, en el que se privilegiaba la “lucha” contra el fuego en lugar de la prevención. Una opción más sencilla pero funesta. En el sentido estricto y en el figurado.

A pesar de la ligera mejora de las condiciones meteorológicas “excepcionales” (la tradicional ola de calor del mes de junio, más precoz, más larga y más intensa que nunca), un millar de soldados del fuego, que cuentan con el apoyo de medios aéreos llegados también de España, de Francia y de Italia, seguían luchando este martes contra las llamas que todo lo devoran, desde el sábado 17, en el distrito de Leiria, en el centro del país. En el territorio, en torno a 4.000 bomberos trataban de combatir más de 160 focos activos; uno de los principales se encuentra en Pampilhosa da Serra (donde Miguel Gomes situó su preciosa película Aquele querido mes de Agosto). Por su parte, el Gobierno –parte del Ejecutivo se desplazó el domingo a la zona afectada donde se reunió con las autoridades locales para organizar la atención que necesita la población afectada– ha decretado tres días de luto nacional después de un drama sin precedentes que ha causado 62 muertos y otros tantos heridos, algunos de ellos graves, dejando a familias enteras afectadas, aldeas aisladas arrasadas por las llamas, carreteras cortadas, infraestructuras destruidas, etc.

El presidente de la República Marcelo Rebelo de Sousa, especialista compulsivo de la compasión, se desplazó a la zona el domingo por la mañana para decidir que “se había hecho todo lo posible” y que no era el momento de “hacerse preguntas”. Un discurso que hizo suyo el conjunto de la clase política, de Catarina Martins (Bloque de Izquierda) a Pedro Passos-Coelho (PSD), jefe del anterior Gobierno de centroderecha. El Ministerio Público ha abierto una investigación criminal para determinar el origen del fuego, que todo apunta se debió a causas naturales: una tormenta seca (sin precipitaciones) en una zona invadida por la silvicultura de la industria de la celulosa. Pero, sobre la forma en que este episodio meteorológico pudo derivar en semejante tragedia, no parece necesario investigar.

El Pinhal Interior Norte (el pinar interior del norte), centro del país y epicentro del fuego, es, según Antonio Louro, un “polvorín”. El bosque –antaño un pinar y ahora mayoritariamente plantado de eucaliptos– ofrece, según el presidente del Forum forestier, una combinación letal de dos especies particularmente inflamables. “El pino marítimo da fuerza a las llamas, especialmente en las zonas recientemente pobladas como ésta, mientras que el eucalipto facilita su rápida progresión, lo que lo hace muy difícil de controlar”. Esto explica que numerosas víctimas perecieran vivas en sus coches cuando trataban de escapar a la cortina de fuego que avanzaba a merced de un viento especialmente virulento. Y constata el responsable forestal, “el 75% del país, desde el Miño hasta al Alto Alentejo, presentan condiciones de cobertura vegetal muy similares”.

Esta verdadera colonización de la zona interior del país interior con los combustibles preferidos por las papeleras (el antiguo grupo público Portucel, ahora es uno de los gigantes europeos privados del papel) se ha levantado sobre las ruinas de la agricultura tradicional, desencadenante en sí misma de un éxodo rural implacable. El ayuntamiento de Pedrógao Grande perdió, sólo entre 1991 y 2011, el 15% de sus habitantes, viendo cómo la población quedaba reducida a cuatro mil personas en un territorio de unos 130 kilómetros cuadrados. Un Portugal pobre y olvidado, denunciado por doquier en numerosas ocasiones, que discute no sólo la políticas forestales sino también la de la ordenación del territorio (o más bien la ausencia de), dirigidas por élites lisboetas que sistemáticamente favorecen a la región de la capital. Como dijo el gran escritos Eça de Queiroz, “Portugal es Lisboa y el resto, paisaje”. Si no fuese por que este paisaje a menudo está desfigurado y mata.

Después de las catastróficas temporadas estivales de 2003 (425.000 hectáreas arrasadas por incendios visibles desde el espacio) y de 2005 (330.000 hectáreas), finalmente la clase política portuguesa se decidió a romper con su habitual indolencia con relación a este folletín veraniego, que nutre los informativos de televisión a la hora del aperitivo. De ahí que la elaboración del llamado Plan Nacional de Defensa del Bosque contra los Incendios (PDFCI), encargado por el Gobierno de centro derecha de Pedro Santana López y que recibió el equipo socialista de José Sócrates, Antonio Costa, en la época ministro del Interior. Dicho proyecto, desarrollado por un grupo de expertos, muy ambicioso, reclamaba un “cambio de paradigma”, basado en la constatación lógica de que “la mejor manera de combatir un incendio forestal es impedir que se produzca”.

