Derechos humanos
La represión se convierte en moneda corriente en Egipto
Estados Unidos y la ONU están “preocupados” desde que el pasado 16 de mayo el expresidente egipcio Mohamed Morsi fue condenado a muerte. El presidente turco Recep Tayyip Erdogan, próximo a los Hermanos Musulmanes, critica “el retorno al antiguo Egipto”, pero Francia no se ha pronunciado. ¿Acaso el Gobierno francés permanece mudo mientras se cierra el proceso de venta a El Cairo de 22 aviones de caza Rafale?
Las críticas no han conseguido que se inmute el mariscal y presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi, consciente de que inicialmente se le vio como un muro de contención islamista y un aliado estratégico de Occidente. Sin embargo, la máquina represiva egipcia empaña cada día un poco más la imagen del régimen.
Mohamed Morsi aún está lejos del corredor de la muerte. El 2 de junio se dará a conocer el veredicto final, una vez emitido el dictamen no vinculante del Mufti de la República. Sus abogados ya han dicho que, de confirmarse la pena capital, van a recurrir. No obstante, esta primera sentencia ya ha desencadenado importantes tensiones en el país. Horas después de hacerse pública la sentencia en contra del expresidente, y la de un centenar de acusados más, tres magistrados fueron asesinados en El Arich, en Sinaí del Norte, donde una insurrección islamista radical sigue ganando terreno desde que el mariscal Al Sisi llegó al poder en julio de 2013.
En estos últimos días, los actos de sabotaje en las infraestructuras –de por sí frecuentes en el país– se han multiplicado. Por su parte, “la alianza contra el golpe de Estado” dirigida por la Hermandad Musulmana, ha instado a intensificar la campaña contra el régimen hasta el 3 de julio, cuando se conmemora el 2º aniversario de la destitución del expresidente islamista.
Al quitarse de en medio a los Hermanos Musulmanes –organización calificada de terrorista por el régimen–, Abdel Fattah al Sisi solo ha conseguido una relativa calma. El movimiento, aunque debilitado, no ha sido aniquilado. Sus simpatizantes continúan manifestándose en Egipto, se han organizado en el extranjero y cuentan con medios de comunicación que emiten sobre todo desde Turquía.
Sorprende el tratamiento que se da al resto de asuntos judiciales. En los dos últimos años, el aparato judicial ha limpiado casi por completo la figura del expresidente Hosni Mubarak y de su entorno, con relación a los crímenes cometidos durante las revueltas de 2011. Por el contrario, ha encarcelado a miles de opositores al régimen, sobre todo a los actores de la revolución del 25 de enero, de los Hermanos Musulmanes, pero también a jóvenes activistas laicos.
El régimen acostumbra a hacer hincapié en la independencia de los jueces, pese a que están politizados y no respetan ni las investigaciones serias ni los procedimientos. “No hemos podido hablar con nuestro cliente, que compareció tras un cristal insonorizado y, en los últimos tiempos, no nos han autorizado a verlo”, aseguraba Damati, uno de los abogados de Mohammed Morsi, a la salida del tribunal. En los mismos términos se manifiestan en Amnistía Internacional: “Las cartas estaban marcadas incluso desde antes de poner un pie en la sala de audiencias”, sobre todo “porque estuvo detenido en secreto durante meses y no dispuso de abogado durante el tiempo que duraron las investigaciones”, precisa Said Boumedouha, director adjunto del programa para África del Norte y Oriente Medio de Amnistía Internacional.
La causa que se enjuicia –la evasión de la cárcel de Wadi Natrun, a principios de 2011–, en plena revuelta popular, también presenta varios interrogantes. Mohamed Morsi y otros responsables de la Hermandad, como Mohamed Badie (el guía supremo, ya condenado a muerte en otro proceso) están acusados, entre otros delitos, de haber organizado el asalto a la prisión y de la liberación masiva de prisioneros que causó la muerte de varios policías. “La prisión la abrieron civiles y, por supuesto, todos los presos salieron. ¿Cómo pudo organizar su evasión Mohamed Morsi si acababa de ser arrestado y estaba bajo control policial”, se indigna su abogado.
