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Dos socialistas acceden al Congreso de Estados Unidos

La diputada electa demócrata en la Cámara de Representantes por Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortez.

Hace unos años, Nomiki Konst hacía campaña por Hillary Clinton y Joe Biden, el exvicepresidente de Barack Obama, un centrista que bien podría desafiar a Donald Trump en 2020. Incluso intentó optar al Congreso por Arizona, descubriendo de paso los misterios poco atractivos del Partido Demócrata.

Y luego estaba Bernie Sanders. Durante las primarias demócratas, Konst, treintañera, nacida en 1984 en Tucson (Arizona), fue una de las portavoces del senador independiente por Vermont, candidato “socialista” frente a la exsecretaria de Estado Hillary Clinton. Tras la derrota ante Trump, negoció en nombre de Bernie, el nuevo icono de la izquierda americana, una reforma de las normas del partido.

La presentadora de radio, periodista y activista, Nomiki Konst, es ahora candidata a public advogate por la ciudad de Nueva York, cargo electo que consiste en ejercer de mediadora entre la Administración municipal y los activistas de campo. Konst, en cuya cuenta de Twitter figura una rosa roja, se presentaba a las elecciones como “socialista”. Con orgullo, en un país hipercapitalista donde el epíteto es un insulto para la derecha y que provoca rechazo en muchos demócratas.

¿Estamos ante una ola radical en Estados Unidos? A pesar de Trump y del triunfo actual de la derecha, cada vez más estadounidenses así lo creen. La afiliación al partido socialista (DSA, siglas de Democratic Sosialists of America), formación próxima a Bernie Sanders pero en la que éste no milita, se disparó después de las elecciones presidenciales (pasó de 5.000 a 50.000 militantes, muchos de ellos jóvenes o muy jóvenes).

El 8 de noviembre de 2017, sólo un año después de la victoria de Trump, una docena de socialistas se impusieron en el ámbito local en Virginia, Iowa y Tennessee, duplicando en una sola noche el número de representantes del partido que resultaban elegidos. En la primavera, 42 vencieron en las primarias, la mayoría de las veces contra los demócratas.

Dos militantes del DSA, la neoyorquina Alexandria Ocasio-Cortez –ahora convertida en la congresista más joven– y la abogada Rashida Tlaib, hija de inmigrantes palestinos de Detroit, hacían su entrada en en la Cámara de Representantes este martes 6 de noviembre. En términos numéricos, este movimiento es modesto y afecta principalmente a las grandes ciudades liberales, pero también es inédito en el último siglo.

Para definir su “socialismo” –“socialismo democrático”, una precisión semántica que evita los juicios apresurados dignos del maccartismo– Nomini Konst emplea un vocabulario sencillo: “Supone luchar por el derecho a organizarse en un país donde los trabajadores llevan siendo atacados 35 años. Significa dar a los sindicatos, a las mujeres, a las minorías y a quienes luchan por la justicia social el poder de liberarse de las cadenas, pero también encontrar un hogar y sobrevivir en este planeta donde cada día es más difícil vivir”.

A tenor de sus palabras, el socialismo es una emergenciaemergencia en un país “donde las desigualdades sociales son tan fuertes que no hay otra opción, donde el gran capital ha lanzado una OPA a nuestro sistema políticogran capital. No diría que tengamos dos partidos, republicanos contra demócratas, sino un sistema con oligarcas contra el resto de la población”.

La "locura" de la seguridad social para todos

Konst constata que la idea de ofrecer seguridad social para todos, “recientemente calificada de locura”, se ha convertido en un paso obligatorio para los candidatos demócratas en el período previo a las elecciones intermedias del 6 de noviembre. Considera que la propuesta de “gravar en un 1% a los más ricos” y la de “regular Wall Street” avanzan. “Tenemos una oportunidad poco habitual”, dice. “Gracias a la campaña de Sanders, gracias a Trump, encarnación extrema de la corrupción y el clientelismo, estamos en un momento de la historia estadounidense en el que la crítica al capitalismo se está convirtiendo en una corriente dominante. Los jóvenes entienden que el consumo excesivo ya no es sostenible. Han visto cómo sus padres se declaraban en bancarrota. Saben que el modelo se está viniendo abajo”.

