Democracia pixelada

2019, el 'momento Errejón'

Miguel Álvarez-Peralta

La mayoría de análisis y debates políticos que hemos leído estos días sobre Podemos venían impregnados de un tono melodramático, casi shakesperiano. Se enfocaban en personalismos y cuestiones emocionales, psicológicas. Y no es que eso no sea entretenido, pero corremos el riesgo de tapar las explicaciones políticas de fondo, de obviar las motivaciones ideológicas que permiten entender los últimos acontecimientos enmarcados en un horizonte más amplio. Y son este tipo de explicaciones las que quiero abordar en mi columna. Intento arrojar algo de luz sobre por qué Íñigo se ha dedicado desde septiembre a tratar de construir con Carmena una plataforma electoral para la Comunidad de Madrid similar a la de Teresa Rodríguez en Andalucía o Ada Colau en Barcelona. Empeño que le ha costado renunciar a su acta de diputado.

¿Qué fue de Podemos? ¿Cuándo se agotó el impulso?

Muchos de quienes hace cinco años nos habíamos volcado en construir Podemos, aunque siguiéramos inscritos, andábamos últimamente algo cabizbajos, pesimistas, siguiendo la política cada vez con más distancia y volviendo progresivamente a nuestros quehaceres habituales. Hace tiempo que ninguna encuesta anuncia nada bueno para este proyecto político. La marca y el liderazgo están muy erosionados, los errores se suceden y vemos cómo los fundadores del partido, quienes planificaron y diseñaron la operación política más interesante para el campo popular en muchas décadas, han ido cayendo o siendo relegados poco a poco. Ya no queda ninguno, o bien ocupan posiciones periféricas.

Progresivamente, el movimiento venía transformándose en una suerte de PCE 2.0 (con todo mi respeto por los PCs y su valor histórico), una estructura de partido tradicional con los círculos muy vaciados y un discurso que suena muy parecido a la conocida letanía izquierdista con que nos habíamos conocido en la adolescencia. Una combinación permanente de regañina y falta de autocrítica.

El resultado en Andalucía supuso un revés importante en varios sentidos, algunos verdaderamente preocupantes. Podemos viene normalizándose como nueva izquierda “auténtica” a la izquierda de la “falsa izquierda” oficial (a 10 puntos ya por debajo del PSOE), condenada a un eterno proceso de “acumulación de fuerzas” en espera de que llegue la crisis sistémica definitiva, o de que se le “caiga la careta” al PSOE, para tener su oportunidad. Un terreno ya muy trillado y poco fértil, un flashback de los años noventa.

Mientras, la escisión del PP a caballo ayuda a las derechas a movilizar su voto más identitario y así logran gobernar Andalucía, ejecutando una salida de la crisis regresiva y en favor de las élites. No hace falta esperar a confirmar ningún desastre. En el desastre ya estamos, aderezado eso sí con alguna buena noticia, como la subida del SMI, fruto de la famosa competencia virtuosa, pero que no da para recuperar el optimismo. Cinco años después, hacían falta de nuevo cambios sustanciosos para dejar de avanzar hacia un horizonte oscuro.

¿Toda la culpa es de los medios? ¿O se han perdido algunas claves?

En efecto, las claves que permitieron a Podemos protagonizar la intervención política más exitosa de la democracia, llegando a empatar con la segunda fuerza en sólo dos primaveras, tras una remontada histórica, están ya muy lejos de lo que es el partido actual. Nacimos como una fuerza de los de abajo contra los de arriba, del pueblo contra la “casta”, no de la izquierda “verdadera” contra el resto de partidos, llamémosles Bloque Monárquico o Bloque Constitucionalista, eso da igual. No vinimos a desenmascarar lo que ya está desenmascarado, sino a articular las múltiples expresiones de descontento para poder proyectar un camino realista común.

La identidad de Podemos se ha endurecido, y su gesto se ha ido torciendo. Al principio pusimos todo el hincapié en la apertura, en ser un espacio abierto y mantenernos en un delicado equilibrio dentro del “sentido común” popular, sin pedir a nadie carnés de procedencia. Recuerdo aquel spot electoral donde pedimos el voto explícitamente a quienes habían votado PSOE e incluso PP y luego se habían sentido estafados. Generó escozor entre la izquierda militante. Y sin embargo fue un éxito. Y así, Podemos necesitó polemizar con las tradiciones de la izquierda para poder nacer, cuando nos llamaban “tibios” y nos decían que veníamos a dividir. Pero aquella operación dio sus frutos, hoy nadie puede negarlo.

