Las potencias árabes se pusieron de perfil ante Gaza y ahora hacen lo mismo ante Líbano

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Gwenaelle Lenoir (Mediapart)

Jerusalén —

Oriente Próximo es una zona convulsa, donde una nueva crisis parece eclipsar a la precedente. Sin embargo, la crisis actual es, sin duda, una de las más graves de las últimas décadas. El desencadenamiento de la violencia que ha soportado la región en el último año, la magnitud de las masacres y el nivel de destrucción, la impotencia cómplice o pasiva de la diplomacia mundial, el desprecio absoluto del derecho humanitario internacional... Todo ello despierta la inquietud y suscita múltiples interrogantes en la comunidad internacional: los equilibrios existentes parecen estar cambiando, y Oriente Próximo está siendo remodelado ante nuestros ojos por medio de las armas.

Hezbolá, uno de los principales actores regionales más influyentes en la zona desde su creación en 1985, acaba de presenciar cómo su secretario general, un líder carismático adulado por muchos y odiado por otros, es asesinado a manos del ejército israelí. En la madrugada del viernes 27 de septiembre, seis edificios y el cuartel general subterráneo del "Partido de Dios", situado en los suburbios del sur de Beirut, fueron reducidos a cenizas por bombas antibúnker de una potencia sin precedentes, de hasta 1,8 toneladas.

Desde el 8 de octubre de 2023, como muestra de apoyo a Hamás y a los palestinos de la franja de Gaza, Hezbolá mantenía un frente de combate abierto en la frontera con Israel, que, en respuesta, bombardeaba con regularidad el sur de Líbano y los alrededores del valle de Bekaa. El conflicto, por mortífero que resultara, se había contenido en la región a lo largo de todos estos meses dentro de unos límites relativamente sensatos, según las reglas habituales. Hasta la reciente decisión de Tel Aviv de lanzar una guerra total contra Líbano y Hezbolá, primero con las explosiones generalizadas de buscas de los días 17 y 18 de septiembre y, desde hace ya unos días, con bombardeos aéreos masivos.

El desmembramiento de Hezbolá mediante una sucesión de ataques selectivos contra sus dirigentes, sin consideración alguna por la vida de los civiles ni respeto por las normas del derecho internacional, ha alterado indudablemente el equilibrio regional.

El eje de la resistencia herido de gravedad

Hezbolá es, efectivamente, uno de los pilares, si no el pilar fundamental, del "eje de la resistencia", una coalición de partidos, movimientos y Estados en torno a Irán, en guerra declarada con Israel. A pesar de estar compuesta de grupos paramilitares mayoritariamente no estatales, a excepción de Irán y Siria, este agrupación chií siempre ha sido temida por su capacidad para asestar golpes al Estado hebreo y sus aliados.

El eje conservaba una imagen de eficacia militar reforzada por varios golpes inesperados, celebrados y retransmitidos por un sistema de propaganda especialmente exitoso. Como la retirada de Israel del sur del Líbano en el año 2000 o el fracaso del ejército hebreo frente a las milicias del "Partido de Dios" en 2006.

Primer desajuste regional: en la crisis militar iniciada hace ya un año, el opositor eje de la resistencia no ha intervenido considerablemente, dando muestra de su temido poder. Es verdad, 60.000 israelíes se han visto forzados a abandonar el norte del Estado hebreo, apremiados por los bombardeos de Hezbolá. También es cierto que los hutíes de Yemen han conseguido interrumpir el tráfico marítimo en el Mar Rojo y han lanzado algunos misiles hacia Israel —todos los cuales han sido interceptados por los sistemas de defensa israelís con facilidad—. Pero ninguno de los actores regionales ha querido entrar en una guerra total con el Estado hebreo. Ni siquiera los asesinatos de altos cargos de Hamás, Hezbolá o de la Fuerza Quds iraní en Beirut, Damasco y Teherán han suscitado represalias de magnitud.

Estos actores regionales están gravemente debilitados, igual que Irán, lo que le conviene a los dirigentes de países como Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, aunque no lo reconozcan abiertamente

El ataque israelí del 1 de abril contra el consulado iraní en Damasco, en el que murieron dos comandantes de las brigadas de élite iranís de Al-Quds, hizo ya temer una escalada que nunca llegó. Aunque dos semanas más tarde se lanzaron cientos de misiles y aviones no tripulados desde territorio iraní en dirección a Israel, la duración de su trayecto, de varias horas, garantizaba que fueran interceptados por los sistemas de defensa desplegados por Estados Unidos e Israel, apoyados por Francia y Jordania. Y esa era precisamente la intención de Teherán.

