Buzón de Voz
Tres tristes trampas
Transcurre el verano con una agenda política y mediática copada por tres asuntos que encierran a su vez tres enormes trampas, al instalarse marcos de debate condicionados por una polarización simplona mientras las cuestiones de fondo pasan casi inadvertidas. Esta forma de interpretar y comunicar la realidad aporta tradicionalmente réditos electorales a las fuerzas conservadoras, mientras las progresistas quedan atenazadas entre la complejidad de sus argumentos y la falta de valentía y contundencia a la hora de denunciar y desmontar esas trampas.
Venía ocurriendo con Venezuela, también con Cataluña, y ahora ocurre con ese ofensivo invento de la “turismofobia”.
1.- ¿Cuántas veces al día deben los políticos de izquierda criticar el chavismo y atizarse con el cilicio del arrepentimiento por haber simpatizado en algún momento con algunas de las políticas aplicadas por Hugo Chávez? Resulta cansino y hasta infantil el machacón reproche que desde la derecha mediática y política (incluyendo la vieja guardia del PSOE) se lanza contra cualquier ciudadano, político o periodista que ose recordar que con sus innumerables defectos, su evidente populismo y sus tentaciones autoritarias el chavismo redujo drásticamente los niveles de pobreza y desigualdad en Venezuela y facilitó el acceso a la sanidad y la educación a millones de excluidos. ¿Justifican esas luces la oscuridad que supone el actual régimen de Nicolás Maduro, empeñado en saltarse la propia legalidad votada durante el chavismo para mantenerse en el poder a toda costa apoyándose casi exclusivamente en un clientelismo descarado? Nada justifica las decisiones que Maduro ha ido tomando, una tras otra, para desmantelar la resistencia del poder judicial y del legislativo (democráticamente en manos de la oposición) a facilitar el cambio de una democracia (débil) a un caudillismo caciquil. Medidas acompañadas de un gigantesco salto atrás en los avances económicos y sociales hacia la igualdad, retrocediendo hasta los niveles anteriores a Chávez. (Lean aquí el reciente análisis del profesor Javier Bernabé).
Toda la izquierda democrática debe denunciar tajantemente las maniobras antidemocráticas de Maduro, cuantas veces haga falta. Eso sí: va siendo hora de que por cada una de esas denuncias que exigen a gritos los líderes políticos y mediáticos del PP se les recuerde que el chavismo no nació por esporas, sino como reacción a un régimen corrupto y criminal que pasaba por democracia respetable a base de repartir petrodólares a quienes (por cierto) menos los necesitaban. Y va siendo hora de exigir a esos mismos voceros que se dan golpes de pecho en defensa “del pueblo venezolano” que hagan exactamente lo mismo, por ejemplo, con el régimen de Erdogan en Turquía (aquí detallaba Miguel Álvarez-Peralta lo que está ocurriendo y no se denuncia). Y por ese camino cítese constantemente la “amistad” y “hermandad” de las que presumen esos mismos “revolucionarios demócratas” (selectivos) con regímenes medievales en materia de recursos humanos como Arabia Saudí, o seudodemocracias como la marroquí, etcétera, etcétera.
Desde la izquierda democrática no debería ofrecerse la más mínima duda a la hora de escoger entre los esfuerzos pacificadores de mediación protagonizados por el expresidente Zapatero a petición de la comunidad internacional latinoamericana y los guiños que tanto el PP como Felipe González han lanzado alentando soluciones militares contra Maduro.
2.- La hipócrita utilización política del reto planteado por el independentismo catalán en el resto del Estado es absolutamente obvia. Lo viene siendo desde que se aprobó en referéndum la reforma del Estatut en 2006 y muy especialmente desde que en 2010 el Tribunal Constitucional dictó sentencia sobre el recurso planteado por el Partido Popular. Mariano Rajoy y Oriol Junqueras son sin duda los máximos beneficiarios políticos de ese “choque de trenes” en el que el primero dirige la locomotora de la “legalidad vigente” y el segundo la de “la desconexión”. En términos sociales y de convivencia democrática, salvando todas las distancias, el resultado no anda muy alejado de Venezuela: un pueblo partido casi por la mitad sin que sus dirigentes hagan absolutamente nada por conciliar sino todo lo contrario.