La figura indiscutible de esta nueva guardia, de 28 años, ya es conocida como AOC, iniciales de Alejandría Ocasio-Cortez. Hace un año, esta militante del DSA, nacida de padres puertorriqueños, trabajaba de camarera en un restaurante de tacos en Manhattan.

Vive en un pequeño apartamento en el Bronx, llegó a tener tres trabajos para pagar la deuda familiar después de la muerte de su padre. El 26 de junio, en las primarias a la Cámara de Representantes (el equivalente al Congreso de los Diputados), la joven se impuso con claridad, para sorpresa general, a un barón demócrata, Joe Crowley, que venía siendo elegido, en los últimos 20 años por el muy popular distrito legislativo del Bronx y Queens, de mayoría hispana, y conocido por sus conflictos de intereses inmobiliarios... en una ciudad minada por el precio ascendente de la vivienda en alquiler.

Alexandria Ocasio-Cortez llevó a cabo una campaña directa, muy a la izquierda. Se pronunció a favor de la seguridad social universal, de un “New Deal verde” con “energía 100% renovable”, de la existencia de redes sociales como “garantía de empleo”, de una profunda reforma de un sistema judicial y penitenciario que criminaliza aún más a las minorías y de la “abolición” categórica de la agencia antiinmigración, que “asusta tanto a los habitantes del barrio que ya no abren sus puertas”. Temas tabú para muchos liberales y centristas del Partido Demócrata, que siguen interpretando su victoria como una excepción.

Con su elección este martes, Ocasio-Cortez se  convierte en la congresista más joven de la historia del Congreso de Estados Unidos y dice ser el eslabón de un “movimiento” más amplio. “Si se compara con las últimas elecciones primarias, hemos ampliado considerablemente el electorado que defiende políticas valientes dirigidas a los más rebeldes y desencantados”, espetó ante los voluntarios ese día, todos vestidos con camisetas púrpuras y amarillas, los colores de campaña. “En la historia, a menudo, cuando se ignoran los problemas más profundos de la sociedad es cuando los movimientos se hacen audibles. Desafiamos al Gobierno y a su maquinaria política. Este barrio obrero, donde la mitad de los habitantes son inmigrantes y el 70% de las personas de color, es una prueba para esta nación. Desde aquí, cambiaremos el país”.

Sin agresividad, con un discurso optimista e inclusivo, Ocasio-Cortez sigue el marco de análisis populista establecido por Sanders en campaña: la alianza, frente a los más ricos, del pueblo, entendido éste como quienes viven de sus salarios. “Lo que estamos hablando resuena en todo el país porque rechazamos el panorama político de izquierda contra derecha. Sabemos que nuestra política va, ante todo, de arriba abajo. Sabemos que cuando luchamos por la dignidad económica y social de todos y contra el racismo, podemos unir a la gente y eso es exactamente lo que hemos hecho aquí”.

Julia Salazar, de 27 años, también pertenece al DSA y es la otra sensación del momento. Esta exrepublicana nacida en Florida, activista antiaborto cuando estudiaba, ahora es una feminista convencida, conocida por su cerrada defensa de las trabajadoras sexuales, pero también por apoyar la campaña BDS, que propone boicotear los productos israelíes; el DSA respalda esta campaña, pero no así Sanders, y ha sido denunciada por gran parte de los demócratas.

En septiembre, Salazar se impusó a un demócrata en las primarias al Senado de Nueva York; centró su campaña en la protección de los inquilinos en Bushwick, un vecindario de Brooklyn donde el aburguesamiento desenfrenado hace que esté aumentando el alquiler. El martes 6 de noviembre obtuvo un gran número de votos.

La etiqueta socialista ya no es prohibitiva, a decir de sus palabras. “En este barrio tan popular, la gente no pestañea cuando se trata del DSA”, dice. A menudo, en los medios de comunicación, la palabra “socialismo” parece ser un tabú, pero no asusta a los votantes. Algunos incluso sienten curiosidad por saber más. Según Salazar, esta curiosidad tiene su origen en los impasses de la oferta política. “La gente está cansada de tener que elegir entre dos opciones malas. Es como si la imaginación política fuese avanzando”, apunta.