Del centenar de acusados procesados, junto a Mohamed Morsi, 76 han sido juzgados en rebeldía. Además de integrantes de los Hermanos Musulmanes, figuraban miembros de Hamás, pero según la organización palestina, “hermana” de la Hermandad egipcia, dos de ellos habían fallecido antes de la revolución de 2011 y un tercero, Hassan Salama, cumple desde hace 19 años una larga condena en una prisión israelí. Cuando un periodista preguntó al juez por estas anomalías, la respuesta lapidaria que este dio fue: “No es problema mío”.
De forma paralela a la evasión, el proceso abierto por espionaje iraní, de Hamás y de Hezbolá en Líbano, supuso la condena a muerte de 16 personas, entre ellas Emad Shahin, una figura respetada en el mundo universitario. Este profesor, especializado en el islam político, ha sido juzgado en rebeldía y actualmente se encuentra en Estados Unidos. Este liberal, crítico con la deriva criminal de los Hermanos cuando estaban en el poder, también es uno de los pocos que ha cuestionado abiertamente la sangrienta represión que siguió a la caída de Morsi.
Para las personas de su entorno, la condena es extravagante y provocaría hilaridad si no corriese el peligro de ser ahorcado. “Evidentemente, estamos ante un proceso político”, estima Ashraf el-Sherif, profesor de Ciencias Política, que fuera su asistente en la Universidad Norteamericana de El Cairo. “La acusación ha utilizado una entrevista de Emad Shahin [en la cadena catarí] Al Jazeera en la que calificaba de “golpe de Estado” el acceso al poder de los militares en julio de 2013 y la han utilizado como prueba”, cuenta Ashraf el-Sherif.
“Los Hermanos Musulmanes forman parte de nuestra sociedad”
Desde su exilio norteamericano –actualmente imparte clases en la Universidad de Georgetown–, Emad Shahin, que no es el único profesor universitario que ha salido del país, denuncia en un comunicado “un terrorismo de Estado dirigido a intimidar a las voces discordantes. Los que no caigan por las balas, caerán por las condenas y las ejecuciones, este es el mensaje”.
Un discurso apenas perceptible para la mayoría de la opinión egipcia, que sigue considerando a los Hermanos Musulmanes la principal amenaza y a los militares como los únicos capaces de proteger el país del caos. Para buena parte de la población, que comparte la retórica del régimen, no hay diferencia entre los Hermanos Musulmanes y los yihadistas del Sinaí u otros emuladores de la organización del Estado Islámico. No obstante, la mayoría de los expertos afirma que la asociación de los dos grupos es absurda, aunque una parte de los Hermanos Musulmanes se haya radicalizado. De modo que, el llamamiento, como siempre ambiguo, de la Hermandad a una “resistencia revolucionaria” podrá ser interpretado por algunos como un llamamiento para continuar con las manifestaciones pacíficas, pero para otros es un llamamiento para tomar la armas.
Los actos de sabotaje y los ataques contra las fuerzas de seguridad en las ciudades han podido llevarlos a cabo simpatizantes de los Hermanos Musulmanes. Estas acciones son menos sofisticadas –y mucho menos mortíferas– que las del grupo Ansar Beit Al-Maqdis en el Sinaí, que ha jurado lealtad al Estado Islámico.
No obstante, para muchos egipcios, la ideología de los Hermanos ha permitido al Estado Islámico alcanzar un mayor peso en la región. El día que se hizo publico el fallo en contra de Morsi, todos los entrevistados en las cadenas de televisión prorrégimen se ufanaban de la condena a muerte de los líderes de la Hermandad. Su gestión del país durante un año ha dejado malos recuerdos y son pocos los que encuentran circunstancias atenuantes. Mohamed Morsi amplió sus poderes, situó a hombres de la Hermandad a todos los niveles mientras que la inseguridad y la crisis económica hacían insoportable el día a día de los egipcios.
