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República Federal Ibérica

Javier Valenzuela nueva.

Es curioso que uno de los pocos intelectuales españoles que han sabido preservar el espíritu crítico de su juventud pasados los sesenta, los setenta y hasta los ochenta años de edad naciera en Dublín, la capital de Irlanda. Me refiero, claro, a Ian Gibson, que no es sólo uno de los mejores hispanistas de nuestro tiempo, sino también todo un intelectual español. Intelectual en el sentido que le dieron a esta palabra Voltaire, Zola o Camus, el de un autor que no se limita a producir su obra en un castillo de marfil, sino que se implica en los combates ciudadanos de su tiempo. Y español no solo porque tiene nuestra nacionalidad desde 1984, sino porque ama con pasión las tierras de España, cuya historia reciente cuenta para evitar que se repitan sus errores.

“Ya es hora de que los españoles puedan decidir entre monarquía o república”, ha dicho Gibson en una entrevista con infoLibre. Hora, al menos, añadiría yo, de que podamos hablar civilizadamente de ello, sin que nadie se rasgue las vestiduras o sueñe en chats con fusilamientos masivos. ¿Por qué no puede ponerse en cuestión una jefatura de Estado hereditaria, vitalicia e irresponsable? ¿Por qué tiene que aceptarse que este asunto fue decidido de una vez por todas hace más de cuarenta años? ¿Por qué no puede observarse que los Borbones provocan hoy muchos más problemas que los que resuelven? ¿Por qué tiene que asociarse la república al desorden cuando es el sistema de Francia, Alemania, Irlanda o Estados Unidos?

En la entrevista, María Granizo señala que el ya octogenario Gibson sigue caminando por la vida machadianamente ligero de equipaje. Me parece una fórmula muy acertada. Gibson no cree que cualquier tiempo pasado fue mejor, por eso sigue abierto al viaje y la aventura. Es una actitud que contrasta con la de tantos intelectuales españoles, instalados en el inmovilismo, el conformismo, el conservadurismo. Son esos intelectuales que han envejecido mal ética e intelectualmente, que, en todos y cada uno de los debates patrios, satanizan a los que proponen cambios, reformas y novedades, que siempre están a favor de la sacralidad de la monarquía, la Constitución del 78, la actuación policial y las sentencias judiciales.

Gibson anda ahora promocionando su último libro, Hacia la República Federal Ibérica (editorial Espasa). Esta fórmula, piensa el autor residente en Lavapiés, sería la más ajustada a la hermosa pluralidad de la Península Ibérica, podría servir de solución a no pocos de los conflictos territoriales españoles y tendría, además, el plus portugués, el plus del sosiego y el diálogo que aportarían nuestros vecinos y parientes lusos. El iberismo, propuesto antes por Pessoa, Miguel de Unamuno, los anarquistas de la FAI y el premio Nobel Saramago, entre otros, tiene mucha más miga de lo que parece.

Ya me parece escuchar, sin embargo, a los que de antemano, sin haberle dado la menor oportunidad, ni tan siquiera mental, van a tildar al iberismo de sueño, ideal o utopía. Sí, puede que sea un sueño, ¿y qué? Si los intelectuales no proponen horizontes hacia los que caminar, ¿para qué sirven? ¿Tan sólo para cobrar derechos de autor, ganar premios institucionales y picotear en saraos palaciegos?

Admiro a Gibson desde mi juventud. Nacido y criado en una Granada franquista en la que no podía pronunciarse en voz alta el nombre de Federico García Lorca, admiro la valentía y el rigor con que investigó en esa ciudad y en los años 1960 el asesinato del poeta, y me encanta que ahora se emocione escuchando el disco Enlorquecido de su amigo Miguel Poveda. De Gibson aprecio también sus trabajos sobre Dalí, Buñuel y Antonio Machado, y su incombustible antifascismo (¿cómo puede alguien pretenderse demócrata sin serlo?). Y, por supuesto, su coincidencia con Camus al proclamar la verdad y la libertad como valores supremos.

He tenido el gusto de coincidir con él en alguna que otra ocasión. Es un tipo cordial y simpático, en el que sigue ardiendo la llama de la rebeldía contra las injusticias. Le entrevisté para tintaLibre un día de mayo de 2017 con motivo de la publicación de su libro Aventuras ibéricas. Antes de que conversáramos tranquilamente sobre el libro, Gibson me propuso que le acompañara a un mitin de Pedro Sánchez, que entonces competía en primarias por el liderazgo del PSOE. Gibson prefería la insurrección que entonces encarnaba Sánchez al conservadurismo representado por Susana Díaz y sus apoyos de la vieja guardia felipista, el aparato del partido y las baronías regionales. Muchos asistentes al mitin le saludaron con afecto.

En aquella mañana que pasamos juntos, Gibson defendió la decencia y el civismo como normas básicas de la vida en común, y despotricó de aquello que, en su opinión, afeaba la hermosura de las Españas, en particular, el ruido, la corrupción, la destrucción del patrimonio cultural y natural, la incapacidad para escuchar al otro y la falta de piedad con los vencidos en la Guerra Civil. La reconciliación de los españoles no se completaría hasta que los republicanos asesinados por el franquismo y enterrados en las cunetas tuvieran una digna sepultura, dijo.

Gibson jamás diría esas barbaridades que ahora tenemos que escuchar con frecuencia a políticos y tertulianos, barbaridades del tipo de que si propones una mejor democracia o una sociedad más justa eres un antipatriota. Es de los que piensan que el amor a algo o a alguien implica que desees intensamente su progreso.

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