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Cuando la guerra viaja contigo
Cristina Cerrada (Madrid, 1970) tuvo un sueño en torno a 2012. Era un soldado, vestido con un uniforme militar, y allá afuera, en lo desconocido, esperaban innumerables soldados deseosos de acabar con él, con ella. "No era un sueño solo sobre el miedo a la muerte, como esos en los que te persigue una bestia o caes al abismo, sino de la muerte por otro ser humano, la matanza", recuerda. Transcribió el sueño de inmediato, y de él —de preguntarse quién tendría más motivos para tener pesadillas así— nació Heda, la protagonista de su nueva novela, Europa (Seix Barral). Porque Heda y toda su familia han tenido que abandonar su país huyendo de la guerra, y ahora comen, duermen y trabajan en otra tierra fingiendo que todo quedó atrás, cuando todo ha viajado con ellos.
No mucho después de aquella pesadilla, la palabra refugiado colonizó los periódicos. La autora, que en obras como Calor de hogar, S.A. o Alianzas duraderas se había centrado en la ponzoña de las relaciones familiares, en las trampas del matrimonio y de la vida cotidiana, se veía publicando una novela de actualidad. Aunque esto último tiene trampa. Porque Europa también va sobre los fangos del parentesco y las oscuridades del amor. Sus personajes hacen la compra y van al trabajo. Solo que han huido de la guerra. "Escribir sobre el conflicto no me lo planteaba, porque, ¿qué puedes decir?", se pregunta. "Pero sí sobre las consecuencias, que va más allá de las ausencias que puedas sufrir y llega hasta el desplazamiento, con lo que tiene de pérdida de la propia identidad".
Los personajes de Europa —Heda, su padre, su hermano, el resto de sus compatriotas que se agolpan en las fábricas y las tabernas de un país ajeno— no tienen una procedencia clara. Cerrada deja en sombras, deliberadamente, tanto su país de origen como el de llegada y cualquier otro rasgo identificativo que permita al lector ponerle nombre y apellidos al conflicto. "Indetermino deliberadamente el tiempo y el espacio en la novela para señalar cómo esto podría haber pasado a principios de siglo antes de la I Guerra Mundial, tras las invasiones soviéticas en los años cincuenta, o en los años noventa en los Balcanes. O ahora, con refugiados ucranianos, por ejemplo. Ver que la mayoría de los conflictos actuales ya han sucedido, con una génesis muy similar, me fascina y me inquieta. ¿Es que no vamos a aprender de ello nunca?", dice la autora, muy interesada en la historia europea contemporánea.
Se sabe que la guerra que ha marcado para siempre a Heda está causada por algún tipo de conflicto étnico, se sabe que ha habido una "revolución" y, posteriormente, una invasión extranjera. Todos esos elementos, razona la autora, pueden corresponderse con numerosos conflictos más o menos recientes. Se sabe también que los refugiados y aquellos que les reciben comparten la religión cristiana —lo que hace que el lector descarte definitivamente Siria como escenario de la ficción, y también suprime la islamofobia dentro de la narración, parte fundamental de la conversación sobre los refugiados en Europa—. "Intento poner el foco en el conflicto en sí y sacar todo lo demás que es accesorio. Al deslocalizar e indeterminar un tiempo, desautomatizas también ciertas asunciones del lector que tiene por pertenecer, él y el libro, a una cultura determinada". Aunque el lector intuye, sobre todo porque el apellido del jefe de la fábrica es Schultz, que el país receptor es Alemania. La escritora admite esto último porque "ha sido el mayor receptor de refugiados de guerra de Europa, al menos durante el siglo XX", pero insiste en que eso no tiene importancia.
Lo que sí la tiene es que el lector se mete durante unas horas en la piel del otro, ese otro que se anuncia con frecuencia como una amenaza. Cerrada confía en que el ejercicio de empatía que propone ni siquiera sea una tarea dificultosa porque "cualquier ser humano puede identificarse con el miedo a la violencia extrema". Porque eso es lo que define a sus personajes: viven en una sociedad en paz pero llevan la guerra dentro, "la violencia se va, pero el miedo no". En Europa, los refugiados no se definen como aquellos que generan problemas de convivencia, que no aprenden el idioma, que no se integran. Solo son aquellos que han visto el horror y que tienen miedo. A que se repita, a los fantasmas o a que se les pare el corazón de repente. De hecho, los nativos del país receptor apenas aparecen: "Los vemos como lo ven los refugiados que llegan de fuera: como un bloque inexpugnable donde no puedo penetrar, y del que no sé si lo forman individuos distintos o semejantes; lo único que sé es que no puedo disgregarlo, no puedo entrar".
El refugio imposible
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Hay otro elemento que atemporal presente en la obra: la violación como arma de guerra. El lector lo intuye desde que lee que Heda recuerda "la pierna de Vanÿek contra su esternón". "Es algo que está en el inconsciente colectivo y eso aterroriza, obviamente, a las mujeres", explica la autora. Aunque no ha realizado investigación alguna para escribir sobre esta realidad tan ajena, sí cita un libro como obra de cabecera: Una mujer en Berlín, publicado por primera vez de forma anónima en 1954 y atribuido actualmente a la periodista Marta Hillers. En él, conocemos el diario de una residente en la ciudad alemana entre abril y junio de 1945, a la entrada del ejército ruso. Lo resume Cerrada: "El personaje llega a calcular qué tipo de violador le conviene más para que le dé provisiones o la proteja, y no deja de ser un violador que va a por ella cada noche". Heda deberá también elegir porque, como escribe: "Nunca hay opción".
¿Que a qué viene el Europa del título? Es, claro, una llamada a considerar la historia de Heda como la historia del continente a través de los siglos. Pero hay también otro lugar llamado Europa en el relato: un hostal de mala muerte cuyas sábanas huelen "a polvo y a sosa" y en el que Heda calcula sus opciones.