Elizabeth McKillen, profesora de historia en la Universidad de Maine, observa este renacimiento socialista con cierta ironía. “Los estadounidenses olvidan que su país ha tenido un pasado socialista”, señala. Un pasado bastante rico, contemporáneo al desarrollo de los partidos obreros en Europa. En 1912, Eugene Debs, el líder del Socialist Party of America, creado nueve años antes, obtuvo el 6% de los votos en las presidenciales, “nada mal para el candidato de un tercer partido”, añade la historiadora. “La organización de Debs tuvo dos parlamentarios, muchos alcaldes y representantes locales. En su apogeo, pudo decir que competía con sus homólogos europeos”.

El declive comienza justo después. El Partido Socialista fue reprimido por su pacifismo durante la Primera Guerra Mundial –el propio Debs fue encarcelado–. El presidente Woodrow Wilson (1913-1921) le robó las ideas. Hay quien consideraba que el partido era demasiado blando y se convirtieron en comunistas. “Al final de la guerra, el grupo se dispersó: nunca volvería a ser tan fuerte”. Con la Guerra Fría y el maccartismo, el “miedo al rojo” hizo que el socialismo estadounidense se desviara hacia posiciones más tímidas. La guerra de Vietnam y la aparición del activismo en los campus provocaron nuevas divisiones.

El DSA actual, un “gran paraguas” de izquierdas, donde confluyen activistas, socialdemócratas y partidarios de la abolición del capitalismo, anarquistas y libertarios, surgió en 1982. Estuvo dirigido por los intelectuales Barbara Ehrenreich y Michael Harrington, una de las inspiraciones de Martin Luther King. El famoso pastor, también socialista, abogó tanto por la igualdad de derechos como por la “justicia social”, defendiendo, como recuerda la historiadora Sylvie Laurent, una “socialdemocracia radical” en la que el Estado redistribuiría la riqueza, establecería una anual garantizada y sacaría a los pobres de la pobreza.

Durante mucho tiempo, la organización (no es un partido) se mantuvo bajo una gran clandestinidad. Ser activista del DSA en la década de 1990, cuenta el periodista George Packer, era “hacer un trabajo marginal y prosaico: reuniones de tres horas en un cuartucho estrecho en el sótano de una iglesia, dos años de recaudación de fondos para comprar un ordenador de segunda mano, un foro nevado sobre la izquierda canadiense [...]. La palabra sísifo no sería adecuada: ni siquiera podíamos acercarnos a la piedra desde la cima de la colina”.

Durante años, la palabra “socialista” fue el anatema de los políticos conservadores, útil para asimilar cualquier esfuerzo por aumentar el gasto público con Cuba o para denunciar las políticas (aunque cautelosas) de Barack Obama. Según el intelectual Michael Kazin, profesor de Derecho de la Universidad de Georgetown y coeditor de la famosa revista de izquierda Dissent, “muchos estadounidenses, que no saben realmente de qué se trata, siguen pensando que los socialistas quieren destruir la religión y la economía”.

Después de un paréntesis de 20 años, Kazin volvió al DSA “por solidaridad” después de la elección de Trump. Con la distancia, considera que la etiqueta probablemente le costó a Sanders su victoria frente a Hillary Clinton. Pero le está agradecido por recuperar la palabra y haber “definido una agenda positiva”, donde los demócratas “ya no sabían lo que defendían”.

“Necesidad”

A seis horas en coche de Manhattan, Brian Nowak no encaja realmente en el perfil de hipster de barba larga que uno puede ver en los mítines del DSA en Brooklynhipster . Nowak, que apenas tiene 30 años, es desde hace uno concejal en Cheektowaga, localidad de 88.000 habitantes, en los suburbios de Buffalo, en el extremo norte del estado de Nueva York.

