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Monarquía o democracia

Felipe Domingo

En este momento en el que la información diaria lo ocupa al completo la crisis causada por el Covid-19, Alfons Cervera no ha querido que pasara desapercibido un asunto no menos grave creado por la Monarquía a los españoles, cuyo título copio para continuar con el debate.

Recordaba Alfons Cervera que la disyuntiva que plantea, tan actual y pertinente, fue la disyuntiva que se plantearon los partidos políticos de la II República que sobrevivieron en la clandestinidad durante el franquismo luchando por la democracia, fundamentalmente el Partido Socialista Obrero Español y el Partido Comunista junto con otros partidos y formaciones que nacieron en la lucha antifranquista, a la muerte del dictador.

En la memoria de todas estas formaciones políticas, declaradamente republicanas, y de todos los luchadores antifranquistas, permanecía por su cercanía que Franco había nombrado como su sucesor a la Jefatura del Estado a Juan Carlos con el título de Príncipe de España, que éste aceptó el nombramiento y juró las leyes fundamentales del Movimiento. Con ello Franco dejaba “todo atado y bien atado”.

La duda o disyuntiva entre monarquía y democracia se fue poco a poco disipando a medida que se dieron pasos hacia la democracia con el proyecto para la reforma política, ya con Suárez al frente del Gobierno, aprobado en referéndum el 15 de diciembre de 1976, y con la legalización de los partidos (no todos). La celebración de las primeras elecciones legislativas del 15 de junio de 1977, en un régimen de libertad total, nos aseguraba la democracia por lo menos formal, pero todavía bajo la Ley de la Reforma Política. Faltaba la Constitución.

La Constitución se nos ofreció como un gran regalo, merecido desde luego, pero en paquete cerrado, en el que, además del reconocimiento de las libertades individuales y colectivas y de los derechos fundamentales, se incluía envuelto en papel celofán la Monarquía como forma de Estado restaurada en la persona de Don Juan Carlos y la herencia para su hijo varón.

Como en las listas cerradas, no había modo de votarla por artículos o capítulos, y así la mayoría de los partidos republicanos y antifranquistas y los luchadores antifascistas optaron por apoyar la democracia que nos otorgaba la Constitución y que la monarquía fuere aceptada, váyase a saber por qué razones y motivos, que no es cosa de entrar en ellos, porque cada uno te lo explica a su manera.

Si la Monarquía tuvo un defecto de origen, digamos que con el paso de los años, con su ejercicio, ese defecto se fue olvidando y subsanando. La Monarquía adquirió legitimidad, también aquí los motivos son abundantes: los juancarlistas lo achacan a que Don Juan Carlos se ganó al pueblo por su campechanía, por su afición a la tauromaquia los aficionados taurinos le aplaudían a rabiar, otros amigos y dignatarios extranjeros, por los huevos fritos que se comía y compartía en Casa Lucio y, claro, por los servicios y la entrega incondicional a sus deberes de la Jefatura del Estado que, por lo que sabemos y ha contado su hijo en el comunicado, en esos menesteres iban incluidas grandes dádivas, no precisamente gangas, hasta contarsele una gran fortuna y para más inri fuera de España.

¿Cuál será el debate sobre la Monarquía cuando llegue la normalidad política y la crisis del coronavirus no lo ocupe todo? ¿Monarquía o democracia? o ¿ Monarquía y democracia?

¿Se impondrá en el debate que no cabe la disyuntiva, sino la copulativa?. ¿Que monarquía y democracia están unidas indisolublemente y por un garbanzo negro no se estropea un cocido?. El debate es pertinente porque si se considera que es posible el divorcio entre ambas, habría que escoger otra pareja para la forma del Estado, se desmantelarían los pactos de la transición entre franquistas y demócratas entre los cuales el principal fue la aceptación de la Monarquía como la forma del Estado realizada sin debate entre los ponentes de la Constitución, los conocidos como “padres” de la misma. (Baste señalar que estaban el franquista Manuel Fraga y el catalán Miquel Roca, luego defensor de la infanta Cristina).

Javier Pérez Royo afirma en una entrevista reciente: “ No hemos podido decidir sobre ella”, “venía dada de antes”. Pero, y ahí viene el debate actual, también afirma: “La monarquía es un problema, y va a mayores”. La maniobra de Felipe VI (argucia, dice Pérez Royo) ha consistido en emplear un cortafuegos entre él y su padre, como si la institución borbónica no tuviera detrás siglos de corrupción y desprestigio y nuestro monarca actual fuera el que va a regenerarla, conociendo sin ninguna duda que ha sido complaciente hasta el momento.

“Lo sabía el rey de ahora y no dijo nada”, “ no puso la lógica denuncia en la fiscalía”, “en medio de este dolor del coronavirus, y como de tapadillo, ha hablado Felipe VI a través de un comunicado para decir que renuncia a la herencia personal que le tocaba de su padre”, dice Alfons Cervera.

De lo que no cabe duda es de que la monarquía es un problema político que va a más, que por medio de la política se ha de resolver principalmente, que concierne a todos los partidos y representantes políticos, como a todos los españoles, tanto como lo son la sanidad pública, la enseñanza pública, los conciertos en las mismas o la economía, de cuyas soluciones y reformas dependerá la calidad de nuestra democracia. Los más privatizadores y liberales quieren ahora ponerse a la cabeza de lo público. Si fueran sinceros, bienvenidos sean.

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Felipe Domingo es socio de infoLibre

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