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Matones parlamentarios

El líder de Vox, Santiago Abascal, este miércoles en el Congreso durante el debate de la moción de censura.

A los que abusan de los demás se les ha llamado siempre matones. Abusar significa aprovecharse de forma excesiva de una persona, o de una facultad o de una cualidad de alguien en beneficio propio. Con demasiada frecuencia vemos a individuos e individuas que, haciendo gala de su presunta fortaleza, de su situación preeminente o del arrope que su grupo le concede, atacan con preferencia al débil, al que no se puede defender, para dejar claro su ficticio poderío. Esa arrogancia, cuando se da entre rivales en iguales condiciones, suele ser desagradable, pero al menos las fuerzas pueden estar equilibradas, si bien estos matones acostumbran a buscar puntos flacos que el respeto evitaría agredir y machacan sobre ellos sin recibir la oportuna respuesta por prudencia o decoro.

En la política pasa esto cada vez con mayor frecuencia, sobre todo cuando algunos partidos en la oposición se desentienden de sus obligaciones y se dedican a disputarse el espacio de poder. Mantienen, de una manera sorda, una lucha desesperada y sucia con excesiva frecuencia, en su particular juego de tronos en el que sus miembros, actores principales, olvidan que se deben a los ciudadanos a quienes tratan poco menos que como extras prescindibles en la película que creen estar protagonizando.

En otras ocasiones, saturados de suficiencia por su credencial de diputados o diputadas, senadores o senadoras, o aspirantes a dirigir el país ni más ni menos, maltratan de palabra a ciudadanos ajenos al rol parlamentario que por su condición, no pueden defenderse. Vemos que cada vez en más ocasiones, un político salta sobre las normas y ataca a un ciudadano particular o institucional o referente de otra instancia del Estado que se encuentra, por tanto, en inferioridad de condiciones al no contar con la misma protección ni con la misma tribuna desde donde responder. Entonces, ese político está afectando no solo al respeto fundamental que debe a quien está obligado a servir, sino que además ejerce mal su poder y denigra a la democracia gracias a la que ha obtenido su cargo.

Caza de brujas

Es vergonzoso asistir al “espectáculo” que últimamente se desarrolla en el Parlamento y en el que determinados representantes parlamentarios atacan sin ningún pudor a personas que no son políticas, que no pueden contestar de la misma forma, haciendo mal uso de la prevalencia de su inmunidad parlamentaria y transformándola en impunidad grosera. Cuando esos ataques incluyen además la crítica a asuntos personales, que en ningún caso interesan más que a quien o a quienes afectan, o por razón de género, el hemiciclo se torna en un salón de cotilleo propio de gente ordinaria e inculta.

En ese “todo vale” se enmarca la caza de brujas que la derecha despliega con la ayuda de determinados medios de comunicación que buscan asestar golpes y aniquilar a personas que les estorban, que pueden suponer un riesgo o a las que directamente temen. Crean dimensiones inexistentes y les achacan los males que construyen en sus argumentarios espurios, orquestados para crear una atmósfera de opinión lesiva para el otro, auténticos bulos en la mayoría de las ocasiones que atentan contra la fama y el honor de gente inocente.

Esperanza, impaciencia y revolución

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En el momento en que las ideas generadas en ese ambiente se trasladan al medio impreso o digital, se hace una montaña de la mentira, apoyada en la veneración exagerada de las supuestas fuentes, siempre anónimas, que se callan celosamente porque –en demasiadas ocasiones– ocultan a un personaje público con malas intenciones, a un funcionario empeñado en hundir a otro o, simplemente, son inexistentes. La información se suma a una ceremonia de confusión en la que lo que prima es la opinión que obvia la veracidad y a la que también se traslada ese atentado a la fama que se hace jirones para aniquilar a la víctima y neutralizarla para siempre.

A estas malas prácticas se añaden quienes utilizan la Ley como ariete para destruir la verdad o convertirla en una parodia. En sus discursos, se les llena la boca de la palabra Justicia cuando les interesa. Desconfíen, cuanto más señalen a otros, cuantos más golpes de pecho se den en defensa de la libertad de expresión, la legalidad, la Constitución o la bandera: Es entonces cuando más mezquindad subyace en sus intenciones y cuando con peor encono señalarán al inocente que pone por delante la vocación de servicio y no se deja llevar por los cantos de sirena de aquellos que buscan el propio beneficio. Estas gentes son abusadoras del bien común, matones parlamentarios que confunden el honor de haber sido elegidos por la ciudadanía, con el “derecho” a arrojar porquería sobre quien les parezca. La política no se puede solucionar en el barro.

Baltasar Garzón es jurista y presidente de Fibgar.Fibgar

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