Librepensadores
Los solos
Hoy he abierto una carpeta muerta y enterrada, llena solo de olor a moho y recuerdos y quiero compartir con alguien, quizás con nadie, o con quien sea, aparte de ti, dice así: Las nubes del otoño me enseñaron que lo único que me queda es recordar, recordar los recuerdos y verlos desvanecerse entre las cimas de los montes de enfrente del balcón del cielo, unas cumbres que siguen sin moverse por mucho que el sol trata de jugar con ellas al escondite.
Las pisadas borradas ya por mil inviernos sobre estos caminos que tan bien conoce mi sombra, ahora emborronan también los senderos de mi presencia en este mundo real en el que cada día existo menos, cada día soy solo el hombre de mis recuerdos. Me asombra el alma, volver a caminar por las veredas donde tropecé, donde caí y me levanté, e incluso en las qué soñé y fascina ver que nada ha cambiado, que los ojos de aquel otro brillan al lado opuesto del espejo, que la sonrisa es feliz, aunque sean de otro tiempo, que hasta las hojas de cada uno de los días vividos forman aun un frondoso bosque de recuerdos donde perderme, me conforta sentir que cuando palpo vacío y frio en la añoranza, están aún los lugares amados y vividos esperándome.
Y aunque en ocasiones sigo ejerciendo de atalaya sobre las nieblas bajas del valle, sacando pecho, el camino que bordea ahora la vida sigue llevando en cada esquina a ninguna parte, sigue amaneciendo cada día en una poza de aguas mansas y estancadas donde se bañan las horas sin oficio ni beneficio.
En las ocasiones que cogido de la mano de mi soledad salgo a pasear por el pasado y regreso a casa dando brincos una tarde de hace mil años, después de la escuela, con aquel uniforme de rayas viejo y sucio, herido en batallas de patio de colegio pero que me hacía ser El Capitán Trueno, transito despacio con emoción contenida y los ojos húmedos aquel camino donde cada portal era una torre fortificada y el patio de mi casa un castillo inexpugnable sabiendo que se duran solo un instante y se esfuman a mi paso como el humo.
A veces embriagado por el recuerdo de juveniles caminatas por los senderos escondidos de la adolescencia en los que todo era un descubrimiento, en lo que todo llevaba el sello de la primera vez, vuelvo a buscar nidos llenos de amores y contar rincones que puedan ser mágicos y se me pellizca la emoción.
Pero la realidad es que ahora solo yo soy mi refugio, un lugar sencillo, compuesto de una sombra, un ánimo optimista recubierto de musgo verde, piel de cuero cuarteada y centenares de recuerdos incunables que solo saben jugar al escondite con mi consciencia.
Hace ya mucho que no he querido volver a plantar nada en mi memoria, ningún brote verde que pudiera florecer, pero arranco las malas hierbas de la monotonía y la tristeza que se asoman a tratar de tomar lo que no es suyo.
Me consuela ser uno de esos dos millones de últimos mohicanos que, según dicen, hoy en día viven solos en este país, solos con su silencio y con su libertad, solos con una sola taza de café, con una sola almohada, con una sola mirada, con una sola sonrisa silenciosa, con un solo orden y una sola esperanza.
De cuando en cuando, entre los tiempos cada vez más esporádicos de mis desconcertantes y furiosas sesiones de aporrear teclas en el ordenador, ese que ahora es buen amigo y buen cómplice, ventana abierta al mundo y puente a todas partes, cojo la bicicleta y me dejo caer hasta el río, me baño con la piel del niño que ya no recuerdo y luego bailo un tango con el sol y regreso por el sendero de las meigas, el alfombrado de hojas suicidas, empujando la bicicleta cuesta arriba, esa cuesta que no me miente y me susurra al oído lo viejo que ya soy aunque yo no lo sepa, regreso siempre solo yo y aquel grupo de castaños que en formación castrense parecen haberse convertido en centinelas de la ladera del monte, disfrazados de columnas del Partenón ateniense.
Mientras camino, entre paso y paso, suelo hablar mucho conmigo de mí, a veces en voz alta, otras cuando las hojas verdes se giran a mirarme bajo el tono a susurros vergonzosos, que aun y así suenan a estruendo en la inmensa soledad del bosque. Esta mañana, en el porche, mientras miraba la pantalla en blanco del ordenador portátil esperando que sea ella la que como siempre aporte el talento, ha vuelto a suceder, he visto por el rabillo del ojo a mi vida, la antigua, la emocionante, la buena, mirándome absorta y sonriendo, le he preguntado por qué reía, pero no me lo ha querido decir, supongo que como siempre guardará en secreto mi futuro.
Mientras, yo solo y en soledad en cada uno de estos días de mil ciento cuarenta minutos que caen despacio como losas, escribo cosas que nunca nadie va a leer, lamentos, alegrías, romances, inspiraciones, ecos, intrigas, historias y recuerdos, escrituras que son jarabe para la tos de mi amada soledad.
Hoy me siento parte de nosotros la estirpe de los solos, es casta de intocables, de no acariciados, esa secta de rebeldes tozudos, ese clan de seres libres, ese género de especie unicelular. Los solos, algunos por el reparto de cartas de la vida, otros por que cantan renegados aquello de más bale solo que mal acompañado y otros como quien suscribe porqué pensamos que también hay gotas de felicidad en la libertad absoluta y en no okupar clandestinamente espacios obligados en el pensamiento de otros.
Pero no me hagáis ni caso, yo la mayor parte del tiempo tampoco me lo hago, la vejez tiene estas cosas, amaneces días en que te arrebatas las ilusiones y días que te rasgas todos los miedos, también hay días de decirle a tu sombra o a tu mano izquierda, te quiero.
Repaso este texto y me pierdo por sus zanjas y veredas, por sus idas y venidas llenas de floripondios y tirabuzones, por sus desconexiones y lagunas, pero no tengo autorización de mis musas para modificar lo incorrecto, para enmendar el yerro, así es qué buena suerte a quien lea, si alguien lee.
Finalmente, como hombre antiguo, solicito me deis licencia para rematar con una moraleja; recordad que entre, hombres, mujeres, blancos, negros, verdes o azules; entre listos y tontos; entre youtubers y analfabetos tecnológicos; entre amos y esclavos; entre buenos y malos; entre los que piensas a un lado y los de otro; entre los de aquí y los de allí... existimos los solos, dos millones de viejos y viejas mohicanos;los solosmohicanos algunos felices, otros melancólicos, unos irreductibles, otros rendidos, unos Che Guevara, otros Teresa de Calcuta, unos río caudaloso, otros estanque, pero todos aferrados aún a esta vida como pernos de acero cuando de cuando regresamos a la vida cotidiana. Después de pasear por nuestros recuerdos.
José López es socio de infoLibre