En definitiva, el eje de la resistencia ha ladrado mucho durante meses pero no ha llegado a morder. "La amenaza iraní, que todo el mundo consideraba real e inminente, es ahora cosa del pasado", explica Stéphane Lacroix, especialista en Oriente Próximo y docente de Sciences Po. Los iraníes habían construido una arquitectura de seguridad bastante compleja en la región con el apoyo del resto de grupos del eje de la resistencia, pero los últimos acontecimientos —salvo que se produzca un vuelco de la situación en los próximos días— han demostrado que no están dispuestos a activarla y a pasar a la confrontación total, asumiendo el riesgo de ver diezmados a sus aliados. Sin duda, esta decisión demuestra que el régimen iraní es consciente de que no es tan sólido en sus cimientos".

Es difícil predecir si Hezbolá se recuperará de los golpes infligidos en los últimos días. Pero lo que es seguro es que la pérdida de poder e influencia del eje de la resistencia y de Hamás en la región no solo satisface a Tel Aviv.

"Estos actores regionales —Hamás, Hezbolá, los hutíes en Yemen— son también enemigos declarados de los saudíes y los emiratíes. Por tanto, que se encuentren gravemente debilitados, igual que Irán, le conviene a los dirigentes de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, aunque no lo reconozcan abiertamente", analiza Fatiha Dazi-Héni, especialista en el Golfo Pérsico y profesora de Sciences Po Lille. "Sin embargo, Riad y Abu Dabi mantienen una postura contraria a la de sus poblaciones, indignadas por la catástrofe humanitaria en Gaza y por la idea de un Israel más fuerte y arrogante que nunca".

Paradójicamente, Arabia Saudí e Irán habían acercado posiciones en la primavera de 2023 gracias a la mediación china, aparcando una rivalidad tan antigua como la existencia de la República Islámica y anunciando una disminución de las tensiones en la región.

El sueño saudí de un Oriente Próximo próspero se tambalea

Mohammed ben Salman, heredero del trono saudí y verdadero dirigente del país, pretendía con este acercamiento deshacerse de los obstáculos que le impedían alcanzar su ambición: un Oriente Próximo globalizado, comercial y financiero, dando carpetazo a las luchas políticas y nacionales en la región.

"Las revueltas de la Primavera Árabe terminaron de consolidar el liderazgo de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos sobre la región, económicamente devastada y políticamente estancada", prosigue Lacroix. "Sin embargo, los Estados del Golfo han impuesto una narrativa diferente: la de la modernización desde arriba, brindada por regímenes cada vez más autoritarios gracias a su enorme riqueza petrolera y sus fondos soberanos. Este proyecto requiere una estrecha colaboración con Israel, componente clave del sueño de un Oriente Próximo próspero de saudíes y emiratíes. Los dirigentes del Golfo creen que el futuro económico pasa necesariamente por la apuesta por las nuevas tecnologías. Los israelíes las tienen y los Estados del Golfo disponen del capital para comprárselas".

El 7 de octubre, resurgió la causa política, ya que los dirigentes árabes habían decidido que los intereses comerciales se impusieran sobre ella y que la opresión palestina terminara por disolverse

Una de las manifestaciones palpables de esta postura son los famosos Acuerdos de Abraham, firmados en septiembre de 2020 por Israel, Emiratos Árabes Unidos y Baréin en el jardín de la Casa Blanca, igual que el tratado de paz entre Israel y Egipto y los Acuerdos de Oslo en su momento. Donald Trump, entonces presidente de Estados Unidos, quiso demostrar que estaba dando forma a un "nuevo Oriente Próximo", impulsando la normalización de las relaciones entre el mundo árabe y el Estado judío.

Arabia Saudí no participó como signataria de los Acuerdos de Abraham, pero las conversaciones sobre la normalización de relaciones diplomáticas con Israel, bajo la égida de Washington, llevan tiempo en marcha. A finales de septiembre de 2023, el príncipe heredero saudí ofreció las siguientes declaraciones en una entrevista muy mediatizada en el canal conservador Fox News: "Cada día estamos más cerca [de un acuerdo]. Parece que, por primera vez, es real y va en serio. Veremos cómo avanza. Si la administración Biden tiene éxito, creo que será el acuerdo más relevante desde la Guerra Fría". Añadió que esperaba un resultado "que facilitara la vida a los palestinos y permitiera a Israel desempeñar un papel destacado en Oriente Próximo".

Inmediatamente después, varios ministros israelíes viajaron hasta Riad, pocos días antes del 7 de octubre de 2023, de las masacres cometidas en Israel por Hamás y otras facciones palestinas, y del consecuente inicio de la guerra del Estado hebreo contra la franja de Gaza. Desde entonces, el terrible baño de sangre, todavía en curso, sigue conmocionando a la opinión pública de la región, incluida la de los autoritarios regímenes del Golfo.

Este golpe representó la segunda fuerte convulsión en la región: el resurgimiento de los palestinos. Su opresión habían desaparecido de las agendas mediáticas y políticas, la solución de los dos Estados agonizaba bajo una colonización israelí desenfrenada, y a nadie le importaba, ni en las cancillerías occidentales ni en las capitales árabes. De repente, reapareció la centralidad de la cuestión palestina. "El 7 de octubre, resurgió la causa política, ya que los dirigentes árabes habían decidido que los intereses comerciales se impusieran sobre ella y que la opresión palestina terminara por disolverse", sostiene Lacroix.

