El pasado viernes 9 de noviembre de 2018, un soplo de calma parecía cruzar la Franja de Gaza. Israel acaba de permitir que un emisario catarí accediese al enclave palestino con 15 millones de dólares en efectivo para abonar salarios impagados desde hacía meses y la central eléctrica local lograba suministrar más de 12 horas de electricidad al día, todo un acontecimiento. Dos días después, el domingo 11 de noviembre, una operación militar israelí fallida y la respuesta de Hamás fueron los mimbres necesarios para el comienzo de una nueva guerra en Gaza.
Aunque el conflicto árabe-israelí nos tiene acostumbrados a cambios bruscos de dirección, la situación de los últimos días parece “particularmente preocupante”, según diplomáticos internacionales que se han pronunciado sobre la cuestión. En menos de 48 horas, del 11 al 13 de noviembre, Hamas, que controla la Franja de Gaza, y la yihad Islámica dispararon casi 400 proyectiles contra Israel, matando a una persona e hiriendo a varias docenas más. A modo de comparación, la guerra de 2012 comenzó después de que un centenar de cohetes alcanzaran Israel, lo que desencadenó la operación Plomo fundido, 2008-2009, cuando se emplearon entre 600 y 700 proyectiles en tres semanas.
Israel respondía entonces desplegando sus tropas en torno al enclave en un número muy superior al habitual y enviando helicópteros y aviones de combate para bombardear diversos objetivos en Gaza, incluidos varios edificios, entre ellos el de la televisión, la radio y los servicios de inteligencia de Hamas. Durante la guerra de 2014, estos objetivos sólo se alcanzaron en la última noche del conflicto. En otras palabras, si bien nunca se sabe cuando se inicia el fuego, ambos bandos preparan ya sus cerillas y sus latas de gasolina.
El martes 13 de noviembre por la noche, Hamás aceptó un alto el fuego a petición de Egipto y el miércoles recibía a mediadores egipcios y de la ONU. Por parte israelí, tras una reunión extraordinaria del gabinete de seguridad de más de seis horas, el Gobierno de Netanyahu no tenía intención de suspender su respuesta, sino que dijo querer poner fin a los combates. Sin embargo, la situación sigue siendo frágil y plantea muchas incógnitas. ¿Qué podría haber llevado a semejante deterioro, tan rápido, de la situación? ¿Y qué evitará una cuarta guerra en Gaza?
Según el Gobierno israelí, todo comenzó el domingo 11 de noviembre con un intento “rutinario” de infiltración de comandos cuyo propósito no era, como ha ocurrido en otras ocasiones, el asesinato o secuestro de un funcionario de Hamás, sino más bien una operación de vigilancia, probablemente consistente en ocultar equipos de escucha y observación. Disfrazados de palestinos, muchos de ellos con ropa de mujer, los soldados israelíes fueron vistos y perseguidos por paramilitares de Gaza. Se las arreglaron para batirse en retirada con apoyo aéreo. Pero perdieron al teniente coronel que dirigía al comando en el enfrentamiento, mientras que entre los palestinos se contabilizaron siete bajas. Unas horas más tarde, se lanzaban los primeros cohetes a Israel, allanando con ello el camino a la respuesta de Tel Aviv.
Escalada tras la calma
Lo más sorprendente de esta escalada es que se produce justo cuando estaba en marcha cierta relajación. Durante varias semanas, Israel reabría parcialmente los cruces fronterizos para la entrega de alimentos y combustible y acababa de autorizar a Catar el pago de 15 millones de dólares a Hamas en concepto de los sueldos de los funcionarios públicos. Además, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu pronunció un discurso el domingo en París en el que dijo que estaba “trabajando para restablecer la calma entre los residentes de Gaza y evitar una crisis humanitaria en Gaza”. Y añadió: “Hago todo lo que puedo por evitar una guerra innecesaria. No temo a la guerra si es necesaria, pero quiero evitarla si no lo es y si nos devuelve al statu quo del 29 de marzo”.
