@cibermonfi

¿Aceptaría Trump una derrota electoral?

Javier Valenzuela

Creo que soy más escéptico sobre las virtudes de la democracia estadounidense que la mayoría de la clase política, periodística y universitaria española. Se debe a que, como corresponsal de El País, viví cinco años a la vera del río Potomac, en Washington D.C., donde a diario vuelan las puñaladas y los chanchullos políticos, y, muy en concreto, a que cubrí periodísticamente las elecciones presidenciales del año 2000.

Recuerden: en aquellos comicios, el demócrata Al Gore le ganó en voto popular al republicano George W. Bush en el conjunto del territorio estadounidense, pero, según el primer recuento, Bush obtuvo más papeletas en Florida, por lo que según la regla estadounidense (the winner takes all) cosechó todos los compromisarios de ese Estado y con ello la mayoría en el Colegio Electoral que termina eligiendo al presidente. Ahora bien, en la misma noche electoral florecieron las denuncias ciudadanas sobre el conteo en Florida, que, al parecer, había anulado por motivos irrisorios miles de papeletas favorables a Gore. La justicia del Estado ordenó, pues, un segundo recuento. Este fue lento y minucioso, y a medida que avanzaba recortaba la diferencia a favor de Bush y abría paso a una posible victoria de Gore en Florida y a su corolario: el triunfo presidencial del candidato del Partido Demócrata.

Aquel segundo recuento no llegó a culminarse. Fue abortado por una sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos, de mayoría conservadora. Siguiendo un patrón que en España copiaría el PP, los republicanos habían ido colocando en el Tribunal Supremo a gente muy afín desde los tiempos de Ronald Reagan. No a conservadores con juicio propio, como manda el fair play, sino a auténticos hooligans del partido de Nixon, Reagan, los Bush y, ahora, Donald Trump. La sentencia del Supremo provocó un gran escándalo, pero Gore, por aquello de la razón de Estado, la aceptó sin rechistar y renunció a encabezar una rebelión de sus partidarios.

Tal vez aquel fuera el primer gran ejemplo de lawfare, de cómo ganar en los tribunales lo que no se ha ganado en las urnas, en una democracia occidental. Y si lo traigo ahora a colación es porque me lo ha recordado la lectura del artículo de Christian Salmon, de Mediapart, que este martes reprodujo infoLibre. Cuenta Salmon que en Estados Unidos crece el sentimiento de que Trump no aceptaría una derrota en los comicios del próximo 3 de noviembre, de que se proclamaría vencedor en la misma noche electoral, sin haber esperado el fin del recuento, sobre todo el del voto por correo, y a partir de ahí se atrincheraría en la Casa Blanca. Se trataría, por supuesto, de un golpe de Estado.

'Hitler en Tánger', relato corto de Javier Valenzuela, galardonado con el Premio Café Español 2019

'Hitler en Tánger', relato corto de Javier Valenzuela, galardonado con el Premio Café Español 2019

A favor de este temor juegan no solo la propia personalidad de Trump, autoritaria y mesiánica, sino algunas de las maniobras sucias que ya ha intentado en las últimas semanas, como la de posponer los comicios de noviembre so pretexto del coronavirus y también la de anular la posibilidad de que se vote por correo. Esto segundo tiene que ver con el hecho de que esta participación postal es más utilizada por los demócratas que por los siempre más presenciales republicanos.

Las dudas sobre si Trump aceptaría una derrota electoral frente al demócrata Joe Biden también se ven alimentadas por su actitud de las últimas semanas. Se ha proclamado caudillo de los Estados Unidos de la Ley y el Orden, justificando la brutalidad policial contra ciudadanos negros y las acciones violentas de sus propios partidarios frente a manifestantes antirracistas. Está creando un ambiente guerracivilista al afirmar que él es el último baluarte del país frente a un supuesto alzamiento de radicales, anarquistas, vándalos y demás gente de mal vivir. ¿No les parece que suena a la construcción de un argumentario -Yo o el caos- que justificaría su mantenimiento en la Casa Blanca incluso en caso de perder los comicios? ¿Les extrañaría tal actitud en alguien que califica sus constantes embustes de meros “hechos alternativos”? ¿No se jactó una vez, medio en broma, medio de veras, que él podría dispararle a alguien en la Quinta Avenida sin perder el menor apoyo de sus partidarios?

Por lo demás, sí, aunque Estados Unidos, con más de seis millones de casos, lidere el ranking mundial de contagios por coronavirus, y aunque el país viva una grave crisis económica, Trump obtendrá decenas de millones de votos el próximo 3 de noviembre y no puede descartarse incluso que le gane en buena lid a Joe Biden. Las razones por las que a usted y a mí nos repugna -su exhibicionismo grotesco, su autoritarismo manifiesto, sus constantes trampas y mentiras, su machismo y racismo apenas disimulados, su negacionismo del cambio climático y la pandemia del coronavirus, su nacionalismo y belicismo extremos…- son las mismas por las que gusta a muchos norteamericanos. Solo los progres muy ingenuos desconocen el hecho de que mucha gente le teme a la libertad y prefiere ser pastoreada por una personalidad fuerte. A Trump se le pueden reprochar muchas cosas, pero es evidente que dice lo que piensa y hace lo que dice. Y eso gusta, y mucho, al amplio y profundo Estados Unidos de la Biblia y el fusil, del negocio por encima de todo y el miedo al diferente.

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