En 2015, trabajaba en una tienda de la cadena 7-Eleven cuando Bernie Sanders lanzó su campaña. “Le seguía la pista desde que estudiaba. Creía que conseguiría un 5% de votos y me parecía estupendo”. Nowak hizo campaña por el senador de Vermont. “Me sorprendió su resultado, pensé que la etiqueta socialista asustaría”. En abril de 2016, el día de las primarias demócratas en Cheektowaga, Sanders adelantaba a Clinton. Siete meses después, Donald Trump se imponía al candidato del Partido Demócrata en una ciudad donde los ingresos medios son inferiores a la media nacional.

“Trump fue el primer republicano que ganaba desde 1984”, dice Nowak. “La gente de aquí vive como clase media, son trabajadores o trabajadores pobres y, en cualquier caso, trabajan duro. Incluso los que apoyaron a Trump admiten que necesitan una mejor protección social y un salario mínimo más alto”.

En 2016, Nowak participó en la creación de la sección local del DSA y más tarde se presentó a las municipales. Con éxito. “No temo decirle a la gente de aquí que no soy un capitalista. La gente sabe que el 40% de la riqueza de los estadounidenses está en manos de unos pocos, saben que la democracia de la que se les habló en la escuela no existe en el mundo laboral, donde reciben órdenes y ganan muy poco con relación a lo que producen. Sin embargo, desconfían cuando se les propone emplear dinero público para solucionar sus problemas. Durante la campaña, les hablé del desarrollo de las cooperativas de producción o financieras, mecanismos para la participación de los empleados en los beneficios de la empresa. Estas ideas gustan”.

Todos los candidatos entrevistados se expresan en similares términos. Están enfadados con las injusticias económicas y raciales que justificaban, lo que les llevó a dar un paso adelante, a veces mucho antes de la victoria de Trump. La batalla, también, es contra la máquina demócrata.máquina

En Richmond, California, Jovanka Beckles, trabajadora en el ámbito de la salud mental, lesbiana e “inmigrante”, dirigió una batalla emblemática en su ayuntamiento en contra de la compañía petrolera Chevron y peleó contra la carestía de la vivienda en el área de San Francisco. La gente antes que los beneficios, proclama el eslogan de campaña de Beckles, candidata el pasado 6 de noviembre por California frente a una excolaboradora de Barack Obama y Hillary Clinton y que contaba con el apoyo de la dirección del Partido Demócrata y financiada, según Beckles, “por multimillonarios que también financian a los republicanos”.

En Pittsburgh, la ciudad obrera más grande de Pensilvania, la trayectoria de Summer Lee también incluye frustraciones. Lee, de 30 años y afiliada al DSA, es desde este martes senadora por el Estado de Pennsylvania. La joven abogada, nacida en un barrio obrero, que arrastra –como millones de jóvenes estadounidenses– una enorme deuda estudiantil (la suya es de 200.000 dólares), dice haber entrado en la política “por necesidad moral”.

“Como muchos candidatos, no tuve un padre sindicalista ni una madre maestra. Para gente como yo, la política nunca ha sido una opción o una solución. Los políticos no son como nosotros, no nos hablan, no viven en barrios desfavorecidos. Pero poco a poco me di cuenta de que eso no era bueno para mi comunidad, que en su mayoría es negra y pobre. No podía permitirme quedar fuera de la política”.

El 15 de mayo, en las primarias, derrotó a Paul Costa, figura del Partido Demócrata senador por Pensilvania durante los últimos 20 años. La victoria es fruto de una campaña puerta a puerta financiada, como en el caso de Sanders, Ocasio o Salazar con donaciones individuales y no por grandes empresas, a las que recurre el Partido Demócrata.

  Lee cree que la presencia de Trump en la Casa Blanca ha galvanizado a los voluntarios y estimulado su campaña. Pero ella cree que las raíces del enfado son más profundas. “Mi distrito es uno de los más contaminados del país, uno de los distritos con las tasas más altas de cáncer. La definición de socialismo puede ser un enigma, pero lo cierto es que la gente quiere acabar con el predominio del capitalismo y las multinacionales. Quieren políticas progresistas, mejor salud, escuelas gratuitas, un aire que no mate, infraestructura que no se derrumben. Simplemente no saben qué hacer. Creo que, por fin, lo que contamos empieza a ser escuchado”.

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Una ola demócrata bate EEUU, ¿y después qué?

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Traducción: Mariola Moreno

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