Según la prensa israelí, estas declaraciones de Netanyahu son las más explícitas desde el nuevo período de tensión que comenzó el 29 de marzo de 2018 con las grandes marchas del retorno de los habitantes de Gaza, que buscan –a cambio de la vida de más de 200 personas, fallecidas en seis meses– llamar la atención sobre la inextricable y desesperada situación del enclave palestino. Además, el Gobierno israelí ha mantenido durante varias semanas negociaciones con Hamás, bajo la égida de Egipto, para lograr un alto el fuego duradero que afloje el control sobre Gaza.
Estas discusiones son, por supuesto, muy complicadas, ya que reúnen a enemigos acérrimos, hermanos enemigos y amigos casuales. Se necesitaría un diagrama de gran formato para registrar todos los odios recibidos y cruzados entre los diferentes actores Hamás, Israel, Egipto y la Autoridad Palestina, por no hablar de Catar, Jordania y Arabia Saudí, entre bastidores. Sin embargo, El Cairo, Tel Aviv y Hamás tenían un interés común en encontrar un punto de acuerdo e iniciar una desaceleración. La Autoridad Palestina, aislada durante meses y en peligro de quedar todavía más marginada si se llega a un acuerdo, había expresado su preocupación por estos hechos.
A día de hoy, todo esto podría cuestionarse en caso de una nueva guerra, cuyo resultado se conoce de antemano: la sangrienta victoria militar israelí, un sufrimiento y una miseria aún mayores para los habitantes de Gaza. Esto es precisamente lo que Netanyahu, que regresó corriendo de París el domingo por la noche, después de escuchar la noticia del fracaso del comando israelí, no parecía querer, al igual que Hamás, que está buscando a toda costa un camino de salida a 12 años de gobierno, que ha torpedeado su popularidad.
“La explicación oficial israelí es la de una operación de comando que sale mal y que incendia una zona particularmente explosiva”, explica un politólogo palestino que participa en conversaciones entre la Autoridad Palestina y Hamás. “Esto es posible, dada la fragilidad de la situación: los habitantes de Gaza están al límite y los israelíes tienen tanto miedo de ser secuestrados y humillados en Gaza que todo el mundo está reaccionando de forma exagerada. [...] Pero también hay que mirar el contexto más amplio”, añade. “Parte del gabinete de Netanyahu no quiere tener nada que ver con la relajación del bloqueo de Gaza y algunos ya están empezando a posicionarse de cara a las elecciones generales del próximo año. ¿Existe la tentación de explotar políticamente una nueva guerra? Por parte de Hamás, ¿se sintió alentado por la impresión de que los israelíes no querían un conflicto o por la voluntad de un último bastión antes de firmar un acuerdo con Israel?”.
El ejército israelí también sospecha que Hamás quería “probar” el sistema de defensa antimisiles Iron Dome disparando varios cientos de cohetes y misiles en cuestión de horas. A la vez que quería sumar puntos con los palestinos en nombre de una soberanía imaginaria y no real que quiere que cualquier incursión israelí en Gaza sea “castigada”. Hamás, por su parte, no ha dado ninguna explicación, excepto la “lucha contra el agresor sionista”. Como suele ocurrir, los altibajos del conflicto árabe-israelí dejan más preguntas que respuestas. Y continuo olor a pólvora. ____________
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Traducción: Mariola Moreno
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El pasado viernes 9 de noviembre de 2018, un soplo de calma parecía cruzar la Franja de Gaza. Israel acaba de permitir que un emisario catarí accediese al enclave palestino con 15 millones de dólares en efectivo para abonar salarios impagados desde hacía meses y la central eléctrica local lograba suministrar más de 12 horas de electricidad al día, todo un acontecimiento. Dos días después, el domingo 11 de noviembre, una operación militar israelí fallida y la respuesta de Hamás fueron los mimbres necesarios para el comienzo de una nueva guerra en Gaza.