Sin embargo, la lógica exterminadora que impera en las altas esferas, poco a poco, comienza a cuestionarse. “La pena de muerte no es la solución”, dice el eslogan que puede escuchar incluso entre los partidarios del presidente Sisi. Amr al-Moqaddam, un comerciante el centro de El Cairo, asegura que “detesta” a los Hermanos, pero califica de “teatro” el proceso judicial que se ha seguido en su contra. “¿Cómo pudieron dejar que Morsi fuese presidente, para ahora echarlo a los jueces?”, se pregunta, para referirse al apoyo coyuntural del ejército a la Hermandad, que era la principal fuerza de oposición al día siguiente de la revolución. “Los Hermanos Musulmanes están en todas partes, forman parte de nuestra sociedad”, mantiene Michel Gamil, perteneciente a la minoría copta. “No podremos deshacernos de ellos físicamente. Lo que hace falta es limpiar el país de su mentalidad, de lo contrario habrá otros Mohamed Morsi”.
Para Anwar el-Howary, editorialista de uno de los grandes diarios del país Al-Masri al-Youm, “no es muy audaz rendir homenaje a las víctimas, echando mano de los mismos métodos que los asesinos. Esta forma de hacer las cosas desencadenará un baño de sangre”, dice en referencia al ahorcamiento de seis presuntos militantes de Ansar Beit Al-Maqdis al día siguiente del asesinato de los magistrados en el Sinaí.
En este punto, ninguna de las partes parece dispuesta a alcanzar un compromiso. “La mentalidad militar domina y para el Gobierno, la única lógica, es acabar con los Hermanos”, afirma Mustafa Kamel el-Sayyed, profesor de la Universidad de El Cairo. Del mismo modo, para los Hermanos, negociar y aceptar una transformación de la hermandad equivaldría a una derrota. No hay pensamiento crítico en el seno del movimiento y nadie está dispuesto a cuestionar el pensamiento de Hassan el-Banna [fundador de la hermandad] y ni el aún más radical de Sayyid Qutb [exmilitante de los Hermanos Musulmanes ahorcado en 1996 por el Gobierno militar egipcio].
La reacción de Yahia Hamed, responsable de relaciones internacionales en la nueva dirección de los Hermanos Musulmanes en el exilio da la razón al profesor. Este exministro de Mohamed Morsi, reaccionó en estos términos a la sentencia de muerte: “No negociaremos, aunque tengamos que morir todos”, pero “el problema es que la Hermandad no es un simple movimiento religioso o político, es también un movimiento social inspirado en un ideal”, analiza Mustafá Kamel el-Sayyed. “Y con independencia de lo que se piense de este ideal, lo comparten cientos de miles de personas y no todas son pobres analfabetos, en absoluto. Prohibir el movimienro no lo hará desaparecer”.
El presidente al-Sisi, al fingir que no puede tender la mano a los Hermanos, se escuda detrás de la “voluntad popular” que su régimen contribuye a reforzar conforme a la retórica simplista: “El pueblo egipció no va a permitir que los Hermanos Musulmanes vuelvan”.
Violaciones
La Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH), con sede en París, publicó el pasado martes 19 de mayo un demoledor informe de una treintena de páginas en el que se acusa a las autoridades egipcias de emplear la violencia a gran escala, sobre todo la violencia sexual, contra los opositores políticos. Según la ONG, las agresiones sexuales y las violaciones han aumetado de forma inquietante desde que el ejército tomó el control del país en julio de 2013, registrándose un pico en ese periodo. Entre el 28 de junio y el 7 de julio de 2013, 186 mujeres fueron víctimas supuestamente de esas actuaciones.
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Traducción: Mariola Moreno
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