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Los diablos azules

El gesto luminoso de la resistencia

Portada de 'Memoria del frío', de Miguel Martínez del Arco.

Un libro de los que no se pueden olvidar. Esa fotografía que desde la misma cubierta nos introduce en lo que parece ser (y es) el patio de una cárcel. El árbol detrás de las mujeres puede ser de verdad y también puede ser uno de esos telones que ponían de fondo los fotógrafos para que la imagen resultara más real. Conozco muchas de esas imágenes. Conozco a muchas de esas mujeres que llenan cientos de fotografías como esa. Y la sonrisa de esas mujeres. Y los niños y niñas que se pasaron la infancia con ellas, o entrando y saliendo de las cárceles en compañía de sus abuelos. Eran presas del franquismo. La dictadura disfrutó con la represión de todo lo que no comulgaba con sus ideas de exterminio. Ya desde el primer minuto, después del golpe de Estado, disfrutaron los rebeldes con su violencia siempre insaciable. Cuantas más muertes, mejor. Cuanto más llenas las cárceles, mejor. Y hubo muchas muertes. Y muchas cárceles donde hasta las ratas empujaban para encontrar sitio entre los cuerpos hacinados.

Si no se cuenta aquel tiempo nadie sabrá que ha existido. Por eso hay que escribirlo, como hace Miguel Martínez del Arco en una novela impresionante: Memoria del frío. Su madre se llama Manolita del Arco, así, con un diminutivo que engrandece lo minúsculo. En el libro también se llama Manuela. Y Manoli. Militaba en el PCE y estuvo en la cárcel muchos años. Entraba y salía, como los niños y las niñas cogidos de las manos de sus abuelos. Me acuerdo aquí de otra mujer que se merece, como tantas otras, nuestra memoria: Adelita del Campo. La voz resistente en Radio París, con su compañero Julián Antonio Ramírez. Otro inmenso diminutivo. Hay muchas mujeres escondidas en los pliegues de la historia, en los vacilantes titubeos de nuestra memoria. Este libro va sobre todo de eso: de las mujeres que lucharon contra la dictadura. Pienso en otro libro (ya hay más, desde entonces), en la historia de esas mujeres, en la historiadora Fernanda Romeu, a la que tanto quiero: El silencio roto. Mujeres contra el franquismo (El Viejo Topo). Libros y mujeres imprescindibles. Y sin embargo, tan desconocidos esos libros y los nombres de esas mujeres. En el prólogo excelente que escribe Edurne Portela para Memoria del frío lo dice: “El testimonio de estas mujeres se alza contra el olvido, que es también una muerte en vida”. El olvido, sí, como morir muchas veces.

Libros como este no son de escritura fácil. Se piensa mucho antes de la primera frase. Hay momentos de euforia y otros en que el ánimo no pasa de la suela del zapato. Escribir, para qué, para quién, escribir qué: “Nunca descubriré por qué se escribe ni cómo no se escribe”, escribió Marguerite Duras. La incertidumbre, siempre. Por todo eso iba y venía Miguel Martínez del Arco, el hijo de Manolita y Ángel. Entre cárcel y cárcel lo tuvieron. En 1961. Pensó muchas veces en la escritura que contara las vidas de su padre y de su madre. La lucha clandestina contra la dictadura. Las detenciones. Las torturas. El tiempo que no pasa cuando transcurre en el encierro, que se aquieta como si la sangre que lo empuja cuerpo arriba se hubiera vuelto perezosa. Finalmente, el hijo decide contar. Dos historias a la vez. Las dos son muchas más. Hay mucha cárcel extraviada en esta democracia nuestra, tan miedosa. Muchos patios llenos de mujeres que a pesar del daño sonríen. Lo dice el autor en una de las dedicatorias: “A la memoria de mi madre y de sus amigas/compañeras que resistieron al franquismo y nos legaron la risa”. La risa de las fotografías en el patio de la cárcel. Conozco esa risa en los ojos de otros niños y otras niñas de entonces. Y un hijo de aquellos patios me la acaba de recordar en un libro que conmueve, que enrabieta, que a ratos te corta la respiración porque no es fácil gestionar tanta memoria machacada. Esa memoria en los versos dolorosos, profundos, de Paca Aguirre: “Miro el sol resbalando por los muebles y los muros de la habitación. Miro este sol de ahora y pienso en el sol de aquel entonces. Era otra la casa, otra la historia: pudimos tenerlo todo: porvenir, familia, leyes, educación, arte, cultura. Pudimos ser los herederos de tres palabras: libertad, igualdad, fraternidad. No pudo ser”. No pudo ser. Todavía hoy no puede ser. Maldito país de tanto olvido.

Más de cinco mil cartas se escribieron Manoli y Ángel en los casi veinte años de prisión. Son esas cartas un arranque para la escritura. Y las investigaciones —siempre tan difíciles— sobre los expedientes carcelarios, sobre las detenciones, sobre las torturas, sobre el compañerismo solidario en los largos años de presidio. También las luchas dentro del partido, la violencia dentro del partido, el desprecio y la sospecha permanente dentro del partido. Las rupturas orgánicas. El tiempo que mezcla lealtades y traiciones. La dureza siempre de luchar en la clandestinidad: falta el aire. Los nombres de quienes protagonizan esta historia que es a la vez muchas historias. Los encuentros y las despedidas. La necesidad, por encima de todo, de creer que el franquismo va a durar muy poco, sobre todo cuando Hitler y Mussolini caigan al final de la Segunda Guerra Mundial. La esperanza desdibuja la realidad. La militancia contra la dictadura en el interior y en el exterior. Cristales distintos para ver lo que está pasando, lo que pasará mañana. Y el amor en medio de todo, las vidas que se cruzan en las cárceles y construyen como pueden un futuro imaginado, como todos los futuros. Las cartas que se escriben Manoli y Ángel todos estos años de alejamiento carcelario. Los ecos de la poesía de Miguel Hernández. El amor y la muerte, la mujer y el hombre en la espera interminable, el grito de las cárceles que protagoniza este libro necesario.

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Las mujeres, sobre todo, lo protagonizan. Todo es tan diferente para ellas. La salida en libertad, sí, tan distinta a la de los hombres: “Vosotros todos habéis tenido vidas. Parejas, novias, esposas, líos. Salís de la cárcel y parece que el mundo os espera. A nosotras no nos espera nada, es como que la vida se haya marchado, como que se haya ido sin avisar”. Este libro de lectura inexcusable es la crónica del dolor que vino después de la victoria fascista en 1939. Aún dura esa victoria. Por eso Memoria del frío nos hace falta. Las voces que se alternan en el relato. Los sitios que se alternan en el relato. La vuelta a la risa de la primera página en el patio de la cárcel: “Es una historia dura, pero no es una vida triste”. Y para terminar esta crónica —no estrictamente literaria, claro que no— las palabras finales de Miguel Martínez del Arco: “Este relato iba a llamarse ‘no desistir’. Esa es su esencia. La insumisión, la rebeldía, el cuestionamiento del orden existente, la posibilidad de mejora, el cuidado, la lucha contra la ignorancia y la injusticia. La alegría como horizonte. Mujeres frágiles, mujeres inteligentes que, entre escombros, no dudaron en reiterar el gesto luminoso de la resistencia”.

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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Algo personal (Piel de Zapa, 2021). 

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