El PP, Ciudadanos y todo ese aparato mediático que desde Madrid ha actuado como una fábrica de independentismo utilizan la polarización con el separatismo para dejar a las fuerzas de izquierda en un limbo de la ambigüedad y hasta de la inutilidad política. Y las izquierdas están obligadas de una vez por todas a demostrar que la demagogia y el populismo (a un extremo y otro) sólo resultan útiles a quienes encabezan la cerrazón de cada lado.
Incluso quienes defienden el “derecho a decidir” deben pronunciarse clara y rotundamente en contra de un referéndum que no cumple en absoluto las mínimas garantías democráticas, y que sólo servirá antes y después del 1 de octubre (llegue o no a celebrarse) para radicalizar aún más esas posiciones que dañan a Cataluña y dañan a España. Es hora de que las fuerzas democráticas de izquierda pongan sobre la mesa un no rotundo a un referéndum sin garantías y a la vez exijan al Gobierno del PP y a los independentistas un diálogo abierto y profundo que contemple reformas constitucionales capaces al menos de seducir a un porcentaje amplio de catalanes que dan la espalda a España porque se han sentido ignorados y humillados.
Seguir aceptando el marco de “con España o con los separatistas” es seguir haciendo el juego a unos políticos que han demostrado claramente su incapacidad y su irresponsabilidad. Utilizan cualquier excusa para tirarse el Estado a la cabeza, y así se acusan mutuamente Rajoy y la Generalitat por el caos en el aeropuerto de El Prat. Los garrotazos ocultan que al fondo del conflicto está la externalización de la seguridad en los aeropuertos de todo el Estado y la precariedad total en la que trabajan los empleados de las empresas subcontratadas. (Aquí la detallada crónica de Yolanda González sobre el asunto).
3.- Resulta aparentemente hasta frívolo tener que citar aquí un tercer marco tramposo de debate. Respecto a la trascendencia de lo que está ocurriendo con Venezuela o con Cataluña, el problema de la llamada “turismofobia” parece una frivolidad o una de esas acostumbradas “serpientes de verano”. Lo cierto es que está ocupando portadas y portadas de los diarios y abre un día sí y otro también los informativos de las principales cadenas de televisión. Y es así porque las pintadas en hoteles de Barcelona, los pinchazos de bicicletas y algunos otros incidentes violentos totalmente rechazables han servido para poner en acción a los “sospechosos habituales”, especialistas en desviar la atención del fondo de los problemas, de modo que se discuta sobre el “gamberrismo” de los sectores más radicales de las CUP y el daño que hacen a la Marca España en lugar de poner la lupa sobre un modelo de turismo camino de morir de éxito o de estallar como otras burbujas conocidas.
No hay una sola prueba de existencia de turismofobia en Cataluña, ni en Baleares ni en la Comunidad Valenciana ni en ninguna otra parte. Lo que sí está absolutamente documentado es que la voracidad empresarial en el sector de la hostelería y el descontrol casi absoluto en el que se mueve un mercado fraudulento de alquileres de viviendas hacen insostenible el modelo. (Les sugiero leer los análisis del último tintaLibre o el informe de Ángel Munárriz en infoLibre hace unos días).
La “turismofobia”, como apuntaba este martes Benjamín Prado, es otra de esas palabrejas que sirven para manipular el marco de debate, y en este caso para ocultar los fenómenos de gentrificación y turistización que sufren cada vez más ciudades españolas, y que contribuyen, por cierto, a seguir disparando el precio de los alquileres y por tanto a precarizar aún más la vida de millones de españoles, especialmente la de los más jóvenes. (Sólo un dato más referido a la vivienda: calcula el Observatorio de la Sostenibilidad que hoy existen unos seis millones de viviendas vacías en España. Pero seguimos escuchando cantos de sirena sobre los miles de nuevas viviendas construidas y la competencia por los alquileres como síntomas de la fantástica “recuperación”.
El verano puede servir para distanciarnos del ruido de la política o del periodismo de usar y tirar. Por eso mismo es idóneo también para esquivar las trampas habituales y para abordar lecturas más detalladas, menos contaminadas, que nos permitan ir al fondo de los problemas y a la búsqueda de soluciones. La primera victoria de la manipulación (ya lo explicaba George Lakoff) es instalar un marco de debate interesado y parcial. Ocurre con Venezuela, con Cataluña, con la falsa “turismofobia”… Y vendrán más.