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Llegan noticias de Argentina

Argentina y la psicología, una relación patológica

Irene Chikiar Bauer

Hay estudios que dicen que la Argentina es el país con mayor cantidad de psicólogos por habitante. La bibliografía sobre el tema es extensa, la relación entre los argentinos y el psicoanálisis es de dominio público y, en Buenos Aires, incluso hay un barrio conocido como Villa Freud porque muchos psicólogos y psicoanalistas tienen ahí su consulta. Como no podía ser de otra manera esta peculiar relación fructificó y se hizo literatura. En este envío para infoLibre y sus lectores les propongo conocer alguna de las obras, publicadas recientemente, en las que se explora el trastorno; se trata de libros que se zambullen en el síndrome. Literatura no complaciente y afilada que directa o indirectamente explora el trauma, lo desmenuza, lo atraviesa, lo hace letra vida: El gran plan de Paula Pérez Alonso, Carnívora de Fernanda García Lao y Síndrome del montón de Vanesa Guerra.

El gran planPaula Pérez AlonsoTusquets2016

Paula Pérez Alonso, escritora y editora vuelve a la novela pero, esta vez, cruzando un mundo de referencias literarias, artísticas y lecturas apasionadas. Dividido en tres partes, este libro propone al lector múltiples acercamientos, tanto espaciales como temporales: la narradora se nos hace contemporánea, pero, a través de la figura de su padre, vuelve al pasado y lo presentifica, suerte de uroboros que anticipa el acápite de la novela con la cita William Burroughs: “The beginning is also the end” (el principio es también el final).

¿Hacia dónde ir cuando los pequeños planes que alguna vez parecieron grandes se concretan, cuando se apacigua el deseo? Cuando el matrimonio es una caja o una jaula, cuando la pasión decae "el único movimiento que se conoce es hacia otra parte, hacia fuera, como si algo de lo que se ofrece por ahí habilitara la vida nueva, la ligereza. Porque la única otra posibilidad es la implosión". El gran plan es la alternativa al tedio, el gran plan es encontrar el sentido a la vida en un movimiento de huída de lo convencional. Al comienzo del libro la narradora presenta una tipología masculina sobre la que van a oscilar los personajes masculinos:

"Yo cavilaba que la diferencia entre los hombres verdaderamente misteriosos y los histéricos es que detrás de los histéricos no hay nada, ese efecto brumoso de lo retaceado mezquinado o vedado es solo un artificio de suavidad o exceso o efecto de espuma, de un trasluz, o una promesa malquerida, con medias muecas seductoras y ojos rasgados enigmáticos; los misteriosos no proyectan un artificio, no son planos, y pueden ser sorprendidos en su —inextricable desvalida— inasible ambigüedad".

El gran plan parece tomar forma en el hilado de pequeños planes. Primero está el rapto que es rescate que ocurre cuando ella ya no podía “mantener los pies en la tierra y la cabeza en los aires simultáneamente”. A partir de ahí está el viaje, el experimento, el universo que se abre en todas direcciones. El desierto de Atacama en el que la narradora –no sabemos su nombre- se encuentra con un cineasta, un arqueólogo, un astrónomo, una antropóloga y un geólogo que protegen, como preciado secreto, de los avances de la civilización mercantilizada y superficial, una tierra de extraña pureza: “En Atacama ya no había carrera contra el tiempo”. Atacama también oficia como rito de pasaje, ella que “ha desarrollado una capacidad especial de percibir a la distancia el extravío de los seres desesperados” retoma la figura paterna y su obsesión por Ezra Pound. Ser complejo del que “hasta Borges había dicho «Pound encierra ternuras imprevisibles»".

Su padre y Pound, dos seres que “no habían podido enmascarar su condición de ángeles caídos en rebeldía”. La narradora deviene testigo de episodios de la vida de uno y de otro; biógrafa de su padre a través de la biografía de Pound, mientras que el lector concibe, como visión de trasfondo su propia biografía. Subyacen también, preguntas de final abierto: “¿Los locos también eran una verdadera tradición que no progresa porque representa el punto más alto de toda verdad, como decía Artó [Artaud] de la cultura tarahumara?”. Hay personalidades que “no tienen un gran plan, por eso son eternos; viven en el presente incesante de los estoicos”, “el grado cero de la vida”. De lo que se trata es de perderse a sí mismo con alivio, abrirse a una infinidad de sentidos. El lector lo aprecia, “Damis”: a zambullirse en la lectura.

CarnívoraFernanda García LaoEdulp2016

Fernanda García Lao comienza Carnívora, su primer libro de poesía, con “aviso”: “Leer y escribir para no sentir el cuerpo/ es/ una forma de suicidio”. Escribir con conciencia del cuerpo parece ser el sino de esta autora que comenzó siendo actriz y dramaturga y que, tal vez por eso, tiene muy claro que “el cuerpo es el primer mapa que tenemos”. En una entrevista, Lao recordó que escribió los primeros poemas del libro siendo vegetariana, pero le sobrevino una “anemia terrible” y tuvo que volver a comer carne, hacerse cargo, de alguna manera, de que vivimos a costa de otros. Subyace entonces, en Carnívora, una conciencia de la cadena evolutiva en la que “el cuerpo es un trozo/ de carbón/ que bombea la muerte”. Entonces, se comprende el acierto del editor de presentar el libro en el Museo de Ciencias Naturales de la ciudad de La Plata, ocurrencia que responde a una necesidad de encontrar un espacio “poco convencional que no mitigara la poesía”.