Las claves entonces fueron la amabilidad con los de abajo, con su habla y sus imaginarios vinieran de donde vinieran, y la promesa de imponer orden y justicia a los de arriba. Nuestro marco priorizaba la transversalidad ideológica, generacional, cultural, de identidades, de nacionalidades, a través de un cierto “vacío” identitario estratégico, porque hay que dejar espacio para que germine y crezca lo nuevo. En identidades muy “llenas”, sobrecargadas y terminadas (cerradas), no cabe integrar mucha diversidad, no se construye y prefigura un país nuevo. No permiten encarnar las aspiraciones de todo un pueblo afectado por la pésima gestión de la crisis. Y nuestro objetivo no era crear un partido nuevo –esa es sólo la herramienta–, ni tampoco refundar y unir a la izquierda, sino hablarle al conjunto del país. Nacimos como fuerza de todos diciendo que “la patria es la gente” –como luego empezó a hacer Pedro Sánchez, por cierto, cuando sus asesores le dijeron que era buena idea–, y que ser patriota es defender los servicios públicos en vez de lucir pulseritas mientras se ocultan cuentas en Suiza y Panamá –esto también lo dice Pedro, pero a medias–.

Por aquel entonces, Errejón era responsable de todas las campañas y dirigía la Secretaría Política. Fue autor de la campaña a las europeas y de aquella asombrosa #remontada que hoy se estudia en todas las facultades de ciencias políticas. Fue a partir de ese marco teórico que apostamos por eliminar la barrera entre el partido y la gente. Adoptamos fronteras lábiles y difusas para lograr parecernos más a España y que España se identificase más con nosotros. La izquierda pre-gramsciana, rebuscando perezosamente entre sus categorías para no tener que admitir una nueva, lo confundió con “carrillismo”. Pero funcionó, como nunca antes una irrupción política había funcionado. Logramos ofrecer un cauce electoral al cabreo popular generalizado y encarnar muchas aspiraciones de una España sedienta de horizontes. Eso nos colocó como primera fuerza en Intención Directa de Voto según el CIS, meses después de las europeas.

La historia que sigue es por todos conocida, aunque no sus intrahistorias. Íñigo se mostró partidario de una “competencia virtuosa” con Pedro Sánchez en 2016, estrategia que finalmente se adoptó en 2018, después de dos años de bandazos discursivos y de una integración electoral con IU para tratar de paliar la pérdida masiva de votos en la repetición de las elecciones generales.

Relegar de su mando al autor de aquellos análisis y propuestas iniciales por el simple hecho de haber defendido su línea política en el congreso de 2017 y por criticar el giro que se estaba produciendo (sin cuestionar la figura del Secretario General), fue un error muy grave al que muchos no lográbamos dar crédito. Nos llevó a distanciarnos de la nueva dirección, conformada por personas que ni siquiera estaban en el primer Podemos, pero que conocíamos, y que provenían de otra tradición política muy diferente, la del Partido Comunista de España.

2016, cambio de paradigma en Podemos

De aquel marco inicial queda ya muy poco. Podemos ha ofrecido una lección para las luchas populares en todo el mundo: suena bonito, pero no es cierto que los dirigentes sean fácilmente reemplazables. No basta corta-pegar ideas, los equipos humanos son importantes. El ‘errejonismo sin Errejón’ que se intentó durante 2018 no tenía mimbres que lo sostuvieran, llegaba tarde y a medias, y el número de bandazos y tropezones que permite la opinión pública es muy limitado. Si sales con un discurso diferente cada semana, el resultado lógico es que ninguno de ellos resulte confiable y tu reputación se hunda.

Hoy vemos con más desidia que enfado un estilo de mando ostentosamente autoritario y agresivo, un gesto hosco excesivamente orgulloso de su “radicalidad” y “autenticidad”, que no tolera el mínimo margen de discrepancia, y una acumulación de estridencias y giros desconcertantes: criticamos a quienes usan chaqueta pero mañana nos la ponemos, ensalzamos Vallecas pero convocamos una consulta relacionada con el traslado a Galapagar, oponemos las instituciones a la calle pero luego queremos ponerlas en valor, decimos que dar atención a Vox les alimenta pero abrimos nuestra valoración de resultados la noche electoral con una ‘alerta antifascista’, etcétera. Un sinfín de balanceos políticos, morales y estratégicos que han ido provocando que muchos de nuestros conciudadanos ni siquiera escuchen cuando Podemos habla, incluso cuando se hacen afirmaciones buenas y justas. Perdimos la centralidad.