El “grave error” de Antonio Costa

Pero con Costa y Jaime Silva, entonces ministro de Agricultura, el proyecto lo reformó, en 2007, una misión encargada de “presentar una proposición política” del PDFCI “mejor adaptada a la realidad institucional que conocemos”. Dicho de otro modo, nada de alterar los intereses económicos conseguidos ni los cotos privados de los diferentes cuerpos del Estado. Como reveló el año pasado el Observador, la tesis universitaria, defendida en 2014 por Ascenso Simoes, secretario de Estado de Costa en el Ministerio del Interior entre 2007 y 2009, defiende que “ocho años después, se puede considerar que fue un error grave”. Por tres razones: “En primer lugar, porque la propuesta técnica presentaba una coherencia que faltaba a la resolución tomada en el Consejo de Ministros; en segundo lugar, porque la iniciativa política aspiraba a ser voluntarista y se apartaba de un camino coherente de intervención; en tercer y último lugar, al favorecer la opción del último elemento de la cadena de valor, la lucha”.

De ahí, por ejemplo, la decisión de adquirir medios aéreos que, años tras año, alimentan las dudas y las polémicas, sobre todo los helicópteros pesados Kamov, de fabricación rusa, cuya operatividad parece cuestionable. Tal y como pone de manifiesto la notable bajada de superficie arrasada en la segunda mitad de la primera década de este siglo, estas políticas han dado sus frutos, aunque las condiciones climáticas hayan ayudado mucho. Pero la fuerte oleada de incendios de 2016, año en que se registraron temperaturas récord que todo apunta que se superarán, ponía ya de manifiesto las limitaciones de las políticas de “lucha” contra el fuego, descalificadas por la tragedia vivida estos últimos días.

Sin embargo, una auténtica estrategia de prevención conlleva la toma de decisiones políticas difíciles, inmediatas y a largo plazo. No sólo en los relativo a medios humanos y materiales para trabajar en la limpieza de las zonas de alto riesgo, antes de la temporada de verano, cuando no se encargan los propietarios, sino también a la hora de imponer una autoridad única a las diferentes instituciones concernidas (protección civil, fuerzas y cuerpos de seguridad, recursos hídricos y forestales, bomberos); abordar con carácter de urgencia la actualización de los catastros, puesto que el bosque portugués está en manos de más de 400.000 propietarios, gran parte de los cuales no viven en la zona, ni siquiera en el país, puesto que en estas regiones se registró una importante emigración; ponerlos frente a sus responsabilidades o expropiarles los terrenos, de ser necesario; asegurarse de que los ayuntamientos, cuyas competencias fueron reforzadas en los años 90, disponen de planes de intervención, de personal y de conforme a su misión, lo que no siempre sucede así...

Hacer que el lobby del eucalipto dé marcha atrás es otra cosa. En un círculo vicioso, son los grandes incendios de pinares de comienzos de siglo los que han acelerado su expansión, hasta disponer de más de 800.000 hectáreas, superando incluso al Montado, sistema agroforestal donde prima el alcornoque, el árbol nacional. Si excluimos los “costes externos negativos” que soporta la comunidad –entre ellos los muertos del fin de semana– el árbol le ofrece a los propietarios el triple de ventajas por una inversión limitada, un mantenimiento prácticamente inexistente y una rentabilidad rápida. Irresistible.

El Gobierno de Passos Coelho aprobó en marzo de 2015, pero sin tener ocasión de ejecutarla antes de ser derrotado en octubre de ese año, una “estrategia nacional para el bosque” en el horizonte 2030, que incluía la congelación del territorio dedicado al eucalipto, un aumento del 10% de la superficie dedicada a los pinos, del 33% para el Montado y del 40% para las encinas. Frente a las protestas de los industriales de la celulosa (2.600 millones de euros de cifra de negocio en 2015), que chantajean con la importación de materia prima, el Gobierno Costa parece dar palos de ciego, ofreciendo subvenciones a la mejora de la “productividad” del eucalipto. Esta “restricción” impuesta a las papeleras forma parte del “paquete forestal” -vertebrado sobre la base de la prevención- que el Gobierno, del que Antonio Costa actualmente es el número uno, adoptó en marzo pasado, con diez años de retraso y que debía entrar en vigor... a finales del mes de junio.

Más ambiciosa, y más problemática aún, serían las políticas de ordenación del territorio destinadas a revertir la desertificación, el envejecimiento inexorable y el empobrecimiento relativo del interior del país. Pero habida cuenta de lo mal que funciona la Política Agrícola Común de la Unión Europea, nos movemos más en el terreno de lo onírico. Al siniestro folletín estival portugués todavía le quedan muchas temporadas por delante.

 

Desde 1974, vengo recorriendo Portugal, por lo que he podido comprobar en primera persona la manera en que el país se ha ido desfigurando, sobre todo en el centro y en el norte. Las autopistas financiadas por la UE han sustituido a las nacionales atestadas y peligrosas, el lobby del asfalto es tan poderoso como el del papel, pero el monocultivo invasor del eucalipto hiela la sangre. ¿Qué pasaría en caso de incendio? La pregunta volvía a hacérmela este invierno, al atravesar pueblos completamente rodeados de árboles en la zona de Leiria, mientras me adentraba por esas carreteras sin cortafuegos que invaden las plantaciones, en dirección a las monumentales Alcobaça y de Batalha. Ahora conocemos la respuesta.

Dimite la ministra de Interior de Portugal por la gestión de los incendios

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Traducción: Mariola Moreno

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