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¿A quién pertenecen las revoluciones?

Fotografía que muestra un cartel de propaganda política del candidato presidencial Andrés Araúz en Quito (Ecuador)

La revolución es un concepto que cuenta con diversas definiciones de sentido muy diferente y variado. La idea básica y clásica es la del "cambio violento y radical en las instituciones políticas de una sociedad". Se suele poner de ejemplo la revolución francesa. Lo interesante es saber cuál es el resultado tras esa acción habitualmente cruenta. Resultado que no es el mismo en la inmediatez de la acción revolucionaria y en el devenir posterior de esta y en sus consecuencias. En ocasiones sirve para quitarse de encima un régimen caduco y anclado en la corrupción y en la desigualdad. Sucede cuando tiene su origen en el descontento y en la desesperanza y los ciudadanos no pueden más.

Otras veces, esa acción brusca, cruenta o incruenta, es en realidad un golpe de Estado, incluso desde el propio Estado –verbigracia el sorprendente caso de Turquía- que no transforma para bien el tejido social, sino que puede incluso implantar mayores restricciones y condenas generalizadas a través de un poder judicial sumiso contra quienes defendían las libertades pérdidas.

La revolución más clara, transparente y directa es la que permiten las urnas. Votar supone revolucionar lo vigente, abriendo la puerta a la realidad del cambio, el que cada cual entienda como necesario y mejor se acomode a su pensamiento. Las elecciones son el camino por el que circulan la libertad y la democracia. Escribo estas líneas desde Quito, Ecuador, donde he acudido con el Grupo de Puebla como observador internacional en la segunda vuelta de los comicios de este domingo 11 de abril, y, a pocas horas de conocer los resultados de una elección histórica, no solo para este país sino para toda la región suramericana, en la que ya empieza a respirarse el cambio profundo entre dos modelos absolutamente diferenciados, uno neoliberal y caduco y otro plurinacional y progresista. Desde este puesto privilegiado, he admirado la resolución de los ecuatorianos para revolucionar el país con su voto en un momento especialmente duro, con cifras galopantes de muertes y contagios, los hospitales bordeando el colapso, colas inmensas para obtener la vacuna, y una administración desastrosa, alejada de lo que debe ser el verdadero servicio público para los ciudadanos y las ciudadanas.

Aquí, los candidatos han dado explicaciones sobre lo que pretenden hacer por los casi 17 millones y medio de habitantes de este país, que cuenta con una intensa población indígena, auténtica piedra de toque en estos comicios por su división en cuanto a la opción política elegida. Ecuador, como he dicho, se planteaba la opción progresista en la persona de Andrés Arauz, economista, considerado hombre del expresidente Rafael Correa y que representa lo nuevo sin renunciar a los logros que, en su día, obtuvo la Revolución Ciudadana. Enfrente, el banquero y empresario Guillermo Lasso, en nombre de las corrientes más conservadoras de la derecha que han fracasado de la mano del presidente saliente Lenin Moreno quien, a lo más que aspira ya, es a obtener el reconocimiento, al final de su triste mandato, del 15% de la población. Pobre bagaje para aquel que dispuso de todos los poderes a fin de que prosperara la República y los destruyó, especialmente el judicial.

Desde arriba

Por tanto, se demuestra que según quien resulte triunfador en unos comicios se puede hacer efectiva una segunda interpretación de lo que es la revolución como "cambio brusco en el ámbito social, económico o moral de una sociedad". Cierto, porque es muy diferente abrir la puerta a que las fuerzas económicas decidan el futuro de un país en función de sus intereses, o que prime el bienestar social como política de un Gobierno. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, tiene esa visión de urgencia para revolucionar la vida cotidiana y esta semana anunció dos medidas. Una, para abordar el control sobre las armas de fuego, imprescindible cuando la crispación ha crecido en su país y la violencia se traduce en continuos tiroteos con resultado de muertes. La otra, un plan de dos billones de dólares -cifra inimaginable- para la construcción de infraestructuras, y la incidencia en cambios que deben revertir la desigualdad racial estructural entre otros aspectos básicos y urgentes. Es decir, la revolución viene aquí de manera positiva, desde arriba, para paliar los efectos del nefasto mandato de Donald Trump. Lo cierto es que, respecto de Suramérica, no esta nada claro que la política de tutelaje norteamericana vaya a cambiar hacia una relación de igual a igual, como pretende esta nueva visión renovadora.

