Comunicación política
El acoso y derribo en política
La estrategia de abierta confrontación política “a cara de perro” no es nueva en España, ni en el mundo. A partir de la década de los 80 empezaron a extenderse en diferentes países, con Estados Unidos siempre a la cabeza. Las campañas negativas basadas en la destrucción del rival se fueron confirmando como más eficaces que aquellas apoyadas en la construcción en positivo de la imagen propia. La oposición firme, continuada y absoluta en cuantos frentes puedan abrirse supone una decisión estratégica que tiene siempre posibles ventajas, aunque supone asumir grandes riesgos.
En la actualidad, en España, la aparición de Vox como fuerza nacionalpopulista a imagen y semejanza de otros movimientos similares que se extienden en el mundo ha cambiado en buena medida las reglas de juego. El Partido Popular vive una crisis de identidad evidente que le está llevando a una sucesión de actuaciones erráticas difíciles de interpretar desde una perspectiva académica. Es pública y notoria la pugna cotidiana interna entre moderación y extremismo. Por un lado, los menos, defienden una estrategia basada en la búsqueda del centro y la moderación para intentar recuperar amplias mayorías de voto y aislar en el radicalismo a Vox. Por contra, la línea imperante plantea una oposición radical que cumpla dos objetivos: convertir a Vox en una fuerza innecesaria e ineficaz y en acabar como sea con el gobierno. Bajo esta concepción, la labor destructiva, incitadora y abrasiva es incesante.
Los partidos decidieron estrategias diferentes
La sorpresiva aparición de la pandemia no sólo ha tenido consecuencias en las políticas sanitarias y un devastador impacto económico. También ha afectado a la estrategia de los diferentes partidos. El gobierno recurrió a la más evidente, la misma que han empleado todos los gobiernos afectados por la emergencia. Envuelto en su papel institucional, pidió la unidad de todos y se resguardó en la lucha denodada contra el virus. El resto de la actividad política desapareció de su agenda. Para los partidos de la oposición, la disyuntiva tenía su complejidad. Si respaldaban al gobierno, temían que acabaran por reforzarlo. Si se enfrentaban a quien lideraba la lucha contra el virus corrían el peligro de aparecer como formaciones irresponsables, insolidarias y ajenas a los intereses de la nación. Vox no lo dudó y decidió mantenerse en su guerra de guerrillas cotidiana. Ciudadanos aprovechó la situación para alejarse del Trío de Colón y trasladar su campo de acción al territorio de la moderación en el centro político. El PP no tardó en decidir su posición.
Posiblemente, el PP sea esclavo de una decisión apresurada tomada ante la fulgurante aparición de la crisis. El hecho de que España fuera durante las primeras semanas el país más castigado por la pandemia del mundo le llevó a pensar que estábamos ante un caso especial que merecía un tratamiento especial. La magnitud de la tragedia adquirió tal fuerza en su origen que sirvió de argumento para intentar responsabilizar al gobierno del terrible impacto del coronavirus en nuestro país.
El PP da un paso que no tiene marcha atrás
El PP decidió iniciar una campaña de acoso y derribo del actual gobierno cimentada en la idea de que sería imposible que se mantuviera en pie. Para ello, la hipérbole empezaría a ser un juego infantil. El objetivo era tumbar al gobierno en mitad de la crisis ahogado por falta de apoyos en el parlamento y, por tanto, sin capacidad de manejar el timón de un barco que a duras penas se mantenía a flote en mitad de una tormenta descomunal. El PP decidió favorecer el caos y promover un motín a bordo.
Pese a la evidencia de la tragedia global, el Partido Popular optó por conformar la existencia de un “caso español”, debido a las actuaciones directas del gobierno por acción y por omisión. Es decir, no sólo por su incapacidad para hacer frente a la emergencia, sino incluso por favorecerla con intereses nunca explicados que le habían llevado, según su discurso, a provocar la muerte de miles de compatriotas de forma voluntaria y consciente. Lanzar semejante campaña no tenía vuelta atrás.
