Plaza Pública
Voces que nos separan
Joan Manuel Serrat confesaba el lunes en una entrevista que durante estos meses le costaba desconectarse porque, a veces, las voces eran tan agrias que ni cerrando las puertas podía evitar escucharlas. Lamentaba el cantautor la mezquindad de algunos y agradecía a quienes habían obrado con responsabilidad, añadiendo: "De los otros diré que no esperaba otra cosa".
Es verdaderamente decepcionante descubrir que es un vano empeño aguardar un pensamiento generoso o una mano tendida en una serie de políticos que en los momentos más difíciles se han dedicado a criticar, a difamar y a insultar con fruición.
Cuando el Gobierno decretó el estado de alarma, las voces en contra convirtieron el hemiciclo del Congreso en un auténtico gallinero, llegando a acusar a Pedro Sánchez de recentralizar el país e incluso de dictador en la tercera prórroga, creo recordar. Ahora que las Comunidades Autónomas gestionan la pandemia con plenas atribuciones y con mayor o menor acierto, se viene encima el rumor de esas voces, que dice Serrat, ácidas y ponzoñosas, que imputan responsabilidad, de nuevo, al Ejecutivo. ¿Por qué? Ni más ni menos que por no apuntarse un fracaso. Su lema es: siempre la culpa es de los otros porque nosotros nunca nos equivocamos. He ahí al secretario general del PP, Teodoro García Egea aseverando: "El caos del mando único está llegando a los rebrotes".
Como es obvio, que la gestión sea de las Comunidades no resulta relevante. Todo es culpa del Gobierno y de Pedro Sánchez, que lo ha hecho pésimo. Aun así, inexplicablemente, Pablo Casado reclama el retorno a un mando único que coordine a las Comunidades. Curioso, por no decir contradictorio. Pero hay más. Este mando único no debe retomarse volviendo al estado de alarma, sino con reformas legales referidas a leyes de los años 80 que permitan limitar derechos fundamentales. En resumen, una mezcla de quítame este engorro de encima, pero que todo el mundo sepa que lo haces mal y sin apearme ahora de mi "no" al estado de alarma. Es para la risa, pero a mí me produce pena y me preocupa, porque nos enfrentamos a algo muy serio.
Se sigue echando de menos, no ya a una oposición responsable, tema nunca suficientemente reivindicado, sino a unos políticos que se centren en la gestión de los gravísimos problemas a los que nos enfrentamos. No es fácil afrontar una crisis como esta, ni en España ni en ningún lugar del mundo, pero creo que nos empieza a irritar el fomento de la crispación y sería bueno comenzar a ver ofertas que tengan como fin resolver los obstáculos con talante práctico e imaginativo.
Críticas de la derecha en la UE
El turismo es vital para el PIB de muchos países europeos, y para España en particular; esta actividad ahora está en crisis y más si cabe, tras la cuarentena impuesta por el Reino Unido para quienes provengan de cualquier punto del territorio español. Y, como estamos en crisis, dentro de todo lo malo hay que sacar fuerzas de flaqueza y aprovechar el momento para revisar nuestro modelo turístico y hacer las enmiendas que correspondan, no solo en términos de rentabilidad, sino sobre todo de sostenibilidad. Una de las revistas de los profesionales del sector, Hosteltur, planteaba ya por febrero de 2018 el alcance del problema que ha llevado a diferentes capitales europeas a abordar medidas de contención y citaba casos como ejemplos el de Islas Galápagos, incluida en la lista de peligro de la UNESCO, que ha establecido cuotas para los visitantes, o Dubrovnic, capital croata cuyo alcalde se comprometió a reducir drásticamente el número de visitas. Limitaciones en las llegadas, subidas de impuestos, tarifas en función de segmentos horarios para evitar aglomeraciones… Son algunas de las acciones que las ciudades preferidas por el turista empiezan a abordar como método de contención.
No parece suficiente. En abril de este año, en pleno confinamiento, el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC en inglés) advertía de pérdidas millonarias e incluso billonarias, si la parálisis se mantiene hasta que el año concluya.
Da la impresión de que, aun cuando los síntomas vienen de atrás y la pandemia lleva ya varios meses atacando a la salud y a la economía, en los territorios se mantiene un letargo para nada positivo, a la espera de lo que pueda llegar. Como ha pasado con la Comunidad de Madrid, hasta que por fin se dio cuenta de que no puede seguir al tran tran de los rebotes, reclamando a los jóvenes responsabilidad y acusando a Barajas —gobierno central— como origen de todos los males con pocos datos y menos argumentos y tuvo que imponer medidas como la mascarilla obligatoria. O, pongo por caso: ¿puede el president de Catalunya continuar anunciando sus ilusiones prioritarias de independencia con la enfermedad descontrolada y en la fase de transmisión comunitaria?