Se entiende también por revolución "el cambio radical en la manera de tratarse o hacerse algo, o cosa que supone ese cambio". En este punto, pongo por caso la capacidad de crear vacunas y su aplicación mundial como método para hacer frente a la pandemia. Sin duda, tras un año de cifras nefastas y dolor, la revolución en cada habitante del planeta se centra en la posibilidad de recibir la poción mágica que recorrerá nuestras venas haciéndonos resistentes a la enfermedad. Tan es así que les cuento lo sucedido en Ecuador: el día 8 tomo posesión el sexto ministro de Sanidad del Gobierno de Lenin Moreno, después de que su antecesor cesara con apenas 19 días en el cargo, tras el escándalo de contemplar a miles de ancianos aguantando de pie siete horas de cola en la calle a la espera de ser inmunizados. Aquí, la verdadera revolución la realizarían quienes consiguieran la liberalización de patentes de las farmacéuticas. Poder al alcance de todos, comenzando por los más vulnerables que no podrán alcanzar la inmunización, seria una acción tan revolucionaria como inalcanzable. A pesar de ello, es una lucha que merece la pena mantener.

Provocación

Da mucho más de sí la idea de revolución. Se puede interpretar además como "desorden o alboroto producido por un gran número de personas". Cierto. Hay actos que, de forma casual o plenamente intencionada, remueven situaciones para bien o para mal. O, en todo caso, se convierten en temas de conversación insistente. Leo que, en la campaña electoral decidida por la presidenta de la comunidad madrileña de forma sorpresiva, la formación política Vox decidió realizar un acto en el barrio obrero de Vallecas. Por supuesto, cualquier partido político está en su derecho de llevar a cabo su propaganda donde considere, si bien es sabido que la ultraderecha considera la provocación como el medio que transporta el mensaje.

Un conflicto vale más que mil palabras, tiene más eficacia y permite echar la culpa al de enfrente. Aunque, pensemos: ¿a qué va Vox a Vallecas? O, mejor aún: ¿Cuándo se ha preocupado Vox por Vallecas? Como el diálogo no es su fuerte, en cuanto vieron la ocasión de tener alguien enfrente, dejaron fluir los acontecimientos con alguna ayuda. Finalmente, la culpa era de Podemos, del gobierno de Sánchez, del maestro armero… En su revolución particular socavando el sistema democrático, la ultraderecha consigue más propaganda con un par de actos de este estilo beligerante, que intentando convencer de manera pacífica.

Por supuesto, el Partido Popular sigue el juego dentro del teatro de la diferenciación que practican. Demasiado se ve el plumero de un PP sometido a Vox, hijo pródigo y estrella de los objetivos de José María Aznar y su derecha más dura, en los que Miguel Ángel Rodríguez es el profeta, e Isabel Ayuso la comparsa necesaria. Ya saben la frase de la genial película Amanece que no es poco de José Luis Cuerda, que suele referir con ironía mi amigo el periodista Antonio Guerrero: "Todos somos contingentes, pero tu eres necesario". Eso es lo que en el ínterin recibe el líder de la extrema derecha Santiago Abascal, que se viste con la soberbia del gallo que controla el gallinero.

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La revolución es también "el movimiento de un cuerpo que describe una trayectoria cerrada alrededor de otro cuerpo, de un centro o alrededor de su eje". Esta definición me gusta porque creo que se acopla a lo que cada uno debe llevar a cabo con su propia vida. La revolución está en suma en uno mismo, en la capacidad de renovarse dentro de lo cotidiano, aun cuando las condiciones para el cambio parezcan inasumibles. No se puede esperar de los demás que procedan a la transformación, sino que es la propia actitud a la que se suman otros, lo que hace posible la evolución y la reforma. Desde el interior de cada cual, la fuerza que emerge es la que acompañará a el esfuerzo revolucionario de cambiar las cosas en el día a día, participando, interviniendo en el curso de los acontecimientos, erradicando la indiferencia y la abulia que nos conduce a una especie de parálisis persistente y que puede desembocar en una nueva forma de involución anímica que secuestre el futuro y la esperanza.

Al final, si no se da ese salto personal ¿qué ocurre con las revoluciones? ¿Quién las reivindica? Lo resumo en esta frase de Stefan Zweig en su obra Fouché. Retrato de un hombre político: "Una revolución no pertenece nunca al primero que la empieza, sino siempre al último, al que la termina y se la queda como un botín".

Baltasar Garzón es jurista y presidente de Fibgar

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