La tensión no ha sido la consecuencia del proceso. La confrontación era el instrumento en el que se basaba la estrategia. La consecuencia ha ido mucho más allá y ha creado un nivel de polarización social extremo en el que se han despertado pasiones descontroladas y dolorosas en buena parte de la sociedad. Hablamos de la acusación a un gobierno que cuenta con el respaldo mayoritario de la población de provocar la muerte de miles de ciudadanos, incluso con plena conciencia y voluntariedad de sus acciones. Buena parte de la población española vive hoy dividida en dos frentes en los que la indignación está presente en cualquier foro.
El cansancio de la ciudadanía
Las consecuencias que pueda tener esta campaña de acoso y derribo que conlleva un enfrentamiento abierto son difíciles de evaluar. Para Joan Navarro, sociólogo y vicepresidente de Asuntos Públicos en Llorente y Cuenca, “provoca un enorme cansancio y hastío y también que el votante medio acabe desconectándose porque está harto de tanto postureo absurdo, que es en lo que se basa muchas veces la estrategia de la confrontación”.
Este tipo de batalla política no es nueva, ni en España, ni en el mundo. Según explica Toni Aira, profesor de Comunicación Política en la UPF Barcelona School of Management, el acoso y derribo constante se enmarca dentro de la llamada “era de la elección permanente”, ya que, “dialécticamente, los partidos actúan como si cada día fuese una nueva cita con las urnas y no se pudiese hacer ningún tipo de concesión al adversario”. Matiza, además, que éste no es un proceder únicamente de la derecha, pero que, en España, “PP y Vox lo llevan al límite de la exageración y de la caricatura de forma muy nítida a través de continuas consignas de ataque y acusaciones muy duras centradas en la figura de Sánchez”.
Vivir en campaña electoral permanente
Tal y como señala Aira, vivimos un clima de campaña permanente. Para la derecha española, el objetivo es que la legislatura acabe lo antes posible. Pedro Sánchez cuenta con una fuerza parlamentaria muy corta y en cuanto surja una mínima fisura el gobierno puede perder su capacidad de mantenerse en el poder. Bajo esta concepción, todo puede servir como arma arrojadiza. La incógnita es si hay un límite en esa estrategia ¿Puede volverse contra el PP el haber llegado a utilizar la muerte de 27.000 españoles como arma partidista? Joan Navarro cree que la confrontación de guerra es arriesgada para un PP que es un partido de Gobierno y no un partido “tirado al monte”, algo que no comparte del todo Toni Aira, quien no se atreve a calificar esta estrategia como errónea. Para él, este estilo tiene su público, ya que, por ejemplo, en su día llevó al PP de Aznar a ganar unas elecciones con mayoría absoluta: “Tenemos poca memoria, pero aquellos tiempos fueron descritos como los años de la crispación. Xavier Arzalluz del PNV dijo que era vergonzoso como se tiraban los muertos a la cabeza el PP y el PSOE a propósito del GAL. El PP tiene experiencia en esta oposición tan contundente y no le ha ido mal”.
Hasta ahora, el gobierno no ha caído, ni parece que lo vaya a hacer. Tampoco las encuestas parecer dar al PP un especial rédito a esta estrategia de desgaste. Da la impresión de que la campaña de guerra total ha unificado anímicamente a sus seguidores. Simultáneamente, este efecto movilizador ha conllevado la respuesta conjunta de todo el electorado de izquierda que, al sentirse atacado frontalmente, parece haberse concentrado en defensa propia. Este es un asunto clave: en los procesos de confrontación abierta los grupos suelen reforzarse en la diferencia.
La estrategia de acoso y derribo sólo tiene sentido cuando realmente el rival está entregado y no tiene capacidad de oponer resistencia. No es el caso actual de un gobierno recién elegido y con un fuerte apoyo social de su electorado que ve nítidamente el ataque tribal de la oposición que no aceptó su derrota en las urnas. Esta técnica de creación de frentes de batalla es habitual en formaciones mayoritarias que con este método buscan mantenerse en el poder. Es lo que ha promovido Trump desde su llegada al poder. Si has ganado, nada te interesa más que la situación se quede como está. Según la experta en comunicación política África Sánchez, la clave está en analizar las encuestas: “Los análisis y los datos que maneja el PP demuestran que esta estrategia no les está funcionando tan bien. Un ejemplo de que están reaccionando es que el miércoles pasado aprobaron el Ingreso Mínimo Vital, lo que sorprende tras tantas semanas en las que hemos visto una crítica muy destructiva hacia la gestión del Gobierno”.
