Ultreia
Un Gobierno sin bandos
Pedro Sánchez salió muy contento del último Comité Federal, el primero totalmente presencial en mucho tiempo. Faltaba exactamente una semana para que el presidente diera un golpe al tablero y revolucionara el Gobierno y su guardia de corps. En otras épocas, evocar siquiera esas dos palabras (Co-mi-té Fe-de-ral) generaba escalofríos en propios y extraños.
Sánchez no esperaba sobresaltos (era una reunión de trámite), pero por primera vez en mucho tiempo sintió el alivio de constatar la total ausencia de fisuras. Susana Díaz, en otras épocas su némesis particular, ya no era un factor en los equilibrios de poder socialista. La decisión de los indultos, de alto voltaje y hondo calado, había sido asumida sin sobresaltos por el conjunto del partido. Hasta 23 dirigentes tomaron la palabra para lanzar en su inmensa mayoría palabras en positivo y de confianza en el futuro.
Con el partido bajo control y tras superar una larga carrera de obstáculos orgánicos y políticos, entre ellos la peor pandemia en un siglo, Sánchez concluyó que era su momento. Esta vez, se cumplió el tópico de las crisis de gobierno que dice que los presidentes buscan ganar peso político. Y el peso político del Gobierno, al menos el que decide Sánchez, es el PSOE. El PSOE es la identidad tras los trascendentales cambios en el Ejecutivo. El PSOE tal y como lo entiende Sánchez, claro, que es quien lleva la batuta. En otoño se verá.
Un Gobierno amable. Sánchez piensa no en los equilibrios actuales sino en las elecciones futuras. En ellas necesitará para competir a un PSOE renovado, en positivo, más joven y más feminista. Que rinda cuentas y no sólo pare los golpes sino que defienda orgulloso su gestión. Algunos pesos pesados del Ejecutivo, que tanto ayudaron a Sánchez cuando más solo estaba, acusaban un serio desgaste. Es el caso de Carmen Calvo y José Luis Ábalos. La erosión afectaba menos gravemente a Juan Carlos Campo e Isabel Celaá. No es hora de demostrar que el Gobierno puede hacer (eso fue 2018) sino que puede seducir. Como escribe José Miguel Contreras, la comunicación y la imagen han pesado en la decisión. La importancia y popularidad de políticas como Yolanda Díaz, Mónica García o incluso Isabel Díaz Ayuso es una señal. Renovarse o sufrir.
Pedristas, patxistas y susanistas. El verano de 2021 marca, con la marcha de Susana Díaz y los cambios en el Gobierno, el fin de una era de discordia que ha durado más de un lustro. La nueva ministra portavoz, Isabel Rodríguez, apoyó a Patxi López (como el nuevo jefe del gabinete presidencial, Óscar López, o el responsable de la maquinaria parlamentaria, Rafael Simancas). La nueva ministra de Educación, Pilar Alegría, fue la portavoz de la campaña de primarias de Susana Díaz, a quien también apoyó (entonces con baja implicación orgánica) María Jesús Montero. Ya no hay bandos en el PSOE y Sánchez ha recompuesto su relación con compañeros de partido (no todas las paces son públicas) a los que se enfrentó agriamente hace años.
Renovación territorial. A nadie se le escapa que el cambio general es, también, una oportunidad para probar nuevos liderazgos que, en un momento dado, pudieran desembarcar en federaciones de barones políticamente longevos. Desde este momento, Isabel Rodríguez se convierte en una posibilidad para suceder a García Page (que a principios de la legislatura cambió la ley autonómica para poder optar a otro mandato). Pilar Llop (Justicia) o Félix Bolaños (Presidencia) verán reforzado su peso en un Madrid que sigue deshojando la margarita. Pilar Alegría (Educación) podría optar a suceder a Javier Lambán en Aragón. Raquel Sánchez (Transportes) y Diana Morant (Ciencia) también empezarán a ocupar titulares en Cataluña y la Comunitat Valenciana, respectivamente.
Redondo entró papa y salió... seglar. Hasta bien entrada la semana, Iván Redondo pensaba que sería el próximo ministro de la Presidencia y Relaciones con las Cortes. Llegó a reunir a su equipo más cercano para comunicárselo. Ni por asomo dejó entrever en sus interlocutores desgaste o incomodidad por su permanencia en el Gobierno. Al revés, se preparaba para acumular más poder y, muy importante, más peso político propio con presencia constante en los medios. Si hace tiempo coqueteó con la idea de volver a la empresa privada tras el éxito de hacer presidente a Sánchez, ese momento había pasado. La salida de Carmen Calvo (el nexo con el Parlamento) podía abrir para él la puerta a una nueva y estimulante etapa.
Una colección de errores de comunicación y gestión del núcleo de poder de la Moncloa, percibidos con creciente inquietud por Sánchez, acabaron por decantar la balanza. Ya que el presidente iba a prescindir de Calvo y Ábalos, no podía coronar a Redondo. Que esa fuese la lectura de toda la operación habría enturbiado sus objetivos. El PSOE lo celebra.
Poder, sí. Juego de Tronos, noJuego de Tronos. Félix Bolaños será el nuevo coordinador político del Ejecutivo como ministro de la Presidencia y de Relaciones con las Cortes. De nuevo, una opción de partido, pero ya con sobrados galones en la gestión de expedientes complejos. Se impone la seriedad y la discreción, que son dos formas de lealtad que Sánchez valora en su equipo más cercano. Él será el vínculo con el Congreso, donde el PSOE tendrá pronto importantes pruebas que superar, y sucederá a Calvo en la preparación de los Consejos de Ministros. Por ver está la coordinación con el nuevo jefe de gabinete, Óscar López, otro hombre de partido con experiencia y capacidad, bien valorado en las filas socialistas.
Calviño gana peso. No hay ningún cambio en el equipo económico que coordina la ya vicepresidenta primera, que no gana competencias pero sí se ve reforzada al no sufrir ni un rasguño. Sánchez ve en Nadia Calviño una garantía de estabilidad como interlocutora en Bruselas, algo que es más importante que nunca con unos fondos europeos que tienen que andamiar la recuperación y con una derecha a la ofensiva en Europa. Confirmar a Calviño, Escrivá, Maroto y reforzar a María Jesús Montero (que pierde la portavocía pero gana Función Pública) también es un toque a Yolanda Díaz y a Unidas Podemos. Calviño, que tan poco gusta a los morados, no se va a ninguna parte.
Cambios en comunicación. La gestión comunicativa del Gobierno tendrá que cambiar. Es inevitable y podría haber novedades en cuestión de días o (pocas) semanas. La marcha de Iván Redondo deja al descubierto un amplio margen para gestionar la estrategia comunicativa (el mensaje) y, no menos importante, el día a día de la relación con los periodistas. Pero también hay recorrido en digitalización, modernización de la manera de comunicar y la coordinación de los Ministerios.