A pesar de la sucesión de escándalos y malos resultados, hay en Podemos una estruendosa ausencia de autocrítica. La culpa siempre es de los medios, que manipulan (cuando nacimos precisamente contra esa indefensión aprendida y esa excusa), y se envía a Monedero, portavoz nunca refrendado en primarias, a pedir dimisiones en Andalucía. Se exige un nivel de adhesión tan alto que cada vez son menos quienes caben en tan estrecho corsé. No hay territorio donde el partido no tenga un incendio de grandes proporciones que no logra apaciguar. Cuando no hay una línea política clara, un estilo definido, un marco teórico y organizativo conocido, las fuerzas se desconciertan y el partido se deshilvana. Decepción tras decepción, muchos votantes y militantes se han ido distanciando, aunque sigan nominalmente inscritos. No queda nada de la ilusión del principio, y no, no se explica únicamente por desgaste mediático.

Cinco años que todavía no se han contado

Han sido cinco años emocionantes, de mucha ilusión pero también muy duros para quienes los hemos vivido desde dentro. Imagino que, como muchos, no pierdo la esperanza de tener tiempo para escribir algún día relatando esta experiencia. Para ponerla en orden y que pueda ser públicamente debatida, que extraigamos colectivamente lecciones para el futuro. Por ahora, he aceptado que el ritmo loco que nos impone la universidad moderna, enferma de “rankingnitis”, no me dará tregua como para escribir nada que no puntúe académicamente. Debo conformarme con ir resumiendo en esta columna algunas conclusiones urgentes.

Hablaré claro y sin rodeos: sólo quienes no han identificado los diferentes proyectos políticos que conviven en Podemos, quienes no han leído sus textos de cabecera, se limitan a explicar todo lo que sucede en función de cuestiones personales, ambiciones, rencillas, y reacciones emocionales en vez de políticas. Pero para quienes estudian la cuestión con un mínimo de rigor, más allá del “psicodrama” que algunos portavoces fomentan, es evidente que existen fuertes diferencias políticas entre la actual dirección política y la fundacional, de la que ya sólo quedaba Íñigo Errejón. Hay diferencias políticas enormes entre el marco teórico con que trabajaban los primeros responsables de Análisis, o de Discurso, o de Redes y los actuales. No de estilo, políticas y teóricas. Eso se ve a la legua. No es sólo cuestión de valía personal o profesional, es que son paradigmas políticos muy diferentes.

El marco inicial, forjado por Errejón y por otros que ya no están, nos hizo muy conscientes de que las inercias nos conducirían hacia repetir el rol de IU, y que necesitábamos innovar permanentemente y remar sin descanso en otros sentidos, repensando todo discurso en claves nuevas, si queríamos llegar a lugares nuevos. Está en los textos de aquellos años.

Pero el cambio de dirección y de todas las responsabilidades que se produce a partir de Vistalegre II supuso un verdadero cambio de paradigma político que acabó con ese clima innovador, y las inercias y el folklor tradicional tomaron el control del partido, que fue perdiendo iniciativa y frescura, fue dejando de sorprender. Se perdió el elemento innovador y se volvió al modelo clásico. Todo sonaba ya a repetición.

Tándem con el Ayuntamiento, gran noticia… ¿para todos?

Somos muchas y muchos quienes, sabiendo esto, teníamos la mirada puesta en Madrid 2019 como horizonte de esperanza. Sabíamos que los primeros responsables de discurso, de redes, de análisis, de campaña, de diseño, de cultura, estaban todos en ese equipo, y que las personas por desgracia no son reemplazables. Sabíamos que la fórmula original estaba allí conservada, y que la misión era muy difícil, pero también que Errejón ha demostrado la capacidad de sorprendernos políticamente una y otra vez, cuando más nos costaba encontrar caminos válidos.

Esperábamos la sorpresa, pero veíamos zancadillas. Llegamos a pensar que ciertos dirigentes de Podemos no querían dejar a Errejón hacer su propia campaña, a su manera. Los titulares que se venían produciendo, y lo que nos llegaba por distintas vías confirmaba nuestros peores temores: a ciertos dirigentes de Podemos no les interesa que Errejón pueda dar un campanazo y se pueda comparar la línea estatal con la de Madrid. Que se ponga en contraste pública y cuantificablemente la línea de los purgados con la de los purgadores. Muchos inscritos en todos los territorios verían dónde había quedado confinada la fórmula del éxito inicial. Por eso las zancadillas. Preferían que Íñigo pase sin pena ni gloria, con un estilo desleído y un resultado modesto, porque vivían su posible triunfo como una amenaza. Y así Íñigo no podría ejecutar su prioridad política: abrir el proyecto a más gente, aunque suponga enormes costes a la interna.