Ahora los países árabes, en vías de normalizar sus relaciones con Israel, se han visto obligados a recordar su supuesto compromiso con la causa palestina, que muchos querían dar por perdida o, más aún, beneficiarse de ella.

Dejar pasar la tormenta

Arabia Saudí organizó una cumbre extraordinaria en noviembre de 2023. En ella, los dirigentes de los Estados de la Liga Árabe y de la Organización de Cooperación Islámica condenaron los "bárbaros actos israelíes" y pidieron un embargo de armas y un alto el fuego. Pero hasta ahí llegaron. Ni ruptura política ni económica. El tono fue apenas más firme en la 33ª cumbre de la Liga Árabe, celebrada en mayo de este año en Bahréin, país significativo por su participación en la firma de los Acuerdos de Abraham.

"Los países allí reunidos, en particular Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, se comprometieron con la opinión pública del mundo árabe a que la normalización de sus relaciones diplomáticas con Israel les permitiría actuar como mediadores para un acuerdo de paz definitivo entre palestinos e israelíes", recuerda Tamer Qarmout, profesor asociado del Instituto de Doha. "Netanyahu y su gobierno de extrema derecha han demostrado ya que no es más que una mentira que su objetivo es expulsar a los palestinos, solución que además han rechazado tanto Egipto como Jordania. Hoy, esos mismos Estados del Golfo que parecían tan comprometidos guardan silencio sobre el estado de sus relaciones con Israel".

Sin romperlas, por tanto. "Los países que han asumido la dirección del mundo árabe en los últimos años, sobre todo Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, están dando un paso atrás", valora Dazi-Héni. "Parecen estar dejando pasar esta gran tormenta, esperando a ver cómo pueden hacer valer sus intereses regionales. Sin duda, también permanecen atentos a la futura postura de la administración estadounidense tras las elecciones de noviembre. Sigue siendo importante cuidar las relaciones con Estados Unidos, que, hasta ahora, se mantiene como potencia dominante en la esfera internacional, a pesar de su deseo de desligarse de la región, ahora retrasado por los múltiples frentes del gobierno de Netanyahu".

Arabia Saudí, guardiana de los lugares santos del islam, es la que intenta parecer más firme —al menos en su discurso—, mostrándose contraria a cualquier avance hacia la normalización de relaciones con Israel sin la creación de un Estado palestino, con Jerusalén Este como capital, y sin su reconocimiento internacional. Así lo expresaba el propio ben Salmane.

"Reiteramos el rechazo y la firme condena del reino a los crímenes de la ocupación israelí contra el pueblo palestino", dijo el príncipe heredero ante el Consejo de la Shura, la asamblea consultiva saudí, a mediados de septiembre. Insistió varias veces en la contundencia de su postura: "El reino no cejará en sus incansables esfuerzos por establecer un Estado palestino independiente, con Jerusalén Este como capital. No estableceremos relaciones diplomáticas con Israel sin un Estado palestino independiente y reconocido internacionalmente".

"Estaba tratando de resucitar el plan de paz árabe del año 2002, propuesto por las autoridades saudíes", señala Qarmout. "El mismo plan que Occidente tiró a la basura sin siquiera examinarlo, a pesar de que ofrecía la paz a Israel a cambio de la creación de un Estado palestino y de que fue respaldado por todos los países árabes".

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"Mohammed ben Salman no estaba descartando el acercamiento con Israel. Pero, a diferencia de sus vecinos del Golfo, Arabia Saudí se considera guardián de los santos lugares. Por ello, era absolutamente esencial que exigiera algo serio a cambio de mejorar relaciones con Tel Aviv", defiende Lacroix. "Pero la dinámica subyacente, la que domina desde hace algunos años sobre el acercamiento entre Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos e Israel, no se ha puesto verdaderamente en tela de juicio. Se ha detenido temporalmente".

Los derramamientos de sangre no han detenido las relaciones comerciales. Sólo las han ralentizado.

Traducción de Inés García Rábade.

Oriente Próximo es una zona convulsa, donde una nueva crisis parece eclipsar a la precedente. Sin embargo, la crisis actual es, sin duda, una de las más graves de las últimas décadas. El desencadenamiento de la violencia que ha soportado la región en el último año, la magnitud de las masacres y el nivel de destrucción, la impotencia cómplice o pasiva de la diplomacia mundial, el desprecio absoluto del derecho humanitario internacional... Todo ello despierta la inquietud y suscita múltiples interrogantes en la comunidad internacional: los equilibrios existentes parecen estar cambiando, y Oriente Próximo está siendo remodelado ante nuestros ojos por medio de las armas.

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