Ya no hay bipartidismo
Otro problema derivado de la declaración guerra abierta radica en que el mapa político español ya no es el de los 90 o el de la etapa Zapatero. Ya no hay bipartidismo. En una conflagración total, si sólo hay dos bandos, se sabe que, si se daña al enemigo, acabas venciendo. Pero en el panorama actual, ya no funciona esa regla. El multipartidismo abre diferentes frentes difíciles de controlar. Aquí tenemos el caso de Ciudadanos que posiblemente es el que acabe sacando mayor rentabilidad del daño que pueda hacer el PP al PSOE y, a la vez, del desgaste de la estrategia tan agresiva y discutible de Pablo Casado y los suyos.
Hay analistas que mantienen que no todo es responsabilidad de Casado y los estrategas populares. Desde medios conservadores, se mantiene que tampoco Pedro Sánchez ha hecho esfuerzos reales por buscar el consenso y que, posiblemente, piense que esta abierta confrontación le sirve para reforzar su electorado. Joan Navarro, preguntado por esta perspectiva, cree que la dialéctica del partido de Casado no se debe únicamente a que esté siendo arrastrado por Vox, sino que también influye la propia falta de capacidad que ha tenido Sánchez para generar consenso con la oposición: “En otro momento, el presidente del Gobierno se habría dirigido al líder de la oposición y le habría pedido ir de la mano en la gestión de la pandemia, como hizo Rajoy con el 155, pero en esta crisis Sánchez no ha tenido ese detalle”. Bajo su punto de vista, recuerda que, al contrario que Vox, el PP no ha estado en el no a todo y ha aprobado las prolongaciones del estado de alarma durante dos meses, aunque lo haya hecho con una “dureza espectacular” en el debate político. “Se les puede reprochar que sean maleducados, pero no podemos atribuirle al PP que ponga en riesgo los elementos fundamentales de la convivencia”, sostiene Navarro.
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La necesidad de establecer vínculos sociales
La evolución de la crisis sanitaria va a condicionar todo lo que pueda ocurrir en las próximas semanas. Resulta por ello muy complicado para los estrategas de los partidos definir con claridad los próximos pasos a dar. La posibilidad de los temidos rebrotes del contagio colectivo puede cambiar el estado de opinión de un país que aún no ha terminado de asimilar lo que le está tocando vivir. Hace apenas unas semanas, el escritor Yuval Noah Harari aventuraba cuál debería ser a su juicio una de las prioridades de la sociedad post-coronavirus. Afirmaba que “cuando termine la crisis, las personas sentiremos aún más la necesidad de establecer vínculos sociales”. En efecto, día a día, los españoles vamos abandonando el confinamiento y volvemos a reencontrarnos con familiares, amigos, compañeros de trabajo y el resto de la sociedad. Al vernos de nuevo, nos comportamos de manera diferente debido a las necesarias medidas de seguridad. También nos miramos de forma distinta, posiblemente porque no somos los mismos. El mundo ha cambiado y todos nosotros también. Ahora nos tocará iniciar un duro proceso de reconstrucción de una vida que aún no hemos podido llegar ni a divisar.
En España, ese reencuentro tiene una dificultad añadida a la ya de por sí compleja situación. La polarización ideológica se ha introducido en mitad de las relaciones interpersonales. La decisión de los líderes políticos de la derecha española de culpar al gobierno de la muerte de miles de ciudadanos marca inevitablemente la convivencia. Desde hace semanas, los líderes de Vox y PP han responsabilizado exclusivamente al gobierno de la nación de la tragedia bien por mala gestión o, incluso, por maligna intención criminal. Después de que alguien pueda acusarte de semejante daño resulta muy difícil congraciarte.