Antoni Casas Ros escribió que "hay en Carnívora un salvajismo galáctico, los cuerpos de las palabras que chocan en combate en el espacio interior del lenguaje. Quedan sólo el nervio y la carne, la intensidad erótica”. Por su parte, Hernan Ronsino, supo ver que en estos poemas se producen “batallas ('combate o bacanal') entre el cuerpo y la lengua”. Podemos pensar que se juega, además, con la noción de tiempo, de finitud. Así, en 'Cópula', “la verdad tiembla tan desquiciada/ que nadie quiere mirarla/ la pisan/ y ella/ desnuda su alma tensa/ como la soga/ donde han de colgarla”. La de Lao es una mirada aguda, no complaciente, que mira con atención fenomenológica para captar la esencia del mundo y la de la propia voz -encarnada- voraz. Finalmente, cuando el enemigo es el tiempo, la escritura parece oficiar como antídoto: “Huyo hacia las palabras / pequeñas grageas de eternidad”. 

Su poesía le exige a Fernanda García Lao un lenguaje concentrado, preciso, donde la palabra es cortante, afilada, está siempre al borde del abismo de lo decible. Pocos días después de la publicación de Carnívora se reeditó su novela Muerta de hambre, la historia dislocada de María Bernabé, una mujer “gruesa y desgraciada” desde que tiene memoria, presa de un delirio hambriento que la lleva a devorar y a escribir con pareja obsesión. Invito a los lectores a leer estos dos libros en contrapunto. Allí donde la voz de peculiar musicalidad de Carnívora se concentra, la de Muerta de hambre se expande, se barroquita. Al pensarlas en conjunto, coincidimos con Lao cuando dice, en esa conversación entre amigos que es Facebook: “Lo curioso es que la devoración me persigue como metáfora”.

Síndrome del montónVanesa GuerraTren en movimiento / El 8vo Loco ediciones2016 

Síndrome del montón es el título que, poco antes de publicarla, Vanesa Guerra le dio a esta novela que comenzó a en los años noventa, cuando el panick attack era el trastorno del momento; la frivolidad imperaba con descaro y los argentinos nos hacíamos creer que habíamos alcanzado la paridad (que ni siquiera fue cambiaria) con el mundo desarrollado.

La novela de Vanesa Guerra invitaría a una lectura genética, se sabe que tuvo cerca de 20 versiones, que casi fue publicada en los 2000, y que transitó y se demoró en el laberinto de los pasillos editoriales hasta llegar a la colección Fuera de Serie. Julieta Corbelli enumera, a modo de presentación los condimentos de una escritura singular que engloba “el mundo editorial, la farandulería del chisme televisivo, la tragedia familiar, los primeros chateos en red. Los noventa, las terapias de los noventa”.

Dedicada al psicoanálisis y a la escritura, Vanesa Guerra elige un epígrafe de Macedonio Fernández: “El desorden de mi libro es el de todas las vidas y obras aparentemente ordenadas”. En la página siguiente, un intrincado de líneas conecta nombres de personajes, lugares, palabras enigma como las rectas que diseñan, entre ellos, entramados geométricos. Imposible remitirla a figuras de lo conocido. Con solo ver ese dibujo el lector está avisado: sabe de antemano que se trata de una escritura que experimenta, fragmenta, reconstruye, que no se atiene a un programa lineal, que descoloca.

En un mundo donde se trabaja para “Nadie y sus asociados” y donde los libros se editan como “una guarnición para acompañar los bifes mediáticos”, ¿qué se puede esperar de la literatura? Ironía, aparente desapego para contar la noche de Buenos Aires habitada por personajes que recurren a terapias alternativas, a grupos terapéuticos, al tiempo que se ven envueltos en situaciones tan disparatadas como el Síndrome de Delfos, teoría del incierto doctor Engatti, que describe: “Los pacientes contagiados por el virus que emanan ciertas mujeres desde sus bocas, invaden el cuerpo de los hombres por los pocos o menos orificios que poseen en sus masculinos cuerpos tomando como referente los siete agujeros femeninos, sin contar el ombligo que está anudado, los ojos que están ocupados, y menos aún el orificio uretral”.

Síndrome… tiene el corazón anclado en los años noventa, con sablazos de Baudrillard, Lyotard, Macedonio Fernández y un grupete de psicos y falsos psicos y relumbrados new age que más de uno sabrá reconocer por resonancia”, dice la autora, que invita a jugar su juego: “No ahorré en afano, hay citas enormes metidas en el texto, y me divierte que la gente las encuentre. Son complicidades, infidelidades legítimas. Ésa es mi fe”.

El otro lado de la luna

El otro lado de la luna

Ricardo Piglia supo decir que hubo un tiempo en el que la relación entre psicología y literatura fue conflictiva y tensa. Vanesa Guerra propone otro abordaje, una novela en múltiples planos, con un asesinato incluido, gente que enloquece, chispas de humor que distienden la fructífera relación literatura y psicoanálisis a condición de seguir un discurso que se impone más allá del realismo, que se niega a contar la historia de una manera lineal y que parece decir, finalmente, que lo que más nos cuesta es sobrevivir la angustia, fructificar.

*Irene Chikiar Bauer es periodista y escritora argentina. Su último libro es 'Virginia Woolf, la vida por escrito' (Taurus).Irene Chikiar Bauer

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