Que hoy Íñigo haya forjado un tándem con Carmena para extender la iniciativa Más Madrid a la Comunidad, para muchos, ha sido una enorme alegría y un chute de esperanza por varios motivos. En primer lugar, porque cierra el paso a posibles tickets de Carmena con otros pretendientes (que se dieron, no olvidemos, en la última ocasión). Pero también porque él es hoy el último representante que queda del paradigma inicial, el que aportó aquellas claves que nos sacaron de la zona de confort de la izquierda tradicional y trazaron un rumbo nuevo. Pensamos que es necesario que pueda hacer una campaña con las dos manos libres y sin palos en las ruedas.

También pensamos que hacía falta un golpe de efecto para salir del amodorramiento, el pesimismo y las inercias de partido. Si alguien creía que simplemente repitiendo la misma fórmula de 2016 se podría salir a ganar en 2019, reconozcámoslo, es un autoengaño. El corsé de los estatutos no puede ser la excusa para no innovar. En otros procesos hemos ido como Adelante Andalucía, Catalunya En Comú o En Marea, y en las municipales, las que mejor resultado dieron, con cientos de marcas diferentes. Eso nunca había sido problema. Expulsar por eso a Íñigo o decir que el de Carmena es “otro partido” es un disparate del que creo que la actual dirección de Podemos tendrá que rectificar, o será sumado a su colección de errores cuando llegue el tiempo de las explicaciones.

Presentar alguien a competir con Más Madrid en la comunidad mientras piden el voto para Más Madrid en la ciudad es una locura suicida en la que quiero pensar que no van a caer. Sería la enésima tozudez testosterónica. Es importante que Podemos, Equo, IU y otros colectivos puedan participar de una plataforma cívica lo más amplia posible, que aspire a una unidad popular por encima de sus propias siglas, abierta a la ciudadanía, que se proponga revalidar el Ayuntamiento recuperando la capacidad de regate del Podemos original contra cualquier sectarismo o inercia de partido.

Un paradigma político renace en Madrid

Carmena alaba la "alternativa política interesante" de Errejón y pone en valor la ideología "con libertad de acción"

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Pero más allá de los intríngulis de las negociaciones consustanciales a todo acuerdo electoral, lo que a mí me ilusiona del nuevo proceso es la posibilidad de volver a ver aquel paradigma en acción, de poner de nuevo a trabajar al autor de las campañas que descolocaron al bipartidismo y sus voceros, que conquistaron la centralidad del tablero generando unos niveles de apoyo nunca vistos en los partidos de la izquierda transformadora.

Se libera así de su encierro a un paradigma político que no es exactamente el de la izquierda (algunos lo llaman nacional-popular, otros gramsciano), que Íñigo representa (no sólo él) y que en España no había hecho más que comenzar a demostrar su potencial emancipador cuando se cortó abruptamente su posible despliegue y desarrollo. Esa tarea nos convoca ahora a todos y todas de nuevo.

Dice Iglesias en su carta que “Íñigo no es Carmena”, y por más que algunos la desmientan, eso es muy cierto y es la clave que explica por qué lo que vale para Carmena o Colau no se acepta en el caso de Íñigo. Él representa la posibilidad real de desplegar de nuevo ese paradigma en España, que ya no es el de Podemos y su guerra contra el Bloque Monárquico, que entronca más bien con el del 15M, con el de Colau o Carmena, con el de Alexandra Ocasio y Jeremy Corbyn. Que no es exactamente el de la izquierda tradicional, aunque haya muchas coincidencias programáticas. Este 2019 puede ser el año en que todos entendamos ya esa diferencia y no haga falta volver a explicarla, el “momento Errejón”, el año en que comprendamos qué fue lo que se perdió en Podemos, cuál fue la magia de 2014, cuando volvamos a verla funcionar. No es sólo cuestión de sacar a Messi de nuevo al campo, es volver al origen para recuperar el futuro. Hay una mayoría de cambio en Madrid y la hay en España, pero hay que moverse para articularla, no basta con seguir regañándola porque “vota mal” y se deja engañar por los medios que la manipulan. El revulsivo ya está aquí, ahora sólo hace falta que lo aprovechemos.

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