Y ¿puede la oposición expresar su rechazo a la aprobación de los presupuestos en un momento en que gobiernos regionales y locales están a la pugna por la distribución de los fondos de Bruselas? No tendría nada de particular, tras su negativa a la aprobación de las medidas sociales del pacto de reconstrucción, con evidente desprecio a la situación de las familias españolas y en particular de las más vulnerables, por cierto, jactándose el PP de haber hecho morder el polvo al Ejecutivo.
En esta crisis con Gran Bretaña, habría que calibrar qué peso ha tenido la acción de la derecha española en Europa, insistiendo con tenacidad en la “mala gestión” del ejecutivo de Pedro Sánchez contra la pandemia y poniendo todas las piedras posibles a la tarea del equipo de gobierno para conseguir los fondos necesarios para paliar esta crisis y salir adelante.
No se puede estar continuamente presentando ante el mundo una mala imagen de tu país y después rasgarte las vestiduras cuando los vecinos cogen miedo y rechazan visitarte. ¿Qué clase de patriotas son estos que actúan en contra de los intereses de España y de los españoles? Los empresarios y trabajadores del sector turístico deberían pedir explicaciones a Pablo Casado por su eficaz campaña europea de desprestigio y por asegurar que el control de la enfermedad era en España un desastre. Aquellos polvos que sembró el PP han contribuido a traer estos nefastos lodos.
Sobre el turismo masivo
En una etapa anterior que ahora parece remota, en Barcelona, colectivos contra el turismo masivo reclamaban un modelo sostenible. Los que protestaban ponían el acento en el daño que las grandes masas, sin orden ni concierto, provocan a la ciudad, recordando además el negativo impacto medioambiental.
Estamos viviendo ahora una auténtica situación de emergencia para el sector turístico dependiente de las visitas desde el extranjero, y en particular en el caso de Reino Unido. Es indudable que a Boris Johnson le viene bien la ofensiva contra el vecino, porque así el dinero de los turistas británicos se queda en casa y además consigue distraer la atención de su propia mala gestión contra la pandemia. Pero también hay que reconocer que dependemos en exceso del turismo.
¿Por qué no se han ido planteando otro tipo de alternativas a este turismo exagerado en la cantidad y de dudosa calidad? Este es el preciso momento de hacerlo. Leía anteayer este mensaje en las redes sociales: "Que dicen los ingleses que hasta que España no sea un lugar seguro, no van a venir a saltar por los balcones". Bromas aparte, hay una base real en tal ironía. No parece razonable que estemos viendo a tantos turistas convertir las calles de muchas ciudades emblemáticas en lugares de borrachera permanente sin que hayamos tomado medidas efectivas. Sin duda hay fórmulas para que el turismo sea diferente. Tenemos profesionales y expertos que pueden fomentar un turismo que valore nuestra cultura, gastronomía y nuestro entorno natural, y que pueda conciliar el cuidado del medioambiente con ofertas que permitan nuevos métodos de trabajo, un impulso para la economía y unos escenarios de ocio que sean atractivos y permitan escalonar la llegada de visitantes, dando además respuesta y nuevas posibilidades a las propuestas convencionales.
Portugal, que nos lleva ventaja en muchas cosas, se encuentra en la misma lista británica de apestados en la que se incluye a España. No sé qué camino buscarán nuestros vecinos para sortear este enorme problema, de gran relieve en la zona del Algarve, pero sí me consta que ya han encontrado soluciones para los apartamentos turísticos. El ayuntamiento de Lisboa, ciudad donde se ubican 20.000 alojamientos de este tipo que se ven a causa del covid-19 con una ocupación de apenas el 5%, ha iniciado un programa de reconversión en vivienda social alquilando un millar de pisos para proporcionar techo a quienes lo necesitan y no pueden conseguirlo con facilidad.
Se trata en estos momentos de innovar, de buscar salidas diferentes y apagar esas voces ácidas de las que habla Serrat y que nos separan. Lo expresó muy bien la filósofa y catedrática Adela Cortina: "…es letal atizar la polarización y el conflicto para ganar votos, instrumentalizar incluso la dolorosa pandemia para destruir adversarios, dar informaciones sesgadas que falsean la realidad. Es momento, como siempre, pero todavía más, de apostar por la verdad que une y librarse de la ideología que separa, entendido el término en su sentido más clásico, como esa visión deformante de la realidad con la que juegan los poderosos".
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Baltasar Garzón es jurista y presidente de FIBGAR